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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Apoyo a Javier Cantero en su lucha contra los violentos del fútbol argentino

Desde que Jon Sistiaga y quien escribe esta palabras fuésemos agredidos y robados por la barra brava de Independiente, la lucha de Javier Cantero, presidente del club de Avellaneda, para desterrar a estos criminales de las gradas ha adquirido nuevos bríos.

A pesar de las amenazas, Javier Cantero, presidente de Independiente, no se rinde en su lucha contra los ultras del club de Avellaneda (Foto: Hernán Zin)

Sin dudas, que dos periodistas llegados desde el extranjero, acreditados por la institución y acompañados por la policía sufrieran una paliza por parte de estos cafres, le dio renovados argumentos para arremeter contra ellos.

Una lucha más importante de lo que parece, ya que si Cantero no se deja amedrentar y recibe apoyos del gobierno y de las autoridades del fútbol local, podría ser la primera vez que un dirigente argentino logra librar a su entidad de esta lacra mafiosa que tanto daño hace al deporte y a la sociedad en general.

Estúpida renuncia

Con el 60% de los votos, Javier Cantero ganó el 18 de diciembre de 2011 las elecciones a la presidencia del Independiente. Ajeno al aparato tradicional de poder de la institución, apenas asumió declaró que no iba a prestar más apoyo a los barras bravas: ni dinero para viajes ni para banderas ni sueldos, como sí hacía el anterior presidente, Julio Comparada.

La reacción del jefe de la barra brava, Pablo Álvarez, alias «Bebote», fue acercarse al flamante presidente y presentarle su “renuncia”. Lógicamente, Cantero no pudo aceptar la renuncia de alguien que si tuvo y tiene cierto poder es por el uso sistemático de la coerción, el matonismo y la violencia, nada más.

Y nada más es Pablo Álvarez. Un delincuente común de amplio prontuario, muy pocas luces y una patológica propensión a la violencia, que si ha logrado mover recursos y personas es debido el apoyo de dirigentes deportivos y políticos argentinos a los que esta clase de personaje suele ser funcional. Como aquellos políticos irresponsables que lo mandaron al Mundial de Fútbol 2010 sólo para que las autoridades sudafricanas lo enviaran de vuelta a Argentina.

Una de las grandes paradojas de este asunto es que estos personajillos que se dicen que son duros y que tienen lo que en Argentina se llama «aguante», siempre atacan en grupo y si están donde están es por el apoyo del poder político, económico y policial. Por lo que más que aguante lo que ejercitan realmente es servilismo al poderoso de turno que les estreche la mano para hacer negocios.

Aguantados por el poder

La lucha del presidente de Independiente contra la barra alcanzó uno de sus momentos cruciales el jueves de la semana pasada cuando 30 violentos lo fueron a buscar y amenazaron en su despacho porque les había prohibido que siguieran guardando las banderas en las instalaciones del club.

Sin embargo, Cantero, que admitió haber pasado miedo, no se amedrentó ante los barras bravas. Redobló su apuesta y pidió a las autoridades que se prohibiera su ingreso al siguiente partido, contra Arsenal, a lo que los ultras liderados por Bebote respondieron lanzando piedras desde fuera del estadio.

En esta disputa que alcanzó caracter público, la gente tomó partido en las redes sociales por Javier Cantero. #FuerzaCantero y #BastaDeBarras llegaron a ser dos de los temas más comentados en twitter.

Justamente fueron las redes sociales el escenario de la segunda andanada de amenazas de Bebote contra Cantero al que públicamente escribió que debía elegir entre «las banderas o la guerra». Esas y otras lindezas plasmó Pablo Álvarez en su muro con decenas de «me gusta» como respaldo. Eso sí, lo hizo con una gramática que denota que además de pocas luces es un tío de paupérrima educación.

