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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Una carretera al infierno en Afganistán (2)

El enorme camión que yacía varado en medio de la carretera obligó al convoy en que viajábamos a detenerse. Durante unos minutos, el oficial al mando de los cuatro blindados MRAP en que nos desplazábamos habló a través del sistema de comunicación con sus subalternos para evaluar la situación.

Soldados de EEUU, Rumania y Afganistán cortan la Carretera Número 1, que une Kabul con Kandahar por la amenaza de una bomba casera. Los vehículos particulares aguardan durante horas bajo el sol (Foto: Hernán Zin).

Tras los cristales tintados, sumidos en el constante resoplar del aire acondicionado, todos observábamos al conductor de aquel transporte de mercancía, que se encontraba con medio cuerpo metido en el motor, sudado, manchado de grasa, tratando de arreglar el mecanismo averiado. Podría tratarse de un infortunado transportista o de un terrorista talibán esperando a nuestro paso para activar la carga explosiva y mandarnos a todos al carajo.

Cuando el comandante dio la orden de avanzar, lo hicimos a una velocidad sumamente lenta. Nos superaban las tortugas, con holgura. O al menos a mí me lo pareció así. No en vano, en un momento me descubrí apretando inconscientemente el suelo del blindado con las botas, como si fuera mi propio coche en Madrid y quisiera acelerar.

Paradójicamente, en otras zonas peligrosas, como lo cráteres dejados por previas bombas caseras (y que los terroristas suelen utilizar para colocar nuevos explosivos), el convoy apretaba más el paso y avanzábamos a la máxima velocidad. Mientras más rápido, mayor la posibilidad de que quien active el explosivo no logre reaccionar a tiempo.

Paciencia, mucha paciencia

Así viajan los militares del ISAF por la Carretera Número de Afganistán, que une las dos principales ciudades del país: Kandahar y Kabul. Como veíamos en la entrada anterior, todo un símbolo de lo que ha salido mal desde la invasión de 2001. La que se suponía que debía ser la espina dorsal de la prosperidad se ha convertido en una gran fosa a cielo abierto, en una ruleta rusa de pavimento, que sólo en 2012 ha engullido más de 200 vidas.

Si es complicado para los militares, con sus coches blindados, y el apoyo de zepelines de vigilancia, aviones no tripulados y helicópteros, para los civiles recorrer esta carretera es un infierno.

Cada bomba encontrada en el camino los obliga a pasar horas detenidos, bajo el implacable sol, esperando a que los desactivadores terminen su trabajo. Las filas de Toyotas Corolla de segunda mano – que al igual que en África es el coche más extendido en Afganistán – y de camiones pintados de colores se extienden a lo largo de kilómetros.

Durante los diversos recorridos que realizamos con Jon Sistiaga por esta carretera hace unas semanas, no en pocas ocasiones hemos visto a conductores enfadados, desesperados, que mandan todo a la mierda y se saltan los controles militares para detener el tráfico o que optan por ir por la banquina, levantando nubes de polvo, incluso a riesgo de llevarse por delante otra bomba.

Un día a día tan tedioso, absurdo y peligroso como la propia guerra que los condena a no poder desplazarse con normalidad.

Rumbo a Afganistán: Diccionario del reportero empotrado (1)

Nunca falta el amigo o conocido que cuando dices que te vas a ir «empotrado» con las tropas de EEUU en Afganistán, suelta una risita burlona. Por un extraño giro del lenguaje, en su cabeza empotrado es sinónimo nada más y nada menos que de sodomizado, para decirlo con cierta elegancia. O sea, no vas a ir «empotrado con» sino que serás «empotrado por» los soldados. Supongo que cada uno proyecta sus propias fantasías sobre el plácido e inocente discurrir del relato ajeno.

Empotrado junto a la 101 Aerotransportada en el Valle de Tagab, Afganistán, en julio de 2008.

Como vimos en estas páginas hace unos años, justamente después de «empotrarnos» con la 101 Aerotransportada en Afganistán, no se trata algo nuevo. El mismísimo Robert Capa se sumó a los integrantes de la compañía E, pertenecientes al 16 Regimiento de la 1ª División de Infantería, en el arribo a la playa de Omaha el 6 de junio de 1944.

Así que aunque tomó relevancia con la invasión de Irak de 2004, lo cierto es que es una práctica tan antigua como este mismo oficio. Ya en el siglo XIX los cronistas se sumaban a los militares para ir a la guerra.

Supongo, otra vez, que después depende de cada uno dejarse empotrar o no narrativamente por los soldados. Hacer el esfuerzo de recorrer el país en busca de otros puntos de vista desde los que contar la historia. O, simplemente, ser crítico con esos militares que quizás hasta en un momento te protegieron o te salvaron la vida. Saber librarse así de cierta lógica sodomía afectiva e intelectual.

Incrustado y encamado

El término en inglés tampoco ayuda a quitarle connotaciones no deseadas al asunto. Se dice «embed», lo que a simple vista parece querer decir «encamado». Osea, que compartes lecho con la unidad a las que sigue. Lo cual, lamentablemente, en algunas bases muy pequeñas o puestos de avanzada, es literal dada la falta de espacio que duermas codo con codo con la soldadesca.

A empotrado y encamado podríamos sumarle «incrustado», que de vez en cuando aparece en crónicas periodísticas y que tampoco suena demasiado agradable. En este caso, las asociaciones sexuales o de otra índole las dejo en manos de los lectores. A ver qué sombras proyectáis sobre la palabra.

