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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Veinte años del genocidio de Ruanda: sin noticias de la prensa extranjera (6)

Hasta ahora hemos repasado la sucesión de errores, connivencias, dilaciones e ineptitudes, desde EEUU pasando por Francia y la ONU, que permitieron el genocidio de Ruanda. A esta lista podríamos sumar una circunstancia que no se suele mencionar: la ausencia casi absoluta de periodistas extranjeros.

El personaje de Joaquim Phoenix en Hotel Ruanda se inspira en el cámara británico Nick Hughes, que grabó algunas de las pocas imágenes del genocidio.

El personaje de Joaquim Phoenix en Hotel Ruanda se inspira en el cámara británico Nick Hughes, que grabó algunas de las pocas imágenes del genocidio.

No sería desacertado suponer que, de haber mostrado las cadenas internacionales y los periódicos imágenes de las matanzas, los radicales hutus no hubiesen actuado con tanta impunidad y el mundo no habría tardado tanto en reaccionar. Sin embargo, la prensa no llegó a tiempo y en esa época no existían teléfonos con cámaras de fotos e Internet estaba en sus albores, por lo que casi no hay imágenes del genocidio.

La mayor matanza de personas de las últimas décadas apenas tiene elementos gráficos que den testimonio de su horror. Carece de una imagen distintiva como sí la tuvieron Plaza Tiananmen, la ofensiva del Tet, la hambruna de Etiopía o el fracaso de Estados Unidos en Somalia.

Salvar a los extranjeros

En el momento en que es derribado el avión del presidente Juvénal Habyarimana, que provocó que en cuestión de pocas horas los radicales hutus anegaran la capital de barreras en las calles para exterminar a los tutsis, solo había dos periodistas en toda Ruanda: Katrina van der Schoot, reportera freelance para radio Bélgica, y Lindsay Hilsum, que trabajaba para UNICEF pero colaboraba con la BBC, The Guardian y The Observer.

Días más tarde llegaron cronistas de grandes medios, más que para hablar de la violencia, para cubrir la salida masiva de extranjeros. Uno de ellos fue Mark Doyle, reportero de la BBC con base en Nairobi. Uno de los escasos reporteros que pasó en Ruanda la mayor parte del genocidio. Entró primero al país por el norte, junto a las tropas rebeldes de Paul Kagame, pero luego, al descubrir que no podía seguir avanzando hacia Kigale, se trasladó a Entebbe, Uganda.

En este aeropuerto consiguió que un avión del Programa Mundial de Alimentos que iba a repatriar extranjeros lo llevara junto a otros periodistas a la capital de Ruanda. Según cuenta el propio Doyle, Romeo Dallaire, el general al mando de las fuerzas de la ONU, no se mostró muy contento al verlos llegar. Muchos periodistas se quedaron en el aeropuerto, que el 9 de abril había sido tomado por comandos franceses para garantizar la repatriación. Desde allí acompañaban a las tropas extranjeras en las incursiones para rescatar a sus nacionales.

Comprender la situación

Las imágenes de aquellas incursiones son desgarradoras, pues los tutsis suplicaban por sus vidas, pero solo los blancos eran sacados de allí. Lo terrible es que el día 10 de abril había más de 1.500 soldados de EEUU, Francia y Bélgica en Kigale, pero solo para rescatar a los extranjeros. De haber recibido las órdenes correctas, podrían haber cambiado el curso de los acontecimientos con facilidad.

Periódicos como The New York Times o el Washington Post publicaron crónicas diarias en aquellos momentos, pero lo hicieron en las páginas interiores, y muchas veces con fotos antiguas o sin contexto que reforzaron el mito de un enfrentamiento tribal. Las noticias de África estaban centradas en las históricas elecciones de Sudáfrica, que llevarían a Nelson Mandela al poder.

Una vez que los extranjeros – curas, diplomáticos, cooperantes – fueron repatriados, la mayoría de los reporteros se fueron con ellos. La historia en Ruanda, al menos desde lo que creían que sus públicos querían saber sobre aquel conflicto en un país perdido en el corazón de África, había terminado.

Mark Doyle permaneció. La lectura de sus crónicas muestra cómo empieza a comprender gradualmente la situación. Va dejando de hablar de la guerra para centrarse en el asesinato masivo de civiles hasta que el día 29 de abril se anima a usar la palabra clave, genocidio, en parte gracias al amparo de un informe de Oxfam.

Uno de los problemas que sufrió Doyle en su trabajo fue que la redacción en Londres seguía anclada en la teoría de que eran matanzas surgidas del caos y perpetradas de igual manera por ambos bandos. Quizás se deba a los clichés sobre África, pero les costaba aceptar que aquello fuera un exterminio metódico y organizado de seres humanos.

