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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de la categoría ‘repaso 2007’

Los niños que pasean insectos en Uganda (vídeo)

El lunes de la semana pasada descubrimos con no poca sorpresa a estos niños en un campo de desplazados en Gulu, ciudad del norte de Uganda y epicentro del ya acabado conflicto que enfrentó durante más de 20 años a la guerrilla del LRA y al gobierno de Kampala. Niños que cogen insectos y los usan como mascotas, como juguetes. Algo que, en más de tres lustros de viajes por el mundo y varias visitas a Uganda, nunca había visto.

Tras varios días de presencia en el campo de desplazados (y más de 25 de grabación ininterrumpida en África, en lo que nos ha pasado un poco de todo, desde ser demorados en dos ocasiones por la policía secreta congoleña hasta que nos robasen parte del equipo en la cárcel central de Bukavu), disfrutamos gratamente de la oportunidad de abandonar durante unas horas el rodaje del documental y echarnos unas risas con los niños y sus familias.

Un momento distendido, de genuina comunión con la gente, de los que no han abundado en este accidentado viaje.

¿El final de Joseph Kony? Una nueva estrategia para combatir al LRA

En el mes de octubre entrevistamos a oficiales ugandeses que nos describieron cuán complicado resulta perseguir a los hombres de Joseph Kony. Nos hablaron de la habilidad de los guerrilleros del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) para moverse a través de la selva, de las diversas estrategias de despiste que suelen articular.

Estrategias perfeccionadas a lo largo de más de veinte años de lucha armada contra el gobierno de Kampala. Dos fragmentos de aquel diálogo que mantuvimos en la ciudad sudanesa de Yambio, próxima a la frontera con el Congo:

«Los seguimos día y noche a través de la selva, con nuestras mochilas a las espaldas. Si nosotros paramos para acampar a las seis, ellos lo hacen a las seis y media. Buscan mantener la distancia… Cuando capturas a uno de ellos y lo llevas a una zona civilizada parece de otro planeta. No les gusta estar a la luz, fuera de sus escondites en la selva».

Ahora, según informa Jeffrey Gettleman en The New York Times, la estrategia de los comandos del Uganda People’s Defence Force (UPDF), que en octubre de 2008 comenzaron a seguir al LRA en territorio congoleño dentro de la operación bautizada como Thunder Lightning, y luego en su huída hacia Sudán y la República Centroafricana, ha evolucionado de manera sorprendente: están empleando a los soldados capturados – en su mayoría niños que fueron secuestrados y entrenados para formar parte de esta milicia – a modo de guías, de cazadores de su antiguo líder: Joseph Kony.

La génesis

Tras dos décadas de guerra de baja intensidad que provocó dos millones de desplazados y 120 mil muertos entre los acholi – que si perduró durante tanto tiempo no sólo fue por la personalidad delirante del iluminado Kony, sino porque también sirvió a los objetivos políticos del presidente Museveni -, en 2006 el gobierno de Uganda y los líderes del LRA se sentaron a negociar el final del conflicto con la mediación de las autoridades del sur de Sudán (el acuerdo de paz de 2005 entre el norte y el sur de Sudán había dejado a los guerrilleros sin santuario en el cual refugiarse y sin el apoyo de Jartum).

Proceso que seguimos de cerca en este blog, desde la misma ciudad de Juba, a cuyas inmediaciones se acercó Kony, líder del LRA, para mantener las primeras conversaciones (publicamos en exclusiva fotos de aquel encuentro y del propio Kony, apenas retratado a lo largo de dos décadas).

Proceso que se rompió en diciembre de 2008, cuando las autoridades de Kampala decidieron que estaban cansadas de los juegos y postergaciones de Kony, que anunciaba que iba a firmar la paz y que nunca lo hacía, y atacaron sus posiciones en el congoleño parque de Garamba. Una operación que contó con el apoyo logístico y material de Washington, que parece decidido a hacer todo lo posible por terminar con el LRA.

