Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Niños, piedras y soldados de EEUU en Afganistán

Apenas escuchan el sonido de los blindados, los niños salen corriendo a la carretera. Poco les importan las nubes de tierra que se levantan al paso de los vehículos, que les cubren el rostro, los brazos, que los cincelan como sombras, como meras siluetas, bajo el sol que cae a plomo en el bochorno del verano de Afganistán.

Los soldados les han puesto nombre. Los llaman “los niños del polvo”. En cada una de las misiones diurnas en la que he salido con ellos del cuartel del valle de Tagab, los hemos encontrado, allí, junto a la ruta, levantando los brazos, pidiendo un regalo, una limosna.

“Al principio les tirábamos botellas de agua, bolis, pero ya no lo hacemos”, me comenta Cox, que viaja a mi lado en el blindado MRAP. “Tememos que un día uno se cruce y pase una desgracia”.

No sería la primera vez que esto ocurre en una zona de conflicto. Es consecuencia de las prisas, del miedo, del encuentro entre la apacible vida rural, en la que los niños vagan a su antojo, sin que sus padres estén encima de ellos, y el desembarco de la parafernalia militar y humanitaria de Occidente.

Sucede en el norte de Uganda, en donde los camiones del PMA (Programa Mundial de Alimentos), se han llevado la vida de numerosos niños en su raudo paso por las aldeas, flanqueados por vehículos armados que los protegen de los posibles ataques del LRA.

Tuvo lugar también hace poco, al sur del río Litani, en Líbano, cuando un blindado español colisionó contra un autobús escolar. La pequeña Noor, de nueve años, sufrió importantes heridas en la cara y en uno de los brazos, según informó Mikey Ayestaran en su blog. Heridas que le van a suponer numerosas operaciones a lo largo de los años.

Una piedra

Según me comenta Hernández, mi otro compañero en la parte trasera del MRAP, la presencia de los niños resulta siempre un buen augurio. Verlos en la carretera significa que los talibán no han planeado emboscada alguna. De otro modo, desparecen. Sus padres los meten en las casas. “La gente sabe cuando los terroristas no están por atacar”, explica.

Anochece en el valle de Tagab. La misión de hoy es establecer un puesto de control en la carretera principal. Los niños se acercan una y otra vez. Nos llaman a los gritos. Nos saludan. Hasta que arrancamos de regreso al cuartel. Es el momento crítico, el que suelen utilizar los talibán para lanzar sus granadas, cuando los convoyes dan media vuelta y los soldados se relajan.

Por la ventana posterior del MRAP veo que un niño coge una piedra. Corre y nos la tira. Acto seguido, el resto de los pequeños hace lo mismo.

De Nicaragua a los periodistas muertos en guerra: un modelo de comunicación horizontal

Última etapa de este recorrido por los recuerdos del 2007… Después de Líbano vino Nicaragua, por donde acababa de pasar el huracán Félix. La inmersión en la fascinante cultura de los miskitos y el dolor de descubrir que la ayuda humanitaria no llegaba, y que en muchas de las aldeas arrasadas por el temporal los niños pasaban hambre.

También, a lo largo del año, algunas historias de compañeros que perdieron la vida, en la sección Morir para Contar. Como el gran Tim Lopes, con cuyo hijo Bruno, tuve la suerte de poder conversar tras haber visitado la favela Morro do Alemao.

Se cierra el círculo

Ahora vuelta al comienzo en Argentina, en una suerte de círculo que se cierra. Y otra vez esta mesa, pero con nuevo libro, que os tiene por segunda ocasión como cómplices escribas, al igual que el año pasado con Llueve sobre Gaza

Más allá de ser un espacio en el que se cuentan historias del mundo, en este sentido veo también Viaje a la guerra como un lugar de encuentro de personas con motivaciones similares, con una forma parecida de ver la vida. Algo que sería muy difícil de conseguir hoy en el mundo real, por las prisas, por lo escindidos que normalmente estamos.

Siempre he añorado los cafés de tiempos pretéritos, como el Gijón o el Comercial, en que la gente se sentaba a hablar sin mirar el reloj, sin estar empujada por la realidad. Cafés que eran una escuela de vida. Y creo que el blog tiene algo de eso.

Un modelo horizontal

Viaje a la guerra me ha dado muchas satisfacciones. Desde el premio de la Fundación Bip Bip, hasta numerosas menciones en la prensa, tanto sea el periódico Haaretz de Israel como en El Periódico de Aragón. Rescato una reseña de la periodista Susana Reinoso que salió la semana pasada en La Nación, ya que menciona la relación que mantenemos todos los que nos encontramos aquí regularmente.

Más tarde, Hernán Zin se atrevió con la operación de castigo colectivo del gobierno israelí de Ehud Olmert sobre la población de la franja de Gaza, luego del secuestro del soldado Gilad Shalit en 2006. El resultado fue Llueve sobre Gaza (Ediciones B), un libro asfixiante sobre las condiciones de vida de los habitantes, que Zin compartió en vivo. En una notable combinación de recursos, merced a las nuevas tecnologías, 20 Minutos articula las vibrantes crónicas periodísticas de Zin, con videos de sus recorridos por sitios inenarrables donde malvive la gente.

