Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de la categoría ‘* CONGO’

Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (3)

El testimonio de Vumilia Balangaliza se ha convertido en un referente en este blog, pues en más de una ocasión nos hemos referido a él para poner de manifiesto las terribles consecuencias físicas y psicológicas de la guerra que en tantos lugares del mundo se libra de forma sistemática contra las mujeres.

Pero también hemos apelado a Vumilia como ejemplo de la capacidad de superación que muestran muchas de estas mujeres. Extraordinaria capacidad para no claudicar ante el peso de unas afrentas cuyas dimensiones nos resultan imposibles siquiera de atisbar a quienes llevamos una existencia ajena a los horrores de los conflictos armados.

Ya en nuestro primer encuentro, hace poco más de un año, cuando Vumilia nos condujo a su chabola en el barrio de Panzi, descubrimos la pasión y el esmero con los que cuida a sus cinco hijos (en especial al pequeño Patience). También vimos cómo cada tarde cogía su bolso, se lo colgaba de los brazos y salía a mendigar.

De los tres reencuentros que vivimos en estas semanas, el de Vumilia ha sido sin dudas el que ha tenido un mejor sabor. Más allá de los miedos iniciales a que pudiera tener alguna enfermedad, Patience está creciendo sin problemas. Es más, se trata de un niño muy activo (tanto que su madre no lo puede descuidar un instante). Por otra parte, Vumilia ha dejado la mendicidad y ahora se dedica a la venta de carbón en el mercado. Aunque la transformación de mayor calado en su vida es la casa que estrenará dentro de un mes.

A raíz de la publicación de su historia en estas páginas, una serie de voluntades se pusieron en marcha en España, para luego dar el salto a la República Democrática del Congo, y poder comprarle a Vumilia una vivienda. La primera propiedad con la que cuenta desde que lo perdiera todo en la guerra. Una casa de tres habitaciones en el mismo barrio de Panzi. La organización África Directo ha cumplido un rol fundamental en toda sumatoria de voluntades, así como la hermana Teresa en Bukavu.

Por mi parte, que ningún mérito ni incidencia he tenido en esta historia, agradecer sinceramente a todos los que tomaron la decisión de movilizarse en pos de Vumilia.

(Fotografía: HZ)

Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (2)

A pesar de la discapacidad que sufre, Jeanette continúa enfrentándose cada día las empinadas y serpenteantes cuestas de Kadutu, uno de los barrios de chabolas más vastos y multitudinarios de la República Democrática del Congo.

Progresa hacia el centro de la ciudad de Bukavu en busca de trabajo. “Nadie quiere contratar a una mujer a la que le falta una pierna”, se lamenta mientras avanza lentamente sobre el suelo de tierra.

Desde que conocimos a Jeanette Mabango hace un año, su situación económica ha empeorado. Explica que se le ha terminado la ayuda que le brindaba la ONG Women for Women, para la que confeccionaba no sin poco esmero y talento pequeñas muñecas de tela, alambre, lana y cartón.

Jeanette, que vive en una escueta chabola de paredes de adobe en Kadutu, ausente de luz y agua corriente, dice que lleva tres meses de retraso en el pago del alquiler. Una deuda que asciende a treinta dólares (20,68 euros) y que ha llevado al casero a ponerse en campaña para echarla, lo que genera a Jeanette no pocas tensiones con los vecinos.

“Ahora, cuando vean que unos hombres blancos han pasado a visitarme, pensarán que tengo muchísimo dinero y me vendrán a molestar”, afirma.

Bienvenida Noelle

El otro problema acuciante que tiene es el comienzo de las clases. Debe pagar la matriculación de sus cuatro hijas en la escuela y de la nueva integrante de la familia: Noelle. Una niña de nueve años que nos mira con timidez desde un rincón. La hija de una prima lejana que murió en la guerra, que acaba de llegar y que ha sido acogida sin quejas, quizás por aquello de que en África son las familias las que actúan como red de seguridad social.

No importan cuán lejanos y tenues sean los vínculos, parece haber siempre un plato más en la mesa, un espacio más en el suelo para dormir («Por más pobre que sea, un africano nunca rechaza al que viene de fuera. Es algo que tenemos en nuestro ADN», explica Selemani, que nos hace de guía y traductor).