Un buen ejército

Human Rights Watch confirma la impresión que tuvimos, tan poco habitual cuando se trata de ejércitos africanos, con respecto a los comandos ugandeses que están persiguiendo a Kony y sus hombres: la profesionalidad, el buen entrenamiento y equipamiento, el respeto por las poblaciones locales. “Estoy muy satisfecha con su conducta”, declaró recientemente Anneke Van Woudenberg, investigadora de la organización en el Congo.

Comportamiento que vimos que contrasta con los mal entrenados y poco motivados efectivos del SPLA, el ejército del sur de Sudán. Nos parecieron tan desorganizados como lo está mostrando el SPLM, principal partido del sur del país, que ha manifestado no pocas contradicciones en su boicot a las elecciones que están teniendo ahora lugar en Sudán.

La estrategia de Kampala se centra asimismo en ofrecer amnistía a todos los soldados del LRA menos a tres altos mandos: el propio Joseph Kony, su mano derecha Okot Odhiambo y Dominic Ongwen, comandante al que se considera responsable de la última gran masacre en Congo, que dejó más de 321 muertos como represalia a la ofensiva de las tropas ugandesas.

Santuario en Darfur

Las autoridades ugandesas sostienen que en estos 16 meses de lucha en la selva han matado o capturado a más del 60% de los integrantes del LRA. Una ofensiva que sigue contando con el apoyo de Washington a través del comando central para África, conocido como AFRICOM. Apoyo que se ha visto reforzado con la aprobación de la Lord’s Resistance Army Disarmament and Northern Uganda Recovery Act en el senado de EEUU.

También comentamos en este blog el pasado octubre que en su huída hacia el norte, parte de las fuerzas del LRA habían alcanzado Darfur, lo que podría ser la única salvación para Kony, ya que Jartum no dejaría entrar allí a las tropas de Uganda. Tanto Kony como Omar Al Bachir tienen órdenes de detención de la Corte Penal Internacional. De este modo, la vieja alianza entre ambos hombres volvería a hacerse evidente.

Foto: Sgt. Jeremy T. Lock

Ser homosexual en África (1)

Carente de vastas reservas de recursos minerales y ajeno a los conflictos armados que durante décadas sacudieron a la región, Malawi no suele encontrar sitio en los titulares de la prensa internacional. A pesar de la baja esperanza de vida, la pobreza endémica y el devastador impacto del sida en su tejido social y en las perspectivas de futuras de progreso, la antigua colonia británica de Nyasalandia es una de las naciones africanas a las que el mundo presta menos atención.

Esta suerte de indiferencia crónica parece haberse roto como consecuencia de un hecho tan execrable como necesitado de condena, y que sirve para descubrir la actitud predominante en el África subsahariana hacia los homosexuales.

El pasado lunes, un juez de Blantyre – la ciudad más poblada del país, a la que se considera su capital económica, mientras que Lilongüe es la sede política del gobierno – decidió procesar a Steven Monjeza y Tiwonge Chimbalanga por los delitos de “sodomía, indecencia y prácticas homosexuales”. De ser hallados culpables en el juicio que comienza el próximo día 3 de abril, podrían recibir penas de hasta 14 años de prisión.

Ambos hombres, de 20 y 26 años de edad, se encuentran privados de libertad desde el 28 de diciembre. Dos días antes habían celebrado una ceremonia de compromiso en el municipio de Chirimba, por lo que resulta evidente que la detención buscaba la reprimenda pública, mandar a la sociedad de Malawi un rotundo mensaje con respecto a la aceptación de la homosexualidad.

Presos de conciencia

La defensa sostiene que los hombres fueron golpeados y vejados durante los exámenes anales que pretendían recabar pruebas de los “actos de sodomía”. Representantes de Amnistía Internacional, presentes el lunes en el juzgado junto a miembros de otras organizaciones de derechos humanos, calificaron a los hombres de “presos de conciencia”.

