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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Veinte años del genocidio de Ruanda: el silencio de EEUU (2)

La batalla de Mogadiscio, recreada por la película «Black Hawk Derribado» de Ridley Scott, tuvo lugar los días 3 y 4 de octubre de 1993. Enfrentó a fuerzas especiales de EEUU con los hombres del señor de la guerra Mohamed Farrah Aidid. Terminó con la vida de 18 soldados de EEUU y la de más de mil somalíes. Y significó la salida de las tropas estadounidenses de Somalia. Sería la última vez que este país formaría parte directamente de una misión de paz de la ONU.

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda- Foto: Hernán Zin

Restos de víctimas en las escuelas Murambi, Ruanda. Foto: Hernán Zin

Para el presidente Bill Clinton aquello supuso una gran derrota. Sobre todo frente a la opinión pública. La foto del soldado Cleveland arrastrado por una multitud de somalíes por la calles de Mogadiscio enfureció al estadounidense medio, que no entendía qué hacían fuerzas de su país en una misión para alimentar a los hambrientos de un lugar de África del que nunca había
escuchado hablar.

Años más tarde, periodistas como Peter Bergen rebelaron que Osama Bin Laden no solo financió a los hombres de Mohamed Farrah Aidid sino que envió a sus propios comandos a luchar contra los norteamericanos en Somalia. Esto hace de la Batalla de Mogadiscio, el primer enfrentamiento entre Occidente y Al Qaeda. Un avance de lo que sería la tónica en la primera década del siglo XXI.

Por eso, cuando seis meses más tarde comenzó el Genocidio en Ruanda, la administración Clinton hizo todo lo posible por evitar tener que volver a mandar nuevamente soldados a África. La primera estrategia que siguió fue negar el Genocidio, pues como suscriptor de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio – que firmó en 1981 – tenía la obligación de intervenir para impedir y castigar los actos tendientes a destruir una nación, etnia, raza o grupo religioso.

Madeleine Albright, en aquel entonces embajadora de EEUU para la ONU, hizo todo lo posible por minimizar lo que sucedía en Ruanda.

Pidió reducir el número de cascos azules de la ONU. Retrasó varias reuniones del Consejo de Seguridad. Cada día de demora, sumaba otros once mil muertos. Muy curioso siendo ella misma una refugiada checa de padres que escaparon del nazismo. Su equipo hablaba a la prensa de un «un posible acto de de genocidio», pero nunca de un genocidio en sí, estrategia ridícula que causaba asombro y estupor entre los periodistas y diplomáticos.

Finalmente, ocho países africanos decidieron intervenir para frenar el Genocidio. Solo pidieron a EEUU apoyo aéreo para transportar las tropas. Bill Clinton accedió pero fue Francia quien intervino a través de la llamada Operación Turquesa, que sirvió más para proteger a sus aliados hutus que para salvar vidas tutsis.

Witness

Witness es un programa de televisión que comenzamos a perfilar con Jon Sistiaga haca ya más de un año, cuando nos dirigíamos a rodar en Uganda sobre la llamada «Ley antihomosexualidad», tema que tantas veces tratamos desde distintos países de África en las páginas de este blog.

Sí, la misma infame ley que finalmente se aprobó el 24 de febrero de 2014, poniendo en riesgo la integridad de miles de gays y lesbianas (una demostración de que mientras luche la guerra en Somalia en nombre de Occidente, el gobierno de Kampala poco tiene que temer a las tímidas amenazas de sanciones de EEUU y Europa, que nunca se harán realidad. Todo esto sin contar que la gran potencia ahora en África es China, que no tiene la costumbre de preguntar sobre los derechos humanos).

Witness es ante todo un espacio para todo el talento audiovisual, narrativo, que hay ahí fuera y que muchas veces no alcanza la visibilidad que merece. Tanto navegando por Internet como hablando con compañeros, yo me he encontrado con auténticas joyas que apenas tenían un centenar de visitas, desde cortos documentales hasta reportajes.