Por suerte para la RAE, cuando le amainó la rabia, o cuando su abogado lo llamó para hacerlo entrar en razón, Bebote borró lo escrito. Eso, o no pudo sucumbir a la habitual estrategia ultra de lanzar el puñetazo, la piedra, el insulto, y esconderse entre la multitud.

Solo ante el peligro

Lamentablemente, como bien denuncia el ex juez Mariano Bergés desde la ONG Salvemos el Fútbol, Javier Cantero está solo en su lucha. Julio Grondona, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino desde hace décadas, nunca ha hecho nada contra las barras bravas y nada indica que esta vez vaya a cambiar de estrategia.

El comisario Rubén Pérez, responsable del CoProSeDe – organismo que vela por la seguridad en los estadios de Buenos Aires – ni siquiera ha tratado de disimular su habitual manga ancha con las barra bravas y ha excusado a Bebote por lo sucedido en Arsenal.

Sin embargo, no todo está perdido, ya que ahora quienes tienen la posibilidad de dar su apoyo a Javier Cantero, de hacerle el famoso «aguante», son los socios del club. Están convocados para el próximo 11 de mayo, a las 19 horas. Desde estas páginas en las que conocemos bien de cerca a Bebote y sus secuaces, los alentamos a que vayan, a que se animen a comenzar a escribir el final de la historia de la violencia en el fútbol argentino.

De la vinculación entre violencia y política en el fútbol (1)

La violencia en el fútbol no es algo nuevo. Y no me refiero a la que tiene lugar entre los jugadores sino a la que se despliega en las gradas y en los alrededores de los campos de juego. La que despliegan los hooligans en Gran Bretaña o las barras bravas en Argentina.

Ultras egipcios se enfrentan en Port Said dejando 74 muertos. Febrero 2012. EFE.

Ya en 1314 el rey Eduardo II de Inglaterra prohibió este deporte. Sostenía que fomentaba el desorden social. Una versión bastante primitiva el asunto, todo sea dicho, que enfrentaba a aldeas vecinas cuyos habitantes más en forma se dedicaban a darle patadas a una cabeza de cerdo.

Como cuenta The Guardian, la versión moderna del balonpié también tuvo en sus albores sonados incidentes que han pasado a los libros de historia. En 1818, la victoria de Preston sobre Aston Villa por 5 a 0 provocó que los aficionados atacaran a los jugadores con piedras y palos. Varios de ellos quedaron inconscientes en el campo.

Desde entonces, algunos países han logrado erradicar la violencia de sus estadios y otros no lo han conseguido. La teoría que esgrimimos el año pasado en estas páginas – tras haber pasado varios meses siguiendo a los ultras de las gradas argentinas – es que resulta mucho más difícil terminar con este fenómeno cuando está íntimamente relacionado con el poder político y económico. Cuando la marginación social y la pasión deportiva son empleadas para servir a los intereses de unos pocos.

Como en poco tiempo más volveremos a sumergirnos de lleno en el universo de los ultras del fútbol, en próximas entradas haremos un repaso no por los incidentes más violentos de este deporte – algo que han hecho numerosos medios tras la muerte de 74 hinchas en Egipto – sino por los incidentes más violentos que vinculan al fútbol y a la política. Desde los inicios del nazismo, pasando por Serbia o los recientes incidentes en Port Said.

Si hablamos de condenas, la primera llegó en 1905, cuando varios fanáticos del Preston fueron juzgados por “hooliganismo”. Entre los acusados de ebriedad y desordenes tras el partido contra el Blackburn se encontraba una mujer de 70 años. La abuela espiritual de todos los barras bravas, supongo.

Barras bravas se enfrentan con armas en un hospital de Buenos Aires

Otra vez los barras bravas argentinos elevan la violencia a cotas difíciles de creer. Otra vez es la pugna entre distintas facciones de una misma hinchada la que provoca el derrame de sangre y la destrucción de la propiedad pública.