Si algo se puede sacar en positivo de una historia tan terrible es que por primera en este país – que debe en buena medida su conservadurismo a las décadas de opresiva dictadura de Hastings Kamuzu Banda, antiguo impulsor de la lucha anticolonial – se está debatiendo abiertamente sobre los derechos de los homosexuales. Tanto los líderes de la iglesia anglicana como los políticos se han manifestado en contra, pero en la sociedad civil algo se ha empezado a mover, según demuestra la reciente creación del Centro para el Desarrollo del Pueblo.

Nuestro último paso por Kenia, cuando nos dirigíamos a realizar algunas crónicas sobre la piratería en el Índico, coincidió con un debate similar, que en aquella ocasión fue provocado por el enlace de dos kenianos del mismo sexo en Gran Bretaña. Las reacciones en la prensa fueron de mayoritaria censura, como es de esperar en un país donde el 96% de los adultos dice estar en contra de la homosexualidad.

Aunque nada comparable con su vecino, Uganda, el país de Yoweri Museveni, favorito de Washington, que hasta apenas dos semanas estaba debatiendo un proyecto de ley para criminalizar la homosexualidad y aplicar la pena de muerte.

Foto: Reuters.

Rosemary Nyirumbe: de la guerra de Uganda a Madrid

Esta profesión tiene la maravillosa costumbre de hacer regalos tan gratificantes como inesperados. El reciente desembarco en Madrid de Rosemary Nyirumbe, es sin duda uno de ellos.

La conocimos hace casi tres años, cuando comenzamos la andadura de este blog, en la olvidada guerra del norte de Uganda que ha provocado 200 mil muertos y dos millones de desplazados. Allí se dedica a rescatar y dar una nueva oportunidad a las jóvenes que han sido esclavas sexuales de la guerrilla del Ejército de Resistencia del Señor (LRA).

Licenciada en Cooperación y Desarrollo, de 45 años de edad, Rosemary las recibe con sus niños, hijos no en pocas ocasiones de los soldados del LRA que las tuvieron como prisioneras, y les enseña una profesión para que en el futuro se puedan valer por sí mismas en el St Monica Girl’s Tailoring Centre, situado en la ciudad de Gulu.

Todas jóvenes que han sufrido el horror de la esclavitud, de la violación, y que muchas veces, cuando regresan a las aldeas tras años de cautiverio, son repudiadas por sus comunidades.

Ayer me embargó una profunda emoción al verla entrar a los estudios de RNE. Escenario tan distinto al de nuestro primer encuentro, aunque en su rostro la misma sonrisa contagiosa y el mismo espíritu de lucha.

Cuenta en antena que el centro ha crecido, alcanzando las 250 integrantes, y que está abriendo un nuevo hogar de acogida y formación profesional en el sur de Sudán, donde también, como vimos en este blog, no son pocas las víctimas de la esclavitud sexual.

Con respecto a la huida al Congo de Jospeh Kony y el supuesto final de la guerra, explica que la gente aún sigue en los campos de desplazados, que el miedo continúa, y que el camino hacia la normalidad, tras dos décadas de traumas y muertes, no será sencillo.

Quienes queráis escucharla, lo podéis hacer esta tarde en Madrid. Vale la pena. Desde aquí, dar las gracias a Mundo Cooperante por haberla traído a España. Ya lo hicieron antes con otra mujer extraordinaria que pasó por estas páginas, Agnes Paregio, y en otra ocasión fuisteis algunos de vosotros, lectores de este blog, los que hicisteis posible que Becky Kiser llegase también a estas tierras.

Para quien escribe estas palabras, todo un aliento descubrir cuán fluida puede ser la relación, la sinergia, entre el periodismo y la sociedad civil. Una razón para el entusiasmo y la gratitud, porque hace que los testimonios dados por estas mujeres se multipliquen y logren movilizar conciencias y recursos en favor de desafíos tan cruciales como la mutilación genital, la lucha contra fístula y la esclavitud sexual.

La soledad de las mujeres que sufren violaciones en la guerra

Desde el primer desembarco en Sudán, pasando por Uganda y el reciente viaje al Congo, en este blog hemos conocido de primera mano los testimonios de mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual en conflictos armados. Terrible realidad en la que volveremos a sumergirnos en próximos destinos como Chad, República Centroafricana y Sierra Leona.

