Disidentes: Los peones de la pandemia

Por Andrea Cay, (@AndCay_)

Foto: David Santaolalla

El lunes fui a comprar, es el único momento en el que me he acercado a una tienda tras anunciarse el estado de alarma. Cuando la cajera terminó de despacharme, le dije: muchas gracias por lo que estás haciendo.

Ella no me contestó, realmente no sé si me escuchó o si se percató de lo que le estaba diciendo. Y me parece lo más normal.

El capitalismo se ha encargado de enseñarnos que contra más odiemos al obrero -no importa nuestra clase-, mejor lo estamos haciendo. Resultados: nos asomamos al balcón a aplaudir a la policía, a otros cuerpos de seguridad y a los sanitarios de “mayor rango” por tener que comerse este marrón, mientras que, exigimos a las cajeras, a la limpiadora de nuestro portal y al repartidor de Glovo que no se equivoquen con el cambio, desinfecten bien las escaleras y no tarden en llegar.

La humanidad en muchas ocasiones ha brillado por su falta de ausencia, como afirma la expresión popular. Sin embargo, algunos de los episodios que se están viviendo en estos días, motivados por la histeria colectiva, no sé muy bien lo que están terminando de sacar a la luz.

Muchas personas afirman que este estado de alarma nos ayudará a sacar lo mejor de nosotras mismas. No hemos podido quitarnos el individualismo que hemos forjado con prejuicios inventados y mentiras indescriptibles en todo lo que llevamos de vida, ¿creemos que una situación de crisis que nos permite ser histéricos nos va a enseñar a deconstruirnos?

Por supuesto, que vamos a cambiar y va a quedar una huella que va a expandirse en nuestra identidad, pero, por desgracia, no solo nos definen nuestros actos y nuestra voluntad. Las relaciones cotidianas, no importa de qué tipo sean, también causan su pequeña brecha en nosotras para recordarnos cuál es nuestro lugar.

Levantarse día tras día, ponerte la mascarilla, ir a tu puesto laboral cuando está estrictamente prohibido, lavarte las manos compulsivamente, ver la histeria impregnando en los ojos de las personas con las que debes ser amables, a las que tienes que cuidar de la mejor manera que puedas, ya sea limpiando o dándole alimentos, volver a tu casa y no poder tocar a nadie. El mundo se derrumba y no es por el virus.

Hace décadas que las clases más altas nos están instruyendo a la perfección para que nos convirtamos en los perfectos robots. Esto solo es una excusa más para poder ejercer este poder y cumplir con su fin.

¿Qué sucede cuando te duele el cuerpo o te da por llorar? Que te das cuenta de que, por mucho que te traten como tal, no eres una máquina.

Cuando la crisis mundial que estamos viviendo se calme y vuelvan a llegar relajados momentos para pensar, terminaremos de darnos cuenta de que estamos completamente rotos. Nos han destrozado psicológicamente y se van a seguir negando a aceptarlo en nuestro contrato.

En un mundo en el que el dinero es el método definitivo para clasificar a las personas siempre se va a obviar los rasgos de humanidad que caractericen a aquellos que no hayan conseguido un buen puesto en la clasificación. Contando qué, los que están arriba en el ranking, carecen de los mismos.

Entre tóxicas noticias teñidas de amarillismos, nos alcanzan las menciones para calmarnos psicológicamente según “los expertos”. En definitiva, frases con las que decorar tu taza del desayuno, esa de las que das sorbo mientras tele trabajas sin que tu puesto esté en riesgo o, mejor aún, sin que tu cuerpo esté en riesgo.

Una vez más, el concepto del cuerpo esconde mucho más detrás. En este caso, nos encontramos con los sujetos que están sobreexpuestos a todo lo que se le prohíbe a la mayoría. Algunos son llamados héroes, mientras que otros pasan a ser los que se encuentren despojados de derechos, los que no importan si se convierten en enfermos.

Puedo hablar de esto desde el privilegio de poder estar en mi casa, de tener la oportunidad de poder aparcar los demonios internos y aprovechar este parón para poder apaciguar la ansiedad que me oprime el pecho cuando el mundo va demasiado rápido.

Sin embargo, si queremos hacer un buen trabajo como ciudadanos, si queremos que nuestras acciones sean políticas no podemos olvidarnos de ninguna de las personas que conviven día tras día con nosotros. Ponerse en los pies de los demás no parece un trabajo fácil, pero eso no es excusa para abandonarnos nosotros también. Solo así podremos salir victoriosos, aunque solo sea por un rato.

Una vez más, se demuestra quiénes son los peones es esta partida. No podemos acceder a la posición de los jugadores, pero siempre podremos hacer lo posible para cambiar las reglas del juego.

No solo estamos viviendo una crisis por una pandemia mundial. De hecho, si esta no hubiese llegado a Europa probablemente no estaríamos hablando con este término.

Cuando las calles vuelvan a llenarse de peatones, ruido y vuelvan las compras de segunda o tercera necesidad y en actividades de ocio, comenzará una nueva “crisis” que algunos vivirán en silencio, sabiendo que, durante un tiempo su cuerpo no importó a los demás.

La ruleta girará de nuevo, la ansiedad a florecer y el odio interno y el gasto compulsivo de objetos que no necesitamos tanto pero que ayudan a apagar lo que sentimos volverá a estar a la orden del día.

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