La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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¿Conoces la Costa Rica de Europa?

Este verano la atención mediática se ha centrado en el impresentable senador y presidente del Cabildo de La Gomera Casimiro Curbelo, olvidándose una vez más de promocionar las excelencias de un territorio único que conocen mucho mejor los alemanes que nosotros los españoles.

Al margen de saunas y juergas vergonzantes, los gomeros han logrado preservar una isla sin parangón cuya explotación de los recursos naturales está llamada a convertirse en la Costa Rica de Europa; en modelo de turismo respetuoso, capaz de preservar e incluso acrecentar unos atractivos que con toda justicia están considerados Patrimonio de la Humanidad.

La Gomera ha sido la primera isla canaria en recibir la Carta Europea de Turismo Sostenible y es también la primera en la que una veintena de empresas se adhieren a esta distinción de Europa que marca estándares de calidad y objetivos de conservación y desarrollo.

Gracias a Ángel Fernández, querido amigo y director del Parque Nacional de Garajonay, pude asistir hace unos días en esa querida isla a la entrega de estas distinciones llamadas a convertirse en referente del ecoturismo español.

Fue también allí donde conocí a Ana Valien, de Los Telares, representante de esa nueva generación de emprendedores excepcionalmente bien preparados que han apostado decididamente por llevar a su isla a las más altas cotas de calidad ecológica. Su discurso de agradecimiento, que podéis leer íntegro en su blog, resulta tan emocionante como esperanzador.

Cientos de kilómetros de senderos entre montañas imposibles y bosques de niebla perfectamente acondicionados para caminar, agropaisajes únicos donde el hombre ha logrado esculpir con bancales una arquitectura de piedra de auténtico vértigo, quesos de cabras felices ahumados con leña de brezos de la laurisilva, guarapo y miel de palmera canaria extraída según técnicas aborígenes, potaje de berros, mangos y aguacates, cerámica sin torno, el silbo gomero como método excepcional de comunicación, gentes felices y playas familiares.

¿Queréis un consejo? Id de vacaciones a La Gomera. Será algo inolvidable.

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Medio siglo de paraíso helado

Hace 50 años se puso en marcha uno de los tratados más revolucionarios de nuestra historia reciente. En medio de una inestable guerra fría que amenazaba con un tercer gran conflicto mundial, nos pusimos extrañamente de acuerdo para convertir a la Antártida en una gigantesca reserva natural, la menos poblada y contaminada del planeta.

Con la entrada en vigor el 23 de junio de 1961 del  Tratado Antártico, los 48 países firmantes reconocen que

“es en interés de toda la humanidad que la Antártida continúe utilizándose siempre exclusivamente para fines pacíficos y no llegue a ser objeto de discordia internacional”.

Desde entonces es el único continente sin fronteras, desmilitarizado, desnuclearizado y dedicado en exclusiva a la cooperación científica internacional. De momento hay un acuerdo mundial para prohibir toda explotación de sus ingentes reservas mineras y petrolíferas hasta el año 2040. También para preservar esa capa de hielo de más de 2,5 kilómetros de espesor en donde se atesora el 80% de toda el agua dulce del planeta. Paradójicamente, en este mismo continente helado se localiza el lugar más árido del planeta, los Dry Valleys, donde hace miles de años que no llueve por culpa de sus terribles vientos catabáticos.

Por supuesto, tan virginal espacio no está exento de peligros. El más grave de todos es el cambio climático, responsable de que precisamente en este último medio siglo la Antártida se haya calentando el doble de rápido que el resto del planeta y registre preocupantes procesos de deshielo. También sufre los efectos de la sobrepesca y de la inaceptable caza de ballenas.

A estas agresiones se ha añadido en los últimos tiempos una nueva amenaza: el turismo. El creciente flujo incontrolado de turistas que visitan en barco o sobrevuelan en aviones el continente antártico empieza a pasar factura ambiental. Más de 50.000 personas en el último verano austral. Y es que no somos capaces de dejar en paz ni los desiertos helados más protegidos del planeta.

Para refrescaros, nada más bello que este increíble documental sobre los pingüinos antárticos. Que lo disfrutéis.

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Vacaciones ecológicas «low cost»

En estos tiempos de crisis, nada mejor que disfrutar de unas vacaciones ecológicas low cost, las más baratas y medioambientalmente más sostenibles.