Por otra parte, hemos realizado un repaso a la historia de la violación como arma de guerra, enfatizando el fracaso de la comunidad internacional que, después de los Balcanes y Ruanda, se había comprometido a evitar que el cuerpo de la mujer se convirtiese en campo de batalla.

«La violación de entre 20 mil y 50 mil mujeres en Bosnia a principios de los noventa se cree que formaba parte de una estrategia deliberada de limpieza étnica. Tras estas duras estimaciones de la ONU, el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia, establecido en La Haya en 1993, reconoció a la violencia sexual como un crimen contra la humanidad. Por primera vez en la historia, una persona por violación como crimen contra la humanidad en ese tribunal».

Esta explicación abre el informe Vidas destrozadas, que publicara la semana pasada Médicos sin fronteras (MSF). Uno de los documentos más exhaustivos realizados hasta el momento sobre una cuestión a la que se margina sistemáticamente de la agenda internacional.

«El informe sale de nuestra indignación», señala Meinie Nicolai, directora de operaciones de MSF en Bruselas. Nuestros equipos escuchan dolorosas historias de abusos cada día. Nos sentimos obligados de contarlo. No puede haber excusa para la violencia sexual, no importa cuán habitual sea el fenómeno en algunos de los lugares en los que trabajamos».

En el año 2007, los equipos de MSF atendieron a 12 mil víctimas de agresiones sexuales en todo el mundo. El informe describe la atención que deben recibir las mujeres, que podría resumirse en los siguientes pasos a seguir:

1. Prevención de la infección por VIH:

Si la víctima se ha visto expuesta al virus, un curso de tratamiento con antirretrovirales (ARV) conocido como PEP (post-exposure prophylaxis o profilaxis postexposición) puede impedir la infección. Este tratamiento sólo funciona si se inicia dentro de las primeras 72 horas tras la violación, aunque cuanto antes se empiece, más probabilidades hay de que sea efectivo.

2. Prevención de la hepatitis B:

El virus de la hepatitis B también puede transmitirse por vía sexual y es más contagioso que el VIH. La vacuna de la hepatitis B es efectiva como prevención si la primera dosis se administra dentro de los tres primeros meses de haberse producido el contacto.

3. Prevención y tratamiento de otras ITS:

Las infecciones de transmisión sexual (ITS) pueden prevenirse y tratarse con antibióticos. Siempre que se detecta un riesgo, la víctima de violación recibe antibióticos que pueden prevenir infecciones como la clamidia, la sífilis y la gonorrea, o tratarlas si ya se han desarrollado. Prevención del tétanos: En función de la naturaleza de la violencia, la víctima puede correr el riesgo de contraer el tétanos.

4. Contracepción de urgencia:

Si la víctima acude en busca de asistencia dentro de las primeras 120 horas de haberse producido la agresión, es posible impedir embarazos no deseados con la píldora del día siguiente. Ésta interrumpe la ovulación e inhibe la implantación del óvulo fertilizado en la matriz.

5. Tratamiento de heridas:

La presencia de heridas asociadas a la violación depende del nivel de violencia durante la agresión. Éstas requieren atención médica inmediata y los casos extremos, como las fístulas, cirugía.

6. Seguimiento:

Durante las consultas de seguimiento, los pacientes reciben las dosis restantes de vacunas del tétanos y de la hepatitis B, y pueden hacerse análisis del VIH. Incluso si se les ha administrado la PEP, todavía existe la posibilidad de infección. Debido al periodo de incubación del virus, las víctimas de violaciones deben esperar por lo menos tres meses para saber si han contraído el VIH a resultas Una niña de 8 años violada por su padre recibe tratamiento de la agresión.