El más reciente desafío de Zin, encarado desde su blog, ha sido prohijar un libro sobre los muros que dividen al mundo en el siglo XXI. La novedad de este libro es que se nutre, abiertamente, con los aportes reveladores de sus lectores. «Por causa del muro de Cisjordania, declarado ilegal por la Corte Internacional de La Haya, miles de niños pierden buena parte del día en los check points para llegar a la escuela», escribe Zin. Su libro –que parte con la caída del Muro de Berlín–incluye otros conceptuales, como el de muro de la información, la brecha entre ricos y pobres y los muros mentales-espirituales

Lo llamativo, en esa blogocrónica conmovedora que Zin construye con la ayuda de sus lectores es el intercambio que nutre lo que será un libro en el futuro. Y el ritmo en la recopilación de datos sobre los ignominiosos muros de este siglo –México-EE.UU, India-Pakistán, Arabia Saudí-Yemen– es inédito. La comunicación es hoy un impactante camino de dos vías, que se cruzan en el instante exacto en que es imprescindible contar la vida.

Y es una razón de orgullo, algo que tomo como una buena señal, que alguien se haya fijado en la dinámica de un espacio que más que nunca creo que aspira a ser horizontal, de diálogo, de intercambio de ideas, porque hace tiempo que he dejado de creer en la comunicación vertical, en la que uno habla y los demás escuchan.

A través de Internet nos vamos acercando a un modelo más plural y democrático. Y esa es una de las razones de ser de Viaje a la guerra: no sólo dar voz a los oprimidos, a los olvidados, sino ser un lugar para hablar sobre la violencia, sobre la pobreza, sobre el cambio climático, y sobre cómo podemos hacer para construir un mundo más justo.

Lo dicho amigos: ¡muchas gracias por estar allí cada día, por sumaros a esta iniciativa, y los mejores deseos para el 2008!

Un día más con vida: Líbano y las malditas bombas de racimo

A veces pensamos que las guerras terminan cuando se declara el alto el fuego. Pero lo cierto es que continúan, no sólo en los heridos, en los mutilados, en la familias que lo han perdido todo, sino también en la munición que queda sobre el terreno. Un día más con vida en la posguerra de unos de los conflictos más brutales de los últimos años.

Si quieres averiguar más, sumar tu voz, lo puedes hacer en la campaña Armas bajo control, que intenta conseguir una nueva ley de armamentos para España. Y, específicamente sobre las bombas de racimo, puedes apoyar la siguiente iniciativa: Di no a las bombas de racimo.

El horror, el horror… final del recorrido por la prisión de Jiam

“El horror, el horror”, musitaba el protagonista de El corazón de la tinieblas al recordar lo que había vivido al adentrarse en las fauces del río Congo. Una frase escrita por Joseph Conrad, extraordinario novelista polaco, que no sólo ha reverberado en la mente de innumerables lectores a lo largo de los años, sino que parece haber sido una suerte de vislumbre de lo que sería el siglo XX con sus guerras, su destrucción y su furia. Un siglo en cuya historia de la infamia la cárcel de Jiam tiene un lugar destacado.

El año pasado, durante la guerra con Hezbolá, Israel bombardeó la prisión de Jiam para que no quedaran huellas o recordatorios de los crímenes contra la humanidad allí cometidos desde que abrió la cárcel en 1985 hasta que la cerró en el 2000, cuando se retiró del sur del Líbano respondiendo, tras 22 años de ocupación, a lo exigido por la Resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU en 1978.

Camino entre las ruinas de la antigua cárcel. Sólo escucho el silbido del viento que se cuela ente los escombros. Al fondo del solar, en el único edificio que ha quedado en pie, recorro lo que queda de las celdas, cuyas camas continúan intactas, como las dejaron sus antiguos moradores, latentes aún de incertidumbre, de dolor. Dicen los testimonios de los supervivientes que no podían dormir por las noches debido a los gritos de los torturados.

Llevo en la mano un informe de Aministía Internacional que relata lo que sucedía en la prisión: “Durante años, la tortura y los malos tratos habían sido habituales en Jiam, donde los detenidos se hallaban recluidos al margen de todo marco legal. En el momento de su liberación quedaban allí 144 detenidos, algunos de los cuales llevan hasta 14 años recluidos sin cargos ni juicio».

Continúa el informe: «Entre ellos había cinco mujeres, dos de las cuales, Cosette Ibrahim y Najwa Samhat, fueron hospitalizadas en marzo debido a enfermedades causadas por torturas y malos tratos. Se creía que durante los 15 años anteriores habían muerto en Jiam 16 detenidos como consecuencia de torturas«. En las pocas paredes que han sobrevivido a los misiles aún se ven los carteles con los nombres de quienes no aguantaron los castigos físicos y murieron aquí. Hasta el año pasado, el antiguo centro penitenciario funcionaba como museo al que decenas de libaneses se acercaban cada día.

El horror de Jiam. Y Jalal, amigo, chofer y traductor, se mete en una de las salas de tortura. Allí los prisioneros eran encerrados en cajas metálicas que eran apaleadas para crear un ruido ensordecedor. Los miembros del Ejército del Sur del Líbano (ESL), milicia financiada y dirigida por Israel para hacer el trabajo sucio durante la ocupación, también empleaban técnicas como las descargas eléctricas y colgar a los prisioneros de los postes a la intemperie, bajo la nieve.

