¿Es la femme-inidad un producto del cisheteropatriarcado?

Por Beatriz Ramírez Saveedra

Foto de Jerónimo Roure / Día del orgullo LGTB 2019 en Valencia

Sonríe. Habla. No hables tanto. ¿No te das cuenta de que hablas demasiado? Mira hacia abajo. Vete detrás. Conténte. ¿Aún no has hecho la cena? No necesitas trabajar. Ese pantalón te hace gorda, tienes demasiado culo. Esa falda es muy corta. Con esas pintas, ¿quién te va a tomar en serio? Haz el favor de dejarte el pelo largo, pareces un chico. La sopa está fría. No eres tan lista como crees. Cierra las piernas al sentarte. Abre las piernas en la cama. ¿En serio no quieres ser madre? No te pongas tacones. Ponte tacones para parecer más esbelta. ¿Sabes ya lo que dicen de las mujeres que llevan los labios tan rojos?…

El cisheteropatriarcado machaca nuestro intelecto, nos sume en una categoría sociopolítica denigrante, denigrada, vulnerable, hecha trizas. Nos consume, nos vuelve profusamente consumistas hasta el paroxismo. Nos quiere quietas, nos quiere calladas, nos quiere valientes pariendo pero aterrorizadas en cualquier otro momento. Y nunca cambia nada. Si decides ir hacia un lado, lo estás haciendo mal. Si cometes un error, lo tienes que pagar toda la vida. ¿No mordió Eva la puñetera manzana?

Pues bien, como hay quienes aún no ven la categoría “mujer” como una categoría oprimida en sí misma, como hay quienes a pesar de ponerse las gafas lilas aún andan renqueantes medio miopes, yo aquí, ahora, quiero unirme a mi compañera femme Ulrika Dahl en su Manifiesto Femme-inista para hacer de estas líneas una declaración de guerra femme contra una categoría que, a pesar de llevar zapatitos de charol, no nos pega nada. ¿Notarías tú mi identidad femme entre mil mujeres femeninas heterosexuales si no supieras que deseo a la masculinidad femenina, a las butches, a lxs trans, a mis camaradas?

Invisibles ante los ojos de una globalización que no cesa, de un momento post-covid que nunca llega, invisibles incluso, muchas veces, dentro del propio movimiento queer, la identidad femme se perfila como un grito de rebeldía muchas veces pasado por alto, demasiadas veces ninguneado, tan penosamente desconocida…He aquí la figura, he aquí un tipo de identidad sexual y/o de género que en nada tiene que ver con esa categoría mujer a la que en su momento apeló la maravillosa Wittig; he aquí miles de voces que, bajo los destellos de la purpurina de su carmín, tienen también que pelear el doble por hacerse notar, por hacerse sentir, para que las dejen, de una vez por todas, bailar.

Si nos atenemos a muchas de las críticas de feministas trasnochadas, anticuadas, progre pero menos que espabiladas, posiblemente nos suene la identidad femme como esas chicas perdidas, eternas niñas sumisas, de ojos con pestañas postizas, muñecas subsumidas por el patriarcado, amantes errantes colgadas de sus butches, como si no tuvieran carácter, como si no tuvieran cerebro, como si no hubieran elegido, por su propia voluntad, llenar de jazmín sus sueños. Y yo pregunto, aquí, a los cuatro vientos, para quien quiera leerme y sepa responderme: ¿es la femme-inidad un producto del cisheteropatriarcado? ¿Se nos puede asumir como una mujer heterosexual (o incluso lesbiana) y femenina más?

Y…agudizando la vista, ¿cuáles son las diferencias entre unas y otras? No se trata de hacer aquí un esquema ni de aportar complicados datos comparativos. Ni siquiera veo necesario que juguemos al “¡encuentra la diferencia!”…, se trata de hacer un ejercicio de separación, se trata de empezar a leer entre líneas, de saber entender qué significa una metáfora estética, de visualizar y contemplar esa hipérbole de feminidad excesiva hasta caer rendida de espaldas. Es nuestro sino nuestra propia responsabilidad, por eso, me uno a cualquier Manifiesto Femme-inista de cualquier parte del mundo, por eso quiero reivindicar hoy, en este preciso momento, que las femmes también nos sentimos oprimidas, por resultar invisibles o por resultar, a veces, demasiado obviamente “mujeres”.

Pero, lo que sucede, es que tenemos derecho. Tenemos derecho a existir sobre los tacones, tenemos derecho a pintarnos los labios, tenemos derecho a alzar la voz, a llevar minifalda, a cantar lemas en las manifestaciones feministas o transfeministas con las medias de red puestas. Tenemos derecho a desear a quien/es queramos, tenemos derecho a ser únicas, a ser binarias pero transformadas si nos da la gana. Tenemos derecho, al igual que las mujeres heterosexuales a reivindicar el Movimiento Puta.

Hartazgo. Vergüenza, ¡qué sinvergüenza quién todavía no pueda respetar las distintas formas de amar, de ser y de desear!

Yo, quiero bailar desnuda sobre los restos de otras civilizaciones pasadas, de esa historia que hizo que la palabra mujer se convirtiera en lo que es hoy día, un vaivén de posibles desdichas, un balanceo de algo que ya no significa nada, que se perdió de madrugada entre aullidos, posiblemente una noche de luna llena, cuando aún, los matriarcados tenían su posibilidad de existencia y los akelarres eran aquella suerte de pequeña libertad, después arrancada, tristemente sesgada.

Y, si, puede que las femmes seamos las últimas grandes guerreras del género, entre dos aguas, visibles como categoría mujer, invisibles, tan dolorosamente invisibles como bolleras, como queer, como parte de una comunidad a la que siempre pertenecimos por derecho propio. Femmes del mundo, ¡uníos si aún estáis ahí, porque los distintos encierros ya no me dejan ver nada! Y necesito tanto…tanto…salir a bailar, desnuda, como digo, si hace falta…

Mil veces me confunden con una chica hetero o en el mejor de los casos, bisexual, muchas veces, en las manifestaciones, he sentido que estaba fuera de lugar. Muchas veces, entrando en alguna charla feminista me han dicho que me baje de los tacones para poder hablar. Muchas puñeteras veces, opiniones pretenciosas e ignorantes, han creído que podían opinar de mi vida personal. “Pero, aunque te gusten las butches, no eres sumisa en la cama, ¿no?”

Terminaré siendo políticamente incorrecta: “voy a sacar y a mover la lengua como me dé la real gana, y lo voy a hacer entre unos labios escandalosamente rojos rubí”. Para que el cisheteropatriarcado, se la envaine una vez más.

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