En Witness, vemos primero el vídeo, o un resumen del vídeo, y luego Jon Sistiaga entrevista al autor. Aquí podéis ver el primer programa.

Uno de los aspectos más interesantes de Witness es que Jon y yo no solo seleccionamos vídeos que nos recomiendan o que encontramos en Internet, sino que estamos abiertos a vuestras propuestas. Así que ya sabéis, si tenéis una buena historia, enviádnosla.

Por mi parte, preparando todo para salir hacia Ruanda, donde se cumplen 20 años del genocidio. Y desde donde escribiré este blog las próximas semanas.

India no es país para mujeres

Finalmente estrenamos el reportaje «No es país para mujeres», cuya génesis y rodaje fui compartiendo con vosotros hace unos meses en este blog. Después de Tanzania, Somalia, Argentina, Afganistán, Uganda y EEUU, el séptimo trabajo en el que he tenido la suerte de sumar fuerzas con Jon Sistiaga para Canal Plus, con la India y la situación de la mujer como epicentro de la narración.

No es un tema nuevo. En estas páginas he escrito mucho sobre la India, país en el que viví durante tres años y al que dediqué dos libros, «Un voluntario en Calcuta» y «La libertad del compromiso«, y unos cuantos documentales entre los que destaca «Villas Miseria«.

Dista de ser mi lugar favorito del mundo, para qué os voy a mentir. Entre las montañas de basura, los barrios de chabolas, el lacerante racismo que todo lo contamina, la gente que se muere sin atención en la puerta de los hospitales, nunca he conseguido siquiera vislumbrar la tan cacareada espiritualidad que tantos otorgan a la India. Al contrario, creo que es el lugar menos espiritual que he conocido, donde la vida, sobre todo la de los débiles, se trata con implacable desdén.

Lo que hemos hecho con Jon Sistiaga es tratar de retratar lo que una mujer padece en la India desde que nace hasta que se muere. Desde que es marginada antes de nacer por los llamados feticidios hasta que es expulsada de su familia al enviudar, pues su vida carece de sentido si no es en función del hombre.

Quizás uno de los pocos momentos gratos del reportaje sea la aparición de Urmi Basu, protagonista de «La libertad del compromiso», que casi 14 años después de nuestro primer encuentro sigue haciendo una magnífica labor por las prostitutas de Calcuta.

El estreno de «No es país para mujeres» es el próximo miércoles 19 de febrero en Canal Plus.

A la caza del homosexual en África (vídeo)

Quinto reportaje en el que he tenido la suerte de sumar fuerzas junto a Jon Sistiaga para Canal Plus. Y un tema tan indignante como difícil de explicar que hemos tratado en numerosas ocasiones a lo largo de los años en este blog: la persecución de homosexuales en África.

Continente que, paradójicamente, vive un momento de prosperidad sin precedentes desde la descolonización. Siete de los diez países que más crecen se encuentran en África, lo que está gestando una clase media urbana conectada con el mundo, emprendedora y sabedora de sus derechos que será la que seguramente reescribirá la historia de esta parte del planeta en las próximas décadas.

La persecución de los homosexuales cae así como una losa no ya sobre los propios afectados sino sobre estas sociedades en su conjunto, que no deberían malgastar un instante siquiera en dejar de mirar al futuro para perderse en estas disquisiciones absurdas, retrógradas y excluyentes sobre la sexualidad particular.

Pero la homofobia no surge de manera espontánea. En un discurso que dio el 12 de marzo de 2010 en Soweto, Sudáfrica, el siempre lúcido arzobispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, destripó la esencia última de este problema:

Los gays, lesbianas y transexuales son parte de tantas familias. Son parte de la familia humana. Son parte de la familia de Dios. Y, por supuesto, son parte de la familia africana.

Pero tenemos esta ola de odio que se está diseminando por mi amado continente. Hay gente a la que se le está negando sus principios y libertades fundamentales. Estos son terribles retrocesos para los derechos humanos en África.