“Lo que sufrí me ha arruinado la vida para siempre. No sólo en lo físico por la violación de los soldados hutus, también tuve que dejar mi casa, la tierra que cultivaba y con la que me ganaba la vida”, dice Jeanette. “El gobierno no hace nada para ayudarnos a las víctimas de la guerra”.

El cámara y el productor que me acompañan desde España se sienten profundamente conmovidos ante el relato de Jeanette. Le compran todas las muñecas que le han sobrado del pasado año. Una bolsa llena de pequeñas mujeres de labios prominentes y cabello rizado, que llevan cestas sobre la cabeza, que cargan a sus hijos a las espaldas.

(Fotografía: HZ)

Continúa…

Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (1)

A lo largo de las últimas semanas nos hemos reencontrado con algunas de las mujeres, víctimas de la violación como arma de guerra, a las que conocimos el pasado año en la República Democrática del Congo. Una forma de tratar de comprender cómo los terribles crímenes que sufrieron condicionan sus existencias a lo largo del tiempo.

Jeanne Mukuninwa

Cuando conocimos a Jeanne le acababan de practicar la quinta operación para tratar de reconstruirle el sistema reproductor que los soldados le destruyeron con sus bayonetas después de violarla. Toda una demostración de la duración de los efectos, no sólo psicológicos sino también físicos, de la guerra que en la República Democrática del Congo se lleva a cabo contra las mujeres, con el telón de fondo de la lucha por recursos naturales como el coltán.

El pasado mes de julio la sometieron a una nueva intervención: la sexta. Según explica, no con poca desazón, aún le quedan dos pasos por el quirófano más: en octubre y en marzo.

«Llevo cuatro años de operaciones. Los médicos del hospital Panzi me dicen que la de marzo será la última, aunque no están del todo seguros», afirma. «Unas intervenciones se centran en la vagina y otras en el útero. Espero que el sufrimiento pueda terminar pronto».

El año pasado, Jeanne se dedicaba a vender golosinas, galletas y cigarrillos en la vía pública, si bien la mayor parte de la ayuda para subsistir la recibe del hospital Panzi. Ahora centra sus días en tejer guantes de lana que también ofrece en las calles y que la gente usa para lavarse. Dice que le gusta tejer, que la ayuda a no pensar, a relajarse, en especial después de las operaciones, cuando el dolor le impide caminar.

También se ha cambiado de casa. Antes compartía una habitación con otras mujeres. Su actual vivienda, que alquila, está en una zona un poco más apartada de la calle principal de Panzi, más tranquila. Se trata de una chabola de ladrillos de adobe y techo de zinc, que también comparte con otras mujeres. Jane se muestra contenta por el cambio.

Otra de las transformaciones recientes en su vida es que ha comenzado a ir a la escuela, desde cero, porque no sabe leer ni escribir. Se la ve entusiasmada con sus cuadernos y libros. Un universo nuevo por descubrir. Sólo lamenta que las intervenciones quirúrgicas la obliguen a faltar a clase de forma regular.

Con respecto al futuro, no se hace preguntas. Dice que prefiere no pensar qué ha sido de su familia desde que un equipo de MSF la recogió tras haber sido violada en la región de Shabunda, hace cuatro años, y la trajo a Bukavu.

«No sé cómo están. No tengo noticias. No sé si siguen vivos a no. Quizás, cuando esté recuperada físicamente y cuando se acabe la guerra, vuelva a buscarlos a Shabunda. Ahora, estoy sola. Mi familia son mis vecinas y los médicos del hospital Panzi».

(Fotografía: HZ)

Continúa…

Un soldado, un cigarrillo y una foto en el Congo

Entramos a una suerte de bar rural – mesas sobre el suelo desnudo de tierra, techo de paja y descoloridos anuncios de cerveza Primus – en la localidad congoleña de Panzi. Uno de los dos hombres que ocupan la mesa vecina llama al camarero, le habla en swahili. El camarero se gira hacia nosotros: “Es el jefe del barrio, quiere que le compren una cerveza”.

Son las diez de la mañana. Por la puerta se ven las mujeres que pasan cargadas de fardos hacia el mercado de Panzi. “Va a ser que no”, le decimos al pretendido “chef de quartier”, que le da otro trago a la Primus que sostiene entre las manos, sin inmutarse.

