Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La desaparición del Hummer y el menguante poder del hombre blanco

Hay marcas que son símbolos de su tiempo. Los todoterreno Hummer, que hasta hace poco fabricaba la compañía General Motors y que derivan de los vehículos militares HMMV, permanecerán en nuestro imaginario colectivo como representación de un época y unos valores.

Así como los HMMV (High Mobility Multipurpose Wheeled Vehicle), a los que se conoce comúnmente como Humvee, han ido perdiendo terreno en Irak y Afganistán ya que son mucho más vulnerables a las bombas caseras y minas antipersona que los MRAP, del mismo modo los Hummer parecen haber sucumbido a la crisis financiera global.

Los Humvee, que comenzaron a ser fabricados en 1985 por AM General Corporation, desaparecen porque la violencia en el siglo XXI no pasará por las grandes contiendas bélicas entre países, entre ejércitos regulares, sino por los conflictos entre grupos armados irregulares y Estados, con lo que esto implica en transformación de la lógica de la guerra.

Un cambio de paradigma que ya reflejó el año pasado Bob Gates, Ministro de Defensa de EEUU, cuando redujo el presupuesto a los caza F22 y del Future Combat System, para potenciar la fabricación de aviones no tripulados. O como también mostró Obama al tomar la decisión de enviar más soldados este año a Afganistán – del mismo en que lo había hecho Bush en 2007 en Irak con la famosa “surge” – y limitar el uso de los bombardeos para tratar de evitar las bajas entre civiles, cuyo apoyo resulta vital en este tipo de contienda como afirmaba Mao Zedong.

Los días del hombre blanco

De forma similar, los todoterreno Hummer no han sobrevivido a la presión de un mundo que necesita entablar una nueva relación con sus fuentes de energía ante los desafíos del calentamiento global, en el que el acceso al crédito se ha limitado y en el que ante el aumento del desempleo en las naciones ricas, todo gesto de ostentación parece más hiriente que nunca.

Dejando a un lado la consecuente pérdida de puestos de trabajo, que siempre es de lamentar, quien escribe estas palabras debe confesar que se alegró cuando leyó en la prensa que la compañía china Sichuan Tengzhong no se hará cargo de la producción del todoterreno, que ya tiene las horas contadas. Desaparece así el Hummer, símbolo de mal gusto, de prepotencia y de desprecio por nuestro patrimonio común: el medio ambiente.

También dice mucho de la situación que estamos viviendo que el actor Arnold Schwarzenegger, que se dice que fue el inspirador de la mutación del Humvee a vehículo para uso civil, sea ahora el gobernador de California, estado que se encuentra en la más absoluta y desesperadas de las bancarrotas.

Pero quizás estemos frente a cambios aún mayores, que nos cuesta vislumbrar por falta de perspectiva temporal.

Esta segunda fase de la crisis, en la que no son los bancos sino países como Grecia los que parecen al borde del colapso, con una Unión Europea debilitada en la que Alemania no despega y España mucho menos aún, y unos EEUU con cifras macroeconómicas que responden más a las renovación de los stocks de las empresas que a un verdadero repunte de la producción, mientras que países como India, Brasil o China siguen creciendo, tal vez hable del final de la primacía del hombre blanco a escala planetaria que comenzó hace dos siglos con la Revolución Industrial y la colonización.

Fotos: KHV – Andrew Bukto

En taxi a la guerra (una oportunidad ante la crisis)

Los primeros instantes en un país que no se conoce suelen ser de los más estimulantes. Ávido por comprender, por conocer, el visitante absorbe cada detalle del nuevo destino. Hasta el gesto más insignificante subyuga su interés. Después, la mirada se cansa y la capacidad para asimilar información va mermando. Sólo en momentos puntuales vuelve a recuperar esa lucidez, esa hipersensibilidad cognitiva.

Recuerdo con precisión el desembarco en cada uno de los destinos que fatigamos en Viaje a la guerra. El recorrido desde el paso de Erez hasta la ciudad de Gaza, con el estruendo de las bombas israelíes de fondo, el polvo, el calor, la miseria y las montañas de basura.

