A pesar de la discapacidad que sufre, Jeanette continúa enfrentándose cada día las empinadas y serpenteantes cuestas de Kadutu, uno de los barrios de chabolas más vastos y multitudinarios de la República Democrática del Congo.
Progresa hacia el centro de la ciudad de Bukavu en busca de trabajo. “Nadie quiere contratar a una mujer a la que le falta una pierna”, se lamenta mientras avanza lentamente sobre el suelo de tierra.
Desde que conocimos a Jeanette Mabango hace un año, su situación económica ha empeorado. Explica que se le ha terminado la ayuda que le brindaba la ONG Women for Women, para la que confeccionaba no sin poco esmero y talento pequeñas muñecas de tela, alambre, lana y cartón.
Jeanette, que vive en una escueta chabola de paredes de adobe en Kadutu, ausente de luz y agua corriente, dice que lleva tres meses de retraso en el pago del alquiler. Una deuda que asciende a treinta dólares (20,68 euros) y que ha llevado al casero a ponerse en campaña para echarla, lo que genera a Jeanette no pocas tensiones con los vecinos.
“Ahora, cuando vean que unos hombres blancos han pasado a visitarme, pensarán que tengo muchísimo dinero y me vendrán a molestar”, afirma.
Bienvenida Noelle
El otro problema acuciante que tiene es el comienzo de las clases. Debe pagar la matriculación de sus cuatro hijas en la escuela y de la nueva integrante de la familia: Noelle. Una niña de nueve años que nos mira con timidez desde un rincón. La hija de una prima lejana que murió en la guerra, que acaba de llegar y que ha sido acogida sin quejas, quizás por aquello de que en África son las familias las que actúan como red de seguridad social.
No importan cuán lejanos y tenues sean los vínculos, parece haber siempre un plato más en la mesa, un espacio más en el suelo para dormir («Por más pobre que sea, un africano nunca rechaza al que viene de fuera. Es algo que tenemos en nuestro ADN», explica Selemani, que nos hace de guía y traductor).
“Lo que sufrí me ha arruinado la vida para siempre. No sólo en lo físico por la violación de los soldados hutus, también tuve que dejar mi casa, la tierra que cultivaba y con la que me ganaba la vida”, dice Jeanette. “El gobierno no hace nada para ayudarnos a las víctimas de la guerra”.
El cámara y el productor que me acompañan desde España se sienten profundamente conmovidos ante el relato de Jeanette. Le compran todas las muñecas que le han sobrado del pasado año. Una bolsa llena de pequeñas mujeres de labios prominentes y cabello rizado, que llevan cestas sobre la cabeza, que cargan a sus hijos a las espaldas.
(Fotografía: HZ)
Continúa…