Sacamos la cámara para repasar lo que hemos estado grabando. El camarero, que aún no nos ha traído las fantas que le pedimos, se arranca como un rayo de entre las nebulosas sombras que abarrotan la cocina. Exige ver los permisos de filmación.

Selemani, nuestro guía y traductor – hombre siempre dispuesto a negociar, a dialogar, dotado de una paciencia infinita, cuasi un santo, por aguantarnos a nosotros y a los congoleños – se los pide a Roberto, el cámara, que los lleva en los bolsillos. “¿Quién se cree que es este tipo para que le mostremos los permisos?”, argumentamos hartos de tantas tonterías, de que a todas horas se nos acerque gente sin identificación ni cargo oficial alguno para pedirnos los papeles.

El camarero insiste. Discutimos. Si queremos filmar en su “restaurante” tenemos que pagarle. A eso se reducía todo el teatro: a una mordida, al bendito kitu kidogo. «Va a ser que no», le decimos. Y las fantas, ya sabes, con vacelina… Y nos vamos.

Un móvil para ti

Llamamos al portavoz de la 10ª Región Militar de las Fuerzas Armadas del Congo (FARDC). Dice que no tiene problemas en conseguirnos la entrevista con el comandante Delfin, pero que se ha quedado sin dinero en el móvil. Si queremos la entrevista tenemos que hacerle una transferencia a través de nuestro teléfono. Un servicio conocido como pour toi, muy común en África ante la escasez de bancos. Le mandas dinero a amigos, a familiares, a comerciantes, de móvil a móvil.

El comandante Delfin, cuya entrevista íntegra reproduciremos más adelante en este blog, nos recibe en el cuarte general de la operación Kimia II: la antigua residencia de Mobutu Sese Seko en Bukavu. Nos explica que la operación militar, para expulsar a los rebeldes hutus del Congo, está siendo un éxito.

Cuando le preguntamos si entiende los resquemores de mucha gente que argumenta que será apenas un cambio de manos – las minas que antes controlaba el FDRL ahora serán controladas por los soldados del gobierno, con igual impunidad, corrupción y abusos de los civiles -, responde que sí, pero que está trabajando por profesionalizar el ejército, que cada oficial será responsable de las violaciones y robos que cometan sus soldados. Parece honesto, convencido de sus palabras.

Nos subimos al coche discutiendo sobre el futuro del país… Supongamos que realmente se acaba con los hutus del FDLR, cómo se va a asegurar que el fruto de los recursos minerales llegue a la gente cuando la corrupción es el deporte nacional, cuando el Estado se encuentra ausente, cuando la pobreza es tan brutal y abundan las armas.

A la salida, el soldado que abre la barrera se acerca y nos pide dinero para dejarnos avanzar. Se encuentra a menos de 200 metros del despacho desde el que el comandante Delfin organiza la estrategia militar más ambiciosa de la historia de los Kivus. Arreglamos con un cigarrillo. Y, como venimos de la tierra de la burbuja inmobiliaria, Bernie Madoff y el salvamento multimillonario a la banca, hasta lo liamos para que nos pose para un par de fotos.

(Fotografía: HZ)

En la tierra de los pequeños mobutus

En la República Democrática del Congo dejas de llamarte Hernán, o como en suerte te haya tocado que te conozcan, para tener un solo nombre: muzungu. En las calles, en los edificios públicos, son escasos los que no se dirigen a ti de esta manera: hombre blanco.

Si bien es cierto que ahorra valioso tiempo en presentaciones y demás protocolos sociales, también puede llegar a resultar extenuante, pues te lo dicen a todas horas, en especial los niños, muzungu, muzungu, que corren detrás de ti como si te conocieran, como si fueses famoso, Michael Jackson o alguien por el estilo (cuya música, por cierto, hasta el momento ha sonado en cada uno de los taxis que hemos tomado en Kenia, Ruanda y Congo).

Kitu kidogo

Además de la palabra muzungu y la música de Michael Jackson – ayer unos niños cantaban en el lago Kivu, entre las nubes de gas metano, una versión de Thriller que sonaba más a kiswahili que a inglés -, lo que más escuchas en esta parte del mundo es la expresión kitu kidogo, o alguna derivación o versión próxima.