El bombardeo de la cárcel por parte de Israel, como en 1996 durante la masacre de Qaná, terminó con la vida de cuatro cascos azules de la ONU. Detrás de la cárcel, hoy hay un monumento en su honor. El gran reportero Robert Fisk narra lo sucedido aquel día de 2006 . «El humo se ve también a mi izquierda, sobre la ciudad de Jiam, donde un puesto de observación aplastado queda como el único recordatorio de los cuatro soldados de la ONU -la mayoría de ellos decapitados el martes por un misil fabricado en Estados Unidos- muertos por la fuerza aérea israelí. Soldados indios del ejército de la ONU en el sur del Líbano, visiblemente conmovidos por el horror de traer a sus camaradas canadienses, fijianos, chinos y austriacos de vuelta en por lo menos 20 pedazos, desde el puesto de la ONU, al lado de la prisión de Jiam, dejaron sus restos en el hospital de Marjayún ayer a la mañana».

Con su pluma afilada e implacable, continúa Fisk, que lleva 30 años como corresponsal en la zona: «En años anteriores pasé horas con sus camaradas en este puesto de la ONU que está claramente marcado con pintura blanca y azul, con la bandera celeste de la ONU frente a la frontera israelí. Su deber era reportar todo lo que vieran: el cruel fuego de misiles de Hezbolá desde Jiam y la brutal respuesta israelí contra los civiles del Líbano. ¿Era por esto que debían morir, después de haber sido blanco de los israelíes durante ocho horas, mientras sus oficiales le rogaban a la Fuerza de Defensa israelí que cesara el fuego? Un helicóptero israelí hecho en Estados Unidos se ocupó de eso».

De más está decir que Ehud Olmert salió a decir que se trató de un error. Y que la condena de esta Unión Europea ausente de voz y pusilánime, nunca llegó. El único que se quejó fue Kofi Annan, que exigió una investigación del «aparentemente deliberado» ataque. Aunque después, debido a la presión, tuvo que retractarse.

El horror de las torturas, de la infamia, de Jiam. Pero también el horror de la guerra, de las mentiras y los intereses económicos que la provocan. El horror de la hipocresía de los líderes, de su falsa moral, de su cobardía. Como escribía Conrad: «El mal escondido en la profundas tinieblas del corazón humano».

La cárcel de Jiam y el germen de Hezbolá

Llego finalmente a Jiam, la infame cárcel, escenario de torturas, asesinatos y violaciones a los derechos humanos, acerca de la que tanto he leído. La puerta sigue en pie, como en las fotografías de antaño. La única diferencia es que ahora ya no flamea la bandera israelí sino las del Líbano y Hezbolá.

Al superar la verja de entrada descubro que, donde habían estado los edificios que daban vida a la prisión, ahora no se suceden más que montañas de escombros. El panorama resulta desolador. El susurro del viento. La ausencia de personas. Y, a los lejos, los Altos sirios del Golán, ocupados por Israel en 1967, las disputadas granjas de Cheeba y las primeras poblaciones israelíes. Nunca deja de sorprenderme lo escuetas que son las distancias en esta parte del mundo, y lo abismales que son los odios que las magnifican.

El año pasado, durante la guerra con Hezbolá, Israel destruyó la antigua cárcel para borrar toda huella de las atrocidades que había cometido contra los libaneses que había retenido en su interior. En el bombardeo, los misiles de los F16 hebreos se llevaron la vida de cuatro observadores de la ONU. Hoy, al entrar, lo primero que encuentro es una enorme foto que muestra la prisión antes, durante y después del impacto de los misiles fabricados en EEUU.

Otras fotos, clavadas en medio de los escombros, dan testimonio del horror que se vivió en las celdas de esta prisión que comenzó a funcionar en 1985, y a la que no pudieron entrar los miembros de la Cruz Roja hasta 1995. Torturas, palizas, celdas en las que los prisioneros malvivían hacinados, a cielo abierto.

Israel invadió por segunda vez Líbano en 1982 para enfrentarse a la OLP. Su avance llegó hasta la ciudad de Beirut, donde se posicionó durante tres años con consecuencias tan nefastas para la población local como la matanza de Sabra y Chatila, que las milicias cristianas perpetraron – y de las que ayer se cumplieron 25 años – con la connivencia de Ariel Sharon (que fue juzgado en Israel en 1985 y que tuvo que dejar su cargo como ministro de Defensa).

En aquellos días, los chiíes del sur del país no vieron con malos ojos la presencia de las tropas hebreas, ya que ellos mismos habían padecido la violencia de la OLP. Sin embargo, en lugar de retirarse una vez que los líderes palestinos abandonaron el país de los cedros en dirección a Túnez, los israelíes se quedaron en la parte meridional, primero hasta el río Asawi y luego hasta el río Litani, en un ocupación que duró hasta el año 2000 y que fue el germen de Hezbolá.

Las violaciones a los derechos humanos, las detenciones arbitrarias, los toques de queda, la destrucción de casas, terminaron por levantar a la población chií en contra del Tsahal y de la milicia cristiana que había articulado: el Ejército del Sur de Líbano (ESL). Irán, decidido a exportar su revolución islámica, comenzó a brindar ayuda a los chiíes que, primero con atentados con coche bomba dirigidos a los soldados, y luego con toda clase de armamentos, se empezaron a enfrentar a las tropas ocupantes.

¿Por qué los israelíes se quedaron tanto tiempo en el sur de Líbano? Existen diversas teorías. La primera es que Ariel Sharón albergaba la idea de crear un Gran Israel. Ya en 1919, durante la Conferencia de paz de Versalles, los sionistas habían señalado su deseo de que el Estado judío llegara al río Litani, para poder tener así mayores fuentes de agua. Pero Francia, que en aquellos momentos dominaba Líbano, se opuso. Otra teoría señala que David Ben Gurión había siempre deseado tener como vecino en el norte un estado cristiano, razón por la cual Israel había armado a los maronitas desde el comienzo de la guerra civil en 1975.

