Disidentes – Cuando el cine te salva

Por Andrea Cay, (@AndCay_)

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Me toca ponerme un poco egocéntrica hoy y hablar de una experiencia que, personalmente, no me cambió la vida (o sí), pero consiguió que los años más complicados que pude tener, a la hora de empezar a afrontar que no entraba en ninguna de las categorías impuestas, se hiciesen más amenos: el cine.

Supongo que muchas de nosotras, o al menos espero, pudimos encontrar algo que conseguía salvarnos cuando la jornada no parecía que fuese a mejorar. Salías del instituto, o decidías saltarte las clases porque sabías que hoy no era el día indicado, no ibas a aguantar seis horas ahí.

O quizás, no. A lo mejor el problema surgía en casa: encerradas en viviendas de 65 metros cuadrados en donde, por falta de comprensión o violencia física, podíamos vivir una pesadilla diaria.

Creo que todas soñábamos con magnificar nuestra capacidad para desaparecer, ¿por qué si no éramos entendidas, ni éramos queridas, simplemente no nos podían dejar en paz?.

Para muchas, quizás fue una amistad, un libro, una afición, una forma de desestresarse. Utilizamos lo que tuvimos cerca para poder crear nuestro propio salvavidas, un pequeño lugar en el que sentirte aceptada o cómoda en algún momento.

Gracias a Internet y a la mayoría de horas solitarias que me había pasado en muchos momentos de la adolescencia, conseguí encontrar un espacio que me alejó del mundo real, que me transmitía esa paz que necesité: el cine.

Es cierto que la heterosexualidad era (y es) dominante este arte, pero a mí me gustaba poder ver los problemas de otras personas, viajar a otras ciudades y conocer a personalidades excéntricas o depresivas que me maravillaban.

El surrealismo cinematográfico se coronó casi como el amor que se puede generar a una deidad. Sin ánimo de ofender, para mí actuó como un refugio, un lugar en donde no iba a ser observada y donde mis problemas parecían, a menudo que iban a tener solución.

Cuando veía la destrucción de los guiones clásicos de la historia del cine, la unión de elementos visuales discordantes o las secuencias que nadie parecía entender nunca, yo sentí una manera de romper con las barreras impuestas.

La violencia del resto deja de tener su fuerza sobre mí durante ese tiempo. Consigo olvidarme de que tengo un cuerpo que, poco a poco, irá coleccionando más y más heridas. He conseguido desaparecer en el mejor de los sentidos.

David Lynch en su libro “Atrapa el pez dorado: Meditación conciencia y creatividad” narra palabras que fueron como una puñalada al corazón la primera (y la segunda, y la tercera vez) que lo leí. Uno de los cineastas que había conseguido crear otros mundos para ti, comentaba lo siguiente: “Me gusta el dicho: el mundo es como tú. Y creo que las películas son como tú eres […]. Se crea un vínculo que va del público a la película y vuelta atrás. Cada espectador mira, piensa, siente y llega a sus propias conclusiones. Que probablemente son distintas de las razones que me enamoraron a mí.”

A desgracia, siento tener que discrepar sobre la primera afirmación, ese dicho que tanto afirma que le entusiasma. Me daría pánico parecerme al mundo que me rodeaba y me sigue rodeando. Por mucho que lo decoremos, que tengamos la propia ilusión de encajar en él, no lo vamos a conseguir. Este lugar es aterrador y lo único que nos queda es disfrutar de las partes menos duras de la realidad.

Por otro lado, crear un vínculo con un producto cinematográfico se convirtió en algo similar a mirarse a un espejo. Quizás, los elementos que a mí me atrajeron, me enamoraron, no son los más bonitos canónicamente hablando. Pero no era tan hiriente como el reflejo que puedes observar de ti misma en un cristal cuando te da la sensación de que estás sola y en un punto de mira constante.

La adolescencia es un periodo horrible y, por un lado, me alegro de que existan personas que puedan decir que para ellas no fue así, que atesoraron muchas de sus experiencias vividas en aquella época. También, por otro, creo que tienen el poder de ser las causantes de la construcción de las violencias en el mundo o del resultado de la exposición máxima a ellas. Creo que, cuando algo te oprime diariamente y tienes los passings necesarios para poder adaptarte a eso y pasar desapercibido, consigues dormir una parte de ti, que te permite crear las rutinas necesarias para no sufrir.

En varias sesiones de terapia, he mencionado a mi psicóloga el impactó que “La parada de los monstruos” causó en mí. La exposición de los monstruoso, de la fealdad, de lo que las personas llamamos discapacidades, porque necesitamos sentirnos superiores y normales en lo máximo de lo posible, fue como encontrar una pequeña casa.

Tus seres oscuros, lo que te han obligado a llamar tus defectos, y a que los sientas como tal, son aquellos que aparecen en el espejo, el de verdad, el que está en el cuarto de baño; o, los que crees que pueden asomarse cuando algo sale mal por ser simplemente como eres.

Sonreí como una estúpida durante la transición de secuencias con esa película y lloré de felicidad cuando terminé el visionado. Fue como la llegada al culmen de una búsqueda que, después, me di cuenta que solo se trataba de un inicio de un periodo vital y no una verdadera respuesta a los paradigmas de la identidad.

En definitiva, el vínculo que creo con las películas, desde mi adolescencia, me demuestran que puedo seguir sobreviviendo siendo un monstruo. Algunas personas utilizan avatares, otras diarios, yo juego con los mundos inventados por otros y por mí para hacer de esto, algo más llevadero.

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