Tenemos que parar esta ola de odio. Los políticos que se benefician al explotar y alentar esta ola de odio, no deben caer en la tentación de sacar rédito del miedo y la falta de entendimiento.

Mis compañeros religiosos, de toda confesión, deben defender la dignidad universal y la fraternidad. La exclusión nunca es un avance en el camino hacia la libertad y la justicia.

El estreno será el 10 de abril en Canal Plus.

Debut en los escenarios de «Y mañana… ¿qué?»

Siempre he creído que era mi obligación como narrador no hablar solo para los que ya conocen y están convencidos de la importancia y el atractivo de ciertos temas. Empujar los límites de la forma narrativa para ir más allá, para alcanzar nuevos horizontes y públicos. Quizás por eso siempre he preferido los libros y los documentales a los reportajes en prensa, pues te permiten experimentar con la forma y tratar de llegar a personas que quizás nunca se han interesado por algunas cuestiones.

Fuente: Euskadi 2012

En el programa 13 Objetos, por ejemplo, contaba historias a través justamente de cosas de nuestra vida cotidiana. En el primer episodio era una zapatilla falsa que pasaba de dueño en dueño – desde un taller clandestino, hasta un mercado de falsificaciones, hasta el joven delincuente que las usa y termina en la cárcel – la que me permitía describir la violencia, la miseria y la marginación en Buenos Aires. En mi primer libro, Un voluntario en Calcuta, la pobreza en la ciudad india es reflejada a través de la mirada de sus perros, gatos, cuervos y buitres.

Hace ya unos años comencé un apasionante y fructífero diálogo con el director de teatro Mikel Gómez de Segura. Mi idea en estos encuentros era dar con la vía para cargar mis relatos de lirismo, de hálito poético; para insuflarlos de arte y hacerlos así más universales y accesibles. El objetivo de Mikel era el contrario: quería que su arte pusiese los pies en la realidad del mundo, en los desafíos sociales de nuestro tiempo. Buscaba una base periodística para su narración.

Zapatillas en vuelo

El espectáculo Y mañana… ¿qué?, que estrenamos el viernes en el Bilbao Arena de la capital vizcaína, representa en buena medida la síntesis, el encuentro, de estos dos rumbos que finalmente, tras tantos años de soñar y reflexionar en voz alta, se han fundido y hecho realidad sobre un mismo escenario. En ínfima medida, casi inexistente, por mérito mío, y sí por el de toda la gente que ha trabajado delante y detrás del escenario bajo la batuta de Mikel.

Entre el estreno del viernes y la función del sábado, más de 5.000 personas nos han venido a ver. Gracias a mis compañeros y amigos Jon Sistiaga, Mayte Carrasco y Mikel Reparaz, que confiaron y se animaron a subirse a las tablas para poner entre los cuatro en palabra y recuerdo tantas historias que conocimos en zonas de guerra. Pues de eso va Era bihar… zer?. Es un relato sobre la guerra que hemos puesto en marcha en el 75 aniversario del bombardeo de Guernica. En mi caso, otra vez, la zapatilla es el hilo conductor de los testimonios que rescato del olvido.

Agradeciendo al público en el escenario del Bilbao Arena (Foto: Euskadi 2012)

Y gracias a Mikel y a los dos talentosos directores que lo acompañaron, Kepa Ibarra y Raúl Cancelo, y a todos los artistas de las compañías Traspasos Kultur, Gaitzerdi y Hortzmuga que se dejaron la piel y el talento en escena para representar sobre montañas de zapatillas, tomados desnudos de una bandera como la de Iwo Jima o a lomos un enorme caballo metálico del Apocalipsis. Y asimismo a los jóvenes del coro juvenil Gaudeamus Korala de Gernika, que de forma tan magnífica como aterradora, recrearon el bombardeo de su ciudad.