Un cámara escondido

Otro reportero de excepción que estuvo durante el genocidio fue el cámara freelance Nick Hughes, que terminaría por testificar como testigo en la Corte Penal Internacional para Ruanda. Las imágenes que Hughes grabó el día 18 de abril se convirtieron en el documento por antonomasia sobre el genocidio.

Las grabó escondido en lo alto de una escuela francesa en Kigale. Para no ser descubierto enfocó la cámara a través del tubo de un lanzagranadas que le dejó un soldado belga.

En las imágenes se ve a una mujer al costado de una carretera polvorienta, rodeada de cadáveres. Aturdida, levanta los brazos y suplica uniendo las manos. Pasan varios minutos. Los asesinos interhamwe van y vienen con sus machetes. Parecen no verla. Hasta que un par de ellos se detienen, la asestan varios golpes mortales, y siguen caminando de forma casual.

El personaje del periodista que interpreta Joaquim Phoenix en «Hotel Ruanda» se basa en Hughes. De hecho, hay un momento en el que Phoenix realiza una grabación similar. Hughes volvió a Ruanda en 2008 para la grabación del documental «Iseta, detrás del puesto de control», en el que se encuentra con la familia de la mujer cuyo asesinato grabó en 1994.

Todos a Zaire

Cuando Francia lanza la Operación Turquesa, es entonces que los periodistas llegan en masa. Se instalan servicios satelitales para que las cadenas internacionales puedan transmitir en directo. La paradoja es que en ese momento la noticia ya no es el genocidio sino el hacinamiento de los refugiados hutus en la vecina Zaire, donde mueren por millares a causa del cólera.

Veinte años del genocidio de Ruanda: Kangura, la revista del odio (5)

Hassan Ngeze fue el equivalente ruandés de aquel perverso propagandista alemán, Julius Streicher, que dirigió Der Stürmer, el periódico que funcionó como epicentro de la difusión de la ideología nazi en los años previos a la segunda guerra mundial. Julius Streicher terminó siendo juzgado y ejecutado. Ngeze cumple cadena perpetua en una prisión de Ruanda.

Portada de la revista Kangura, donde se publican por primera vez los Diez Mandamientos Hutus. Museo del Genocidio de Murambi. Foto: Hernán Zin

Portada de la revista Kangura. Museo del Genocidio de Murambi. Foto: Hernán Zin

Musulmán de origen hutu, Ngeze ejerció un rol fundamental en la propaganda victimista y racista que llevaría a decenas de miles de ruandeses a levantar los machetes contra sus vecinos tutsis. Lo hizo a través de su revista, llamada Kangura, que estaba financiada por elementos radicales del partido del presidente Juvénal Habyarimana.

El ideologo

Por supuesto que, en un país como Ruanda, que en aquel momento tenía un alto índice de analfabetismo, Radio Télévision Libre des Mille Collines (RTLM) resultaba mucho más eficiente a la hora de llegar a la población en general (os recomiendo el trabajo de Allan Thomson sobre la prensa en aquellos días).

Sin embargo, la perversa habilidad de Ngeze radicaba en que las consignas que lanzaba en la revista Kangura se convertían rápidamente en el credo de los extremistas hutus.

Los diez mandamientos hutu

De todas las macabras invenciones de Ngeze, que dirigía Kangura, los llamados «Diez mandamientos hutu» fueron los más populares. Se leían en las radios, en los mítines, en las iglesias.

. El primer mandamiento hablaba de las mujeres tutsis, que si bien eran las más guapas y deseadas, trabajaban para su propio grupo étnico, por tanto, el hutu que se casa con una tutsi es un traidor.

. Las mujeres hutus deben vigilar a sus maridos, hermanos e hijos para que no se dejen seducir por las tutsis.

. Los tutsis son siempre deshonestos en los negocios. Un buen hutu no realiza transacciones con ellos.

. El octavo mandamiento es el más sintético y terrible de todos: «Los hutus deben dejar de tener piedad de los tutsis».

El número en el que se publicaron los Diez Mandamientos Hutu traía una gran foto del presidente francés Francois Mitterand en la que se leía «El amigo que te ayuda cuando lo necesitas, es un gran amigo».

Portadas que vislumbran el genocidio

Desde que apareciera en 1990, los distintos números de la revista Kangura – cuyo nombre quiere decir «despertadlos» – fueron anunciando lo que iba a ser el Genocidio.

. La portada de noviembre de 1991 se preguntaba «¿Qué armas usaremos para vencer a las cucarachas para siempre?». Junto a esta frase aparecía un machete.