Visto en perspectiva, no resulta llamativo que exista un término propio para describir este asunto, pues si algo caracteriza a los militares es su pasión por las armas, por el papeleo y por crear su propio metalenguaje en base a neologismos y acrónimos impronunciables.

Si nada se tuerce, la cuenta atrás para viajar a Afganistán sigue corriendo y en poco tiempo más estaremos de regreso en el Hindu Kush. Así que es esta una gran oportunidad para que recuperemos y ampliemos el Diccionario del periodista empotrado que comenzamos en 2010 (aquel mismo año hicimos también un Diccionario carcelario argentino, cuando estuvimos fatigando los penales de Buenos Aires en busca de historias).

La mayoría de los términos que componen nuestro Diccionario español-empotrado ofrecen no poco lugar para la reflexión sobre la lógica de la guerra en el siglo XXI, como veremos a partir de la próxima entrada.

Volar para contarla: los peligros de aterrizar en Somalia

Volar para contarla es una sección de este blog que se originó en junio de 2008 en la terminal número dos del aeropuerto de Dubai. Exactamente en el momento en que levanté la cabeza y descubrí en la pantalla que los primeros vuelos de la mañana tenían como destinos nada más y nada menos que Kabul, Mogadiscio, Bagdad y Peshawar. Quizás fuera por el cansancio del viaje desde Madrid, pero comprar un pasaje al azar en aquel sitio o jugar a la ruleta rusa parecían casi lo mismo.

Pilotos mexicanos del PMA a punto de partir hacia Mogadiscio, Somalia (HERNÁN ZIN)

Fue entonces cuando me pregunté qué clase de gente es la que toma esos vuelos. Y lo que descubrí a mi alrededor, y luego en el autobús hacia la aeronave, fue una curiosa amalgama de personal humanitario, efectivos militares, diplomáticos, contratistas-mercenarios y resignados habitantes del lugar.

Si a esto le sumamos los eventuales terroristas – que según la prensa se desplazan desde Europa y EEUU a Dubai para luego ir a luchar a lugares como Somalia – cada pasaje de cada avión constituía una suerte de resumen, de síntesis, de los protagonistas de esas guerras.

Pilotos rusos

Después llegó el momento verdaderamente revelador, que terminaría de modelar la idea que daría vida a Volar para contarla: bajé del autobús, me puse en la cola antecedido y sucedido por dos tipos barbudos vestidos con idénticos salwares blancos y gorro de lana estilo ensaimada, y vi cómo el piloto – un enorme ruso con la camisa abierta y cadena de oro sobre el pecho – le daba patadas con la punta de los pies a los neumáticos para comprobar si tenían suficiente presión.

Allí surgió la pregunta que daría vida a esta sección: ¿Quiénes son los pilotos que cada día se la juegan para volar a zonas en guerra?

La historia de aquel avión, perteneciente a la compañía Pamir Airways – sobre el que escribí fascinado por la tarde, apenas llegué a Kabul, al igual que mi admirado compañero Mikel Ayestaran -, nunca encontró sitio en Volar para contarla porque se estrelló dos años más tarde en el norte de Afganistán.

Tenemos dos ruedas

Pero sí lo han hecho muchas otras que hemos ido contando en esta sección. Una forma asimismo de tratar de entender cómo funciona esa otra industria de la aviación, la que casi nunca vemos, la que se desplaza por países no sólo en guerra sino casi ausente de infraestructuras, la que mueve por el mundo tanto sea ayuda humanitaria como armas, drogas o especies protegidas.

Una sección de este blog que hace un par de años comenzó a convertirse en un documental cuyas historias he estado desgravando y subtitulando estos días en Buenos Aires. Un documental, a medio hacer – otro más en la lista – del que rescataré uno de los testimonios que más me ha gustado: el del piloto keniano Andrew Waruru.

Un personaje en toda regla al que acompañé a través de Somalia. Extraordinario por su compromiso ético, por su valentía y por su sentido del humor. Basta decir que cuando se nos pinchó un neumático al despegar de la ciudad de Galkayo, me dijo riendo a carcajadas: “No te preocupes, tenemos dos”.

La liberación de Mogadiscio

Las milicias de Al Shabab han abandonado Mogadiscio rumbo a Merca y otras ciudades del sur del país. Una excelente noticia para el presidente Sharif Ahmed y su Gobierno Federal de Transición, para las tropas de la AMISOM, para la comunidad internacional y, sobre todo, para los habitantes de la capital de Somalia que llevan ya cuatro años sufriendo los abusos de los integristas y las brutales consecuencias de la guerra.

Soldados de AMISOM en Mogadiscio (Reuters)

¿Por qué decidieron salir de Mogadiscio, donde, como vimos en nuestro paso por la devastada urbe en el mes de noviembre, tenían un vasto control? Suyos eran los barrios del norte y el mercado de Bakara, importantísima fuente de recursos para la financiación de la guerra. Sin contar con el dominio absoluto que tienen en el sur del país.

La respuesta no es sencilla, como nada lo es en Somalia, pues son varios los escenarios que parecen haberse puesto en su contra a lo largo de los últimos meses.