Marcelo Struminger, presidente de la Asociación de Médicos del Hospital Santojanni, entrevistado por la prensa tras la batalla campal entre ultras de Nueva Chicago en la maternidad y los pasillos. (Foto: HERNÁN ZIN)

Un conflicto en el seno del club Nueva Chicago que se fue forjando a lo largo de los últimas semanas y que tuvo su punto culminante ayer, cuando los ultras protagonizaron un enfrentamiento en los pasillos y en la maternidad del hospital Santojanni de la ciudad de Buenos Aires ante el estupor de los pacientes y del personal médico.

Estupor que hoy se ha hecho extensivo a todos los argentinos, pues la pelea fue captada por las cámaras de seguridad del nosocomio. Y en este mes de enero vacacional, escaso de noticias, las televisiones no hacen más que repetir las imágenes, que podéis ver aquí.

Cuando llegué al hospital, hoy a primera hora de la mañana – para continuar la investigación que comenzamos el pasado mes de junio en estas páginas – encontré la zona sitiada por la policía y la prensa. Algunos reporteros hablaban del inminente regreso de los barras bravas, pero lo cierto es que la única furia allí la protagonizó Marcelo Struminger, presidente de la Asociación de Médicos del Hospital Santojanni.

De trifulcas políticas…

«Un médico no puede trabajar mientras una persona lo amenaza», declaró ante los periodistas que allí nos habíamos congregado. «La ciudadanía y los agentes de salud deben ser protegidos. La guardia del hospital hoy está vacía porque los pacientes no vienen. Nadie quiere venir a atenderse para terminar agredido».

Otra vez emerge a la superficie la falta de mirada a largo plazo de los políticos, que anteponen sus pugnas y rencillas al bienestar general. Por un lado, el Gobierno central, que en abril decidió sacar a la policía nacional de los hospitales porque la Ciudad de Buenos Aires pasó a tener su propia policía. Lo que argumenta el ejecutivo metropolitano es que aún no cuenta con suficientes efectivos para hacerse cargo de la seguridad en toda la capital.

Cruce de acusaciones. Y, entre medias, las protestas de los médicos ante los reiterados hechos en violencia. El mismo hospital Santojanni fue testigo meses antes del apuñalamiento de un paciente en la sala de guardia. También registrado por las cámaras de seguridad.

… y en las gradas

Otra vez la lucha entre facciones de una misma barra brava como responsable de la violencia, más que el choque entre clubes rivales. Lo vimos en River Plate, con el asesinato probado ya de Gonzalo Acro – del que hablamos hace unos meses con su padre, justo antes de que saliera la sentencia -, y en tantos otros grupos de ultras. La pugna violenta por el poder interno.

Y otra vez es el periodista Gustavo Grabia, del periódico Olé y de Radio Mitre, el que con más lujo de detalles explica lo sucedido. El cambio de presidente en Nueva Chicago: Antonio Fusca, que ganó las elecciones con el apoyo de una facción de los barras bravas conocida como «Las antenas». Grupo que a su vez, pactó con el de Ciudad Oculta – barrio de chabolas en el que estuvimos hace dos años – para liderar a los ultras en esta nueva etapa del club.

Fuera de este arreglo se quedó otra facción, llamada «Los perales», a la que esta semana Antonio Fusca invitó a negociar también. Un encuentro que tuvo lugar ayer en el club. Y que provocó la respuesta violenta de «Las antenas» contra sus rivales y contra el propio presidente, según cuenta Gravia:

Cuatro miembros de Las Antenas, que estaban en la zona de las piletas los vieron ingresar y dieron el alerta a sus jefes. En media hora, Aldo Barranza, 33 años, paraguayo, con domicilio en Lomas del Mirador, arribó con sus seguidores. Y todos enfilaron al auditorio. Fue entrar y que se armara la gresca.

Aldo Barras recibió un cuchillazo en el abdomen. Del bando rival, Agustín Rodríguez, murió en la calle al recibir un golpe con una barra de metal en la cabeza.