. El número de enero de 1994 anunciaba que el presidente Juvénal Habyarimana iba a ser asesinado en marzo.

. En ese mismo ejemplar pedía en tono amenazante a la misión de la ONU en Ruanda, UNAMIR, que reconsiderada los riesgos a los que se exponía.

Si bien sus principales víctimas eran los tutsis – a los que acusaba de venir de Etiopía, de tener planes secretos para aniquilar a los tutsis – la publicación de Ngeze también azuzaba a los hutus moderados. Sostenía que el presidente Habyarimana no era lo suficientemente duro con los tutsis.

Esta estrategia de cuestionar al gobierno le valió a Ngeze una breve temporada en prisión. Lo curioso es que Amnistía Internacional abogó por la liberación del editor de Kangura, al que calificó de crítico del sistema, cuando en realidad fue uno de los hombres que lo modeló ideológicamente hasta el genocidio.

Veinte años del genocidio de Ruanda: la indiferencia de la ONU (4)

Estados Unidos nunca pidió perdón por haber negado durante semanas el Genocidio. Francia tampoco ha hecho acto de contrición alguno por haber armado, entrenado y apoyado militarmente a los radicales hutus que llevarían a cabo el exterminio tutsi (fanáticos que ya habían perpetrado la matanza de decenas de miles de tutsis en 1991 y que, tras el genocidio, una vez exilados en la República Democrática del Congo, provocarían una guerra que costaría la vida a cinco millones de personas).

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Paradójicamente, quien sí pidió perdón en numerosas ocasiones fue el hombre que desde la propia Ruanda alertó a la comunidad internacional sobre lo que iba suceder. Supongo que esa es la diferencia entre tomar decisiones desde un despacho o estar en el terreno, a pie de calle, mirando a los ojos a la gente, como lo estaba el Mayor General Roméo Dallaire, comandante de la misión de la ONU en Ruanda.

Crónica de un genocidio anunciado

El 11 de enero de 1994, casi tres meses antes del comienzo del Genocidio, Dallaire envió un fax urgente a la ONU en el que describía con asombrosa precisión lo que iba a suceder:

. Los radicales hutus planean asesinar a soldados belgas de la ONU para provocar la salida de Bélgica del país.

. Los interharamwe se están agrupando en grupos de 40 hombres dispersos por Kigale, tras haber sido entrenados por el ejército de Ruanda.

. Los registros que la ONU ha hecho de los tutsis en Kigale podrían ser usados para su exterminio. Los grupos armados se dicen capaces de matar a mil tutsis en apenas 20 minutos.

Esta información Dallaire la recibió de un antiguo miembro de la seguridad del presidente de Ruanda, al que le habían encargado entrenar a los interharamwe. Este hombre, que pedía a la ONU protección para sí mismo y su familia, respaldaba la lucha contra los rebeldes tutsis del RPF pero no la matanza indiscriminada de civiles.

Dallaire, en su fax a la ONU, no solo informa sobre lo que va a suceder sino que traza un plan de acción para evitarlo. Lo primero que solicita es intervenir los depósitos de armas en Kigale. Según el tratado de Paz de Arusha, firmado entre los rebeldes tutsis y el gobierno Hutu de Ruanda en 1993, la capital debía estar libre de armas.

Sin embargo, como sostiene Philip Gourevitch en su magnífico libro We Wish To Inform You that Tomorrow We Will Be Killed With Our Families, los aviones franceses cargados de armamentos ligero no dejaban de llegar a la capital. Los machetes llegaban desde China.

Sin respuesta de NY

Kofi Annan, futuro Secretario General de la ONU, estaba al frente de las misiones de paz de la organización. Iqbal Riza, su mano derecha, respondió esa misma noche al fax de Dallaire, en el que se sería uno de los mayores fallos en la historia de la ONU.

Le decía que no podía incautar las armas, según el mandato de la misión en Ruanda, conocida por el acrónimo UNAMIR. Su obligación era informar al presidente del país de esa actividades y pedirle que actuase.

Tiempo más tarde, Riza se justificaría diciendo que a su despacho en Nueva York llegaban todos los días faxes con noticias alarmantes. Y que aquella información que podría haber salvado la vida de un millón de personas, había naufragado entre las llamadas de teléfono, las visitas, las reuniones, el hilo musical y la distancia.

Dallaire envió el mismo fax a las embajadas de EEUU, Francia y Bélgica, por lo que otros tantos funcionarios y políticos en estos países también fueron informados de lo que iba a suceder.

