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¿Cueces o enriqueces?

                    Por Almudena Ferrer. Curiosa, se dedica a la formación y a la comunicación. Le interesa el sexo, las plantas y las series

Cueces o enriqueces

Todos sabemos que la diversidad enriquece y que, aplicada a las personas, hace que crezcamos como sociedad. Sin embargo, es inevitable reconocer que ésta no nos resulta cómoda. La diversidad nos hace pensarnos, conocernos y en cierta manera argumentar con quienes todavía no se han tomado un tiempo para pensar en cualquier otra realidad.

Si al sustantivo “diversidad” le unimos el adjetivo “sexual” nuestro enunciado no sólo no resulta cómodo, sino que es posible que se dé de bruces con las creencias más arraigadas que anidan en nuestra cabeza y que consideramos inamovibles. Cuando hablamos de diversidad sexual nos referimos tanto a la diversidad dentro de la orientación sexual como a todas las formas de identidad sexual, tanto si son definidas como indefinidas. Y a menudo la tenemos mucho más cerca de lo que nos creemos. Por ejemplo, una de las fantasías más comunes entre las mujeres es tener sexo con alguien de su mismo género, aunque consideren su sexualidad 100% heterosexual. Siendo así ¿no podríamos pensar que el deseo nos está diciendo algo?

Lo que no muestras no existe, y esta actitud hace que la vida de todos sea más pobre. Intentar “normalizar” a todo el mundo según un mismo patrón predefinido, excluye o margina al diferente, o penaliza la exploración de otras opciones, siquiera anecdóticas. ¿No seríamos mucho más felices si nos liberáramos de los prejuicios inculcados sobre lo que es “correcto” y nos permitiéramos explorar la diversidad si nos apetece, o aplaudir a otros cuando lo hagan?

DiversidadPero la diversidad también es conflicto. Los códigos sociales se resisten a disolverse, aunque hayamos conseguido avances y ya aceptemos que, además de las peras y las manzanas, en el mundo hay piñas y plátanos. Todavía no hemos conseguido que sea universalmente aceptada la macedonia.

Es una lucha entre quienes se resisten a abandonar la comodidad de la uniformidad, y quienes aspiran a que su “anormalidad” sea respetada, aunque no necesariamente compartida. Bastaría con que todos aceptáramos unos códigos universales de respeto y libertad mutua garantizada, y la pugna cesaría. Sin embargo, algo tan sencillo choca con el instinto de tribu que tiende a marginalizar al diferente como parte de un proceso de socialización que nos acompaña desde que éramos primates protohumanos.

Hemos caminado mucho desde que nos erguimos sobre dos pies en la sabana africana. Tal vez sea hora de trascender del todo aquellos instintos necesarios para la supervivencia en entornos hostiles, y abrazar la diversidad con todos sus beneficios.