El pasado miércoles celebramos con ruido el Día Internacional Sin Ruido. No podía ser de otra manera. En nuestra sociedad, cada vez más individual, tratamos inútilmente de romper nuestro creciente aislamiento rodeándonos de ruido. Despertador, motores, pitidos, sirenas, alarmas, televisión, radio, gritos, el móvil que suena, máquinas, obras, otra vez el móvil, coches, motos, más gritos,… Y música, música de ambiente por todas partes, nos guste o no, persiguiéndonos en todos los lugares y a todas horas. Para animarnos a comprar, para animarnos a divertirnos, para no sentirnos tan solos, pero también para tapar con ruido nuestros propios ruidos.
La contaminación sonora nos acosa allá por donde vamos, un invisible pero insufrible agente contaminante que nunca descansa.
La idea era buena, guardar un minuto de silencio por el silencio. 30 segundos a las 12 del mediodía para que todo el mundo pudiera percibir el ambiente sonoro del entorno. Pero prácticamente nadie la secundó. Demasiado ruido para poder escuchar los sonidos del silencio.
Sin embargo, no todo está perdido. Tenemos derecho a una segunda oportunidad. ¿Qué les parece intentarlo de nuevo mañana, mientras damos un relajante paseo por el campo o un parque cercano? Poder sentarnos junto a un árbol, cerrar los ojos y escuchar el latir de la primavera.
Además tenemos una excusa todavía más interesante. Oír por vez primera en el año al mejor cantante del mundo. Aquel a quien Espronceda pidió que cantara en la noche y en la mañana sus amores: el ruiseñor.
En Inglaterra, la llegada de este pequeño y casi invisible pájaro, embajador del buen tiempo, siempre es recibida como una gran noticia por el periódico Times, al contrario que aquí, silenciada por la indiferencia de nuestro estruendo vital.
Su deliciosa melodía, ése sí que es un ruido agradable.