La huida tuvo una parada en el hospital Santojanni, donde quedó internado el paraguayo Aldo. Los de Los Perales, sabiendo lo ocurrido y tras romper instalaciones del club y el auto de Fusca acusándolo de haberlos entregado, fueron al nosocomio. Afortunadamente, dos camilleros los vieron y pudieron trasladar al herido a otra sala.

Lo que vino después, la pelea en el hospital Santojanni, la muestra a las claras el vídeo. Otra prueba irrefutable de la dimensión que ha adquirido un problema que entre tantos han creado en Argentina.

De cánticos y racismo en las tribunas

Faltan dos horas para el comienzo del partido entre Boca Juniors y Newells Old Boys, pero ya algunos hinchas pueblan la popular. Al ver que los integrantes de las inferiores del club xeneize saltan al campo para medirse con sus pares del equipo local, uno de los fanáticos avanza hasta la alambrada y les dedica un caluroso y elegante saludo de bienvenida: “Bolivianos putos”.

Hinchadas de Atlanta en Villa Crespo. Junio 2011. (HERNÁN ZIN)

Gentilicio que encuentra eco en las gradas, cuando otros hinchas repiten “bolivianos, bolivianos”, y que lo encontrará aún más cuando comience el partido oficial y miles de personas canten al unísono: “bolivianos, bolivianos”.

No es extraño que se coree y grite este calificativo en los estadios en que juega Boca Juniors, pues existe la creencia de que muchos de sus seguidores son inmigrantes del país del Altiplano. Se utiliza, por supuesto, de manera pretendidamente despectiva. A veces los blancos de estos cánticos son paraguayos y peruanos.

Contra los inmigrantes

En marzo de 2009, la barra de Independiente desplegó banderas de Bolivia y Paraguay con el número 12 en el centro, en referencia al nombre de la hinchada de Boca Juniors: la Doce. El árbitro del encuentro, Sergio Pezzota, no detuvo el encuentro. El mismo colegiado que, como ya vimos en estas páginas, fue coaccionado por los barras bravas de River Plate en el partido que lo llevó a la segunda división en junio.

Además de protestas de la embajada de Bolivia a la AFA, el hecho hizo que la jueza Elsa Miranda ordenara la identificación de las personas que llevaban las banderas. Pero el caso no progresó ya que el fiscal Luis Cevasco sostuvo que se trataba de una “burla” y no una violación a la ley contra la discriminación.

El cuestionable razonamiento de Cevasco es el mismo que empleaban quienes intentaban mirar hacia otra parte mientras en algunos campos españoles Samuel Eto’o vivía su particular calvario cada vez que tocaba un balón o se disponía a patear un corner. Implica que se trata más de una provocación al rival que un reflejo de racismo.

Jabones y esvásticas

Dos semanas antes, cuando me tocó seguir a la barra brava de Atlanta en su estadio de Villa Crespo, en la ciudad de Buenos Aires, me comentaron que algunas aficiones rivales solían gritarles “judíos”. Pero no sólo eso, además inventaban cánticos relacionados con el holocausto.

Como quitando hierro al asunto, un aficionado me comentó que la hinchada solía responder con un estribillo irreproducible aquí en el que “los rusos”, como se llama a los judíos en la jerga argentina, sodomizaban a los contrarios.

Otro aficionado me habló de un incidente en el que los jugadores fueron recibidos con una lluvia de jabones en el campo. Me pareció tan inverosímil que hasta que no encontré referencias a ello en Internet me costó creerlo.

Sucedió en el año 2000. Los barras bravas de Defensores de Belgrano recibieron a Atlanta, club identificado con el colectivo judío, arrojando pequeños jabones. El árbitro no suspendió el partido, aunque así lo tendría que haber hecho de seguir el reglamento de la AFA. Sólo después, el club recibió una multa. En el año 2003, la sanción económica le tocó a All Boys por una bandera en la que se leía «Yo nazi en Floresta».