La guerra

Desde que la Unión Africana lanzara una vasta ofensiva el 18 de febrero, Al Shabab ha recibido numerosos golpes – muerte de combatientes extranjeros y de altos mandos de la organización – que la han hecho retroceder poco a poco en el mapa de la urbe bañada por las aguas del Índico. Retroceso del que fuimos dando cuenta en las páginas de este blog.

Sin dudas, un éxito para la Unión Africana en su conjunto, que empieza a demostrar que puede hacerse cargo de los asuntos de la región más allá de su paupérrimo presupuesto. Y en lo personal, una victoria para el presidente ugandés Yoweri Museveni, que en plenas elecciones decidió elevar el número de soldados que sumaría a AMISOM.

Tras el atentado perpetrado el año pasado año por Al Shabab en Kampala durante el Mundial de Fútbol, con un saldo de 76 muertos, Museveni podría haber optado por disminuir su contribución a la fuerza de paz de la Unión Africana, que está conformada principalmente por soldados ugandeses. Ellos han sido las principales bajas en estos meses de conflicto junto a sus pares de Burundi.

Un éxito también para el gobierno del presidente Sharif Ahmed, cuyas fuerzas, entrenadas por EEUU y la UE, participaron asimismo de la ofensiva.

Este antiguo miembro de la Unión de Cortes Islámicas ha sufrido no sólo atentados que terminaron con las vidas de varios de sus ministros sino también luchas intestinas en su Ejecutivo, como la que mantuvo con el ahora ex primer ministro Mohamed Abdullahi Farmajo, que dejó el cargo tras el llamado Acuerdo de Kampala, firmado en junio.

En noviembre fuimos testigos del escaso poder que tenía más allá de Villa Somalia, su residencia.

El hambre

La otra razón para la salida de Al Shabab es sin dudas la brutal hambruna que está padeciendo el Cuerno de África, pero especialmente el sur de Somalia, la zona bajo su control. Además de impedir el arribo de asistencia humanitaria, en los últimos días los integristas han estado bloqueando la partida de los refugiados en busca de ayuda.

Todo esto habla de un caos que necesita más hombres para ser controlado, a lo que hay que sumarle la propia presión de los combatientes con respecto a la situación de sus familias. Los integrantes de Al Shabab son en buena parte descastados, ajenos a los grandes clanes.

Si se mantiene el control del gobierno sobre Mogadiscio, las organizaciones no gubernamentales podrán articular mejor su labor de ayuda humanitaria, que hasta ahora se realizaba mayoritariamente desde Nairobi.

Los aviones con alimentos ya no tendrán que arriesgarse a los disparos con RPG desde el agua o el fuego de mortero desde la ciudad cada vez que aterrizan en el aeropuerto Aden Abdullah Osman Daar, escenario de tantos atentados en los últimos años.

El regreso

Quien conozca la historia de estos veinte años de guerra civil en Somalia sabe que se puede estar ante una victoria temporal, efímera; que las milicias de Al Shabab pueden haber optado por replegarse para minimizar los daños y luego regresar. De hecho, ayer seguían los combates en Mogadiscio, de la que se dice que aún controla un 10%.

Algo parecido sucedió en 2006, cuando las tropas etíopes invadieron el país respaldadas por la administración de Washington. Los islamistas de la Unión de Cortes Islámica retrocedieron hacia el sur del país.

No tardaron mucho en recuperar Kismayo, su bastión – que cayó en manos etíopes el 1 de enero de 2007 -, para lanzar luego una contraofensiva. Fue entonces cuando Al Shabab, el brazo armado de los islamistas, se hizo fuerte desplazando a los elementos más moderados y reforzando los lazos con Al Qaeda. Las fuerzas etíopes abandonaron finalmente el país en 2009.

Es posible que la historia se vuelva a repetir. Y que Al Shabab vuelva a Mogadiscio apenas la coyuntura le sea más favorable.

El 90% de los muertos en el ejercicio del periodismo son reporteros locales

Es una observación que siempre intento traer a colación y enfatizar cuando surge la cuestión de los riesgos de trabajar en zonas de conflicto: más allá de las altisonancias de ciertas coberturas internacionales y del inevitable juego de vanidades que está presente en esta profesión como en casi todas, lo cierto es que el mayor peligro lo corren siempre los periodistas locales.

El Comité para la protección de periodistas refleja esta realidad en el informe que publicó hace dos semanas sobre la muerte de profesionales de la información a lo largo del año 2010:

A nivel global, casi el 90% de las víctimas eran reporteros locales que cubrían cuestiones que afectan a sus comunidades. Entre ellos se encuentra Sardasht Osman, un reportero iraquí que fue secuestrado en la vía pública y luego asesinado después de describir supuestas corrupciones en el Gobierno de Kurdistán.

El caso de Sardasht Osman explica en cierta medida por qué los periodistas locales, cuyas crónicas pocas veces superan las fronteras de sus países o reciben premios internacionales, componen la mayoría de los 42 profesionales de la información muertos en 2010:

. Suelen trabajar en Estados débiles, fallidos, corruptos

Estados que poca protección les pueden brindar y que ofrecen de antemano a los agresores la certeza de que sus crímenes quedarán impunes.

Nahúm Palacios Arteaga, presentador de noticias fue asesinado por sicarios en la puerta de su casa. El Comité denuncia que las autoridades hondureñas sólo comenzaron a investigar lo sucedido meses más tarde, como respuesta a las presiones internacionales. El día 30 de diciembre, Henry Suazo, locutor de radio, murió en circunstancias similares, lo que vuelve a demostrar el predominio de la impunidad en Honduras.

