¿Dónde está la voz de la infancia LGTBI?

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Foto: Madison Scott-Clary

Hace un par de semanas tuve la suerte de escuchar a la activista en derechos humanos Violeta Assiego, dentro de las  IX Jornadas de Familias LGTB. El público, integrado mayoritariamente por madres y padres homoparentales, se encontró con una ponente que abogada directamente y sin paliativos por la imperiosa necesidad de abrir canales de comunicación para que la infancia y la adolescencia que conforma el colectivo LGTB (y ahí dentro están las hijas, hijos e hijes de personas LGTB) pudiera expresarse, hablar y opinar, y que teníamos la obligación de escucharles.

Como padre es muy necesario replantearse a diario que esa criatura que crece entre el salón y las actividades extraescolares es una persona más de la familia y que tiene necesariamente que tomar parte de las decisiones que hacen posible la vida cotidiana en el hogar. Arrastramos como una losa una sociedad pretérita en la que el ordeno y mando paterno-filial era la única forma valida de aprendizaje.

No es ser sencillo ser padre y gay, porque a los temores siempre presentes de que tu hijo pueda ser objeto de algún tipo de violencia a causa de la orientación social de sus progenitores, hay que unirle la obligación social de articular nuevos modos de relación entre los actores de la familia y para eso es imprescindible que perdamos poder las personas mayores. Darle a tu hijo la capacidad de hablar, de comunicar y tener en cuenta sus opiniones (se supone que sus necesidades materiales ya las tiene cubiertas) es asumir que es un individuo pensante y que debe reconocerse su capacidad de decidir.

Muchas veces la celeridad de vida en la que nos sumergimos nos impide escucharnos y escuchar a quien tiene derecho de decidir y ahí la peor parte la llevan nuestras hijas, hijos e hijes. Quizá no expresen sus opiniones en el mejor momento, ellos no van a esperar a la cena a comunicarse con sus padres o madres, lo hacen a lo largo de todo el día, mientras juegan, mientras ríen, mientras lloran y es nuestra obligación estar atentos a sus palabras, desde que aprender a hablar, para saber que sienten y a que aspiran.

Como activista LGTBI y especializado en diversidad familiar la voz de Violeta Assiego aún retumba en mi conciencia social: “el derecho a ser escuchado es el más importante de la infancia y la adolescencia, es la única forma de que sepamos que sienten y que necesitan”. Paro un momento y miro a mi alrededor y descubro que las entidades y los espacios activistas en los que participo no están preparadas para la presencia de menores de edad, como mucho se les habilita una sala aledaña para que puedan entretenerse con juegos y risas. Arrinconamos a las niñas, niños, niñes y adolescentes en espacios lúdicos y no nos damos cuenta que no son incapaces, que hablan, que expresan, que demandan.

Los que trabajamos con menores ya sabíamos que la expresión más pura de la asimilación de la diversidad y concretamente de la diversidad afectivo-sexual, familiar y de género, está en la infancia. Cuanto más pequeños es mayor su aceptación natural de la diversidad. Y es cuando menos les escuchamos. Este proceso se va eliminado cuando van cumpliendo años, cuando les vamos trasladando desde la sección adulta del mundo las miserias y herencias culturales, siempre enlodazadas de fobias y prejuicios.

Va a ser muy difícil el cambio, pero tiene que llegar. El adultocentrismo que nos recorre como ciudadanía está también presente en el activismo LGTBI, es una intersección más que tenemos que asumir si creemos que el solo el proceso de deconstrucción hará posible una sociedad más justa, más libre, más democrática y más diversa.

En esta nuestra sociedad apenas hay canales de expresión para la infancia y la adolescencia, en el colectivo LGTBI pasa lo mismo. En nuestra sociedad se cree que las personas que pueblan la infancia y la adolescencia son incapaces, en el colectivo LGTB también. En nuestra sociedad las opiniones sobre la cotidianeidad de las personas menores de edad las toman los adultos, bienintencionadamente sin duda, pero ignorando el sujeto de sus recisiones, en el colectivo LGTBI pasa lo mismo.

Como colectivo nos caracterizamos por la reivindicación y la visibilidad,  y  lo hacemos alzando las voces para que se oigan nuestras necesarias demandas. ¿Cuándo asumiremos que la infancia y la adolescencia LGTBI también necesitan reivindicarse, visibilizarse y alzar sus voces?

Y no es algo quimérico que a esas edades puedan articular discursos y expresiones. Ya conocemos de sobra que una niña está liderando el discurso internacional ante el cambio climático o que otra hizo lo mismo hace muy pocos años a favor de los derechos de las niñas.

Si sabemos que puede ocurrir y que es muy efectivo ¿escondemos a nuestra adolescencia y a nuestra infancia por miedo o por desconocimiento? La respuesta es difícil y articular medidas para poder llevarla a cabo lo es más aún, pero asuntos más complejos los hemos afrontado y solucionado dentro del colectivo LGTBI, aunque ninguno suponía una pérdida de privilegios ante la generación que nos pisa los talones.

Yo cada día estoy más convencido de que las niñas, niños, niñes y adolescentes no son el futuro, son el presente, son una parte importe de la ciudadanía y sus voces nos pueden rescatar de un pasado que nos atenaza y llevarnos a un porvenir que nos reconforte.

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