El primer consejo es buscarlas cerca de casa. Cuanto más próximo esté ese lugar de retiro estival, menos consumo energético haremos y mejor nos sentiremos. El pueblo, un pueblo, es el mejor sitio. Para muchos, el lugar perfecto donde reencontrarnos con nuestras raíces y con la naturaleza. Tras un año de frenética actividad urbana no se me ocurre nada más plácido que desconectar del mundanal ruido abusando a placer de caminatas, lecturas, charlas, partidas de cartas, comidas saludables y siestas interminables. Incluso la propia ciudad, ahora que tanta gente ha salido fuera, se convierte en un privilegiado refugio (barato) rodeado de parques y pueblos próximos por descubrir.

También los más aventureros tienen un mundo cercano por disfrutar. Practicando placeres como el senderismo o la bicicleta, el turismo rural, los programas de voluntariado ambiental e incluso de ese turismo activo tan lleno de sorpresas.

Sólo un consejo. Huyamos de los “fast travel, ofertas imposibles donde visitar 10 ciudades en seis días, persiguiendo el paraguas enhiesto de un guía que sólo sabe meternos prisa, chupando kilómetros de autobús y, lo que quizá todavía es peor, descansando en hoteles insulsos de comida estándar. Eso no es viajar queridos amigos. Eso es ir a ver postales. ¿No os parece un horror?

Viajar es descubrir sin prisa paisajes y paisanajes. Sentarse junto a un viejo chopo a la orilla del río y escuchar el relato sencillo de algún paisano sobre cómo se vive allí. Conocerlo, sentirlo y brindar por ese nuevo amigo del alma que, seguramente, no volveremos a ver nunca más pero que tanto nos habrá impresionado, del que tanto habremos aprendido. Recuerda: a la vuelta de un viaje, lo más imperecedero es la gente a la que conociste. Seguro que alguno de vosotros nunca olvidará uno de esos viajes especiales. ¿Lo compartes con nosotros?

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Vacaciones «Robinson» en la Isla Bonita

Os voy a desvelar mi lugar secreto de vacaciones: La Palma, la Isla Bonita.

Lo tiene todo para practicar el deporte favorito de tantos de nosotros, el turismo inactivo, pero también para perderte en sus selvas de laurisilva donde crecen tiles gigantes; para tocar el cielo (y las estrellas) desde la Cumbre, a más de 2.000 metros de altura; para ver sobrecogido cómo ascienden las nubes en el interior de la Caldera de Taburiente; para caminar por las cenizas aún calientes de los volcanes más recientes de Canarias.

Vivo como Robinson Crusoe, sin cobertura de móvil, sin carreteras de acceso, sin pueblos cerca. Pero mi retiro tiene truco. Me quedo en la casa de unos amigos alemanes aislada en lo alto de un acantilado desde donde contemplo en la lejanía a las islas hermanas de Tenerife y La Gomera. Un Atlántico embravecido que todas las noches me arrulla al ritmo que marcan los siempre enigmáticos cantos de las pardelas cenicientas, a las que al atardecer veo cabalgar por miles sobre las olas desde la ventana de mi habitación. Cuido siete gatos y una huerta ecológica maravillosa, más bien un jardín: fresas, moras, mangos, papayas, aguacates, tomates, alubias, cebollas. Disfruto de la lectura, de caminatas, hasta de las famosas Fiestas Lustrales, e incluso estoy sacando tiempo para escribir un libro. ¿Se puede pedir más?

Sé lo que estáis pensando, pero no es verdad. No os lo cuento para daros envidia. Lo hago, como cuentan que hizo Luis Miguel Dominguín después de pasar su primera noche de amor con Ava Gardner. He salido corriendo al ordenador para contárselo a todo el mundo, no me lo podía aguantar.

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¡Viva el turismo inactivo!

Este domingo se clausura en Madrid la trigésima edición de la feria de Fitur, el gran escaparate mundial del turismo. La mayoría de las 11.000 empresas e instituciones allí reunidas han intentado y siguen intentando captar la atención del turista global, ese curioso impenitente capaz de gastarse grandes cantidades de dinero en descubrir lo que hay al otro lado del mapa.

Los griegos ya se iban de Olimpiadas, y seguramente antes ya había largas romerías y peregrinaciones, algo así como un incipiente turismo religioso. Ahora somos cerca de 1.000 millones los que nos movemos por todo el mundo cada año de un país a otro, sólo por diversión. Gastándonos la nada despreciable cifra de 625.000 millones de euros anuales. Mucho movimiento, mucho gasto, pero también muchos desequilibrios y mucho despilfarro energético.