Bielorrusia parece ser hoy el lugar en el que la prensa está en jaque (por el propio gobierno de Minsk). Inquietan también las nueves leyes contra la libertad de expresión en Venezuela y Hungría (que, además, asume la presidencia de la UE).

. Sus crónicas y denuncias tienen un impacto directo en sus comunidades

Germain Cyrille Ngota Ngota, periodista camerunés fue detenido después de que le preguntara a un asesor del presidente sobre el pago de comisiones ilegales por parte de la compañía pretrolera estatal SNH. Murió asesinado en prisión.

Preocupan a nivel mundial el aumento de los secuestros, que sumaron 51 reporteros en 2010, veinte más que durante los dos años anteriores. Somalia, Afganistán y México encabezan la lista.

. Son fácilmente localizables

Luis Carlos Santiago, fotógrafo de El Diario de Ciudad Juárez, murió como consecuencia de disparos. Esto llevó al periódico a publicar un editorial en el que reconocía a los narcotraficantes como el poder de facto en la ciudad. Les preguntaba: “¿Qué quieren de nosotros?”. México, Indonesia y Honduras se han posicionado el pasado año entre los lugares más violentos para la prensa.

. Se exponen de forma reiterada y sostenida a la violencia

Tras años de predominio de Irak, Pakistán está ahora en el primer puesto de peligrosidad para los periodistas, con ocho compañeros muertos en 2010. La mayoría eran reporteros de televisión que perdieron la vida en fuego cruzado o por atentados suicidadas (esto último suele suceder cuando, tras una primera deflagración, aparece otro terrorista en la zona que atenta contra las fuerzas de seguridad y personal sanitario que se ha acercado para atender a las víctimas. Una estrategia habitual hace unos años en Irak).

Ejazul Haq, de 42 años, falleció por una bala perdida cuando cubría para una cadena local el enfrentamiento entre militares paquistaníes y terroristas suicidas en una mezquita de Lahore, en el mes de mayo. Resalta también, el informe del Comité para la protección de periodistas, que ahora son los reporteros de televisión las principales víctimas – casi el 40% -, desplazando a la prensa escrita.

En recuerdo de Didace

Ahora que me encuentro en Buenos Aires, editando finalmente el documental «La guerra contra las mujeres» – fruto de tres años de rodaje, principalmente en la República Democrática del Congo – expresar el recuerdo y la admiración por Didace Namujimbo, otro periodista local anónimo y valiente, que tuvo la generosidad de orientarme y pasarme contactos a los pocos días de haber desembarcado por primera vez en Bukavu.

El 21 de noviembre de 2008 lo mataron de un disparo en la cabeza cuando volvía a su casa en el barrio de Ibanda. Con el había estado hablando justamente del asesinato, un año antes, de Serge Maheshe, otro de sus compañeros de Radio Okapi.

Foto: Reuters.

Somalia, Congo, Uganda, Bosnia, Ruanda… balance de fin de año en Viaje a la guerra

Se nos escapan las últimas horas del 2010, de la primera década del siglo XXI, y toca hacer balance de lo vivido, también aquí en Viaje a la guerra. Un balance que no podría ser más positivo.

El mero hecho de poder seguir recorriendo el mundo, contando historias, en medio de tantas complicaciones económicas y de incertidumbres en la profesión, no deja de ser en sí un privilegio, un triunfo, algo que celebrar y agradecer.

. ARGENTINA

Comenzamos el año fatigando a lo largo de tres meses los barrios más marginales y conflictivos de la provincia de Buenos Aires: desde Ciudad Oculta, pasando por Isla Maciel, la villa 1-11-14 y el barrio Ejército de los Andes (Fuerte Apache). Entrevistamos a políticos, gendarmes, sociólogos, jóvenes armados y víctimas.

La idea era tomar el pulso a la violencia urbana de esta parte en el mundo. Problema que se ha situado en el primer puesto de las preocupaciones de los lationamericanos, superando al desempleo. Una región que despega, que levanta la cabeza, y que se empieza a ver lastrada por el uso de las armas.

. NUEVA YORK

En mayo realizamos varias entrevistas en la sede de la ONU, lugar cuyas decisiones, informes y operaciones están siempre presentes en las entradas de este blog.

. BOSNIA HERZEGOVINA:

En julio asistimos al 15 aniversario de la masacre de Srebrenica (ver vídeo junto al maestro Gervasio Sánchez). Dentro de la investigación que llevamos años realizando sobre la violencia sexual – que será la base del documental, «La guerra contra las mujeres», que estreno en 2011 – visitamos aquellos sitios en que las mujeres fueron encarceladas y violadas de forma sistemática: desde Foca, pasando por Visegrad y la periferia de Sarajevo. Entrevistamos a víctimas y activistas que luchan por llevar a prisión a los culpables de semejantes atrocidades.

. KENIA:

Una vez más, Nairobi se convirtió en nuestra base en África. Lugar de encuentro con amigos, preparación de viajes y descanso. Volvimos a Kibera, el barrio de chabolas más grande de África (escenario de mi último documental, «Villas Miseria»). También estuvimos en la barriada de Korigocho.

Coincidimos, en la capital keniana, con algunos hechos destacados como la promulgación en julio de la nueva constitución – que quita poderes al presidente y descentraliza la administración –, fugaz paso de Omar al Bachir incluído, y el viaje en noviembre de William Ruto a La Haya, líder kanlenjin, para enfrentarse a las acusaciones lanzadas por Moreno Ocampo.