Kitu kidogo: algo pequeño, un pequeño soborno, una pequeña mordida, un pequeño regalo, una pequeña propina. Al principio sorprende el descaro y la constancia, la ausencia de disimulo o rubor, con el que tantas veces se formula el pedido, como demuestran los policías vestidos de amarillo – bautizados por quien escribe estas palabras como “los pollitos” – que se sitúan en la rotonda que delimita la península de Mumumba.

Intentan parar a cuanto vehículo pasa por allí (casi siempre modelo Toyota Corolla, que es el que impera en los Kivus). Le piden los papeles, le miran los neumáticos. Como la mayoría de los coches se caen a pedazos – dejando a un lado la flota de todoterrenos blancos de las ONG y de la ONU – el negocio está hecho.

A veces el descaro alcanza tales niveles que la situación se convierte en una suerte de juego: los coches aminoran la velocidad, los policías se paran delante, los coches maniobran para esquivarlos. Un día pasa un muzungu, se asoma por la ventana y les saca una fotografía a los pollitos, que empiezan a pitar furiosos mientras los potenciales sobornados aprovechan para huir.

Tres pollos tres

Fiesta de sábado por la noche en la que es conocida como “casa latina” de Bukavu, pues vivían en ella argentinos, uruguayos y españoles. Hace ya tiempo que «los latinos» se han ido. Sólo queda el mapa de América latina en la entrada y una bandera del Real Madrid en el cuarto de baño. Ahora sus inquilinos son cinco rumanos que forman para de un programa de la ONU para entrenar a la policía.

La fiesta no tiene excesivo éxito, han asistido los cinco rumanos en cuestión, un par de indios y una sueca entrada en carnes y años que pertenece a la misma unidad. Beben un orujo casero de receta rumana. Como no podía ser de otra manera, suena de fondo Michael Jackson. Sus chillidos se escapan de un reproductor de música tocado por luces de colores giratorias.

Entre copa y copa, Vali habla de los policías congoleños a los que le toca entrenar cada día. Vali ha perdido 20 kilos debido a un parásito, ha padecido cinco veces malaria. Tiene un aspecto lamentable, pálido, como la fiesta que ha organizado. No ve la hora de volver a Rumanía, pero aún le quedan ocho meses de misión. «Un policía en el Congo gana 20 dólares al mes. Con ese dinero, en el mercado te compras tres pollos, nada más», explica.

Continúa…

Congo: la guerra por el coltán (3)

Hasta ahora hemos visto las razones por las que el coltán se ha convertido en un metal tan preciado a lo largo de la última década. También hemos conocido la génesis y desarrollo del expolio de los recursos minerales de la República Democrática del Congo.

Queda por descubrir qué sucede en la actualidad: cómo se estructura el comercio ilegal, quiénes se benefician dentro y fuera del país, y en qué medida contribuye a financiar a los grupos armados. Esto fue lo que nos motivó a viajar esta semana a las minas en la región de Walungu y a mantener entrevistas con especialistas, mandos militares y hombres de negocios.

Lo que nos impulsa también a seguir de cerca los progresos de la operación militar Kimia II, que pretende expulsar a los rebeldes hutus del FDLR del Congo. De tener éxito, esta operación podría poner a la totalidad de las minas de la región bajo el control del gobierno (aunque aquí lo más común es escuchar que se va a tratar de un mero cambio de manos, del control del FDLR al de las FARDC, como en la mina de Maroc, donde tomamos la fotografía).

Como documento de trabajo, el más actual y exhaustivo es el que el pasado mes de julio publicaba la organización Global Witness: Faced with a gun, what can you do? Documento que indica qué grupos armados se benefician de las minas, cuánto dinero ganan y qué empresas extranjeras les compran los minerales.

La organización Global Witness, que lleva 15 años trabajando en este terreno, ha puesto en marcha numerosas campañas para concienciar sobre esta realidad, además de llevar a los tribunales británicos a compañías privadas. En marzo tuvimos la oportunidad de entrevistar a Mike Davis, uno de sus responsables.

Entre otras cuestiones le preguntamos por los argumentos dados por las grandes empresas fabricantes de televisores, ordenadores o teléfonos, como Nokia, que en noviembre de 2006 sacó un comunicado en el que señalaba justamente que “no compra tantalio o materiales crudos sino componentes procesados y ensamblados en fábricas de todo el mundo”.