En los últimos 50 años la estrella fue el turismo de sol y playa. Un sector en el que España se especializó de una forma tan terrible como terriblemente destruida quedó su costa. Agotados de este modelo, hemos vuelto ahora la atención al mundo rural, al turismo ecológico y cultural. Sin embargo, somos seres inquietos. Llegamos a un lugar nuevo y preguntamos: ¿qué se puede hacer aquí? Nació así el turismo activo y de aventura: rafting, surf, kayak, puenting, 4×4, quads,… Ser superhéroes durante unas horas, antes de regresar a la realidad de la oficina.

Yo sin embargo, cada vez soy más partidario del turismo inactivo o, mejor dicho, del turismo plácido. Ir a zonas rurales para pasear, leer, hablar con la gente, extasiarme ante el vuelo de una mariposa o el color de una flor. Lo que los italianos denominan “dolce far niente” y podríamos traducir como “refinada holgazanería”. Es lo más cómodo y ecológico, pero también lo más económico, saludable y lógico. ¿No os parece que al final nos estresamos más con esas vacaciones tan activas que con el propio trabajo? Entonces ¿para qué correr tanto?

Como reza un viejo proverbio árabe,

“la simplicidad es un tesoro infinito, si no puedes alcanzar lo que anhelas, conténtate con lo que tienes”.

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¿Te escandaliza el nudismo en las playas?

La noticia la conocéis todos. El Ayuntamiento de Cádiz ha aprobado una ordenanza municipal que castiga con multas de entre 100 y 750 euros a las personas que practiquen el naturismo en las playas urbanas. Se supone que bañarse públicamente sin ropa es una inmoralidad, perseguible por la policía.

La normativa municipal no aclara si el topless queda igualmente prohibido, quizá porque a los políticos gaditanos eso de ver tetas les sigue alegrando los ojillos. Tampoco si un niño en porretas será igualmente sancionado «por escándalo público».

¿Pero a estas alturas escandaliza a alguien el nudismo?

Recuerdo una aldea gallega donde, hace ya muchos años, el párroco y sus feligresas más incondicionales echaron de la playa, con horcas y guadañas, a las mujeres que tomaban el sol sin la parte de arriba al grito de «guarras».

Por suerte hoy esté tabú está superado en España, aunque no en otros países como en China. Allí lo normal es ver a las féminas tomar el sol con bañador de una pieza sobre el que suelen ponerse además una camiseta. Y en Filipinas te quedas asombrado cuando ves a la gente bañarse vestida, y caminar luego chorreando hasta sus casas, donde pueden cambiarse de ropa con total intimidad.

Está claro que esto del nudismo es algo cultural, aunque no es nuevo. Cuando Miguel de Unamuno estuvo desterrado en Fuerteventura en 1924, fue amonestado por el dueño del hotel en el que se alojaba pues los vecinos le habían visto tomar el sol desnudo sobre la azotea, a lo que el buen profesor respondió:

«Pues que no miren».

Hoy en esa misma isla canaria donde yo vivo el nudismo se ve con la más absoluta naturalidad. No hay playas exclusivas para bañarse desnudo, sino que cada uno va como quiere. Eso sí, el sentido común te hace evitar las zonas muy concurridas.

La práctica del nudismo es algo natural, agradable, lógico e imparable. Sin embargo, quizá no estamos del todo acostumbrados a practicarlo, y como me reconocía hoy una amiga, algunas veces nos da vergüenza si nos encontramos en la playa con el vecino, el alumno o el compañero de trabajo, y encima ellos van vestidos y nosotros no. ¿No os ocurre eso a vosotros?

La solución sería acotar zonas de la playa para la práctica del naturismo, donde todo el mundo vaya en pelota picada, aunque yo sigo prefiriendo el modelo majorero. Y como diría mi querido Unamuno, si a alguno no le gusta, pues que no mire.

Turismo radiactivo en Garoña

Ya lo saben. La caduca y caducada central nuclear de Santa María de Garoña seguirá funcionando cuatro años más, hasta el 5 de julio de 2013. La noticia no ha sorprendido a nadie, pero a los que menos a sus propietarios, Endesa e Iberdrola, quienes durante todo el año han seguido ofertando visitas turísticas a sus instalaciones más allá de la supuesta fecha de clausura.