Veinte años del genocidio de Ruanda: la complicidad de Francia (3)

Sobre las conciencias de Madeleine Albright y Bill Clinton permanece el no haber actuado a tiempo para frenar el Genocidio de Ruanda. Y sobre las de algunos políticos franceses como el fallecido François Mitterrand, Alan Juppé y Dominique de Villepin, una responsabilidad aún mayor: haber colaborado directamente con los extremistas hutus que terminarían con la vida de casi un millón de tutsis y hutus moderados.

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Una de las prioridades en política exterior francesa es mantener la influencia en sus antiguos dominios africanos. Si bien Ruanda es una antigua colonia belga, Francia vio en ella la posibilidad de incrementar su poder en un continente inmensamente rico en recursos en recursos naturales, de expandir la llamada francofonía. Para ello, su estrategia fue apoyar a la mayoría hutu, pues veía en los rebeldes tutsis, surgidos en Uganda, a representantes del África anglohablante, británica.

François Mitterrand mantuvo una estrecha relación personal con el presidente Juvénal Habyarimana, perteneciente a la etnia hutu. No le importaba que llevara casi treinta años en el poder, que no hubiese libertad política ni de expresión, que las matanzas contra tutsis se volvieran a reavivar en los años noventa, el gobierno francés enviaba regularmente armamento y militar personal a Ruanda. El hijo de Mitterrand, Jean Christophe, también mantenía una gran amistad con Habyarimana. No en vano se dedicaba al comercio de armas.

Cuando surge en Uganda la guerrilla tutsi del Frente Patriótico Ruandés (FPR) e invade el norte del país para tratar de deponer al dictador, son comandos franceses los que luchan contra estos rebeldes. De no haber sido por la intervención militar gala, el gobierno del presidente Habyarimana habría caído rápidamente en 1991.

Operación Turquesa

Llega el año 1994, el asesinato de Habyarimana es la excusa perfecta para lanzar el genocidio que los ultras hutus llevaban años gestando en los medios de comunicación y a través de los grupos paramilitares conocidos como interahamwe. El ritmo de asesinatos en masa resulta escalofriante, sin embargo, Francia sigue apoyando a los hutus que han tomado el poder tras la muerte de Habyarimana. El dialogo entre París y Kigale es fluido. El gobierno francés vende a su prensa que las matanzas son espontáneas, muestras de ira por el asesinato del presidente hutu, y que suceden en ambas direcciones.

Es recién en el tercer mes del genocidio cuando el Gobierno francés, presionado por la opinión pública, toma la decisión de lanzar una «campaña humanitaria» para salvar a los tutsis. Con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU organiza la Operación Turquesa, que fue en realidad la creación de un corredor que permitió la huida de millones de hutus a la vecina Zaire, incluidos los responsables del genocidio. Del otro lado de la frontera, armó a los ahora rebeldes hutus. En la propia Francia dio asilo a muchos altos cargos del régimen genocida.

Algunos soldados franceses expresaron públicamente su estupefacción al descubrir que habían sido usados para salvar a los genocidas y no a sus víctimas (de hecho, durante la operación Turquesa, decenas de miles de tutsis siguieron siendo aniquilados). El ex presidente Valéry Giscard d’Estaing acusó a las fuerzas armadas francesas de «proteger a los que han llevado a cabo las masacres».

En 2006, un juez francés acusó al actual presidente ruandés Paul Kagame de haber orquestado el asesinato de Habyarimana, cuyo avión, un Falcon 50 jet regalo del primer ministro Jacques Chirac, se estrelló cerca del aeropuerto de Kigali. Investigaciones posteriores apuntan a que fueron hutus extremistas, deseosos de desatar el genocidio, quienes dispararon contra el avión del presidente.

La respuesta de Ruanda, que rompió relaciones diplomáticas con Francia llegó dos años más tarde en un informe de 500 páginas. Esta investigación, basada en 150 entrevistas, sostenía la vinculación de 33 altos cargos y políticos franceses con el Genocidio. Un curioso cambio de tornas si tenemos en cuenta que casi siempre son los gobiernos de Europa y EEUU, o las ONG de estos países, las que acusan de violaciones de derechos humanos.

* Esta serie de veinte artículos sobre los veinte años del Genocidio de Ruanda forma parte de “Matando perros”, mi próximo libro. Se basa en al menos un centenar de entrevistas realizadas en más de 15 viajes a Ruanda y a la vecina República Democrática del Congo a lo largo de los últimos cinco años; así como en los libros escritos por Philip Gourevitch, Linda Poltman, Jean Hatzfeld, Lieve Joris, Linda Melvern, Andrew Wallis, Samantha Power, Daniel Kroslak, Roméo Dallaire; y en numerosos informes de la ONU, de organizaciones de Derechos Humanos y gobiernos.

