Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de marzo, 2014

Veinte años del genocidio de Ruanda: la indiferencia de la ONU (4)

Estados Unidos nunca pidió perdón por haber negado durante semanas el Genocidio. Francia tampoco ha hecho acto de contrición alguno por haber armado, entrenado y apoyado militarmente a los radicales hutus que llevarían a cabo el exterminio tutsi (fanáticos que ya habían perpetrado la matanza de decenas de miles de tutsis en 1991 y que, tras el genocidio, una vez exilados en la República Democrática del Congo, provocarían una guerra que costaría la vida a cinco millones de personas).

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Paradójicamente, quien sí pidió perdón en numerosas ocasiones fue el hombre que desde la propia Ruanda alertó a la comunidad internacional sobre lo que iba suceder. Supongo que esa es la diferencia entre tomar decisiones desde un despacho o estar en el terreno, a pie de calle, mirando a los ojos a la gente, como lo estaba el Mayor General Roméo Dallaire, comandante de la misión de la ONU en Ruanda.

Crónica de un genocidio anunciado

El 11 de enero de 1994, casi tres meses antes del comienzo del Genocidio, Dallaire envió un fax urgente a la ONU en el que describía con asombrosa precisión lo que iba a suceder:

. Los radicales hutus planean asesinar a soldados belgas de la ONU para provocar la salida de Bélgica del país.

. Los interharamwe se están agrupando en grupos de 40 hombres dispersos por Kigale, tras haber sido entrenados por el ejército de Ruanda.

. Los registros que la ONU ha hecho de los tutsis en Kigale podrían ser usados para su exterminio. Los grupos armados se dicen capaces de matar a mil tutsis en apenas 20 minutos.

Esta información Dallaire la recibió de un antiguo miembro de la seguridad del presidente de Ruanda, al que le habían encargado entrenar a los interharamwe. Este hombre, que pedía a la ONU protección para sí mismo y su familia, respaldaba la lucha contra los rebeldes tutsis del RPF pero no la matanza indiscriminada de civiles.

Dallaire, en su fax a la ONU, no solo informa sobre lo que va a suceder sino que traza un plan de acción para evitarlo. Lo primero que solicita es intervenir los depósitos de armas en Kigale. Según el tratado de Paz de Arusha, firmado entre los rebeldes tutsis y el gobierno Hutu de Ruanda en 1993, la capital debía estar libre de armas.

Sin embargo, como sostiene Philip Gourevitch en su magnífico libro We Wish To Inform You that Tomorrow We Will Be Killed With Our Families, los aviones franceses cargados de armamentos ligero no dejaban de llegar a la capital. Los machetes llegaban desde China.

Sin respuesta de NY

Kofi Annan, futuro Secretario General de la ONU, estaba al frente de las misiones de paz de la organización. Iqbal Riza, su mano derecha, respondió esa misma noche al fax de Dallaire, en el que se sería uno de los mayores fallos en la historia de la ONU.

Le decía que no podía incautar las armas, según el mandato de la misión en Ruanda, conocida por el acrónimo UNAMIR. Su obligación era informar al presidente del país de esa actividades y pedirle que actuase.

Tiempo más tarde, Riza se justificaría diciendo que a su despacho en Nueva York llegaban todos los días faxes con noticias alarmantes. Y que aquella información que podría haber salvado la vida de un millón de personas, había naufragado entre las llamadas de teléfono, las visitas, las reuniones, el hilo musical y la distancia.

Dallaire envió el mismo fax a las embajadas de EEUU, Francia y Bélgica, por lo que otros tantos funcionarios y políticos en estos países también fueron informados de lo que iba a suceder.

Veinte años del genocidio de Ruanda: la complicidad de Francia (3)

Sobre las conciencias de Madeleine Albright y Bill Clinton permanece el no haber actuado a tiempo para frenar el Genocidio de Ruanda. Y sobre las de algunos políticos franceses como el fallecido François Mitterrand, Alan Juppé y Dominique de Villepin, una responsabilidad aún mayor: haber colaborado directamente con los extremistas hutus que terminarían con la vida de casi un millón de tutsis y hutus moderados.