Y es que Garoña tiene un inmenso atractivo turístico. Conocido y explotado. De hecho, con estrictos numerus clausus incluidos, es visitada por más de 259.000 personas desde que iniciara sus peculiares tours radiactivos en 1992, a un ritmo medio de un millar de turistas mensuales. Porque a pesar de que su vida útil de 40 años caducó ayer domingo, inasequible al desaliento, llevaba meses ofertando visitas para todo el verano.

No es de extrañar. Todos en Burgos y Bilbao saben que en Garoña se puede degustar gratis uno de los mejores bacalao al pil-pil del norte de España, regado con inmejorables vinos de La Rioja, a la salud del rentable átomo [Siendo la central más pequeña de España genera unos ingresos de 250 millones de euros al año].

Al margen de su cierre o no, el futuro de la nuclear castellana será sin duda turístico. Seguirá así el ejemplo de Holanda, donde se ha transformado en museo el basurero donde se acumulan todos los desechos radiactivos del país, las instalaciones de la Organización Central para la Basura Radiactiva COVRA.

De acuerdo con un interesante reportaje publicado por BBC Mundo, los responsables de estas instalaciones no sólo facilitan el paseo entre tanques radioactivos blindados con plomo y cilindros de alta tecnología, sino que también han añadido a la visita componentes educativos, artísticos y culturales que incluyen la creación de una galería de arte contemporáneo.

Como explica uno de sus directivos,

«Al abrirlo al público demostramos que es posible manejar de manera segura y responsable los desechos nucleares, después de todo es algo que no podemos negar y que estará entre nosotros hasta encontrar otras alternativas»

Todo está cuidadosamente pensado, hasta el color del edificio donde, a modo de gigantesco búnker, se almacena la peligrosa basura. Es naranja, en referencia al equilibrio entre su interior, el rojo, peligro, y el exterior, el verde, vida.

Y añade el artículo:

Cada 20 años la fachada cambiará a un color más claro hasta llegar al blanco en el 2103, cuando se cumplan los 100 años necesarios para que la basura radiactiva que oculta en su interior deje de suponer un peligro para la salud.

¿Novedad? Ninguna, como no sea la gran mentira de que en un siglo estos desechos son inofensivos. Quizá guantes y batas sí, pero no isótopos presentes en el combustible gastado de los reactores como el plutonio 239 (vida media de 24.400 años) o el plutonio 240 (vida media de 6.600 años), demasiado tiempo para un museo.

En realidad, todas las centrales nucleares españolas tratan obstinadamente de convertirse en inofensivos centros educativos de la Ciencia. A golpe de talonario gastan importantes cantidades en lavar su mala imagen pública organizando toda clase de visitas, desde escolares a ancianos.

Resulta pues lógico que algunos protesten ante el inevitable cierre de Garoña, no quieren perder tan importante atractivo. Y cuando finalmente se clausure pedirán su conversión en un cementerio radiactivo, lo que en realidad ya es. Pero sólo por su interés social, todo sea por revitalizar el turismo de la comarca.

Clarividente viñeta de El Roto, publicada en El País el pasado 11 de junio.

En las dos imágenes superiores, dos detalles de la planta holandesa de COVRA.

El turismo amenaza a las Galápagos del Índico

El Archipiélago de Socotra, en Yemen, acaba de ser declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.

Con toda justicia sus islas, con una superficie semejante a Mallorca, están consideradas las Galápagos del Océano Índico. El 37 % de sus 825 especies de plantas (como la mítica mirra o el raro drago cinnabari), el 90% de sus reptiles y el 95% de sus caracoles terrestres no existen en ningún otro lugar del mundo. Reino de las aves donde los alimoches todavía pasean confiados por las calles picoteando basura como si fueran gallinas, en sus mares de playas infinitas se han catalogado 253 especies de corales, 730 peces costeros y 300 especies de cangrejos, bogavantes y camarones.

Por no hablar de sus habitantes, apenas 50.000 personas aferradas a su cultura tradicional y a un idioma semítico propio, sin escritura, el soqotri, que viven humildemente de la ganadería y de la pesca.

Curiosamente, la protección no vino ordenada desde fuera. Ha sido promovida por el propio presidente yemení, Alí Abdala Salih, enamorado de tan idílico lugar, y cuya consecución convirtió en una prioridad de Estado.

Para mi, que siempre he soñado con poder visitar alguna vez tan paradisíaco rincón del planeta, esta noticia supuso una gran alegría. Un gobierno pobre apostaba al fin por el desarrollo sostenible, empeñado en proteger de la especulación a su joya natural más valiosa.