Me envían desde la Embajada de Francia en España la siguiente información:
En un artículo con fecha de 26 de marzo publicado en un blog de 20minutos.es, se ha acusado a Francia de complicidad en el genocidio ruandés. Esta alegación es gravísima e infundada.
Cuando empezó el genocidio ruandés el 7 de abril de 1994, fue Francia la primera en recurrir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y fue Francia quien recibió el mandato de desplegar una operación humanitaria. Ésta permitió que se evacuaran a miles de personas supervivientes y que miles de personas desplazadas pudieran recibir auxilios y cuidados. Ya en noviembre de 1994, Francia apoyó la creación del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, con quien colabora estrechamente desde el comienzo de sus actividades.
En Francia ha habido un debate sobre nuestra responsabilidad en la tragedia ruandesa y todos los protagonistas franceses y varias personalidades internacionales han comparecido ante una comisión parlamentaria multipartidaria que, además, ha tenido acceso a los archivos sin ninguna restricción. Dicha comisión concluyó, en 1998, que en ningún momento se podía sostener la acusación de responsabilidad de Francia en la comisión del genocidio, si bien se podía lamentar no haberse dado cuenta de que el genocidio ya se estaba preparando en los meses previos.
El informe exhaustivo de esta comisión es de dominio público. Hay que recordar que, desde 1993, llevábamos un acuerdo de paz entre los hutus y los tutsis en el marco de la ONU, y que fue el fracaso de dicho acuerdo el que desencadenó el genocidio.
Existe una discusión legítima sobre la acción de la comunidad internacional antes y durante el genocidio. Francia asume la parte que le corresponde, y además desde hace bastante tiempo, para comprender las innegables insuficiencias de la reacción internacional con respecto al drama ruandés. Los mecanismos jurídicos y políticos resultaron claramente ineficaces para anticipar y prevenir el genocidio. Esta constatación obliga a la comunidad internacional a revisar sus instrumentos, y es la razón por la cual Francia apoya activamente el principio de la responsabilidad de proteger, en virtud del cual las poblaciones deben ser preservadas de todo genocidio, de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad.
La libertad de prensa y la libertad de expresión son unos derechos fundamentales, que Francia defiende con fuerza y que van unidos con el afán de una información justa y del respeto del otro. Es en nombre de esos principios que quería responder, poniendo a disposición de los lectores todos los elementos de una discusión en profundidad sobre la cuestión trágica del genocidio ruandés.
Jérôme Bonnafont, Embajador de Francia en España.

Veinte años del genocidio de Ruanda: el silencio de EEUU (2)

La batalla de Mogadiscio, recreada por la película «Black Hawk Derribado» de Ridley Scott, tuvo lugar los días 3 y 4 de octubre de 1993. Enfrentó a fuerzas especiales de EEUU con los hombres del señor de la guerra Mohamed Farrah Aidid. Terminó con la vida de 18 soldados de EEUU y la de más de mil somalíes. Y significó la salida de las tropas estadounidenses de Somalia. Sería la última vez que este país formaría parte directamente de una misión de paz de la ONU.

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda- Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Para el presidente Bill Clinton aquello supuso una gran derrota. Sobre todo frente a la opinión pública. La foto del soldado Cleveland arrastrado por una multitud de somalíes por la calles de Mogadiscio enfureció al estadounidense medio, que no entendía qué hacían fuerzas de su país en una misión para alimentar a los hambrientos de un lugar de África del que nunca había
escuchado hablar.

Años más tarde, periodistas como Peter Bergen rebelaron que Osama Bin Laden no solo financió a los hombres de Mohamed Farrah Aidid sino que envió a sus propios comandos a luchar contra los norteamericanos en Somalia. Esto hace de la Batalla de Mogadiscio, el primer enfrentamiento entre Occidente y Al Qaeda. Un avance de lo que sería la tónica en la primera década del siglo XXI.

Por eso, cuando seis meses más tarde comenzó el Genocidio en Ruanda, la administración Clinton hizo todo lo posible por evitar tener que volver a mandar nuevamente soldados a África. La primera estrategia que siguió fue negar el Genocidio, pues como suscriptor de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio – que firmó en 1981 – tenía la obligación de intervenir para impedir y castigar los actos tendientes a destruir una nación, etnia, raza o grupo religioso.

Madeleine Albright, en aquel entonces embajadora de EEUU para la ONU, hizo todo lo posible por minimizar lo que sucedía en Ruanda.