También a los integrantes de la Fundación 2012, que con su apoyo y entusiasmo han colaborado para que empujáramos los límites de la narración, de la reflexión colectiva sobre la guerra, hasta nuevos horizontes, que al menos yo nunca me había animado a soñar. Eskerrik asko!!

Kabul Rock

A Kabul le faltan muchas cosas, pero tiene algo de lo que carece Madrid: una gran radio de rock las 24 horas del día. La ya mítica Kabul Rock.

Sí, aunque sorprenda, Kabul – la ciudad del atasco perpetuo y los muros de hormigón, acosada por las bombas de los talibanes, desgarrada por la corrupción y el clientelismo de los señores de la guerra reconvertidos en parlamentarios, la miseria de los niños que rebuscan en la basura y el machismo aberrante que somete a las mujeres bajo los burkas – tiene un espacio en sus ondas en el que te puedes encontrar desde un clásico del maestro Hendrix, pasando por la desgarrada voz de Chris Cornell al frente de Audioslave, para terminar con los hermanos Robinson, cada día más impredecibles, fuera de tempo y volados en The Black Crowes.

Una radio que, lamentablemente, como el poder del propio gobierno de Karsai, tiene un campo de influencia limitado que apenas supera los confines del área metropolitana de la capital. Así que, cuando abandonas Kabul, otra vez te encuentras destinado a la música pastún, que sorprende y realza el paisaje durante un rato, pero que después de unas horas se vuelve soporífera para que los que no sabemos apreciar sus matices o entender sus letras.

Es entonces cuando DJ Sistiaga aprovecha para poner Barricada, banda que suena demasiado encorsetada y predecible para mi gusto, pero que viene bien sin dudas para hacer un poco el tonto y olvidarse al menos unos instantes de todo en un rodaje tan complejo como el de «Caminando sobre las bombas» que, por cierto, se estrena este miércoles 24 de octubre, a las 21:45, en Canal Plus… dicho queda.

Kabul… a pesar de todo, Kabul

Kabul es una ciudad de niños harapientos que rebuscan en la basura; de mujeres atrapadas en burkas que recorren las aceras invisibles y livianas como fantasmas; de mendigos que levantan los brazos en las esquinas reclamando almas.

Niños vuelven de la escuela en la periferia de Kabul, entre tanques abandonados por los soviéticos (Foto: Hernán Zin)

Una urbe caótica, polvorienta, de tráfico crónicamente colapsado, donde el que lleva un arma tiene prioridad sobre el resto, ya sea un policía, un soldado afgano, un soldado de la OTAN, un guardia de seguridad de una embajada o un mercenario de alguna empresa militar privada. Así se estructura la pirámide social en esta parte del mundo, sobre fusiles, revólveres y granadas.

Una capital cada día más amurallada, de calles abruptamente mutiladas por muros de hormigón y alambres de espino, de garitas con somnolientos guardias de seguridad y de humvees del ejército afgano aparcados en las aceras con sus ametralladoras .50 listas para disparar.

Una urbe a la que de vez en cuando bajan algunos tarados adoctrinados en las madrasas de Paquistán y se meten en un hotel, en un restaurante, en un edificio público, para liarse a tiros y tratar de llevarse consigo la mayor cantidad de vidas posibles. Una excursión que suele terminar con estos mismos tarados volando por los aires y rodeados de cuerpos sin vida de inocentes.

Una ciudad por la que, a pesar de todo, quien escribe estas palabras siente un particular afecto. No en vano hace dos horas, al abandonar el nuevo aeropuerto y subirse al desvencijado taxi que lo llevaría al mítico hotel Gandamack, experimentó una cierta emoción. Todo amor es imperfecto, convive con limitaciones y miserias, y esta no iba a ser la excepción.

Ahora, por delante, 24 horas para redescubrir Kabul, para recorrer Chicken Street, el parque de Shahre Now, el antiguo palacio real, y disfrutar las vistas desde la colina de la televisión. Mañana a primera hora partimos hacia Kandahar, que es donde la guerra se manifiesta de forma más terrible e implacable.