En el caso de Defensores de Belgrano, la paradoja se da en que la barra brava se sitúa en una tribuna que lleva el nombre de Marquitos, un joven judío desaparecido durante la última dictadura militar, hijo del actor Marcos Zucker.

La coreografía del poder en las tribunas

Los capos de la barra manejan con precisión el ritmo de su peculiar coreografía. Inmersos en el enfurecido redoble de los bombos, a espaldas de la multitud que ya puebla las gradas, aguardan hasta que llegue el momento exacto para entrar en escena.

La popular de Newells Old Boys desde el paravalanchas central. Partido contra Boca Juniors. Agosto 2011. (HERNÁN ZIN)

Cantan apasionados, enardecidos, pero en el fondo no hacen más que esperar con paciencia a que llegue la señal. Agotan hasta el último instante sabedores de que parte de su ascendiente sobre el resto de la hinchada radica en el control de los gestos.

Y la señal llega. Y se ponen en marcha ataviados con sus gorras de colores, su voluminosas cazadoras y sus banderas. Avanzan con lentitud, peldaño a peldaño. A su paso, la multitud se abre mansa. Los hinchas los alientan, los saludan. «¡Vamos todavía!». Cae una lluvia de papel picado y el rugido de la gente y de los bombos se vuelve ensordecedor. El equipo salta al campo.

Al llegar al paravalanchas central ocupan sus posiciones. Trepan y se paran sobre esa barra de hierro en la que se columpiarán durante noventa minutos. A sus pies, un mar de gorros, de globos y de banderas que corren hacia la alambrada.

Desde allí dirigen los cánticos y movimientos de la barra. Ven el partido con claridad. Si el rival se acerca a la propia portería, entonces las estrofas se vuelven más rápidas y punzantes. Debe sentir la presión de la turba en la nuca. Si el partido entra en un valle, se ralentiza en el medio del campo, entonces entonan himnos de frases largas.

De fieles y adversarios

Si algo aprendí en estos meses de acompañar a las barras bravas del fútbol argentino es que la apretada multitud que a la distancia parece caótica, en realidad responde a una puesta en escena más organizada y sincronizada de lo que se podría creer. Un orden que habla de la repartición de poder en la hinchada.

En el paravalanchas central se posicionan los capos de la barra brava. En los paravalanchas que los rodean están los grupos más fieles y afines. Son como una suerte de muro de contención, de guardia pretoriana, en caso de que alguien intente disputarle el poder a los jefes. Mientras mayor es la distancia del centro, menor es la importancia que se tiene.

Los diversos grupos suelen estar armados por zonas, por barrios, desde los que coinciden quienes vienen a ver el partido. En el juicio al que asistí por la muerte de Gonzalo Acro, y cuya sentencia será emitida el próximo 5 de septiembre, los abogados hablaban abiertamente de estas células de la barra: los de “Zona Norte”, los de “Congreso”.

Así, la disposición en las gradas habla de la internas que en los últimos años han sido las que más violencia han causado en el fútbol argentino, ya que la disputas entre barras rivales ha descendido desde que la policía las obliga a ingresar por sectores distantes y las acompaña en el camino, y desde que la Segunda División no tiene hinchadas visitantes (estrategia esta última a la que la Asociación del Fútbol Argentino ha decidido renunciar días atrás).

Un despliegue de símbolos, una organización en el caos, que – cuando se trata de las barras bravas – no es más que una representación de la geografía del poder en las gradas.

Colgados del alambre: los niños del tablón

Entre el ensordecedor estruendo de los bombos, el olor a marihuana y a sudor; y la apretada multitud que salta, que baila, que se empuja, haciendo que el suelo tiemble bajo nuestros pies; descubro las siluetas de los niños que se suceden a los pies de las gradas, contra la alambrada que nos separa del campo de juego. Siluetas recortadas por la poderosa luz de los focos que se levantan en los cuatro extremos del estadio de Newell’s Old Boys, en la ciudad argentina de Rosario.

