En este blog hemos conocido de cerca los devastadores efectos de las bombas de racimo. Armamento cobarde donde los haya, que no distingue entre civiles y militares, que continúa causando víctimas una vez finalizado el conflicto.
Fue durante la Segunda guerra del Líbano, o Guerra de los 33 días, entre Hezbolá e Israel. Tras la aprobación por parte del Consejo de Seguridad de la ONU de la resolución 1701, el 11 de agosto de 2006, las fuerzas hebreas comenzaron a retirarse del territorio situado al sur del río Litani.
Quizás se debiera a la gran cantidad de tanques merkava que habían perdido bajo el fuego del brazo armado del Partido de Dios en lugares como Bint Jbeil, pero lo cierto es que los militares israelíes cubrieron su repliegue con más de un millón de bombas de racimo. Una flagrante violación de la resolución 1701 y de la Convención de Ginebra.
El enorme coste humano y económico de la retirada de las bombas de racimo lo contamos desde el Líbano, cuando acompañamos al terreno a un grupo de desactivación de la empresa BACTEC. El drama de los inocentes, en especial niños, que resultaron heridos o muertos por culpa de estas bombas con aspecto inofensivo, también.
Ascenso y declive
Aquella guerra, que tuvo lugar al mismo tiempo que la operación Lluvia de verano en Gaza, marcó un antes y un después en la lógica actual de los conflictos armados como consecuencia del uso masivo de aviones no tripulados. Por primera vez centenares de drones, cuya génesis y desarrollo vimos en detalle en este blog, serían empleados en combate.
Así como los aviones no tripulados se multiplicaron exponencialmente hasta el punto que empezaron a ser producidos y comprados en buena parte del mundo, y se convirtieron en el eje de la estratégica bélica de EEUU en lugares como Pakistán o Somalia, las bombas de racimo entraron en un proceso de declive y rechazo muy similar al sufrido por sus parientes cercanas: las minas antipersona. Proceso, este último, que fue posible gracias al activismo de numerosas organizaciones de la sociedad civil.
El punto culminante de la campaña mundial contra las bombas de racimo llegó en la ciudad de Oslo, el 3 de diciembre de 2008, cuando más de 100 países se comprometieron a dejar de fabricarlas y destruir sus arsenales. Hasta ahora, 60 países han ratificado el acuerdo, que entró en vigor el pasado año. España fue el primer estado en desmantelar sus arsenales.
Sin embargo, como decíamos al principio, las bombas de racimo se caracterizan por sus efectos retardados en el tiempo. Y las de fabricación española – munición de 120 mm producida en 2007 – fueron usadas por Gadafi contra los civiles en Misrata, según denunció C.J.Chivers en The New York Times.
El otro escenario en el que fueron empleadas este año fue la frontera entre Camboya y Tailandia, durante el choque entre ambos países. Paradojas de la vida, Camboya fue el primer país en el que acompañé a un grupo de desactivadores de minas, de la organización MAG (Mine Advisory Group). Los vietnamitas acababan de retirarse. Principios de los años noventa.
Poderosos e indiferentes
En su último número, The Economist nos ofrece un mapa con los países que aún fabrican y almacenan esta munición. Listado que el Landmine and Cluster Munition Monitor brinda de forma más exhaustiva.
Lamentablemente, como señala el título de esta entrada, entre los 17 países que no han firmado la Convención internacional contra las bombas de racimo hay algunos de gran ascendiente sobre la arena internacional como EEUU, Rusia, China, India y Brasil. Mientras estos no cambien su estrategia, aún quedará un largo recorrido para terminar con el flagelo de esta munición.