Pidió reducir el número de cascos azules de la ONU. Retrasó varias reuniones del Consejo de Seguridad. Cada día de demora, sumaba otros once mil muertos. Muy curioso siendo ella misma una refugiada checa de padres que escaparon del nazismo. Su equipo hablaba a la prensa de un «un posible acto de de genocidio», pero nunca de un genocidio en sí, estrategia ridícula que causaba asombro y estupor entre los periodistas y diplomáticos.

Finalmente, ocho países africanos decidieron intervenir para frenar el Genocidio. Solo pidieron a EEUU apoyo aéreo para transportar las tropas. Bill Clinton accedió pero fue Francia quien intervino a través de la llamada Operación Turquesa, que sirvió más para proteger a sus aliados hutus que para salvar vidas tutsis.

Veinte años del genocidio de Ruanda: un trabajo eficiente (1)

El 7 de abril se cumple el vigésimo aniversario del genocidio de Ruanda. Aquí algunas impresiones, reflexiones, datos y testimonios que he recogido a lo largo de los últimos días en el país de las mil colinas junto a Jon Sistiaga para un documental que emitirá próximamente Canal Plus.

Carné de identidad de ciudadano ruandés en el que se lo identifica como tutsi. Museo del Genocidio. Murambe, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Carné de identidad de ciudadano ruandés en el que se lo identifica como tutsi. Museo del Genocidio. Murambe, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Se suele sostener que el Holocausto resultó un éxito gracias a los medios tecnológicos con los que contaron los nazis para agrupar, controlar y asesinar a judíos y gitanos. Sin embargo, los hutus de Ruanda, que no tuvieron más que pistolas, granadas y machetes, resultaron mucho más eficientes en su particular genocidio contra los tutsis y los hutus moderados.

La diferencia fue que mientras los alemanes dejaron en unas pocas manos la ejecución de la llamada «solución final», en Ruanda desde jóvenes hasta ancianos salieron a la calle a matar. Maestros asesinaron a alumnos; médicos a enfermos. Fue, en este sentido, un genocidio popular.

La ola de muerte que se desató el 7 de abril de 1994 en este pequeño país tuvo un ritmo vertiginoso. Hagamos cuentas. Un millón de personas asesinadas en cien días. Esto equivale a 10.000 muertes al día. 416 por hora. 25 al minuto.

Pero hay dos factores importantes que señalan una eficiencia destructiva superior aún: la mayoría de los muertos tuvieron lugar durante las tres primeras semanas; los asesinos interhamwe se tomaban el genocidio como un trabajo de ocho horas diaria, no más. De hecho, esa era la consigna que daba el gobierno a través de Radio Mil Colinas: salir a matar era un trabajo.

Elecciones africanas 2010 – 2011

Al igual que buena parte del mundo, África ha avanzado hacia la democracia. Democracias en ocasiones tan jóvenes como poco maduras y articuladas, basadas en el clientelismo tribal, el nepotismo, el caudillismo y la falta de información de los ciudadanos sobre sus derechos (o la ausencia de instrumentos eficientes más allá del voto para hacerlos valer), pero democracias al fin con el potencial que esto implica.

Las siguientes son las convocatorias electorales más relevantes de África para los próximos dos años. A algunas de estas citas esperamos poder acudir en este blog, como ya lo hemos hecho en el pasado. De los primeros meses del año podemos señalar las recientes elecciones presidenciales en Togo, que volvió a ganar Faure Gnassingbe sin que se registraran episodios violentos similares a los que en 2005 costaron la vida a cientos de personas.

En el saldo negativo se deberían incluir el Golpe de Estado en Níger tras la reforma constitucional de Mamadou Tandja, la violencia callejera y la postergación por sexta vez desde 2005 de los comicios en Costa de Marfil, y la incertidumbre sobre el regreso a un régimen civil en Guinea Conakry.

Abril 2010: SUDÁN

Sudán fue nuestro primer destino en Viaje a la guerra. Llegamos tras la firma del acuerdo de paz bautizado como CPA (Comprenhensive Peace Agreement), que puso fin a la segunda guerra entre norte y sur. Un conflicto que dejó casi dos millones de muertos.

En nuestra visita del pasado mes de octubre, recogimos las acusaciones al gobierno de Jartum de querer obstaculizar las elecciones que se celebrarán entre el 11 y el 19 de abril, y que tenía como fecha inicial julio de 2009. No pocas voces señalaban que podríamos estar en los albores de una nueva guerra de secesión.

Para el presidente Omar Al Bashir, que tiene orden de captura por la Corte Penal Internacional como consecuencia del genocidio de Darfur, será la primera vez desde 1996 que su poder será sometido a las urnas. Pero las mayores expectativas derivan de que estas elecciones son la antesala del referéndum de autodeterminación de 2011, en el que los habitantes del sur tendrán que decidir si se independizan del norte, según lo establecido por el CPA.