Niña en la alambra de la popular del estadio de Newell's Old Boys. Partido contra Boca Juniors. Agosto 2011. (HERNÁN ZIN)

Me abro paso entre los muchachos, bajo peldaño a peldaño eludiendo las banderas que se estiran entre los paravalanchas, y allí los encuentro a los niños, colgados de los alambres. Algunos a varios metros de altura sobre ese suelo plagado de plásticos rojos y negros, anegado de vasos vacíos de gaseosa y papeles.

Espectadores en primerísima fila del choque que tuvo lugar este domingo entre los jugadores de Boca Juniors, liderados por Riquelme, y el equipo de “La lepra”, que es como se conoce a Newell’s Old Boys o, como lo escriben algunos medios rosarinos para felicidad de la RAE, Ñuls.

Solos en la cancha

Es uno de los aspectos que más me ha llamado la atención de estos dos meses que llevo siguiendo a las barras bravas del fútbol argentino: la cantidad de niños que pululan solos por los estadios, que observan fascinados el partido, que se mezclan y confunden con la multitud enfervorizada, poseída por la pasión por los colores, por el poder que da la acumulación de tantas almas en tan poco espacio, por la entonación masiva del estribillo de una misma canción, y, a veces también, por la violencia.

En esta noche fría, cerrada, más aún me desorienta la presencia de esos niños solitarios. “Son chicos del club, son socios, que les gusta venir a la cancha”, me explica un hombre en las gradas mientras observa la bengala que arde al otro lado del campo, en la popular en la que se aprieta la barra brava de Boca Juniors, la famosa Doce.

Hamacas de plástico

Llega el entretiempo. Los niños se bajan del alambre. El partido va igualado: cero a cero. Se sientan en las gradas, conversan. Uno de ellos, que se llama Mariano, arregla los plásticos – los anuda y estira concienzudamente – que ata a los alambres y usa a modo de hamaca para no cansarse. Son los plásticos que usan los hinchas, de forma oblonga y henchidos de aire, para saludar al equipo cuando entra al campo, segundos antes de que baje el gran telón de 800 kilogramos con forma de camiseta de Ñuls que cubre la popular.

Cuando el locutor anuncia por los altavoces que el encuentro está próximo a reanudarse, entonces Mariano trepa por los alambres, cuelga los plásticos y se sienta. Docenas de niños hacen lo mismo. Algunos tienen apenas cinco o seis años de edad.

Marihuana

Un perro pasa corriendo entre las bolas de plástico. Otro espectador inesperado. Lleva en las gradas desde antes que empezara el partido. Los barras bravas lo han bautizado “Marihuana”. Me dicen que está en todos los partidos, que es un perro del club. No se asusta ni por los bombos ni por los gritos de los hinchas. Me recuerda al can que vivía en la base de los soldados de EEUU en el valle afgano de Tagab, sobre el que escribí en su tiempo en este blog. Ni las bombas ni los disparos lo amedrentaban.

Marihuana se detiene. Levanta la cabeza hacia donde están los niños colgados de los alambres. La tribuna se queda en en silencio, absorta, inmóvil. Boca Juniors acaba de marcar un gol.

Entre barras bravas: Atlanta

No es la más fiera ni la más numerosa ni la mejor articulada de las barras del fútbol argentino, pero para quien escribe estas palabras tuvo el interés de ser el estreno en una grada. Entre las banderas, los bombos y los paravalanchas.

Hinchas de Atlanta en la "popular". Buenos Aires, agosto 2011(Hernán Zin)

Llegar allí tuvo sus complicaciones – bastante hilarantes, por cierto -, que describiré en próximas entradas de este blog. Sin embargo, una vez superadas estuvo “todo bien”, como suelen decir en esta parte del mundo en la que el fútbol se vive con más pasión que en ninguna otra.