“No estamos a favor del boicot o de embargos, pues una parte de la producción del Congo sale de forma legal”, nos explicó. “Lo que le pedimos a las compañías es que tomen medidas para que sepan de dónde vienen los metales. No basta con que se fije en las credencias de las personas que se los venden, sino que deben ver todo el proceso. Algunas ya están tomando medidas. Comprenden que tienen que evitar que el dinero llegue a los rebeldes”.

(Fotografía: HZ)

Continúa…

Congo: la guerra por el coltán (2)

Hace apenas unas horas hemos regresado de las minas en la región de Walungu. Un viaje más allá de las carreteras, a pie por las montañas, hacia una zona sin ley, donde diversas comunidades, empresas privadas, rebeldes hutus del FDLR y soldados del ejército regular del Congo (FARDC) se disputan el control de los recursos minerales.

Los pueblos mineros tienen un ambiente propio del lejano Oeste, entre el alcohol y las peleas. Auténticos barrios de chabolas que cuelgan de acantilados. Los niños constituyen buena parte de quienes trabajan en los yacimientos. Las condiciones laborales no podrían ser más paupérrimas y arcaicas.

Mientras procesamos el material – y cruzando los dedos para que no se corte la luz, ya que tenemos tres o cuatro horas de electricidad al día – os dejamos algunas fotografías del viaje y otro texto que había preparado para tratar de comprender la génesis, estructura y lógica de esta pugna por los minerales, auténtico motor de la violencia en esta zona del mundo.

La gran guerra africana

La República Democrática del Congo cuenta con cerca del 80% de las reservas mundiales de coltán, seguida por Australia, que tiene un 10%, y Brasil y Tailandia que se reparten el restante 10%.

Sumamente valioso y sencillo de extraer, el coltán fue uno de los minerales que potenció el accionar de las múltiples facciones armadas que se enfrentaron en la gran guerra que asoló al Congo entre 1998 y 2003.

Un informe elaborado por expertos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 2002 señaló a decenas de militares y gobernantes de Congo, Uganda, Ruanda, Burundi y Zimbabue que, perfectamente organizados, se lucraron con la exportación de minerales a Europa, Asia y América.

Por otra parte, acusó a 85 empresas occidentales de “directa o indirectamente, de forma deliberada o negligente” prolongar el conflicto, enriquecer a individuos y financiar a las facciones armadas.

Periodistas como Johann Hari, que estuvo en la zona, establecen una relación directa entre estas denuncias y nuestros propios hábitos de consumo: “Estos recursos no fueron robados para ser usados en África. Fueron saqueados para que nos los vendieran. Mientras más compramos, más los invasores robaron y masacraron. El aumento en el uso de los teléfonos celulares causó un aumento en las muertes”, escribía en el periódico británico The Independent.

El negocio de Ruanda

Después del final de la gran guerra en 2003, que llevó a la retirada de los ejércitos extranjeros, fueron las milicias que quedaron en el terreno las que controlaron parte del negocio de la minería.

La connivencia de Ruanda en el robo de los minerales previo a 2003 ha quedado documentada. Ya en 1999, un informe de la ONU sostenía que el 80% de los 320 millones del presupuesto militar de Ruanda se pagaban con minerales del Congo. Se estima que 2001, el Ejército de Ruanda ganaba 20 millones de dólares al mes solamente del coltán.

Lo que llamaba la atención era la cantidad de este producto que un país tan pequeño como Ruanda, de apenas ocho millones de habitantes, exportaba: 1440 toneladas al año. Otro documento de la ONU demostraba que la producción real del país en su propio territorio era de 83 toneladas anuales, el resto provenía de su vasto y caótico vecino, al que había puesto de rodillas en dos guerras. Bautizaba a Paul Kagame, su presidente: “el padrino de la explotación ilegal de recursos naturales”.

La salida de Nkunda

Un nuevo estudio de la ONU, publicado en diciembre de 2008, vuelve a señalar al gobierno de Ruanda. Habla claramente de la relación entre el presidente Paul Kagame, empresarios de su país y el estrafalario líder rebelde Lauren Nkunda, que siempre ha dado como argumento de su lucha armada la protección de los tutsis en terreno congoleño.

