3.639.113 bofetadas a la democracia

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Foto European Alternatives

Cuando pasas la cincuentena adviertes que esto de la democracia se basa en respetar la opinión de quien pasea a tu lado y que todos los votos y todos los partidos son respetables pues son la expresión viva de un Estado de derechos y libertades en el que crees.

Pero cuando ya tienes los 50 en la cartera también asumes que en toda regla siempre hay una excepción, porque no todo vale en esto de la política. Es muy difícil aceptar como un resultado de la democracia que 52 diputados y diputadas de la ultraderecha se hayan convertido en la tercera fuerza política del país y que multipliquen con ello su discurso de odio hacia las gentes LGTBI, las gentes de otra raza o nacionalidad, las mujeres y los hombres que viven en el feminismo.

Es difícil respirar con 3,6 millones de votos contaminando una límpida mañana de otoño. La LGTBIfobia se te agarra en la garganta, el machismo cierra tus pulmones y el racismo produce espasmos de tos no productiva. Sí, son sólo un 15%, pero son. Y se reproducen como una plaga, se multiplican en cada cita electoral.

Dicen los que entienden que no se puede demonizar al electorado. Pero aquí y ahora el que entiende soy yo y lo voy a hacer. No sé si estos numerosos ciudadanos y ciudadanas han leído el programa electoral de la ultraderecha o no; no sé si, por contrario, comparten o no las soflamas antidemocráticas de sus líderes. Pero da igual, les han votado. Por eso reniego de ellos, de mis familiares, amigos y vecinos que han jugado a ser dios con una papeleta de Vox en la mano. Lo suyo, y son responsables por acción o por omisión, es pseudofascismo preconstitucional decorado con los tintes de  falsa democracia. Es tan perverso que su amado líder terminó la pasada semana el televisado debate electoral con una cita de Falange. El falangismo, esta estupenda doctrina que adaptó en la piel de toro las ideas de nazismo y del fascismo.

Uno, que cree que lo personal es lo político, ha salido esta mañana, sólo unas horas después de conocer el resultado electoral, con pesar a la calle. Porque uno tiene una familia en la que hay dos hombres gais y un niño negro. Y no sé qué pensar. No sé cómo será partir de ahora vivir en una comunidad autónoma donde el porcentaje de votos a la extrema derecha se ha elevado al 20,3 % y en su provincia a 21,4%, el mismo que en el barrio en el que resido.

¿Qué significa esto? ¿Qué una quinta parte de mis vecinos considera que la relación con mi pareja no es un matrimonio? ¿Qué no somos una familia natural y que se nos deben restar derechos? ¿Qué mi hijo no se nos debería entregado en adopción por que había parejas heterosexuales antes que nosotros?

¿Y a estas personas tengo que respetarlas? No, no voy a respetarlas, no voy a tolerar a quien quiere destruir, con una actitud activa o pasiva, lo más preciado de mi vida. Y no lo voy a hacer porque creo en la democracia por encima de muchas otras cosas, porque las libertades y los derechos no pueden ponerse en entredicho, porque la dignidad de las personas no puede ser pisoteada, porque al pseudofascismo preconstitucional decorado con los tintes de falsa democracia hay que combatirlo.

Las huestes de Abascal bramaban la noche electoral delante de su líder A por ellos, a por ellos, y en ese ellos estoy yo, mi marido, mi hijo, mis amigas y amigos LGTB, mis compañeros activistas, la señora africana que cuida a mi padre, los menores extranjeros no acompañados… Y el líder respondía a las huestes que recurrirán ante el tribunal constitucional las “leyes liberticidas y anticonstitucionales que los otros partidos políticos han dejado pasar”. Van a recurrir la democracia. Y lo podrán hacer porque por reunir más de 50 diputados tienen potestad para ello.

Pero no voy a renegar de todas ellos y ellas sin más, lo haré sintiéndome orgulloso de mi familia en los espacios públicos, lo haré formado al profesorado en diversidad familiar, afectivo-sexual y de género, lo haré ofreciendo talleres al alumnado en estas misma materias, lo haré continuando mi activismo LGTBI con más fuerza e ilusión… lo haré viviendo.

Y junto a mi estarán mis familiares, mis amigos y vecinos que de verdad creen en un estado derecho. Y marcharé junto a un potente activismo LGTBI que nunca ha estado callado y que ha demostrado impulsarse en momentos de dificultad. Y seguiré a las entidades que trabajan día a día por la defensa de los derechos humanos. Y apoyaré a los especialistas en temas sociales que reivindican una mejor atención a la inmigración, en especial la infancia que llega a nuestro país sola, sin su familia. Y me seguiré ilusionando con las acciones políticas de las mujeres feministas. En suma, lo haré junto a los y las demócratas que están forjando un país en el que cabemos todos.

Somos una minoría lo sé, pero la suma de todas las minorías afectadas y de sus aliadas nos convierte en una fuerza de presente y en una esperanza cierta para el futuro. Hay que llenar las calles, los hogares y las instituciones de libertad y de diversidad, hay que ayudar a una democracia que ha sido herida por balas de populismo patriótico. No solo hay que ser, hay que estar.

Porque, juntas y juntos, somos mayoría, porque tenemos razón, porque nuestra dignidad no es moneda de cambio, porque se crece en los tiempos grises… porque no voy a consentir que mi hijo sufra un segundo ataque racista.

Le acaban de dar 3.639.113 bofetadas a la democracia y seremos muchos millones más los que respondamos en su defensa.

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