Mayo 2010: ETIOPÍA

Las elecciones parlamentarias y regionales en Etiopía también son esperadas con recelo y precaución por los observadores internacionales debido a la escasa cultura democrática del primer ministro Meles Zenawi, que tiene entre sus aficiones meter en prisión a los adversarios políticos. En la memoria colectiva etíope aún está presente la violencia postelectoral de 2005, que sumó más de 200 muertes.

Paradójicamente, Meles Zenawi nunca ha perdido el apoyo de EEUU, que lo considera un actor clave en la región frente a las amenazas islamistas en Somalia y Etitrea. Recordemos que el ejecutivo de Addis Abeba decidió invadir Somalia en 2006 con el apoyo de George Bush. Una ofensiva militar que concluyó en 2008 y que no hizo más que desestabilizar a la región y fomentar el ascenso de Al Shabab, milicia vinculada a Al Qaeda que hoy disputa calle a calle el control de Mogadiscio al gobierno del presidente Sharif Ahmed.

Junio 2010: BURUNDI

En las elecciones por el ejecutivo de Bujumbura del 28 de junio, así como al parlamento y al senado de finales de julio, participarán una docena de partidos políticos. Serán unos comicios reñidos. Disputa que habla del progreso democrático de Burundi, que se espera que tenga una de las elecciones más limpias del continente.

Agosto 2010: RUANDA

En nuestras sucesivas visitas a Ruanda hemos descubierto una nación que poco tiene del caos que impera en sus vecinos, especialmente en la República Democrática del Congo. El orden y la relativa prosperidad del País de las mil colinas es mérito en buena medida de la gestión del presidente Paul Kagame. Personaje controvertido al que se acusa de coartar la libertad de prensa y de ejercer el poder de forma autoritaria.

Son estas características del Frente Patriótico Ruandés las que hacen suponer que las elecciones presidenciales del próximo 9 de agosto no destacarán por su transparencia. El Comité de Solidaridad con el África Negra exige a la UE que rectifique la decisión de no enviar observadores y que supedite la ayuda internacional al respeto por los Derechos Humanos.

Septiembre 2010: SOMALILANDIA

La región de Somalilandia, que se escindió de Somalia hace 19 años sin haber sido reconocida aún por la comunidad internacional, en teoría celebrará elecciones el próximo otoño. Nuestra última visita a la región coincidió con el aumento de la violencia en Hargeisa como consecuencia de la decisión del presidente Dahir Riyale Kahin de rechazar el censo electoral.

Dahir Riyale Kahin, cuya popularidad se ha desplomado debido al nepotismo y la corrupción, ya ha extendido su mandato – originariamente de cinco años – en tres oportunidades sin pasar por las urnas. A diferencia de Somalia, la antigua colonia británica se encuentra en relativa paz y estabilidad desde la caída del dictador Siad Barre. Cualidad esta que Riyale parece estar poniendo en juego por sus ambiciones de poder. Seguiría así el ejemplo de Robert Mugabe en Zimbabue y Mwai Kibaki en Kenia.

Octubre 2010: TANZANIA

No resulta arriesgado asegurar que las elecciones en Tanzania serán de las mejores del continente. Los votantes tanzanos elegirán a un presidente por un término de cinco años y renovarán a 232 parlamentarios de la asamblea unicameral conocida como bunge. El país de Julius Nyere, uno de los líderes más destacados de la reciente historia africana, reserva 37 escaños para mujeres.

Foto: Getty Images.

Alison Des Forges, la mujer que intentó detener un genocidio

El comienzo del juicio a Kaing Guek Eav, antiguo líder de los jemeres rojos, nos ha obligado a rescatar del olvido el horror sufrido no sólo por las 16 mil víctimas de la prisión S21, algunos de cuyos retratos cuelgan hoy como recordatorio en el edificio situado en el centro de Phnom Penh, sino de los dos millones de camboyanos que perdieron la vida entre 1975 y 1979 debido al delirante proyecto colectivista del iluminado que había decidido terminar con todo rastro de la burguesía, el “hermano número uno”, Pol Pot.

Otros cuatro miembros de la guerrilla, que a diferencia de Kaing Guek Eav no han confesado sus crímenes, aguardan también para sentarse en el banquillo en un proceso jurídico que tendría mayor validez aún si contase con el testimonio de dirigentes extranjeros como Henry Kissinger, que con su brutal y secreta agresión a Camboya durante la guerra de Vientam provocó el movimiento que llevaría a los jemeres rojos al poder.