Esto ha puesto en juego el mayor recurso del “país de las mil colinas”, la ayuda internacional, que significan el 60% de sus ingresos. Y ha dejado en muy mal lugar a Paul Kagame, que una y otra vez ha negado su relación con Nkunda.

Quizás esto fue lo que llevó en el pasado mes de enero a las fuerzas ruandesas a invadir una vez más Congo, aunque en esta ocasión con la venia del presidente Kabila, para arrestar a Laurent Nkunda. Desde entonces, las fuerzas tutsis del CNDP se han integrado al ejército congoleño.

En el mes de abril se lanzó la operación Kimia II, con la intención de terminar con los hutus del FDLR, que también controlan parte del negocio de la minería en el Congo. Operación a cuyo comandante hemos podido entrevistar esta semana y que seguiremos a partir de mañana junto a los soldados de las FARDC.

(Fotografías: HZ)

Continúa…

Congo: la guerra por el coltán (1)

El año pasado centramos los reportajes que realizamos en la República Democrática del Congo en la violación como arma de guerra, los niños soldados, la cuestionada labor de la MONUC y los orígenes del conflicto.

En este nuevo desembarco en los Kivus el objetivo es seguir de cerca el proceso de Kimia II, que pretende terminar con los rebeldes hutus del FDRL, y en ahondar en uno de los motivos que ha perpetuado esta guerra a lo largo de 15 años, con un saldo de cinco millones de muertos: el expolio de los recursos minerales congoleños.

Tras demorar tres días en conseguir todos los permisos, credenciales y sellos (y más sellos) de rigor, esta mañana mantuvimos una entrevista con un comerciante de casiterita, oro y coltán que tiene sus oficinas en el multitudinario y paupérrimo barrio de Kadutu (la tercera de las fotografías que allí tomamos es de casiterita).

La semana que viene mantendremos encuentros con el área de la MONUC responsable de aplicar la resolución 1856 del Consejo de Seguridad de la ONU. También nos desplazaremos a las minas, para conocer las condiciones de los trabajadores, y entrevistaremos a responsables gubernamentales.

Para comprender qué es el coltán podríamos hacer un ejercicio de deconstrucción, como con las matrioskas rusas, pero a la inversa.

La más pequeña de estas muñecas sería el tantalio, que es un metal de transición de color azul grisáceo. Descubierto en 1820, su nombre viene del mito griego de Tántalo, que fuera condenado por Zeus a la sed eterna. Denominación que deriva de la capacidad del tantalio para no oxidarse.

A su vez, el tantalio se encuentra en el mineral conocido como tantalita, nuestra segunda muñeca rusa. Y la tantalita se halla junto a la columbita, de poca utilidad, en el coltán. Conocido como el “oro azul”, éste último no abunda en la naturaleza y ha pasado en pocos años de ser una simple curiosidad mineralógica a convertirse en el pieza clave de los avances tecnológicos más importantes de nuestro tiempo.

Esto se debe a las propiedades del tantalio, que es duro y dúctil a la vez, de alto punto de fusión, difícilmente oxidable, y buen conductor de la electricidad (80 veces mejor que el cobre), por lo que se emplea para fabricar condensadores electrolíticos.

Y ahora sí ya estamos frente a nuestra gran muñeca rusa en su máxima dimensión: rubicunda, henchida de modernidad y poder. Pues estos condensadores son uno de los componentes esenciales de teléfonos celulares, GPS, satélites artificiales, armas teledirigidas, equipamientos médicos no invasivos, televisores de plasma, videojuegos, computadoras portátiles, PDAs, reproductores MP3 y MP4.

Este mineral es clave para las telecomunicaciones, la industria bélica o la medicina más sofisticada. “Quien controle el coltán, controlará el mundo”, escribió Alberto Vázquez Figueroa, autor de una novela sobre este mineral.

(Fotografías: HZ)

Continúa…

Burocracia, paciencia y espera en la guerra del Congo

Alguien comentaba el martes que hasta ahora sólo he escrito anécdotas de viaje. Dejando a un lado que no considero el recuerdo de Sharon Kayalo como una mera anécdota, lo cierto es que en ese momento apenas llevaba dos horas en la República Democrática del Congo.

