Elecciones en Polonia: la cruzada del populismo conservador ultracatólico contra el Arcoiris

Por Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Foto: EFE/ Darek Delmanowicz

Que el cuerpo es el primer campo de batalla de la política lo sabe, consciente o inconscientemente, cualquier persona que haya forcejeado desde pequeña con los grilletes de la norma binaria y heterosexual. Hoy, domingo 15 de octubre, Polonia celebra unas elecciones generales en las que esta lucha por la soberanía sobre la identidad y el deseo no solo se ha hecho evidente, sino que se ha convertido en uno de los asuntos centrales de la disputa por los escaños parlamentarios. Y por los derechos humanos que estos podrían hacer peligrar.

Las encuestas apuntan a que el gobernante Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco), uno de los mayores exponentes del populismo conservador ultracatólico de Europa, volverá a ganar los comicios, aunque podrían perder la mayoría que ha pavimentado alguna de sus políticas más retrógradas. La clave, dicen los analistas, estará en la participación, que determinará cuánto margen de actuación tienen los conservadores para seguir jugando a misas y banderas a costa de los derechos fundamentales de la ciudadanía.

El PiS del ex primer ministro Jaroslaw Kaczynski, considerado el líder de facto del país, lleva tiempo embarcado en una travesía rumbo a las antípodas de la democracia liberal. Fruto de ello, los choques con las instituciones de la Unión Europea se han vuelto cada vez más recientes, hasta el punto de que la Comisión Europea acabó iniciando el procedimiento de infracción por haber vulnerado Varsovia el Estado de derecho. En este contexto, Kaczynski y los suyos se han esmerado en demonizar a la burbuja bruselense en general y a su compatriota Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, en particular. Todo con tal de construir ese otro del que poder culpar de todos los males de la nación. Que no son pocos en la Polonia del PiS.

Las minorías sexuales también han sido objeto de esa alterización, directamente impulsada desde las más altas esferas de poder, no tenía otro objetivo que el de convertirlas en enemigas de la patria. Los ataques directos contra las personas lesbianas, gais, trans, bisexuales e intersexuales (LGTBI) se han venido repitiendo con cada vez más frecuencia a medida que se acercaba esta cita electoral de octubre.

Curiosamente (o no tanto), el propio Kaczynski es el primero en identificar el proyecto europeo con los derechos humanos de las personas LGTBI. Hace apenas unos días, volvió a esa idea tornada realidad en suelo polaco al afirmar que luchará para que “el modelo europeo” de familia “con dos papás y dos mamás” no se imponga en su país.

El eje de su argumentario es, como ocurre con los personajes de esta índole en prácticamente todos los casos, la defensa de la supuesta “familia tradicional”, una causa que ya abanderó como prioritaria de cara a las pasadas elecciones europeas de mayo, cuando llegó a afirmar que las minorías sexuales un “enemigo para los valores de la patria polaca”. El nacionalismo que espolea el PiS de Kaczynski, como también es usual, se cimienta en esta construcción cisheteropatriarcal de la nación y de la familia en la que los roles de género responden directamente a las necesidades de este proyecto político ultraconservador.

De tratar a un grupo social de otro, diferente, siempre con una connotación negativa, a la violencia hay solo un paso. En Polonia hay medio. La estrategia narrativa de Kaczynski y sus secuaces ha sembrado un ambiente hostil en un país que ya hace años nos demostró que la idea de Progreso como evolución linear es una falacia bien peligrosa.

Independientemente del resultado de las elecciones de hoy, el resto de actores políticos y sociales del entorno europeo deben tomar cartas en el asunto. Frente a la intolerancia no debe caber ni un ápice de moderación. Los representantes políticos que hablan por nosotros en Europa, en las embajadas y en las organizaciones internacionales tienen que estar a la altura de un país que debería estar orgulloso de, pese a la juventud de su democracia, imponerse a sus socios comunitarios en los niveles de aceptación social de la homosexualidad, así como de sentimiento europeísta. Ese es el punto de partida ahora: menos no esperamos, y deberíamos aspirar a mucho más.

La labor de la ciudadanía, en este contexto, es la de decir basta a las medias tintas. La cita de este domingo es solo una de las muchas arenas en la que se juega en nuestro tiempo la batalla por la Europa en la que queremos vivir. Porque si algo tiene de inspirador el proyecto que encarna la Unión Europea es que no se refugia en una atalaya del pasado, sino que se construye hacia el futuro, un futuro que solo nosotros podemos imaginar. El mío es un sueño europeo de libertad, igualdad y diversidad.

Las elecciones de Polonia importan por la preocupante situación del colectivo LGTBI (o de los derechos de la mujer, o de las personas migrantes y refugiadas) en ese país miembro del club europeo, pero sobre todo importan porque hablan de los fantasmas que nosotros mismos dejamos retornar. Si ciertos sectores de la clase política toleran el odio es porque nosotros, algunos de nosotros, toleramos su pérfida tolerancia. Es hora de cambiar la tolerancia por el respeto, como dicen muchos compañeros activistas: empezar por respetarnos a nosotros mismos exigiendo que nos respeten.

Recuerden: hoy se juega en Polonia el futuro inmediato de los derechos LGTBI en el país. Pero también lo nuestros, en esa batalla no por la Europa en que vivimos, sino en la que queremos vivir. Habrá que prepararse para un invierno frío.

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