Una triste noticia de hace dos semanas nos refiere a otro genocidio. En este caso, más próximo en el tiempo, menos olvidado: aquel que los hutus ruandeses perpetraran contra tustis y hutus moderados en 1994.

El genocidio de Ruanda

Como señala The Economist, la historia de Alison Des Forges está marcada por dos siniestros aeronáuticos. El primero, que terminó con la vida de los presidentes de Ruanda y Burundi, fue usado como excusa por los hutus ruandeses para coger los machetes y salir a matar a sus vecinos ante la indiferencia del mundo.

El segundo, que ocurrió el pasado 12 de febrero cerca de Búfalo, en el estado de Nueva York, puso fin a la existencia de los 49 pasajeros que iban a bordo de una avión de la compañía Continental, entre los que se contaba Alison Des Forges, justamente una de las personas que más había luchado para llamar la atención de las autoridades de EEUU sobre el genocidio que acababa de comenzar en Ruanda.

La relación de Alison Des Forges con «El país de las mil colinas» tuvo como punto de arranque la tesis doctoral que escribió en 1972. Después pasó años investigando para Human Rights Watch sobre la violencia política que dividía a los dos principales grupos étnicos. Por eso sabía que los acuerdos de paz firmados en 1993 por el gobierno hutu con los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR) terminarían en un baño de sangre, ya que los primeros no parecían dispuestos a compartir el poder.

Tras el accidente que terminó con la vida de los presidentes el 6 de abril de 1994, recibió la llamada en su casa de Búfalo de Monique Mujawamariya, una amiga que también trabajaba en Derechos Humanos. “Se acabó. Este es el final”, le dijo desde Kigale, consciente de que los interhamwe estaban yendo puerta por puerta en busca de tutsis, y que ella sería la próxima. “Por favor, cuida de mis hijos”, le suplicó antes de cortar.

Dar la alarma

Alison Des Forges se convirtió así en uno de los primeros extranjeros en comprender la dimensión de la masacre que estaba teniendo lugar en Ruanda. Hizo todo lo posible por alertar al gobierno de EEUU. Pero Bill Clinton, tras la muerte de 18 soldados estadounidenses en Somalia un año antes, no quería volver a involucrarse en África.

Como cuenta la periodista holandesa Linda Polman en su brillante libro We Did Nothing, las autoridades de Washington realizaron un vergonzoso malabarismo de negación dialéctica para evitar emplear la palabra «genocidio» (cuyo reconocimiento explícito hubiese significado la obligación de tener que intervenir, según lo exige el derecho internacional).

En este sentido, la estéril pugna de Alison Des Forges recuerda a la del teniente general Roméo Dallaire, que estaba al frente de las fuerzas de la ONU en Ruanda, y cuyos pedidos de refuerzos para contener la matanza fueron ignorados. Es más, el día 20 de abril el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaría la resolución 912 para reducir al contingente de la UNAMIR de 2.539 a 270 soldados.

El genocidio terminó casi cien días más tardes, con la toma por parte del FPR de Kigali y la huída en masa de los hutus hacia el Zaire, donde muchos de ellos aún siguen.

Contar la historia

Durante los cuatro años siguientes, Alison Des Forges se dedicaría a documentar, en parte gracias a su conocimiento de kinyarwanda y francés, los crímenes perpetrados en suelo ruandés. El resultado sería Leave None to Tell the Story («No dejes a nadie que cuente la historia»). Libro de 800 páginas, publicado en 1999.

Un documento que descubre cómo fue planeado el genocidio, incluidos los recibos de compra de medio millón de machetes, y que describe sin eufemismos lo que allí sucedió, historia a historia: desde la mujer que tuvo que enterrar a su marido muerto antes ser violada por un grupo de hombres, hasta un bebé que fue arrojado con vida a un retrete.

Su testimonio sirvió para llevar a algunos culpables frente a los tribunales. Participó como testigo en once procesos por genocidio en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, y en juicios que tuvieron lugar asimismo en Bélgica, Suiza, Holanda y Canadá.

Sin embargo, esto no impidió que Alison Des Forges fuese crítica también con las fuerzas tutsis del FPR, a las que acusa de haber matado a más de 25 mil enemigos. Tanto es así que el año pasado se le prohibió el acceso al país por un informe que realizó sobre el sistema de justicia.

Tenía 66 años cuando murió. Infatigable en su compromiso moral con la zona de los Grandes Lagos, el último trabajo que editó, publicado hace apena unos días, describe la violencia en el Congo. Otra historia que quiso que nadie dejase de contar.