Ya me gustaría en dos horas poder encontrar una buena historia, retratarla, comprenderla en su contexto y plasmarla. Al parsimonioso ritmo en que se mueven las cosas por esta parte del mundo, dos horas no dieron más que para cruzar a pie el puente que cubre el río Ruzizi, frontera entre Congo y Ruanda, lidiar con los oficiales de la aduana y encontrar un hotel.

Tampoco dos días en esta parte del mundo han dado para demasiadas novedades. Sí para reencuentros, tan valorados como esperados, con mujeres como Vumilia o Jeanette, que conocimos en nuestro anterior desembarco en el Congo y que narraré con el detalle que merecen en próximas entradas.

África camina

Dos días que han sido dedicados – mi primer impulso ha sido escribir “malgastados” – en interminables gestiones burocráticas para conseguir permisos. Como dice un buen amigo “el africano camina y el blanco va en coche”. Y es cierto que aquí los caminos están flanqueados a perpetuidad por riadas de personas que caminan, que avanzan, que progresan. Como ningún otro continente, África camina.

Y es cierto que este muzungu no ha hecho más que ir dando tumbos a lomos de un viejo Honda Civic de un extremo a otro de Bukavu, cuyas carreteras polvorientas, plagadas de baches y piedras, dan la impresión de haber sido recién bombardeadas.

Por si alguien quiere lanzarse a hacer periodismo por estas tierras, aquí va la lista de permisos necesarios: la “Lettre d’accretation media” de la MONUC, la “Autorisation de reportaje et filmage” de la Agence Nationale de Reseignements, que a su vez debe llevar el sello en la parte posterior de la 10º Regione Militare, Forces Armees, más las autorizaciones específicas de cada hospital o centro público en el que se quiera trabajar, como el hospital Panzi.

Conseguir estos documentos implica esperar durante horas en los pasillos de ruinosos edificios coloniales, presentarse y explicar la misma cuestión y mostrar las mismas credenciales una y otra vez. Labores que me serían imposible sin la ayuda de Selemani, que es mi guía y traductor en el Congo, y que parece poseedor de una paciencia infinita para sonreír, para repetir en francés lo que nos hacen prometer una y otra vez: que no vamos a filmar instalaciones militares, puertos, bancos, puentes…

Después vienen los pagos, los folios con membrete, las firmas y los sellos (estos últimos son las estrellas de la labor funcionarial en el Congo. Sólo hay que ver el gozo y la fruición con la que son estampados por todas partes, resonantes, perentorios, hasta que algún día no quede ni un espacio de hoja en blanco en todo el país y, si los dejan, en todo el planeta).

Paciencia infinita

Esta tarde hemos conseguido, en el cuartel general de la 10ª Región Militar de las Fuerzas Armadas Congoleñas, el último sello, sin el cual no podríamos partir hacia las minas de coltán en Walungu, que es lo que esperamos hacer el lunes. Cuatro surrealistas horas de espera, en una base cuyos hediondos baños tenían cascos militares a modo de recipientes para el agua.

Tampoco podríamos acercarnos a las operaciones armadas que el Ejército congoleño está realizando contra los rebeldes hutus del FDRL. El año pasado aquí no se hablaba más que de los acuerdos de Goma y del proceso de Amani, ahora todas las esperanzas se centran en Kimia II, nombre con el que se conoce al último intento por terminar con las fuerzas irregulares que mantienen sometido al Este del Congo.

Según el capitán Kitenge Kindu, que nos atendió en el cuartel, Kimya II ya alcanzó el 65% de sus objetivos. La gente de a pie con la que hablo tiene otra impresión: cuando las fuerzas de las FARDC avanzan, los hutus se esconden en la selva. Cuando los soldados gubernamentales se marchan, entonces los rebeldes vuelven y se toman la revancha con los civiles, lo que explica el sostenido número de desplazados internos.

Todas las gestiones que describí antes no son más que tonterías, parte irrenunciable de este trabajo, y supongo que contarlas es una manera de explicar que, por ahora, pocos testimonios ajenos y muchas impresiones propias. Gestiones, proyectos, deseos… Quienes sí tienen una paciencia infinita y admirable son los habitantes de los Kivus, que llevan 15 años esperando a que alguien ponga fin a la violencia.

