¿Quién teme a lo queer? – Calenturacentrismo. Cuando descentralizar enloquece a la masa (y bien está)

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

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«Labios rotos» by unpatitodegoma is licensed under CC BY-NC-ND 2.0

El deseo es un volcán.

Ríos de Gloria.

 

La norma vigilante siempre se pone policial y pesada cuando tratamos de deslocalizar su radio de acción. Cuando desterritorializamos una idea, un afecto, un hábito o un deseo. Da lo mismo si eres vegana, feminista, queer o madre soltera. La norma siempre salta en cualquier contexto. Siempre te recuerda que no perteneces al todo fálico, a esa ficción absurda que se supone hegemónica y que responde con violencia (con algún tipo de violencia) si se ve cuestionada.

Ahora quizá podemos ver con claridad prístina que el sector de una pretendida supremacía política fantasmal, que se supone hegemónica, patalea y patalea porque encuentra obstáculos. En política-política, quiero decir, vemos últimamente cómo la discrepancia de izquierdas hacia la barbarie fascista se reescribe desde cierto discurso como una locura apocalíptica. Una locura peligrosa y amenazante que sólo amenaza en verdad a la propia norma astringente. Como si nuestra postura democrática fuese una bomba de relojería que va a hacer estallar las bases de la civilización occidental. Ojalá.

A veces descentralizar enloquece a la masa, y bien está.  Bien está toda ruptura simbólica con la cordura hegemónica y capacitista del supuesto buen pensar y buen hacer. Y a veces esa masa policial que se estremece enloquecida es tu propio cuerpo, ¿verdad? Y bien está también abandonar esa cordura astringente que nos fuerza a la norma, por ejemplo, erótica. ¿Qué significa, en suma, descentralizar el deseo? ¿Qué deberíamos hacer de manera activa si queremos quebrar esa norma que todo lo ve y lo controla? ¿Por qué no nos sirve ya sólo hablar de órganos si no los desorganizamos a la hora de relacionarnos? Lo que yo haga con mi deseo es cosa mía (y tuya, claro), pero el relato que se construye a partir de nuestra deslocalización es por fuerza un mapa nuevo. Un mapa que destruye y construye nuevas formas de erotismo.

Pienso en esto últimamente y no lo sé. Entre tantos debates que hablan de genitales como si hablasen de cromos biológicos y tanta amalgama propagandística que promete un todo por el cuerpo (pero sin el cuerpo), esencialista y reaccionaria, me pierdo en la duda. No, mire usted, es que tenemos y somos cuerpo, y la desterritorialización empieza por lo personal, y por el deseo político y las ansias que sentimos a veces de rebase. Un deseo hacia que se compone de narrativas superpuestas, de ficciones y dramas, de excesos como sabes, de idealizaciones que alcanzan niveles insospechados, inesperados, que se infectan y cambian.

Hablar de sexo, de todo lo que es. Hablar de la penetración fetichizada, mitificada hasta el extremo que obliga el capitalismo patriarcal, colonial, supremacista; el sistema falocéntrico encantado de conocerse y feliz de que construyamos toda proporción erótica en relación a la penetración y al puto falo. Qué horror. Me dijiste que fue una tontería, como si te diera vergüenza que ese chaval te hiciera sentir cosas que nadie antes, no sé, dijiste, “confianza”. No es ninguna tontería. Desterritorializar el sexo, joder, el deseo, es lo más importante y lo que debería preocuparnos, ocuparnos, en el buen sentido. “Si deslocalizamos el deseo cambiamos el mundo”, te dije, gustándome de verdad y de verdad queriendo gustarte.

Ya no querías más vino, tenías que madrugar. Tenías una calentura en la boca que yo llevaba erotizando toda la noche, desde el momento en que me dijiste que no podríamos besarnos porque estabas muy contaminado. Qué sexy la pequeña montaña roja en el centro de tu labio inferior, qué cosa tentadora, prohibida, limitante. Qué cosa que escribía una nueva norma del deseo y su frontera, y qué ganas de habitarla. Me hablabas de tu novela, de los entes metamorfos, de Screenager de Muse, de Kafka en la orilla de Murakami y del sexo queer desterritorializado, y yo te escuchaba con esfuerzo por no dejarme llevar por la nueva cultura calenturacéntrica que quería instaurar como única y verdadera.  Tú lo sabías y te daba la risa, la risa nerviosa que medio escondías con las manos en plena pluma alterada y kinki, en plena transformación. Me vuelves loco, pensaba yo, seguirás siempre volviéndome loco. Ese loco que supone justo el empujón que hace falta para olvidarnos de la norma cuerda, astringente y pesada que nos fuerza al falo. Ahí es donde me empujas, sin querer, creo, no sé. Al fuera de la puta norma que nos hace pensar que sin penetración no hemos follado, cuando yo sé perfectamente que con esta mirada nerviosa que me acabas de echar, desviada de los ojos a la boca, me has metido una follada que te cagas. Y yo muevo las piernas intranquilo sabiendo que no te puedo plantar un beso, y te ríes echando la cabeza hacia atrás, y me tensas el deseo hasta un lugar nuevo. Calenturacentrismo, joder, y dejémonos de tonterías del XIX, tú lo sabes, yo lo sé. Calenturacentrismo.

Y entonces te lo digo, claro, porque a estas alturas no me importa nada quedar en evidencia y manifestarlo. Me muero de ganas de que me contamines y me corrompas, de besar tu calentura, y no podemos. Tus manos me buscan todo el rato y yo me dejo encontrar. Un juego, venga, guerra de pulgares, ¿cuántos años tienes? Mentales, digo. Vacilón. Yo siempre gano, te dije, porque hago trampas, y si ganas tú es porque me dejo, me conviene, ¿sabes? Y así fue. Me dejé atrapar por tus dedos y tus uñas pintadas de negro de hace días, medio borradas ya. Sexy. Vámonos. Te voy a dar un beso de esquimal, y otro con la boca pero en la mejilla, largo, en el cuello, antes de que te vayas. Desterritorializando. Hackeando el deseo. Así se hace, de a poco. Comprando el eslogan romántico de las primeras citas y también la tensión y la fricción nerviosa en las piernas mientras desvías la boca, joder, que no podemos.

Desterritorializar el deseo una noche cambia el mundo. Mi mundo personal, al menos, que también, como el tuyo, es político. Lo que yo haga después con mi calentura es lo de menos. Lo que hagamos todas con nuestra disidencia al día siguiente es lo más. No sé si me sigues.

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