7. Apoyo psicológico

El primer objetivo de la atención psicosocial a víctimas de violencia sexual es ayudarles a restituir la capacidad de continuar con sus vidas tras el traumático incidente. En algunos casos, cuando los pacientes llegan en estado de shock, el asesoramiento psicológico inicial ayuda a estabilizar sus síntomas y a prepararles para la consulta médica. Un asesoramiento a tiempo también puede impedir el desarrollo posterior de trastornos de estrés postraumático.

8. Certificado médico-legal

El certificado debe contener una descripción de lo que el profesional sanitario ha observado durante el examen clínico y el relato de la agresión sexual por parte de la víctima. Incluso en situaciones de conflicto, donde los sistemas judiciales están colapsados, los pacientes tienen derecho a solicitar un certificado médico-legal por si, una vez finalizado el conflicto, deciden emprender acciones legales.

9. Apoyo económico

Cuando estas personas son rechazadas por la comunidad o corren el riesgo de sufrir repetidas agresiones, pueden necesitar protección y apoyo adicionales. Si pierden su capacidad de trabajar a consecuencia de la violación, pueden necesitar medios alternativos para generar ingresos. Si desean presentar cargos, pueden necesitar asistencia legal.

Este extenso listado de ayudas sirve para tomar conciencia de la dimensión de los daños que provocan las violaciones. Aunque lo más terrible de toda esta historia es que, según señala MSF, la atención que necesitan las víctimas de violaciones «es muy difícil o imposible de encontrar en los países donde trabajamos».

A lo que se suma el estigma social y la marginación que implica admitir que se ha sido sufrido una agresión sexual. Lo que lleva a una de las conclusiones más contundentes del informe: «Así pues, tras un episodio de violencia sexual, muchos descubren que están completamente solos».

Los caminantes nocturnos de Uganda

Cuando los últimos rayos del sol se pierden en el horizonte del norte de Uganda, los niños de las aldeas cogen sus cosas y parten en procesión hacia las ciudades.

Es un fenómeno único en el mundo. Más de cuarenta mil pequeños recorren las carreteras huyendo de la amenaza del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), un grupo de fanáticos que dice luchar por imponer los Diez Mandamientos, y que desde hace 20 años aterroriza a los campesinos de la región. Si encuentran a una mujer ente los cultivos la violan, le cortan los brazos, los labios, las orejas. Por las noches, suelen colarse en las míseras chozas de paja y adobe para secuestrar a los niños, que suman a sus filas como soldados. Y a las niñas, a las que convierten en esclavas sexuales.

Los pequeños marchan hacia las urbes porque allí está el ejército regular ugandés, que los protege de las incursiones del LRA. Avanzan descalzos, por interminables caminos de tierra. Durante el tiempo en que estoy en Uganda salgo cada noche a retratarlos con mi cámara.

En la penumbra escucho sus canciones, sus risas. Supongo que es una forma de conjurar el miedo, tomarse todo como un juego, como una diversión, para no pensar. Recuerdo mi propia infancia, el pavor que tenía a la noche, la intranquilidad que me provocaban aquellas figuras que imaginaba en las sombras del pasillo de mi casa. Y me pregunto qué clase de sociedad es esta que no puede proteger a sus propios hijos, que los empuja a lo que un niño más teme: la oscuridad.

En Gulu, los pequeños duermen en las aceras, debajo de los soportales, a la intemperie, envuelos en mantas sucias y raídas. Algunas organizaciones internacionales, como UNICEF, han organizado refugios para que puedan pernoctar en un lugar seguro. Pero es tal la afluencia, que son muy pocos los que consiguen una plaza.

A la mañana siguiente, la peregrinación se repite. Desde lo alto de una colina observo cómo, envueltos en sus mantas, somnolientos, con un pie en la vigilia y otro en el mundo de los sueños, regresan a sus casas para enfrentar un nuevo día.

Esclavas sexuales en el siglo XXI

Hay situaciones que, por más esfuerzos que hagamos, resultan casi imposibles de imaginar. Nuestra capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno tiene un límite. Existe una clase de dolor tan profundo, brutal y prolongado que se nos escapa, que no podemos siquiera atisbar. ¿Cómo sería nuestra vida si un grupo de guerrilleros hubiesen entrado a nuestra casa para secuestrarnos cuando éramos niños? ¿Cómo veríamos el mundo si hubiésemos pasado toda nuestra adolescencia como esclavos sexuales en manos de Joshep Kony y sus soldados del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), en un sucio y decadente campamento militar perdido en el sur de Sudán?