. RUANDA:

De paso hacia la República Democrática del Congo, durante el mes de julio, nos encontramos con un proceso electoral muy cuestionado por la detención de opositores y la censura a la prensa. Como era de esperar, Paul Kagame, aliado cada día más incómodo de Occidente, ganó las elecciones.

. RD CONGO

Por tercer año consecutivo volvimos a Congo Kinshasa. Mes de agosto. Nos reencontramos con víctimas de la violencia sexual como Vumilia, Jane y Janette. Lidiamos con el torpe acoso de la Policía Secreta y nos desplazamos a las minas, en esta ocasión, en la región de Kamituga, pues los minerales siguen estando en la base de este conflicto que ha terminado con la vida de cinco millones de personas. La elección de Kamituga estuvo condicionada por el oro, dada la caída del precio del coltán.

. UGANDA

Fue uno de los primeros destinos de Viaje a la guerra, en 2006. Resultó muy satisfactorio descubrir la desaparición de la gran mayoría de los campos de desplazados en la región acholi, así como el desarrollo de Gulu (ver vídeo). El viaje tuvo lugar a principios de septiembre. Nos volvimos a encontrar con Rosemary Nyrumbe, que sigue realizando una extraordinaria labor en favor de las niñas secuestradas por el LRA.

. SOMALIA

Sin dudas ha sido el punto culminante de nuestros viajes. Hacía cuatro años que estaba intentando poner los pies en Mogadiscio. Finalmente, el día 1 de noviembre, este deseo se hizo realidad (ver vídeo). Además de la maltrecha capital, dividida entre AMISOM y Al Shabab, pasamos por Garowe, Galkayo y Bosaso, en la región semiautónoma de Puntlandia (epicentro de la piratería en el país).

. SOMALILANDIA

Interesante descubrimiento, sobre el que pienso escribir en próximas entradas. Hargeisa es como uno se imagina a Somalia si algún día termina la guerra civil.

Tras este breve repaso a lo escrito y vivido este cuarto año de Viaje a la guerra, agradeceros a los lectores por la compañía, las palabras de amistad, las reflexiones, críticas y sugerencias (muchas de las cuales, signo de los tiempos, han pasado por la página de FB). Asimismo, por qué no, a los que entran sólo para gastar una broma, cabrearse o incordiar (curioso, nunca salen del anonimato y pasan por FB). No deja de ser una muestra de atención e interés.

Después, por supuesto, a los responsables de este periódico por seguir apoyando Viaje a la guerra más allá de la complicada crisis que estamos viviendo. Y a los compañeros de 20 Minutos, por la amistad y la complicidad.

Foto: Recorrido por Mogadiscio en blindado de la Unión Africana.

Bum, bum, bum… Afganistán (vídeo)

Hace un par de semanas reverberaron en la noche de Madrid estruendos de fuegos artificiales – quizás alguna celebración deportiva o el final de las fiestas de alguna localidad vecina – que me devolvieron a las semanas que pasé junto a la 82 División Aerotransportada del Ejército de EEUU en el Valle de Tagab. Apenas caía el sol en aquel perdido confín de la geografía afgana, comenzaba indefectiblemente la danza de los morteros de 120 mm en dirección a las montañas.

Al poco tiempo de haber llegado, como el martilleo de los cohetes me impedía dormir, me arranqué a escribir un «bum» en el tirante de madera de la cama superior en respuesta a cada detonación. Una suerte de juego, divertido en un principio, pero que luego se volvió tan absurdo y tedioso como las largas noches en vela. En tres días ya había abarrotado de onomatopeyas el lecho de mi vecino próximo al techo. Sin embargo, los artilleros continuaban infatigables en su laboriosa misión de sembrar de metralla cuanto nos rodeaba.

En realidad, la culpa no era de ellos, sino del comandante que había decidido situar la base Kutchbach en medio de un valle que conduce directamente a Pakistán. Los talibanes de la zona, y los que venían del vecino país, no podían reprimir la tentación y se abocaban obstinados a tratar de alcanzarnos con sus viejos e imprecisos cohetes soviéticos desde las laderas de las montañas que nos rodeaban. Éramos un pato de feria en toda regla. La estrategia de defensa de la 82 Aerotransportada consistía en lanzar periódicos disparos preventivos, que se sucedían con mayor velocidad cuando llegaba información de la llamada intel (inteligencia) sobre movimientos de insurgentes por la zona.

En alguna ocasión acompañé a los muchachos de la compañía Able en sus misiones para tratar de cazar a los talibanes en las montañas, pero la mayor parte de las noches las pasaba en la base. Para combatir el insomnio, además de sumar «bum, bum» a las tablas de madera, salía a jugar con los perros o a fumar bajo las redes diseñadas para impedir el impacto directo de los morteros. La luz roja en la cabeza, iluminando las piedras; el run run de los aire acondicionados; y esa detonación, anunciada siempre con un fire, que te hacía agacharte inconscientemente. Una honda sensación de soledad, de estar en el fin del mundo, en la luna. Si caía algún proyectil talibán, el gran acontecimiento de la mañana siguiente era acercarse a ver dónde había impactado.