Fuera cual fuera la razón de la ocupación, lo cierto es que la estrategia de Sharón demostró ser un grave error, pues de sus excesos en la zona surgió la semilla del odio con que se gestó Hezbolá. Su enemigo más acérrimo, el único que ha logrado hacerle frente en el plano militar.

En 1992, el brazo armado del Partido de Dios comenzó a contar con misiles Katyushas, así como con armas cada vez más modernas, gracias a las que infligía daños cada día mayores a la tropas de ocupación. Los combatientes chiíes había encontrado un punto débil, situado entre la torreta y la base, en los hasta el momento indestructibles tanques Merkava II. La televisión Al Manar, nacida ese mismo año, se encargaba de hacer llegar a Israel las imágenes de las bajas sufridas por los soldados hebreos.

La izquierda israelí, más fuerte en aquellos tiempos, comenzó a preguntarse qué hacían en Líbano, si los palestinos ya se había ido. Varios movimientos populares empezaron a presionar al gobierno para que terminar con la ocupación. Pero fueron cuatro valientes madres israelíes del kibbutz Gadot, situado en el norte de Galilea, las que empezaron la revolución que terminaría con 22 años de presencia hebrea en Líbano. Se reunían cada día en el cruce de Machanayim. Encendían velas por los soldados muertos. Otras mujeres se sumaron a ellas. La prensa rápidamente les prestó atención. Y su movimiento se conoció como el de las «Cuatro Madres». Ellas decían que no entendían por qué estaban luchando sus hijos. Por qué razón debían morir.

La presión de esas madres consiguió que el 25 de mayo del año 2000 las tropas israelíes se retiraran. Fecha que se conmemora en Líbano como el Día de la Resistencia y de la Liberación. Una acción que consiguió que otras mujeres, situadas en el lado opuesto de la Línea Azul, pudieran correr hacia la prisión de Jiam para encontrarse con sus maridos e hijos, como muestran las fotografías que se suceden en este lugar en el que el viento, único sonido que nos rodea, parece susurrar lamentos, parece albergar voces cargadas de dolor.

Continúa…

Crónicas que querría no tener que escribir: torturas en la prisión de Jiam

Hay artículos que me gustaría no tener que escribir. Hay realidades a las que no querría tener que acercarme. Me sucede bastante a menudo. Y hoy, mientras recorro el sur del Líbano en dirección a la prisión de Jiam, me embarga una honda desazón.

Regresan a mí los recuerdos de otro lugar también cargado de horror, sufrimiento e ignominia. Un lugar que conozco muy bien: el centro de detención de Tuol Sleng, donde los jemeres rojos torturaron y asesinaron a más de 16 mil personas a lo largo de los cuatro años, entre 1975 y 1979, en que tomaron el poder en Camboya.

Camboya fue uno de los países donde comencé, a principios de los años noventa, mi labor como periodista. En aquellos tiempos viajaba una y otra vez a Phnom Penh para escribir sobre las minas antipersona, las acciones de los jemeres rojos, el desembarco de la misión de paz de la ONU y la salida de las tropas vietnamitas. A pocas manzanas de la pensión de Narim, lugar pintoresco en el que me solía alojar, estaba aquella antigua escuela, silenciosa, abandonada, en la que la guerrilla de Pol Pot había cometido algunas de sus acciones más atroces.

Historia de un genocidio

Durante la contienda bélica de Vietnam, en un hecho que salió a la luz años más tarde, la aviación de EEUU lanzó sobre Camboya, país que se había mantenido neutral, más bombas que durante toda la segunda guerra mundial. Fue un plan secreto, urdido por el infame «doctor» Herny Kissinger, que causó millares de lo que ya en aquellos años se llamaba eufemísticamente «daños colaterales».

Los ataques sobre territorio camboyano dieron un espaldarazo a la guerrilla mahoista de los jemeres rojos que, una vez terminada la guerra, y con el rey Norodom Sihanouk en el exilio – ese soberano amante del jazz, director de cine, divinidad reencarnada y demagogo insuperable -, tomó el poder en 1975.

Su ejército de adolescentes entró victorioso a Phnom Penh y, en un acto inesperado, comenzó a echar a la gente rumbo a la zonas rurales hasta dejar la ciudad desierta ya que el plan de Pol Pot era convertir a Kampuchea en una sociedad agraria sin dinero, hospitales, profesionales de clase alguna o familias. El éxodo masivo, y las brutales condiciones en las que se trabajaba en el campo, provocó la muerte a más de un millón de personas.

La prisión de Tuol Sleng, también conocida como S21, es uno de los pocos recordatorios que quedan en pie de la brutal estrategia colectivista de Pol Pot, un hombre que se había educado en París y que había pergeñado una versión del marxismo casi más radical y genocida que la de Stalin. Paradójicamente, debido al veto de China, el Consejo de Seguridad de la ONU nunca se pronunció en su contra.

Cuando los vietnamitas tomaron Phnom Penh crearon un museo en el S21 empleando las fotos que los mismos jemeres rojos tomaban de sus víctimas. Ahora el museo tiene un aspecto más sobrellevable, pero cuando entré por primera vez aún conservaba montañas de calaveras y manchas de sangre en el suelo. En el momento en que Camboya fue liberada de los jemeres rojos, todavía había personas en las camas de torturas. Sólo cuatro de las 16 mil que por allí pasaron lograron sobrevivir.