Alice tiene la respuesta. “Una noche llegaron los guerrilleros a la aldea y me llevaron junto a otras niñas. Ya en el camino hacia Sudán mataron a varias delante nuestro para asustarnos. Al principio cualquier soldado tenía sexo conmigo. Sólo me agarraba y me llevaba a la choza. Hasta que tuve un hijo con un soldado. Y me hizo su mujer. Cuando él murió en combate, me casaron con un comandante muy viejo que tenía siete esposas. Con él tuve otro hijo. Era un hombre muy malo. Un día, aprovechando que nos estaban atacando las tropas del ejército, cogí a mis dos hijos y me escapé. Caminé cuatro días a través de la selva sin comer hasta que logré llegar a mi casa”.

La historia de Stella, que tiene 22 años, es similar. Fue raptada por los soldados del LRA. Durante años, en un campamento de esta milicia de fanáticos, que dicen querer imponer los Diez Mandamientos, se dedicó a cocinar, lavar la ropa y responder a los deseos sexuales de los guerrilleros. Al igual que Alice, un día logró escaparse. Y, cuando volvió a su casa, descubrió que el drama no había terminado: tanto su familia como sus vecinos la rechazaban por lo que le había sucedido. Llevaba el estigma de haber sido una esclava sexual del LRA.

Rosemary Nyrumbe es una monja abierta, progresista. Ugandesa de origen, estudió desarrollo en la universidad de Nairboi y defiende la utilización de profilácticos por parte de los jóvenes africanos para prevenir el sida.

Hace dos años, Rosemary llegó a la ciudad de Gulu, en el norte de Uganda, para hacerse cargo de un prestigioso colegio privado al que asisten las niñas de la alta sociedad local. Como la mitad de las aulas estaban vacías, decidió que pondría en marcha un proyecto para brindar asistencia a los jóvenes más postergados de una población terriblemente afectada por más de 20 años de guerra.

Poco tardó en comprobar que quienes más ayudan necesitaban eran las mujeres que habían sido esclavas sexuales del LRA, ya que sus familias las rechazaban, viéndose así obligadas a vivir en las calles y mendigar.

Más de cien jóvenes que han padecido situaciones análogas a las de Stella y Alice asisten cada día a los cursos que imparten Rosemary y las monjas que con ella colaboran. Aprenden a leer y escribir, reciben formación profesional en cocina y costura, para poder adquirir las herramientas que las permitan valerse por sí mismas en el futuro. Además, un psicólogo las ayuda a tratar de superar los traumas del pasado.

«Es extraordinaria la capacidad de lucha y superación de estas chicas. Siento un profundo respeto por ellas. Después de todo lo que han sufrido, tienen la fuerza para seguir adelante», me dice Rosemary.

Rosemary también ha creado una guardería y una escuela para los pequeños de estas jóvenes. La mayoría, hijos que tuvieron con los soldados del LRA. Esos niños que con tanto ahínco trabajan por hacer progresar, por darles una vida digna, aunque son también un constante recordatorio del horror que sufrieron.

Uganda: 20 años de guerra olvidada

Es uno de los conflictos más largos, sangrientos e ignorados del continente africano. En casi dos décadas ha provocado dos millones de desplazados y más de 120 mil muertos.

El epicentro de esta tragedia es el norte de Uganda, donde las tropas del gobierno central se enfrentan al Ejército de Resistencia del Señor (LRA), el grupo de fanáticos acerca del que ya escribí hace unos días, y cuyo líder es Joseph Konny, uno de los hombres más buscados y perseguidos de toda África.