Los niños de la guerra

Recuerdo la noche en que crucé la hilera de vehículos MRAP y las letrinas para hablar con los artilleros. Me sorprendieron muchas cosas: los pantalones cortos y las camisetas; la forma casual, casi despreocupada, en que lanzaban los morteros; pero sobretodo cuán jóvenes eran. Siempre supe que la guerra es una cuestión de niños que son enviados por sus mayores a matar y morir, pero creo que en esa noche de insomnio lo tuve más claro que nunca.

Desde entonces me he preguntado en más de una ocasión cómo será la existencia futura de esos chavales que pasan de la adolescencia a la edad adulta en conflictos armados. Supongo que dependerá tanto de lo que hayan vivido como de sus familias y educación. Uno de ellos me dijo con orgullo que su abuelo y su padre también habían estado en el ejército durante el mismo período de sus vidas. ¿Qué impacto social tiene esta realidad en países cuyos muchachos se han enfrentado generación tras generación a la guerra?

Marihuana, cerveza y fusiles en Sudán

El Ejército Popular de Liberación de Sudán, conocido por su acrónimo en inglés SPLA, nació en 1983 de la insurrección de un grupo de 500 militares de la base de Bor contra la decisión del primer ministro Yaffar al-Numeiry de imponer la sharía a todo el país, incluido el sur cristiano y animista. Ese fue el comienzo de la segunda guerra de Sudán, que terminaría en 2005 con el llamado CPA (Comprenhensive Peace Agreement), que establece un referéndum de autonomía para los habitantes del sur que tendrá lugar en el año 2011.

El coronel John Garang, que había sido enviado desde el norte para reprimir la insurrección, se puso al frente de los rebeldes. Perteneciente a la tribu de los dinkas, el acuerdo de paz de Addis Abeba de 1972 – final de la primera guerra de Sudán, que había comenzando en 1955, también en respuesta a los abusos del norte, y en la que había participado como parte de la milicia Anyanya – le había permitido retornar a EEUU para seguir con sus estudios. En la universidad de Iowa obtuvo un doctorado en Economía Agrícola.

Tras luchar durante 21 años, Garang consiguió en 2005 la paz con el norte y la promesa del referéndum para el 2011. Tres semanas después de haber asumido como vicepresidente del país en respuesta a lo estipulado por el CPA, murió cuando el helicóptero Mi-172 en el que volaba desde Uganda se estrelló. Otro de los fundadores del SPLA, el capitán Salva Kiir, asumió la vicepresidencia en el gobierno central junto a Omar al Bachir. Dinka también, Kiir es el actual presidente del sur. Figura reverenciada por los sudaneses, hace unos días corría el rumor por Juba de que había sido asesinado.

El apoyo del dictador Mengistu resultó vital para el SPLA en sus primeros años, ya que se organizaba y entrenaba en territorio etíope (allí se formaban también los niños del llamado «Ejército Rojo», algunos de cuyos integrantes pudimos entrevistar en nuestra anterior visita a Juba). Más adelante recibiría la ayuda de Uganda y Libia. En los años noventa, la presencia de Osama Bin Laden en Sudán llevaría a los EEUU a dar 20 millones de dólares en armas a los rebeldes del sur para apoyarlos en su lucha contra Omar al Bachir.

En los años ochenta el SPLA contaba con unos 12 mil integrantes, en su mayor parte portadores de armas ligeras. Hoy tiene unos 50 mil efectivos, armados con AK 47, AK 74, FAL, Dragunov, Galil… El momento sin dudas crítico en la historia del SPLA fue cuando la facción liderada por Riek Machar intentó destituir a Garang. Perteneciente a la tribu nuer, casado con la cooperante británica Emma McCune (cuya vida narra el libro «Emma’s War»), Machar firmó en 1997 un acuerdo con Jartum que permitió al norte recuperar ciudades tomadas por el SPLA. Hoy es vicepresidente del sur del país. Durante los últimos años ha sido el principal interlocutor en las fallidas negociaciones de paz con el LRA.

Las nuevas generaciones

Los soldados del SPLA con los que me encuentro en las inmediaciones del campo de Makpandu dan la impresión de encontrarse a años luz de aquellos que lucharon durante décadas contra las fuerzas del norte del país. Se les ha roto el eje trasero de la pick up, por lo que han cavado un hoyo y ahora dos de ellos luchan a martillazo limpio por arreglarlo. El resto observa, da indicaciones. El vehículo, apoyado sobre un par de piedras se balancea, parece a punto de caerse, pero a nadie le importa. A pocos metros, una chica aviva un fuego sobre el que les preparará algo de comer.

Entre los soldados hay uno que se está armado un cigarrillo de marihuana. Me acerco. Dice que se la trajeron desde Uganda. Me ofrece una calada. Acepto, qué carajo, acabo de cumplir años aquí, en medio de la nada. Un cumpleaños realmente extraordinario, una celebración por todo lo alto: sin electricidad, incomunicado, a las diez ya estaba en la cama. Sólo me salvaban las estrellas, pletóricas en el cielo de Ecuatoria Occidental.

Terminado el arreglo del vehículo, los soldados se sientan a comer. Me invitan también, pero paso del arroz. Sacan varias cervezas Tusker que beben con fruición. Decido que ha llegado el momento de poner cierta distancia: la ecuación jóvenes soldados más alcohol siempre da un resultado incierto. Me despido. Los observo desde la distancia.