La impunidad del «doctor»

Henry Kissinger no pagó por sus crímenes en Camboya. Como tampoco lo hizo por alentar el genocidio indonesio en Timor Oriental, que costó la vida a 200 mil personas, ni por su influencia en las matanzas en Bangladesh, ni por haber dado luz verde al golpe de estado en Chile que terminó con Allende, ni por su respaldo a la Operación Condor y la junta de Videla.

Aunque se han desclasificado documentos que lo incriminan en todos estos casos (y en varios más como el apoyo a Saddam Hussein contra los kurdos en 1975 o a los crímenes del Sha iraní), sigue asistiendo a fiestas en Nueva York y continúa vendiendo los millonarios servicios de la asesoría Kissinger Associated a quien los pueda y desee pagar. Aunque hoy tenemos una corte internacional de justicia en la Haya, y más allá de los precedentes sentados por el juez Garzón, parece que esas actividades jurídicas sólo están orientadas a dictadores de medio pelo caidos en desgracia. Los líderes de las naciones poderosas nunca pagan por sus crímenes.

De todas las descripciones que se han hecho de Kissinger, la que siempre me ha parecido más afilada es la de Joseph Heller, autor de Trampa 22, el mejor libro escrito sobre la locura de la guerra. «Kissinger no va a ser recordado en la historia como Bismarck, Metternich o Castlereagh, sino como un odioso schlump (chapucero) que hacía la guerra alegremente». El primer reportero en acusar de crímenes contra la humanidad al antiguo Secretario de Estado norteamericano, fue el gran periodista Seymour Hersh. Úno de los últimos, el ahora neoconservador Christopher Hitchens, con su libro Juicio a Kissinger, a cuyas acusaciones el «doctor» no respondió con argumentos ni demandas judiciales. Sólo se limitó a decir públicamente que era un «antisemita».

Rumbo a Jiam

¿Por qué me obstino en ir hoy a la prisión de Jiam? Porque en buena medida explica la historia reciente del sur de Líbano. Allí, durante la ocupación, el Ejército de Israel, a través de los miembros Ejército Armado del Sur (SLA), torturó a cientos de libaneses como bien señalan no sólo los testimonios de los supervivientes sino los informes de organizaciones independientes como Amnistía Internacional.

Fue otro de los gérmenes del odio y la indignación en los que se gestó el brazo armado de Hezbolá que terminó por expulsar a las tropas ocupantes de Israel en el año 2000. Y fue, asimismo, uno de los objetivos que la aviación hebrea bombardeó en 2006 – matando a cuatro cascos azules de la ONU – para que no quedara huella de las violaciones a los derechos humanos que se sufrieron en sus mazmorras, para privar a los libaneses de este recordatorio del horror.

Cruzo el último puesto de control. Paso junto a un destacamiento español del a FINUL. Y asciendo por la carretera que me conduce a Jiam. Los recuerdos de Camboya se obstinan en acompañarme. Sé que la magnitud de los sucedido en ambos lugares no resulta comparable. Pero tengo la lóbrega certeza de que una vez más me voy a enfrentar a lo más abyecto de la condición humana.

Continúa…

La masacre de Marwahín

Kadija Murua se mueve con dificultad. Avanza asida a su bastón de madera, lentamente, apoyándose con la otra mano en cuanto objeto encuentra a su paso. A los 74 años de edad, vive sola en la planta baja de una casa situada apenas a tres kilómetros de la frontera con Israel.

Tras haber perdido una hora en el último puesto de control del Ejército, donde una vez más me han tenido esperando hasta que comprobaron con la central de inteligencia que mis papeles estaban en regla, llegué Mazraat el Bidaya, el pueblo en la que vive Kadija, cuando ya el sol se comenzaba a diluir en las mansas aguas del Mediterráneo.

Como ya había hecho en Caná, y en varios otros lugares del sur del Líbano, mi idea era recavar información sobre una de las tantas masacres de la guerra del 2006. En este caso, la que tuvo lugar durante el día 15 de julio cuando una familia huyó de de su casa en la aldea de Marwahín para tratar de encontrar refugio en un cuartel cercano de Naciones Unidas después de que aviones israelíes lanzasen octavillas en las que ordenaban a los vecinos que abandonaran sus casas.

Los cascos azules franceses les prohibieron el acceso, por lo que la familia decidió seguir camino hacia la ciudad de Tiro. En una de las curvas de la sinuosa carretera su vehículo fue alcanzado por un misil disparado desde un F16 de la aviación israelí. Según cuentan los testigos, la visibilidad era excelente, y la sección posterior de la camioneta Datsun carecía de techo, por lo que se podía identificar perfectamente que se trataba de menores de edad y no de combatientes de Hezbolá.

La masacre de Marhawín conmocionó al mundo porque tuvo lugar en el tercer día de ofensiva israelí. Terminó con la vida de 23 personas, de las que nueve eran niños. Y creo que es importante recordar, una vez más, que fue la respuesta del gobierno de Ehud Olmert no a un ataque con misiles ni a una invasión, sino al secuestro de dos soldados por parte de Hezbolá, una práctica que Israel realiza de forma sistemática: detener a personas fuera de su territorio, sin hablar ya de los miles de palestinos que están en sus cárceles ausentes de cargos en su contra, juicio o condena. Una acción por parte de Hezbolá a la que Israel respondió en el 2004 negociando, pero que en esta ocasión rechazó, según algunos analistas, alentada por EEUU para golpear de forma indirecta a Irán.

