¿Quién teme a lo queer? – Ese sexo del que usted me habla

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

«Intersex colour» by * Cecilia Lee * is licensed under CC BY-NC-ND 2.0

Quisiera que, en el proceso, nunca perdiéramos de vista el hecho de

que nuestros debates sobre la biología del cuerpo siempre son debates

simultáneamente morales, éticos y políticos sobre la igualdad política

y social y las posibilidades de cambio.

Nada menos es lo que está en juego.

Anne Fausto-Sterling

El sexo, ese sexo del que usted me habla, existe. Claro que existe. De hecho, y por mucho que insista usted, nadie dice lo contrario. El sexo existe. El sexo es. Pero, ¿qué es el sexo? ¿Qué es eso de lo que usted me habla y que sin duda existe? Parece que hay una guerra abierta a propósito de la existencia del sexo, una existencia que (¡ay!) borra (borra, esta sí) todo lo que, por otro lado y según usted, no existe o existe menos. La existencia material de eso que llamamos sexo se superpone a todo lo demás y lo explica, es objeto visible, tangible y estadístico. Es sustancia que divide y organiza de manera binaria y estructurada a la población. El sexo existe por encima de todas las otras cosas que, bueno, al ser tan privadas, tan íntimas, tan pertenecientes a los ámbitos de la emoción (que es volátil y caprichosa), existen menos y, en suma, no merecen la atención de la reflexión teórica, de la consideración legal y ni siquiera de la estadística. Porque lo que existe, existe, y el resto son propiedades imaginarias, opiniones, preferencias y sentimientos privados (que deben seguir, por cierto, siendo privados). En resumen: existe el sexo, pero nosotres no. Un sexo deambula por ahí, existiendo independiente, ajeno a todo lo demás.

La cuestión es que, por sorprendente que le pueda parecer, hay algo en lo que estamos de acuerdo. Quiero decir que ese sexo del que usted me habla (el que llaman biológico, natural, genital, si se quiere) nadie niega que exista. Y por mucho que insistan en ello, nadie dice que los genitales sean un espectro imaginario sobre el que podemos hacer conjeturas fantásticas. Nada más lejos. Sobre lo que sí se llama la atención es sobre la lectura política que se hace del sexo, como se llama la atención sobre la lectura política que se hace sobre absolutamente todo lo relativo a la condición humana. Nada hay, nada, fuera de una interpretación contextual, cultural e histórica, y tampoco el sexo, evidentemente, escapa de las implicaciones normativas.

Entender que el género es una cuestión cultural, una ficción política de control y distribución de los cuerpos en el espacio simbólico y material, nos dio la oportunidad de cuestionar sus parámetros y visibilizar que el sistema de privilegios y opresiones a los que nos somete su estructura no tiene nada de natural. Y el hecho de que el género no sea algo dado por naturaleza no quiere decir que exista menos, al contrario, quiere decir que la emancipación de su estructura opresiva es una disputa que se juega en el terreno político. Una parte de esa deconstrucción normativa del género pasó por cuestionar también la heterosexualidad obligatoria y el sistema de relaciones.

Las desviaciones de la orientación heterosexual se leían como error o patología que convenía reprimir o corregir, y la emancipación pasó por poner de manifiesto que lo único erróneo era la interpretación política que se hacía de los cuerpos disidentes, de los cuerpos queer, los que no encajaban, como decía, en los patrones establecidos. Todo pasa por una crítica de los significados y sus implicaciones, y ahora vamos un poco más lejos para exponer que, más allá del género y la orientación, también el sexo (ese que existe) es objeto de una lectura obligatoria y una interpretación convencional. Una lectura política que pretende reducir las múltiples características humanas y sus posibilidades potenciales a una homogeneización binaria, que, nuevamente, patologiza y señala como erróneos a los cuerpos que no responden convenientemente a los estándares.

Ese sexo que, efectivamente, existe, no puede sostener una explicación total de lo que somos, no puede determinarnos o, al menos, no debería hacerlo según los parámetros de una concepción binaria porque, más allá de eso, esa concepción fuerza a leer aparejada la estructura del género, y excluye por defecto toda existencia disidente. Las disidencias del género (y aún del sexo) se hacen visibles precisamente en esas existencias fronterizas que desafían las lógicas de lo binario porque no encajan en los patrones establecidos. Patrones que no vienen determinados por una verdad del sexo, sino por la interpretación política que hacemos del mismo, vinculada a la estructura del género.

Pretender una segregación binaria por sexo no sólo invisibiliza toda experiencia que se produce fuera del mismo o en sus márgenes, sino que se encarga de reproducir sistemáticamente el género (ese que se pretende abolir), porque reproduce las lógicas que presuponen una concepción binaria del mundo. Una concepción que, nuevamente, distribuye a los seres humanos y los explica en función de una propiedad esencial (el sexo) y que, por demás, es insuficiente. Creo que esa guerra abierta sobre la existencia del sexo no es tal, lo que está en disputa son los significados asociados a ese sexo y sus posibilidades.

Lo erróneo no son nuestros cuerpos, más expuestos que nunca y sometidos a juicio una vez más; lo erróneo es presuponer que hay una verdad universal y homogénea sobre ese sexo que existe, y señalar todo lo que quede fuera como producto de un capricho imaginario o, peor, como un error subsanable. La arrogancia del privilegio siempre se manifiesta señalando desde arriba, aunque muchas veces ni siquiera sea, quizá, consciente de ello.

Poner sobre la mesa que la lectura binaria del sexo deja muchos cuerpos fuera del marco de lo legible no es decir que el sexo no exista, es llamar la atención sobre todas aquellas experiencias que no se corresponden con el estándar del binarismo y que, desde luego, también existen. Señalar que el sexo como tal, lejos de ser binario y homogéneo, puede manifestarse de muchas maneras y tener desarrollos muy diferentes en cada cuerpo, en cada historia de vida y en cada experiencia no es, insisto, negar que exista. Al contrario, es la reivindicación legítima de existencias otras y, además, la oportunidad para continuar deshaciendo las obligatoriedades a las que nos somete la ficción del relato político y sus violencias.

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