La próxima guerra

Cuando terminan, uno de ellos arranca la camioneta. Lo hace al “estilo Darfur”: acelerando a fondo, maniobrando de forma violenta. Varios refugiados congoleños saltan para esquivar el vehículo que avanzan fuera de control hasta estamparse contra una piedra. El eje trasero se ha vuelto a romper. Los militares insultan a su compañero. Otra vez cavan un hoyo, otra vez sacan las herramientas. Los refugiados los miran y se ríen.

Me volvería a encontrar con los soldados en numerosas ocasiones, ya que en Yambio hay una sola carretera y un blanco cargado de cámaras no es algo muy habitual de ver en esta parte del mundo. Una y otra vez se ofrecerían a llevarme en la parte trasera de la camioneta. Una y otra vez me inventaría alguna excusa para no hacerlo (no fuera a haber un control de alcoholemia en la siguiente esquina o algo por el estilo).

Hace unos meses escribíamos en este blog sobre una hipotética tercera guerra entre el norte y el sur del país. Posibilidad que esta semana analiza Jason McLure en Newsweek y que respaldan también no pocos especialistas con los que he hablado en Sudán. Cómo actuarían estos jóvenes soldados azande ante el comienzo de una contienda bélica a gran escala es algo que también me preguntaría en más de una ocasión.

(Fotos: HZ)

La guerra por el coltán (4)

Inocence Mukawati nos recibe en su oficina del siempre bullicioso y convulsionado barrio de chabolas de Kadutu, situado en la periferia de Bukavu. Desde allí dirige un negocio familiar de minerales que comenzó en los años setenta. Junto a su despacho de acumulan las bolsas con coltán y caserimita, los motores de la guerra que en las provincias orientales de la República Democrática del Congo ha costado ya cinco millones de vidas.

La empresa de Inocence no pasa por su mejor momento. Sobre su escritorio, cubierto de polvo, tiene una báscula para el coltán, una foto con el presidente Joseph Kabila y una bandera pequeña bandera congoleña.

– El negocio funciona de la siguiente manera: desde Bukavu envío a comerciantes con dinero para que compren coltán, caserimita y oro en las minas de Kivu Sur. Ellos lo compran y lo traen aquí. En el camino las guerrillas y el ejército les cobran impuestos para dejarlos pasar.

– ¿El suyo es un negocio legal?

– Tenemos todos los permisos en regla.

– ¿Cómo está estructurado el negocio ilegal?

– Los minerales salen a través de Ruanda y Burundi sin que exista ningún control, sin que los congoleños, que somos los dueños de los recursos, podamos sacar provecho alguno.

– ¿Qué opina de empresas como la sudafricana Banro, que sí ha recibido permisos legales de Kinshasa?

– Conozco el trabajo de Banro en Muwenga, que es la región en la que nací, y no he visto que beneficie de forma alguna a la comunidad local.

– ¿Sería ese su pedido a las empresas y gobiernos?

– Sí, que hagan lo posible para que la exportación de minerales sirva a los congoleños. No puede ser que la población de una tierra tan rica pase hambre. Necesitamos reglas claras y oportunidades. Los congoleños estamos deseosos de ponernos a trabajar y prosperar.

Los culpables

El testimonio de Inocence Mukawati, que nos sorprende por su franqueza, confirma algunos datos fundamentales y conclusiones finales que ofrece Global Witness en el informe Faced With a Gun, What Can You Do?, del que ya hemos hablado en este blog. El documento más actual sobre la extracción ilegal de minerales en el Congo y la guerra.

Documento de 116 páginas que señala, en otros grupos armados como los Mai Mai y el CNDP, la vinculación en el expolio de las fuerzas hutus del FDLR que “sacan dinero y minerales a los mineros de forma sistemática, cobrando una tasa del 30% en algunas áreas y en puertos de control en las carreteras… El FDLR a veces comercia abiertamente, vendiendo en los mercados y ciudades… Su comercio se ha vuelto tan lucrativo que los residentes locales los llaman ‘grandes hombres de negocios’”.

También acusa a las fuerzas gubernamentales del FARDC de estar involucradas en el negocio: “El caso más flagrante es el de la mina de Bisie, la más grande de casiterita en la región, que produce el 80% de lo que se exporta desde Kivu Norte… el beneficio para el FARDC alcanzaba los 120 mil dólares al mes al cobrar una comisión de 0,15 céntimo de dólar por cada kilogramo de casiterita… En algunas minas funciona un sistema en el que los mineros trabajan días de la semana para determinados soldados o comandantes. Los soldados también exigen un 10% de los minerales y efectivo en los numerosos puestos de control en las carreteras… Comandantes o unidades militares son dueños de determinadas minas”.

Con respecto a los comerciantes como Inocence Mukawati, llamados comptoirs, señala a diversas compañías con base en Bukavu y Goma como Groupe Olve, Muyeye, MDM y Panju. Señala que si bien el comercio legal de coltán ha aumentado en 2007 y 2008, el 90% del oro sigue saliendo sin control alguno hacia Burundi y Ruanda.

Fuera del territorio congoleño, las acusadas son THAISARCO, la quinta compañía mundial de producción de lata, propiedad del gigante británico Amalgamated Metal Corporation, y algunas compañías belgas como Trademet y Traxys.

A este complejo panorama se podría sumar la implicación de la población civil en regiones como Walungu, como pudimos comprobar en nuestro accidentado viaje a las minas de Maroc. Los enfrentamientos, no pocas veces mortal entre miembros de las tribus bashi, habitantes de las colinas de Calanga, por el control de los minerales agrega un nuevo nivel de violencia en la pugna por los recursos del Congo.