Recordemos también que Israel ejecuta, dentro y fuera de su territorio, una política sistemática de asesinatos selectivos, como la que terminó el 16 de febrero de 1992 con la vida del anterior secretario general de Hezbolá, Sayed Abbas Musawi, y con tantos dirigentes palestinos. Lo curioso de todo este asunto es que en sus apariciones públicas, Ehud Olmert se llena la boca hablando de terrorismo. Si entendemos al terrorismo como la voluntad de golpear deliberadamente a gente inocente para conseguir objetivos políticos, religiosos o sociales, quizás el señor Olmert debería mirarse al espejo al pronunciar esta palabra, ya que su estrategia del año 2006 en la guerra contra Hezbolá fue atacar deliberadamente a la población civil destruyendo los puentes, las centrales eléctricas, las carreteras, para devolver a Líbano “veinte años en el tiempo” y para crear un estado de opinión contrario al Partido de Dios (estrategia que no le salió bien, pues ante semejante despliegue de barbarie casi todo el país terminó respaldando a Hezbolá).

Ahora, mientras anochece en el sur de Líbano, voy de casa en casa hablando con la gente para buscar detalles sobre la vida de la familia asesinada mientras huía de Marhawín. Como sucede tantas veces en esta profesión, me encuentro con un testimonio que no esperaba: la conmovedora historia de Kadija, esta anciana que pasó los 33 días de la guerra encerrada entre la despensa y el baño de su casa, sola, sin televisión ni radio, sin nadie que la viniera a rescatar.

Continúa…

Celebración en Líbano ante la derrota de Fatah al Islam

En las calles de Beirut se escuchan bocinas, gritos de celebración. Los lujosos coches que suelen sucederse por rue Hamra, el corazón comercial de la capital del país de los cedros, en este momento avanzan haciendo flamear banderas del Líbano, blandiendo emblemas del Ejército.

Hace apenas dos horas la lucha entre el grupo terrorista Fatah al Islam y las fuerzas armadas libanesas llegó a su fin cuando los soldados gubernamentales mataron a los últimos 37 combatientes, y tomaron prisioneros a una docena, que desde hacía más de tres meses estaban atrincherados en el campo palestino de refugiados de Nahr al Bared.

“Son unos fanáticos, no tienen miedo a morir, por eso resisten de esta manera”, me explicó el jueves un ex militar británico, alto funcionario de Naciones Unidas en Líbano, en referencia a la tenacidad con la que los terroristas, no más de un centenar, estaban logrando resistir a los envites de todo un Ejército. “Y cuentan con la red de túneles cavados por la OLP en los años setenta, que se dice que recorren todo el campo”.

Para los más de 40 mil palestinos, que se habían visto obligados a abandonar el diminuto campo de apenas dos kilómetros cuadrados de extensión, es un motivo de alivio. Y en estos momentos, todas las televisiones, sean de la tendencia que sean, desde la pro gubernamental Future TV hasta Al Manar, la cadena de Hezbolá, muestran a los vecinos caminando por las inmediaciones de Nahr al Bared, saludando a los soldados, acercándose a ver los restos de la destrucción.

Pero no sólo para los palestinos esta victoria resulta una razón de alivio ante el final del asedio al campo en el que viven desde 1948, también para todos los libaneses, pues se ha tratado del peor episodio de violencia interna desde que la guerra civil terminara en 1990. En total ha costado la vida a 158 soldados y a más de cuarenta civiles.

En este pequeño y diverso país, cuya política interna está siempre plagada de preguntas sin responder, aún nadie parece saber a ciencia cierta de dónde ha salido Fatah al Islam. La versión más aceptada lo retrata como una facción palestina vinculada a Siria, ya que su cabecilla era el militante palestino Shakir al-Abssi (que parece que ha logrado huir del asedio militar). Según sus palabras, Fatah al Islam buscaba imponer la ley islámica en los campos de refugiados y luchar contra Israel.

Otras opiniones afirman que está vinculado al partido del desaparecido Rafik Hariri, que procuraba una milicia sunní para equilibrar la fuerza de Hezbolá, que es una organización chií. También está quien dice que fue EEUU quien armó a este grupo también para que hiciera frente a el Partido de Dios. De lo que no queda duda es de que sus integrantes son de distintas nacionalidades, y su ideología está ligada a Al Qaeda, con un discurso antioccidental e islamistas radical.

Esta victoria permitiría a los libaneses centrarse en el gran reto que los espera en el mes de septiembre: la elección de un nuevo presidente, lo que implicaría, según los reclamos de la oposición, una revisión de la ley electoral y de la forma en que se reparte el poder en este país. El candidato que hasta ahora podría salir ganador, el general Michel Suleyman, hasta el momento aceptado por todos, vería su imagen reforzada con esta victoria del Ejército.

Mi desembarco en Líbano hace tres semanas coincidió con un preocupante titular del periódico The Daily Star: “Grupos huidos de Nahr al Bared amenazan con atentados bomba por todo el país”. Lo único que queda ahora preguntarse es si los militares han terminado su trabajo, o si, una vez más, como tantas veces en el pasado, la paz resulta una mera ilusión que las células aún activas de Fatah al Islam se encargarían de hacer saltar por los aires.

Agresiones del Ejército de Israel a civiles: ¿errores o política de Estado?