Craso error. Quería daros por fin una buena noticia, pero desgraciadamente tampoco esta vez lo he logrado. Acabo de enterarme de que, paralelamente a la protección de Socotra, inversores árabes preparan la explotación turística a gran escala del vergel.

El aeropuerto construido por los rusos, única puerta de acceso a este aislado mundo situado a 250 kilómetros del continente africano, acaba de ser renovado y las compañías aéreas de bajo costo pujan ya por llegar a él.

Al mismo tiempo, empresarios de los Emiratos Árabes Unidos han anunciado inversiones de cinco billones de dólares en la edificación de una gran ciudad turística.

Y para favorecer este nuevo desarrollo económico, ha comenzado a construirse una desmesurada carretera de circunvalación de la isla que facilite el acceso de los turistas a toda la costa virgen. Una vía que está poniendo en peligro sus más bellos lugares y sus especies más amenazadas y frágiles.

No me lo puedo creer. Parece que protegemos sólo para vender mejor los sitios y atraer con más fuerza a la especulación mundial más salvaje. Como se hizo en Baleares y Canarias, y hace bien poco hemos exportado a Cabo Verde. El medio ambiente se ha convertido en una mera marca más de calidad.

Socotra significa en sánscrito «la isla de la felicidad». ¿Vivirán más felices los socotrís entre hoteles y turistas? Lo dudo. Ni ellos ni los frágiles ecosistemas conservados sabiamente durante siglos por sus antepasados, más amenazados ahora que nunca.

La primera imagen muestra una excavadora abriendo una nueva carretera junto a una zona deshabitada de la costa de Socotra. Las demás son una pálida muestra del hermosísimo lugar al que me refiero.

También os dejo un mapa de Google, para que al menos podáis viajar con vuestra imaginación a tan idílico lugar.


Ver mapa más grande


Lo confieso: soy un refugiado climático

Como cada primero de año, aproveché ayer la tranquilidad de un país resacoso y somnoliento para pasear con mis hijos por el río Arlanzón, en Burgos, ciudad donde disfrutamos de la celebración de la Nochevieja en familia. Eran las 10 de la mañana y el termómetro de la calle marcaba 4 grados bajo cero. Una heladora niebla cubría las calles, vistiendo de blanco inmaculado sus árboles, coches, señales de tráfico. Por suerte no hacía viento, pero el frío era intensísimo. El paisaje se nos antojó tan navideño como un anuncio. De una impresionante belleza aunque durísimo. Nos lo pasamos bomba, pero apenas una hora después ya estábamos de vuelta a casa absolutamente helados.

Otros años, la celebración la hemos pasado en nuestra casa de Fuerteventura (Islas Canarias). Incluso una vez, tras las doce campanadas, nos dimos un baño en las transparentes aguas del Atlántico. Allí el invierno no existe, así que lo acabas echando de menos. Pero cuando lo descubres en toda su intensidad un día tras otro, durante meses y meses de cielos grises, frío, lluvia, acabas entendiendo por qué el templado Mediterráneo, las afortunadas Canarias, se están convirtiendo en el geriátrico de Europa. Nos sentimos orgullosos de nuestros pueblos, donde están nuestras raíces, pero al final echamos de menos el buen tiempo. Y emigramos al sur. Muchos incluso sin esperar a la jubilación, muy pronto, incapaces de cerrar los oídos a la cálida llamada del sol.

Los geógrafos hablan de los refugiados climáticos como aquellos habitantes del Tercer Mundo que se ven obligados a emigrar hacia el norte empujados por la desertización y el calentamiento global. En realidad, en los países occidentales se está dando el movimiento inverso y por razones mucho más banales. Son los refugiados climáticos en busca del buen tiempo, británicos, alemanes, escandinavos –también españoles- que, como las golondrinas, huyen del invierno. Pero que, también como las golondrinas, regresan de nuevo a sus tierras cuando el frío ya no aprieta.

En mi caso, queridos lectores, yo también tengo algo de golondrina. Con dos países en el corazón, el de verano y el de invierno. Los más nacionalistas no lo entenderían ni en días tan fríos como estos. No les culpo. Sin embargo, al menos Antonio Machín me habría dado la razón pues, como cantaba magistralmente, “es posible tener dos amores a la vez… y no estar loco”.

El río Arlanzón a su paso por Burgos la mañana de Año Nuevo de 2008. El termómetro no pasó de cero grados en todo el día.