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Marzo 2014. Foto: Hernán Zin

Una de las prioridades en política exterior francesa es mantener la influencia en sus antiguos dominios africanos. Si bien Ruanda es una antigua colonia belga, Francia vio en ella la posibilidad de incrementar su poder en un continente inmensamente rico en recursos en recursos naturales, de expandir la llamada francofonía. Para ello, su estrategia fue apoyar a la mayoría hutu, pues veía en los rebeldes tutsis, surgidos en Uganda, a representantes del África anglohablante, británica.

François Mitterrand mantuvo una estrecha relación personal con el presidente Juvénal Habyarimana, perteneciente a la etnia hutu. No le importaba que llevara casi treinta años en el poder, que no hubiese libertad política ni de expresión, que las matanzas contra tutsis se volvieran a reavivar en los años noventa, el gobierno francés enviaba regularmente armamento y militar personal a Ruanda. El hijo de Mitterrand, Jean Christophe, también mantenía una gran amistad con Habyarimana. No en vano se dedicaba al comercio de armas.

Cuando surge en Uganda la guerrilla tutsi del Frente Patriótico Ruandés (FPR) e invade el norte del país para tratar de deponer al dictador, son comandos franceses los que luchan contra estos rebeldes. De no haber sido por la intervención militar gala, el gobierno del presidente Habyarimana habría caído rápidamente en 1991.

Operación Turquesa

Llega el año 1994, el asesinato de Habyarimana es la excusa perfecta para lanzar el genocidio que los ultras hutus llevaban años gestando en los medios de comunicación y a través de los grupos paramilitares conocidos como interahamwe. El ritmo de asesinatos en masa resulta escalofriante, sin embargo, Francia sigue apoyando a los hutus que han tomado el poder tras la muerte de Habyarimana. El dialogo entre París y Kigale es fluido. El gobierno francés vende a su prensa que las matanzas son espontáneas, muestras de ira por el asesinato del presidente hutu, y que suceden en ambas direcciones.

Es recién en el tercer mes del genocidio cuando el Gobierno francés, presionado por la opinión pública, toma la decisión de lanzar una «campaña humanitaria» para salvar a los tutsis. Con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU organiza la Operación Turquesa, que fue en realidad la creación de un corredor que permitió la huida de millones de hutus a la vecina Zaire, incluidos los responsables del genocidio. Del otro lado de la frontera, armó a los ahora rebeldes hutus. En la propia Francia dio asilo a muchos altos cargos del régimen genocida.

Algunos soldados franceses expresaron públicamente su estupefacción al descubrir que habían sido usados para salvar a los genocidas y no a sus víctimas (de hecho, durante la operación Turquesa, decenas de miles de tutsis siguieron siendo aniquilados). El ex presidente Valéry Giscard d’Estaing acusó a las fuerzas armadas francesas de «proteger a los que han llevado a cabo las masacres».

En 2006, un juez francés acusó al actual presidente ruandés Paul Kagame de haber orquestado el asesinato de Habyarimana, cuyo avión, un Falcon 50 jet regalo del primer ministro Jacques Chirac, se estrelló cerca del aeropuerto de Kigali. Investigaciones posteriores apuntan a que fueron hutus extremistas, deseosos de desatar el genocidio, quienes dispararon contra el avión del presidente.

La respuesta de Ruanda, que rompió relaciones diplomáticas con Francia llegó dos años más tarde en un informe de 500 páginas. Esta investigación, basada en 150 entrevistas, sostenía la vinculación de 33 altos cargos y políticos franceses con el Genocidio. Un curioso cambio de tornas si tenemos en cuenta que casi siempre son los gobiernos de Europa y EEUU, o las ONG de estos países, las que acusan de violaciones de derechos humanos.

* Esta serie de veinte artículos sobre los veinte años del Genocidio de Ruanda forma parte de “Matando perros”, mi próximo libro. Se basa en al menos un centenar de entrevistas realizadas en más de 15 viajes a Ruanda y a la vecina República Democrática del Congo a lo largo de los últimos cinco años; así como en los libros escritos por Philip Gourevitch, Linda Poltman, Jean Hatzfeld, Lieve Joris, Linda Melvern, Andrew Wallis, Samantha Power, Daniel Kroslak, Roméo Dallaire; y en numerosos informes de la ONU, de organizaciones de Derechos Humanos y gobiernos.