La autopista del aeropuerto de Beirut, después de la guerra, con los puentes incompletos, tumbados, y los grandes afiches de Hezbolá proclamando su victoria divina. Otro tanto de Sudán, Uganda, Etiopía o las favelas de Río de Janeiro (con el intrépido Cícero al volante).

De este año: el trayecto desde el aeropuerto Jomo Keniatta hasta el hotel 680 de Nairobi cuando el país seguía hundido en la violencia tribal. O el arribo a Kabul, ciudad de muros, soldados en cada esquina, mercenarios en todoterrenos con los cristales tintados y la amenaza latente de atentados suicidas.

O la entrada al Congo, con sus carreteras plagadas de baches y sus policías corruptos en las rotondas, vestidos de amarillo como canarios y pidiendo sobornos a cuantos conductores caían en sus manos.

La narración del conductor

En cada uno de estos desplazamientos iniciáticos siempre ha habido un compañero insoslayable: el taxista de turno, al que le caen las primeras preguntas: ¿cómo está la seguridad? ¿Cómo va el país? Y que éste, que en rara ocasión deja de chapucear algunas palabras de inglés o francés, intenta explicar al viajero. Nunca falla: al llegar al hotel saca su tarjeta y ofrece servicios de día completo, para lo que haga falta.

A la vuelta sucede lo mismo. Ese taxista que me recoge en Barajas y que me lleva de regreso a casa – ese taxista de mil rostros, más o menos locuaz, pero que casi siempre escucha la Cope – es el que da la temperatura de la situación.

Recuerdo que a partir de mayo sus descripciones empenzaron a hacerse más lóbregas. Fueron los primeros en hablar del descenso de pasajeros, de la merma en la capacidad de gasto, de incorporar a su vocabulario esa palabra que hoy parece ser la única que nos ha quedado en el diccionario de nuestro diálogo colectivo: crisis.

Esas miradas de desazón que encontraba en los ojos que veía a través de tantos espejos retrovisores en el extranjero comenzaron a hacerse también habituales en esta parte del mundo. Tanto es así que en los últimos regresos preferí no preguntar, no enfrentarme ya de entrada con esa nube de malestar compartido que pende sobre nuestras cabezas, que empalidece nuestro ánimo, con sus cifras de despidos, de caída en el consumo, de falta de confianza.

Tierra de oportunidades

La crisis está siendo especialmente dura para los que se han encontrado sin esperarlo en el paro, con sus sueños y proyectos varados, truncados.

Pero la crisis es también una tierra de oportunidades, no sólo para los que tienen liquidez y aprovecharán, como suelen hacer en estos momentos de contracción económica, para comprar acciones y propiedades a precio de ganga, para cancelar sus deudas, en definitiva: para invertir a sabiendas de que vendrán tiempos mejores y de que se harán aún más ricos.

La crisis es una oportunidad para todos. También para los trabajadores de pie, que somos los que nos llevaremos la peor parte de esta historia. Resulta innegable que hemos vivido en España años de excesos, de creer que estábamos ungidos por una suerte de derecho divino a una prosperidad desmedida. Nuevos coches, nuevas casa, compras compulsivas, deudas poco meditadas en sus dimensiones y consecuencias.

Para bien o mal, hoy estamos más en sintonía con los problemas del mundo. Esa nube de malestar, de pesimismo, que nos sobrevuela, es el día a día de miles de millones de personas en África, en América Latina, en Asia. La losa de la duda, del miedo, de la desazón, con la que viven desde que nacen.

Los caminos se bifurcan. Podemos mirar hacia otra parte, centrarnos en nuestros propios problemas. O podemos levantar la vista, sentirnos partes de un destino común con el resto del mundo, y comenzar a construir las cosas de otra manera: de forma más sensata, justa con las necesidades ajenas, respetuosa con el medio ambiente. Creo que sería un buen deseo en estos días de encuentro familiar, alto en el camino y reflexión…