Ehud Olmert ha pedido «perdón» por el error técnico que el pasado miércoles costó la vida a 18 miembros, la mayoría mujeres y niños, de la familia Al Kafarna en la localidad de Beit Hanun. La investigación apunta como culpable del asesinato a un «radar que funcionó defectuosamente».

Una vez más, nadie parece hacerse responsable de lo sucedido. No habrá investigación judicial. Todo quedará dentro del ámbito del Ejército de Israel. Ni los ciudadanos de este país, ni nosotros, tendremos la oportunidad de conocer otra versión que no sea la de los altos mandos castrenses.

Reviso los cuadernos en los que tomaba apuntes cuando estaba en Gaza y en Líbano, recorro algunos informes de organizaciones de Derechos Humanos, y descubro numerosos casos de agresiones contra civiles. Sólo la familia Al Kafarna, la más numerosa de Beit Hanún, ha perdido a más de 30 integrantes desde junio.

Estas son algunas de las acciones de Ejército de Israel que han conmocionado a la opinión pública mundial desde el mes de junio:

1. MUERTE EN LA PLAYA DE LA FAMILIA GALIA

El 9 de junio, la familia Galia había ido a pasar el día a la playa de Gaza, huyendo del calor y de la miseria del barrio en el que vivía en la localidad de Beit Lahia. El proyectil disparado desde un barco israelí terminó con la vida de siete de sus integrantes. El vídeo de Huda Galia, de once años, fue emitido por televisiones de todo el mundo.

Al principio, el Ejército israelí argumentó que una mina de Hamás había matado a la familia. Pero las investigaciones de Human Rights Watch descubrieron la verdad. Cuando estaba en Gaza pude hablar con varios miembros de la familia, así como con el cámara que filmó las imágenes y con los médicos que los recibieron en el hospital.

Cinco minutos antes, otra familia había sido atacada desde el mar, por lo que los Galia se pusieron de pie y llamaron por teléfono a un taxi para que los viniera a buscar. Fue en ese momento cuando los alcanzó el proyectil.

2. ASESINATO CASCOS AZULES EN LÍBANO

El día 25 de julio, cuatro observadores de Naciones Unidas murieron como consecuencia de las bombas israelíes. Hasta en diez ocasiones se pusieron en contacto con los mandos de Israel para avisarles de su posición, ya que el fuego se acercaba progresivamente al lugar en el que se encontraban.

El secretario general de la ONU, Kofi Annan, afirmó que el ataque contra la FINUL fue deliberado, pese a haber aceptado las excusas del primer ministro israelí Ehud Olmert.

3. SEGUNDA MASACRE QANA

Al principio se hablaba de 56 víctimas mortales tras lo sucedido el 30 de julio. Después la cifra bajó a 28, de las que 14 eran niños. Las tareas de rescate, en medio de la guerra fueron sumamente complejas y se vieron interrumpidas en varias ocasiones. El gobierno de Olmert argumentó que Hezbolá había utilizado a los civiles como «escudos humanos». (No entro en la absurda polémica sobre si el chupete del bebé está limpio en las fotos, me parece una afrenta a la inteligencia y un insulto a los muertos).

Diez años antes, el 18 de abril de 1996, otro error de la aviación hebrea terminó con la vida de 102 personas también en Qana, en el marco de la brutal Operación Uvas de la Ira. El gobierno de Israel se disculpó diciendo que se había tratado de un error, y argumentó que tenía noticias de la presencia de milicianos de Hezbolá.

El vídeo de un casco azul de Naciones Unidas, originario de las islas Fidji, muestra a un avión no tripulado volando por la zona antes del ataque, por lo que los mandos castrenses israelíes tenían una visión muy clara de lo que sucedía. Esta revelación, y el informe posterior de la ONU, dejaron en muy mal lugar al gobierno de Israel, que había afirmado que no tenía aeronaves en el momento en la zona.

Tal fue el estupor mundial que, dos semanas más tarde, Israel dio por terminada la Operación Uvas de la Ira tras firmar un acuerdo con Hezbolá, en el que ambas partes se comprometían a respetar a civiles (para Hezbolá, llamada siempre organización terrorista por la administración de Jerusalén, significó un importante reconocimiento, ya que estaba rubricando un tratado de igual a igual con un Estado).

4. MUERTE DE LA FAMILIA AL KAFARNA

El pasado miércoles, 18 miembros de la familia Al Kafarna murieron cuando estaban en su casa en Beit Hanún. La mayoría eran mujeres y niños.

Vale la pena recordar que, el lunes, el fuego de los tanques hebreos alcanzo a un autobús escolar, matando a Ramzi Al Ashrafi, de 16 años, y provocando irreparable daño cerebral a Najwa Khleif, una maestra de 20 años. La Operación Nubes de Otoño dejó como saldo 63 palestinos muertos, la mayoría civiles, entre los que se cuentan dos conductores de ambulancias.

De mi propio archivo rescato otras tres historias de Gaza:

5. HIRIYA AL ATTAR Y SU NIETO NADI

El día 24 de junio, una abuela, su sobrino y su nieto volvían de trabajar en el campo, en la localidad de Beit Lahia, cuando los impactó un proyectil disparado desde Israel.

La abuela, Hiriya Al Attar, de 58 años, y el nieto, Nadi, de 11 años, morían en el acto. El sobrino, Ahmed Al Attar, recién casado, perdió las piernas.

6. LAS MUJERES DE LA FAMILIA OKAL

El día 28 de julio, un proyectil israelí impactaba contra al salón de la casa de la familia Okal, en medio de la incursión en el barrio de Siyaía, en Gaza.