Me envían desde la Embajada de Francia en España la siguiente información:
En un artículo con fecha de 26 de marzo publicado en un blog de 20minutos.es, se ha acusado a Francia de complicidad en el genocidio ruandés. Esta alegación es gravísima e infundada.
Cuando empezó el genocidio ruandés el 7 de abril de 1994, fue Francia la primera en recurrir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y fue Francia quien recibió el mandato de desplegar una operación humanitaria. Ésta permitió que se evacuaran a miles de personas supervivientes y que miles de personas desplazadas pudieran recibir auxilios y cuidados. Ya en noviembre de 1994, Francia apoyó la creación del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, con quien colabora estrechamente desde el comienzo de sus actividades.
En Francia ha habido un debate sobre nuestra responsabilidad en la tragedia ruandesa y todos los protagonistas franceses y varias personalidades internacionales han comparecido ante una comisión parlamentaria multipartidaria que, además, ha tenido acceso a los archivos sin ninguna restricción. Dicha comisión concluyó, en 1998, que en ningún momento se podía sostener la acusación de responsabilidad de Francia en la comisión del genocidio, si bien se podía lamentar no haberse dado cuenta de que el genocidio ya se estaba preparando en los meses previos.
El informe exhaustivo de esta comisión es de dominio público. Hay que recordar que, desde 1993, llevábamos un acuerdo de paz entre los hutus y los tutsis en el marco de la ONU, y que fue el fracaso de dicho acuerdo el que desencadenó el genocidio.
Existe una discusión legítima sobre la acción de la comunidad internacional antes y durante el genocidio. Francia asume la parte que le corresponde, y además desde hace bastante tiempo, para comprender las innegables insuficiencias de la reacción internacional con respecto al drama ruandés. Los mecanismos jurídicos y políticos resultaron claramente ineficaces para anticipar y prevenir el genocidio. Esta constatación obliga a la comunidad internacional a revisar sus instrumentos, y es la razón por la cual Francia apoya activamente el principio de la responsabilidad de proteger, en virtud del cual las poblaciones deben ser preservadas de todo genocidio, de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad.
La libertad de prensa y la libertad de expresión son unos derechos fundamentales, que Francia defiende con fuerza y que van unidos con el afán de una información justa y del respeto del otro. Es en nombre de esos principios que quería responder, poniendo a disposición de los lectores todos los elementos de una discusión en profundidad sobre la cuestión trágica del genocidio ruandés.
Jérôme Bonnafont, Embajador de Francia en España.

Veinte años del genocidio de Ruanda: el silencio de EEUU (2)

La batalla de Mogadiscio, recreada por la película «Black Hawk Derribado» de Ridley Scott, tuvo lugar los días 3 y 4 de octubre de 1993. Enfrentó a fuerzas especiales de EEUU con los hombres del señor de la guerra Mohamed Farrah Aidid. Terminó con la vida de 18 soldados de EEUU y la de más de mil somalíes. Y significó la salida de las tropas estadounidenses de Somalia. Sería la última vez que este país formaría parte directamente de una misión de paz de la ONU.

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda- Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Para el presidente Bill Clinton aquello supuso una gran derrota. Sobre todo frente a la opinión pública. La foto del soldado Cleveland arrastrado por una multitud de somalíes por la calles de Mogadiscio enfureció al estadounidense medio, que no entendía qué hacían fuerzas de su país en una misión para alimentar a los hambrientos de un lugar de África del que nunca había
escuchado hablar.

Años más tarde, periodistas como Peter Bergen rebelaron que Osama Bin Laden no solo financió a los hombres de Mohamed Farrah Aidid sino que envió a sus propios comandos a luchar contra los norteamericanos en Somalia. Esto hace de la Batalla de Mogadiscio, el primer enfrentamiento entre Occidente y Al Qaeda. Un avance de lo que sería la tónica en la primera década del siglo XXI.

Por eso, cuando seis meses más tarde comenzó el Genocidio en Ruanda, la administración Clinton hizo todo lo posible por evitar tener que volver a mandar nuevamente soldados a África. La primera estrategia que siguió fue negar el Genocidio, pues como suscriptor de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio – que firmó en 1981 – tenía la obligación de intervenir para impedir y castigar los actos tendientes a destruir una nación, etnia, raza o grupo religioso.

Madeleine Albright, en aquel entonces embajadora de EEUU para la ONU, hizo todo lo posible por minimizar lo que sucedía en Ruanda.