El LRA comenzó a luchar contra la admnistración de Kampala por motivos políticos, pero con el tiempo se fue convirtiendo en una suerte de secta mesiánica que dice querer imponer los Diez Mandamientos. Para ello corta los brazos, la nariz y los labios a los campesinos que encuentra en su camino, secuestra a niñas para convertirlas en esclavas sexuales y a niños para hacerlos soldados.

Cuando llegas a Gulu, la principal ciudad del norte del país, te encuentras con un panorama muy similar al de Juba, en el sur de Sudán. Calles de tierras, precarias casas de ladrillo, chozas; gente que se mueve principalmente en bicicleta, a pie; cabras, vacas; y cientos de camionetas blancas de organizaciones internacionales como Naciones Unidas, el ACNUR o UNICEF, y de más de cuarenta ONG que intentan paliar el sufrimiento de los habitantes de esta zona del mundo.

Como las acciones del LRA están dirigidas principalmente a aterrorizar a los campesinos, estos no cultivan sus tierras. Y el Programa Mundial de Alimentos (PAM) distribuye miles de toneladas de granos en los campos de desplazados a los que se ha ido a vivir la población civil. En Gulu hay grandes almacenes del PAM de los que salen asiduamente camiones protegidos por carros de combate para prevenir posibles ataques.

Varias organizaciones y periodistas han criticado al PAM por haber contratado a una empresa privada para realizar la distribución. Parece que la tendencia de privatizar la gestión de los conflictos armados se está haciendo cada día más extendida, y que no son pocas las personas que se están haciendo ricas a su costa, lo que merecería un amplio debate. (Por mi parte, haber sacado la siguiente foto, en la que se ve a un camión llegando a un campo de desplazados, me valió una reprimenda de un oficial local de Naciones Unidas. Me dijo que necesitaba permiso especial para poder sacar esas fotos y que, si no dejaba de hacerlo, me iban a quitar los equipos. «Sí, ya mismo llamo a Kofi Annan y se lo pido», le respondí y guardé la cámara, con un enorme cabreo, como es lógico, y sin entender por qué no puedo retratar una actividad humanitaria que se paga con nuestros impuestos).

El objetivo obligado de toda visita son los campos de desplazados en los que buscan refugio los campesinos que huyen aterrorizados de la violencia del LRA. Llegar a ellos no resulta sencillo. Antes de hacerlo, los miembros de la ONG que me llevan realizan diversas llamadas para ver las condiciones de las carreteras y asegurarse así de que no hay noticias de que el LRA se encuentre en la zona y nos pueda tender una emboscada.

Salimos, recorremos carreteras desiertas, pues aún es temprano y la gente no puede abandonar los campos de desplazados hasta las diez de la mañana. El panorama en el asentamiento de Bobby, que alberga a más de 40 mil personas, es desolador. El conflicto armado mantiene cautivos a quienes viven aquí. Los hombres pasan el día sentados, jugando a las cartas, sin nada que hacer. Son las ocho de la mañana y ya beben alcohol casero hecho con maíz, como el de Kibera (esta vez rechazo la invitación a sumarme a semejante desayuno).

Las mujeres y las niñas salen a buscar leña y agua, poniendo en riesgo su vida, en las horas en que se levanta el toque de queda. El LRA aprovecha estas incursiones para secuestrarlas, violarlas. Pero también dentro de los campos, las mujeres padecen abusos por parte del ejército ugandés, que aplica una política represiva cuestionada por muchas organizaciones de Derechos Humanos.

Me siento especialmente conmovido por las condiciones en que viven los más pequeños: no van a la escuela, habitan choza sucias, miserables, apenas tienen acceso a asistencia sanitaria, y pasan el día jugando sobre la tierra, sin nada más que hacer que esperar a que de una vez por todas se termine este absurdo conflicto del que nadie habla y que nadie parece realmente comprender.

Todos los niños han nacido y se han criado en los campos. No conocen otra realidad, otro mundo, otras fronteras, más que la reclusión y el miedo. Ahora que Joseph Konny se encuentra en el sur de Sudán negociando un hipotético acuerdo de paz, quizás la guerra se termine y ellos puedan volver a soñar con un futuro próspero.