La madre, que estaba embazada, y dos de sus hijas morían en el instante. La tercera niña, perdería la vida tres días más tarde en el hospital Al Shifa.

7. HUDA NATOUR Y SUS HIJAS

La noche del 6 de agosto, Huda Natour, de 44 años, era alcanzada por la munición de un avión no tripulado cuando huía por las calles de Rafah, ya que los tanques acababan de entrar, junto a sus tres hijos.

Dos murieron a las pocas horas: Kifah, una joven de 16 años, y Amar, de 15, su hermano. El tercer niño perdió una pierna. Ella fallecería a los quince días debido a la gravedad de las heridas.

¿Errores o política de Estado?¿Se puede juzgar a los culpables?

Cuando los «errores» se suceden de forma tan regular, casi metódica, resulta lógico preguntarse si se trata realmente de equivocaciones, o si responden a un error estratégico general, a una idea equivocada de la clases de acciones que se deben emprender.

Si esta serie de ejemplos, y tantos otros que figuran en los archivos de organizaciones de derechos humanos palestinas e israelíes, como el Palestinian Centre for Human Rights o Betselmen, además de Human Rights Watch y Aministía Internacional, que tuvieron lugar a lo largo de seis meses, sirven para demostrar que se está actuando de forma deliberada contra la población civil, o que no se toman las precauciones debidas a la hora de evitar las lesiones que puedan sufrir, ¿se podrá juzgar a los responsables?

Esa es la pregunta fundamental: ¿en qué momento la sucesión de «errores» pasa a ser una conducta de Estado sujeta al escrutinio de un tribunal?

¿Puede tomar la Corte Internacional de la Haya estos datos para convertirlos en pruebas que permitan llevar a juicio a Ehud Olmert y Emir Peretz según lo establecido en el artículo 146 de la Cuarta Convención de Ginebra?

¿Los puede juzgar por considerar desproporcionada y mal implementada la decisión de comenzar una guerra, que terminó con la vida de 1300 personas, como consecuencia del secuestro de dos soldados por parte de Hezbolá?

¿Cómo funcionan los mecanismos legales a nivel internacional? ¿Quién pone en marcha una investigación de esta clase? ¿Se puede juzgar a los imputados en ausencia? ¿Es un precedente lo que sucedió con Ariel Sharón con respecto a las masacres en los campos de refugiados palestinos en Líbano de Sabra y Chatila?

¿O la Corte Internacional de Justicia de la Haya sólo actúa con contundencia cuando se trata de dictadores y militares africanos o yugoslavos caídos en desgracia? ¿Tiene poder y respaldo para enfrentarse a gobernantes en activo?

La semana que viene formularé estas preguntas a un experto que ha llevado al banquillo a numerosos acusados de violar los derechos humanos.

Guerra en Líbano y Gaza: un laboratorio de nuevos armamentos 2

Bombas de uranio en Líbano

Hace dos semanas, el Comité sobre Riesgos de Radiación de la Unión Europea dio su veredicto sobre las muestras de tierra extraídas de los cráteres dejados por bombas israelíes en las ciudades libanesas de Al Tiri y Jiam (donde se encontraba la infame prisión en la que eran torturados los prisioneros libaneses durante los 22 años de ocupación de Israel). Los resultados señalaban «altos signos de radiación».

Análisis posteriores, en los laboratorios Harwell de Inglaterra, confirmaron la presencia de uranio en las muestras, según señala un reportaje publicado en The Independent por Robert Fisk.

Aún no se sabe qué clase de armamento era el que contenía uranio. Se especula con que se trate de una nueva munición que Israel habría probado por primera vez en territorio de Líbano. Hasta ahora, el Ejército hebreo no ha dado explicación alguna sobre estas conclusiones científicas.

Las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña utilizaron misiles con uranio durante la Primera Guerra del Golfo, en 1991. Cinco años más tarde, una plaga de cáncer se extendió por el sur de Irak.

El problema de este tipo de armamento es cuando impacta en superficies resistentes, como tanques o coches, que esparcen las partículas de uranio por el aire.

Esperar una respuesta satisfactoria por parte del Gobierno de Israel acerca de estas armas resulta ilusorio. Ya en 1982 negó haber empleado bombas de fósforo, lo que luego fue desmentido por las evidencias científicas y por los testimonios recogidos por periodistas de cuerpos sin vida que «se incendiaban» al llegar a la morgue.

Hasta ahora, se ha demostrado que empleó en Líbano bombas de racimo, bombas de fósforo, y ahora estas nuevas armas con uranio.

Israel podrá argumentar que no están prohibidas por la comunidad internacional. Es cierto, al ser armas de reciente desarrollo, aún no han sido proscritas. Pero no se puede ignorar que el tercer protocolo de la Convención de Ginebra prohíbe expresamente la utilización de material militar que pueda tener consecuencias a lo largo del tiempo en la población civil, como sucedió con las bombas de uranio en Irak en 1991 (que, para sorpresa de todos, volvieron a ser empleadas durante la invasión de 2003, aunque a menor escala).

Lo que sí va quedando claro es que las recientes guerras en Oriente Próximo no sólo han demostrado un desdén absoluto hacia los no combatientes, sino que fueron utilizadas como verdaderos campos de experimentación de nuevos armamentos.

Y la pregunta que me hago es si alguien pagará algún día por violar sistemáticamente las normas del Derecho Internacional Humanitario.