Non-smoking guerra

En Nairobi continúa vigente la ley que prohíbe fumar en las calles. El país se encuentra al borde del colapso energético como consecuencia de la sequía, con cortes de luz cuatro días a la semana en algunas regiones, con cientos de vacas raquíticas que los masai conducen por las calles de la capital en busca de agua, pero la legislación antitabaco se sigue aplicando de forma inquebrantable. Tal vez por eso de que resulta más fácil prohibir que construir.

También siguen los embotellamientos monumentales y los matatus que se deslizan como bólidos por las avenidas desprendiendo su habitual humo acre. Pervive Kibera, la barriada más grande de África, ausente de cloacas, agua corriente, recogida de basura o saneamientos.

Lo único que ha cambiado es la “smoking zone” del centro de la ciudad: antes un cartel en una plazoleta bajo el cual los hombres se aglomeraban para apurar sus cigarrillos, ahora una jaula de metal en la que sólo falta que le tiren galletas a los fumadores.

Quizás el momento en que la severa legislación antitabaco de la capital keniana pareció más absurda fue durante los meses de violencia postelectoral (que cubrimos desde el terreno en este blog). Entonces todo estaba permitido, alentado por los grupos políticos rivales: asesinar, violar, robar, incendiar.

EEUU vs China

Un buen amigo se queja de la ley. Dice que sólo sirve para que los policías arranquen unos chelines a los infractores despistados. Este amigo lleva en el coche una guía editada por Transparency International (TI) que informa a los conductores sobre sus derechos a la hora de enfrentarse a los agentes de tráfico. “Cada día están peor, te paran por cualquier cosa y se inventan cualquier excusa para sacarte dinero”, me explica.

El último informe de TI sitúa a la policía keniana como la institución más corrupta de África oriental. Dentro de la región, Kenia tiene un índice de corrupción del 45%, Uganda del 34% y Tanzania del 17,8%.

En su reciente viaje por África, Hilary Clinton, que perdió los nervios con un estudiante congoleño que le preguntó acerca de su marido, criticó al gobierno de Kenia por la creciente corrupción. El primer ministro Raila Odinga la criticó a ella por haber firmado convenios con Angola y Nigeria, países aún más corruptos.

Quizás uno de los pocos legados positivos de la administración Bush fuera una mayor relación de EEUU con África, aunque esta se ciñese a la lucha contra el sida y al desarrollo del Africom. Ahora Obama busca ahondar los vínculos, sobre todo en lo comercial, aunque China parece haberle ganado ya la partida. El comercio de EEUU con África el pasado año fue de 104 mil millones de dólares, mientras que el de Beijing alcanzó los 107 mil millones.

Como sucede en Birmania, a los chinos no les preocupan la corrupción o los derechos humanos. Invierten para llevarse las materias primas que luego emplean en las industrias con las que inundan el planeta con sus productos. Sea de la mano de Robert Mugabe en Zimbabue, o de al Bashir en Sudán, lo importante es el dinero.

Entre el cáncer y el terrorismo

En Irak se acaba de enviar al parlamento una ley que prohibiría fumar en edificios públicos. The Economist señala con ironía el riesgo que correrían los funcionarios al bajar de sus oficinas a echar un pitillo: morir en un atentado con coche bomba (más ahora que Al Qaeda ha multiplicado los ataques terroristas con la intención de provocar nuevos enfrentamientos civiles que desestabilicen al país de cara a las elecciones del mes de enero y la retirada de las tropas de EEUU).

Aquí, en Bukavu, República Democrática del Congo, donde llegamos hace unas horas tras un breve paso por Ruanda, hay de todo y para todos los gustos. Corrupción policial, escasez de luz, libertad para fumar, caos, guerra. Faltan hoteles, los tres que hay son carísimos. Para peor, nadie trabaja con tarjetas de crédito ni existen cajeros. Dinero contante y sonante parece ser la única premisa en esta parte del mundo.

Lo mejor de la maratónica gira de Hilary Clinton, que describió como un mensaje de «amor duro», fue la promesa que hizo de de ayudas económicas para luchar contra la violación como arma de guerra. También propuso la creación de un relator especial de la ONU para tratar de poner fin a esta práctica que tantas veces denunciamos en este blog. Veremos qué opinan sobre estas iniciativas quienes trabajan en el terreno para ayudar a las víctimas.