(Fotos: HZ)

Continúa…

Entrevista al coronel Delfin Kahimbi: “Los prisioneros hutus son enviados de regreso a Ruanda”

Segunda parte de la entrevista al coronel Delfin Kahimbi, máximo responsable de Kimia II, la operación militar que intenta terminar con la presencia de las fuerzas hutus del FDLR en territorio congoleño (una de las principales causas de la violencia que los Kivus sufren desde 1994).

Las críticas de las organizaciones no gubernamentales no han sido pocas. La repercusión en la prensa, por razones que ya analizamos, nula. Entre los desafíos a los que se enfrenta Kahimbi, que al menos ha cambiado la antigua política oficial de relación con los medios de comunicación, se encuentra el hecho de que la mayoría de sus efectivos provienen de grupos irregulares como el CNDP, los Mai Mai y Pareco, que se han integrado al ejército regular congoleño, conocido como FARDC, a lo largo del último año, y que carecen de verdadera formación militar.

Las ONG señalan que, una vez que se termine la ofensiva Kimia II, los hutus volverán y harán pagar el precio a la población civil.

La estrategia es simple: consiste en atacar al FDLR, perseguirlo y acabar con sus posiciones residuales. Puedo confirmar que a ninguna de las posiciones conquistadas, que son 135, el FDLR ha regresado para atacar a la población. Hemos tenido algunos incidentes en Ruzizi, pero la posibilidad de que el FDLR regrese a sus operaciones está totalmente excluida.

Esta segunda fase de la operación Kimia II está dirigida justamente a afianzar estas posiciones. El FDLR ya no cuenta con la estructura militar para recuperar sus cuarteles. Están ahora en el extranjero o en el bosque. Y podemos decir que para Kivu Sur hemos minimizado al máximo los ataques, las represalias y los daños colaterales.

Los guerrilleros del FDLR, que llevan 15 años en la zona, habían desarrollado una actividad terrorista. No son diferentes a los talibanes, pues seguían una doble estrategia: contra las tropas gubernamentales y contra los civiles inocentes. Un comportamiento verdaderamente lamentable, pues es la misma población que los recibió como hermanos, como vecinos.

¿Es esta estrategia terrorista la que provoca las violaciones y mutilaciones sistemáticas a mujeres?

Esta cultura del FDLR no comienza en el Congo, sino en Ruanda en 1994. Allí ya masacraron y violaron a miles de mujeres. Les destruyeron los aparatos reproductores con palos, con machetes, con otras armas. La misma estrategia que han seguido aquí, aunque en el Congo ha sido aún más bizarra, pues muchos de los del FDLR se casaron con mujeres hutus congoleñas en cuyas comunidades cometieron estos hechos barbáricos. No entendemos cómo un ser humano puede cometer estas masacres, estas mutilaciones. No lo entendemos.

¿Qué están haciendo con los prisioneros?

Los tratamos de forma humana, en respeto a la Convención de Ginebra y el derecho de la guerra. Los dejamos a cargo de la MONUC para que proceda a su repatriación.

¿A Ruanda?

Sí, a Ruanda. Aquí puedes ver sus rangos y sus fotos (nos muestra una tabla de Excel con fotos de militares acompañados por sus rangos, unidades y localizaciones)

Los hutus del FDLR son el principal problema de violencia en la región, pero no el único. ¿Qué sucede con otros grupos armados, como los Mai Mai?

Como tú sabes, los Mai Mai surgieron como respuesta a la presencia de las tropas ruandesas en territorio congoleño. Una parte había hecho coalición con el FDLR para hacer frente a los ruandeses, pero a ellos también los hemos neutralizado junto al FDLR. Otros grupos han sido incorporados al ejército, igual que pasó con el CNDP en Kivu Norte. Hace poco se han desmovilizado 400 combatientes. Y estamos esperando a un grupo llamado Mai Mai Kapuku, que están a punto de llegar y que se va a integrar al ejército.

¿Con cuántos efectivos cuenta el FARCD para esta operación? En la MONUC nos han hablado de unos 8 mil.

Ocho mil son los efectivos a los que la MONUC ha brindado apoyo logístico. Pero en la primera parte de la operación usamos 12.600 efectivos. Para la segunda fase hemos sumado otros diez mil, por lo que en total la operación Kimia II ha contado con unos 22 mil efectivos contra el FDRL.

Una crítica que se hace a la operación Kimia II es que parte de las fuerzas no las conforman soldados profesionales sino miembros de milicias que sea han sumado al ejército. ¿Cómo se mantiene la disciplina?¿Cómo se evita que exploten las minas dejadas por el FDLR, que cometan una vez más violaciones a los derechos humanos?

Efectivamente, usted tiene razón. Actualmente, nuestras fuerzas cuentan con efectivos del CNDP, de Pareco y Mai Mai. Lo que hacemos es responsabilizar al oficial al mando de cada unidad de los crímenes que puedan cometer sus soldados. Cada oficial tiene a su cargo seis soldados. Tenemos casos aislados de indisciplina, pero no son generalizados.

Consciente de que parte de nuestras fuerzas no están integradas por soldados profesionales, yo mismo me desplazo al terreno para controlar la disciplina, para hacer comprender a los soldados las reglas que tienen que cumplir.