De pasiones y borrachos

Minutos antes del comienzo del partido, los encargados de la barra despliegan las banderas, llamadas «trapos», de una punta a la otra de la popular, al tiempo en que una muchedumbre de camisetas amarillas y azules, de paraguas amarillos y azules, de gorros amarillos y azules, sube las escaleras al ritmo de bombos en que se lee “Los bohemios”, sobrenombre con el que se conoce a Atlanta.

Los muchachos se trepan a los paravalanchas, sobre los que hacen equilibrio. Las zapatillas se suceden sobre las barras de metal. Algún tatuaje, con el escudo de Atlanta, en las pantorrilas. Y otros tatuajes similares en los brazos con los que se toman de las banderas a modo de pasamanos.

Arrancan las primeras canciones siempre con voz grave, cadenciosa. Vocales arrastradas con ecos de una multitud que en esta ocasión no lo es tanto, pues se trata de una hinchada bastante reducida, quizás porque el partido se juega en horario infantil: un sábado a las once de la mañana.

Chaca botón, Chaca botón… Señores yo soy de Atlanta y de Villa Crespo, barrio de borrachos y faloperos. Vamos los bohemios, ponga huevos y corazón, que esta hinchada te quiere ver campeón.

Hoy Atlanta se enfrenta a Aldosivi, un club de Mar del Plata, en la primera jornada del Nacional B. Sin embargo, la canción va dedicada a sus máximos adversarios: Chacarita Juniors, con los que tienen una rivalidad que, según me explican, vienen desde los tiempos en el que “Los bohemios” se hicieron con el estadio de los de Chaca. «Botón» en el jerga argentina quiere decir delator, alcahuete.

Lo de borrachos y farloperos no necesita traducción, aunque sí un apunte que me hace Daniel, un buen amigo: “Tenés padres que vienen a la cancha con sus hijos. Y que quizá están toda la semana diciéndole a sus hijos que estudien, que se porten bien. De repente, llega el partido y se ponen a cantar que son borrachos y faloperos. Así de inexplicable es esta pasión”.

Sin dudas, un fenómeno de difícil comprensión. Más aún para alguien como yo, ajeno a toda bandera, religión o filiación política. Del único club del que formé parte en mi vida fue del video club de la esquina de mi casa. Y debo confesar que lo hice con muchos reparos. No compartía la pasión de Miguel, su dueño, por llenarlo de películas de Brad Pitt y Angelina Jolie.

Periodistas y policías

El equipo sale al campo. Vuelan papelitos sobre las cabezas de la hinchada. Arranca un clásico de las canchas argentinas: Vamos campeón, vamos campeón… vamos campeón, vamos campeón. Se supone que los cánticos tienen que acompañar el desarrollo del partido. Cuando el equipo rival está en la propia área, entonces las estrofas deben ser más breves y apasionadas. El contrario tiene que sentir la presión. El aliento en la nuca de la hinchada contraria.

El balón se enmaraña en el centro del campo. Baja la intensidad del encuentro. A lo bombos se le suman trompetas. Cambio de letra y melodía.

Atlanta, mi buen amigo, esta campaña volveremo a estar contigo. Te alentaremos… de corazón. Esta es tu hinchada que te quiere ver campeón…. No me importan esas fotos, que saca la Federal, yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más.

La mención a las fotos de la policía no me hace mucha gracia. Ya algunos muchachos se han dado vuelta, se han tapado la cara o me han mirado con expresión de pocos amigos al verme deambular con la cámara. No, no estoy sacando fotos, sólo saqué mi cámara a pasear y tomar sol.

Esto es sólo el comienzo. La cosa se pone más incómoda aún con el siguiente cántico:

Yo te quiero los Bohe, y no me importa lo que digan, todos los putos de Aldo, el periodismo y la policía.

Avanzo entre las gradas meciendo la cabeza al ritmo de la canción. “Estos periodistas, estos periodistas, qué gente”, murmuro con la vana esperanza de que alguno crea que no lo soy.