El acoso a través de Mis Ojos

Por Óscar Escolano (@oscarescolano), miembro de CRISMHOM y coordinador del Grupo de Fe y Espiritualidad de la FELGTB

Tuve la oportunidad de participar en el documental Mis Ojos, producido por Inuk Films. Se trata de un proyecto audaz en el que varias personas compartimos desde diferentes perspectivas la cruda realidad del bullying. Siempre me llamó la atención que se utilizara un término extranjero para hacer referencia a una realidad que para muchas personas ha sido y es demasiado habitual.

Allá por los últimos años de la década de los 80 me enfrenté a una situación que no me esperaba: ser el blanco de las burlas de un líder que arengaba en muchas ocasiones al resto contra mí. Falto de recursos para confrontar los ataques verbales diarios, no tuve más remedio que aprender que yo era poco más que un cero; que mi palabra no tenía valor alguno; que era mejor callar e intentar pasar desapercibido. Y ver que ni profesores ni tus progenitores sabían respaldarte.

Tal vez por esta negación reiterada de que estos ataques socavaban la integridad y la autoestima se decidió optar por el término bullying, pensando que en nuestro país tal cosa no ocurría. Que lo que sucedía eran cosas de chavales. Que bastaba con no hacer caso. Que incluso nos hacía fuertes…

Pues sí. Sucede. En demasiados sitios, a demasiadas personas, demasiadas veces. Durante demasiados años.

En este documental también se muestran las perspectivas y las vivencias de progenitores que pudieron ayudar a sus hijas/os o que les perdieron porque no pudieron aguantar más la situación. Conozco lo que es no poder soportarlo más: la impotencia de no poder esconderte, de tener que compartir la misma aula con quien te acosa, de no poder pedir ayuda, de no poder “chivarte”, de no tener recursos para digerir otro día más de insultos.

No obstante, cuando dirijo la mirada hacia esa época me asalta también un pinchazo en el corazón. Estuve presente cuando dos compañeros de mi clase (los únicos que me respetaban) se metían con tres chavales menores que nosotros. ¿Por qué no salí en su defensa? ¿Por qué me convertí en cómplice? ¿Por qué callé? ¿A qué vino esa actitud? ¿Pensé quizás que apoyar ese desprecio que yo también padecía con mi silencio me haría recuperar la dignidad? Lo que me aterra es el “aprendizaje” que podría haber extraído: ¿Reírme de otros me hace sentir mejor? ¿Ponerme al lado del más fuerte me reconforta porque me hace sentir menos patético? ¿Ser partícipe de dinámicas de bullying me hace subir de estatus y me hace salir de la situación de acoso? Fue probablemente un intento de acallar de algún modo el dolor que padecía. O de manejar el miedo y la impotencia al ver mi falta de recursos.

Una llamada de atención de una de las madres me hizo recapacitar enseguida y ver el dolor que había causado al ser testigo silencioso de esa situación. Nunca más se me ocurrió volver a participar en una situación así. Quizás mi acosador nunca recibió un mensaje parecido y por eso no cejó en su actitud hasta que abandonamos la escuela. O sencillamente le dio igual y no quiso ser consciente del daño que hacía.

Asistir a los centros educativos cuando eres víctima de acoso es una lucha por la supervivencia que comienza cuando cruzas el umbral de la puerta del colegio. Recuerdo que intentaba entrar como si no pasara nada, siempre reprimiendo cualquier gesto y midiendo las palabras para no decir nada que pudiera iniciar alguna broma hacia mí. Sin embargo, había veces que con mi sola presencia se iniciaba la dinámica de acoso. En ocasiones respondía con rabia a ciertos comentarios, a lo que mis compañeros contestaban: “es una broma”. Y ello me devolvía la imagen de que era un auténtico niñato y un inmaduro. Si existía una delgada línea entre la broma y el acoso, no era capaz de distinguirla. El estrés de la situación te pone a la defensiva y todo parece un ataque.

Dicho estrés se reflejaba en casa cuando pensaba que no servía para nada, que todo lo que decía no era propio de un niño inteligente, que no sabía lo que los niños de mi edad sabían… La conclusión que sacaba era que mi vida era una metedura de pata continua. Aunque no fracasé en el colegio, arrastré secuelas durante mucho tiempo que se vieron reflejadas en una autoestima que tardé años en reparar y en la sensación de ir siempre varios pasos por detrás del resto del mundo.

¿Por qué expresar mi masculinidad de una manera diferente estaba mal? ¿Acaso por la heterocisnormatividad que acatamos sin cuestionarla? ¿Por qué un hombre, una mujer o una persona no binaria no expresarse de una manera propia, particular? ¿Por qué una persona con una capacidad diferente no está a la misma altura que los demás? ¿Por qué un físico desviado de una supuesta norma implícita es motivo de mofa?

Fuerza tuvimos que tener aquellas/es/os que por ser LGTBI, tener capacidades diferentes, no ajustarnos a los cánones de belleza, vestir diferente, ser de otra religión… por salirnos de una norma asumida sin cuestionamiento alguno. Y muchas/es/os se quedaron en el camino por no tener a nadie que les apoyara o les ofreciera recursos para poder atajar la situación y de paso hacer consciente al/a la acosador/a del daño y dolor que causan. Con el ascenso de la extrema derecha en nuestro país hemos de batallar todavía más para no perder una educación de calidad que eduque en la diversidad.

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