Pidió reducir el número de cascos azules de la ONU. Retrasó varias reuniones del Consejo de Seguridad. Cada día de demora, sumaba otros once mil muertos. Muy curioso siendo ella misma una refugiada checa de padres que escaparon del nazismo. Su equipo hablaba a la prensa de un «un posible acto de de genocidio», pero nunca de un genocidio en sí, estrategia ridícula que causaba asombro y estupor entre los periodistas y diplomáticos.

Finalmente, ocho países africanos decidieron intervenir para frenar el Genocidio. Solo pidieron a EEUU apoyo aéreo para transportar las tropas. Bill Clinton accedió pero fue Francia quien intervino a través de la llamada Operación Turquesa, que sirvió más para proteger a sus aliados hutus que para salvar vidas tutsis.

Veinte años del genocidio de Ruanda: un trabajo eficiente (1)

El 7 de abril se cumple el vigésimo aniversario del genocidio de Ruanda. Aquí algunas impresiones, reflexiones, datos y testimonios que he recogido a lo largo de los últimos días en el país de las mil colinas junto a Jon Sistiaga para un documental que emitirá próximamente Canal Plus.

Carné de identidad de ciudadano ruandés en el que se lo identifica como tutsi. Museo del Genocidio. Murambe, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Carné de identidad de ciudadano ruandés en el que se lo identifica como tutsi. Museo del Genocidio. Murambe, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Se suele sostener que el Holocausto resultó un éxito gracias a los medios tecnológicos con los que contaron los nazis para agrupar, controlar y asesinar a judíos y gitanos. Sin embargo, los hutus de Ruanda, que no tuvieron más que pistolas, granadas y machetes, resultaron mucho más eficientes en su particular genocidio contra los tutsis y los hutus moderados.

La diferencia fue que mientras los alemanes dejaron en unas pocas manos la ejecución de la llamada «solución final», en Ruanda desde jóvenes hasta ancianos salieron a la calle a matar. Maestros asesinaron a alumnos; médicos a enfermos. Fue, en este sentido, un genocidio popular.

La ola de muerte que se desató el 7 de abril de 1994 en este pequeño país tuvo un ritmo vertiginoso. Hagamos cuentas. Un millón de personas asesinadas en cien días. Esto equivale a 10.000 muertes al día. 416 por hora. 25 al minuto.

Pero hay dos factores importantes que señalan una eficiencia destructiva superior aún: la mayoría de los muertos tuvieron lugar durante las tres primeras semanas; los asesinos interhamwe se tomaban el genocidio como un trabajo de ocho horas diaria, no más. De hecho, esa era la consigna que daba el gobierno a través de Radio Mil Colinas: salir a matar era un trabajo.

Witness

Witness es un programa de televisión que comenzamos a perfilar con Jon Sistiaga haca ya más de un año, cuando nos dirigíamos a rodar en Uganda sobre la llamada «Ley antihomosexualidad», tema que tantas veces tratamos desde distintos países de África en las páginas de este blog.

Sí, la misma infame ley que finalmente se aprobó el 24 de febrero de 2014, poniendo en riesgo la integridad de miles de gays y lesbianas (una demostración de que mientras luche la guerra en Somalia en nombre de Occidente, el gobierno de Kampala poco tiene que temer a las tímidas amenazas de sanciones de EEUU y Europa, que nunca se harán realidad. Todo esto sin contar que la gran potencia ahora en África es China, que no tiene la costumbre de preguntar sobre los derechos humanos).

Witness es ante todo un espacio para todo el talento audiovisual, narrativo, que hay ahí fuera y que muchas veces no alcanza la visibilidad que merece. Tanto navegando por Internet como hablando con compañeros, yo me he encontrado con auténticas joyas que apenas tenían un centenar de visitas, desde cortos documentales hasta reportajes.

En Witness, vemos primero el vídeo, o un resumen del vídeo, y luego Jon Sistiaga entrevista al autor. Aquí podéis ver el primer programa.

Uno de los aspectos más interesantes de Witness es que Jon y yo no solo seleccionamos vídeos que nos recomiendan o que encontramos en Internet, sino que estamos abiertos a vuestras propuestas. Así que ya sabéis, si tenéis una buena historia, enviádnosla.

Por mi parte, preparando todo para salir hacia Ruanda, donde se cumplen 20 años del genocidio. Y desde donde escribiré este blog las próximas semanas.