¿Quién teme a lo queer? – Nada que celebrar

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

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Conmemorar una fecha tiene un significado ritual. Desde lo privado, como un aniversario de boda, noviazgo, o un cumpleaños, hasta lo público, como las fiestas nacionales. Las conmemoraciones públicas (“nacionales”) son ritos sociales que configuran carácter, es decir, que imprimen (o instruyen, que nos diría Sontag) la memoria colectiva. Hoy leo con desidia el llamamiento oficial a la celebración del 12 de octubre. Una desidia provocada por comprender que los mismos que promulgan el olvido forzoso de nuestra historia reciente (porque “no hay que remover el pasado” o  “reabrir heridas”), son quienes se vanaglorian de la celebración de otras memorias y exigen su conmemoración. Conmemorar el 12 de octubre, ya sabemos, es perpetuar el relato de la hegemonía española y la colonización, aka la imposición genocida y violenta de los saberes/poderes ibérico-católicos contra poblaciones vulnerables a las armas destructivas que poseía España entonces. Conmemorar el 12 de octubre es insistir en el relato supremacista y perpetuar la lógica colonial que escribe a la fuerza nuestro yo social de hoy. “Esto es”, dice el comunicado oficial, “lo que nos convierte en una gran Nación.” Esto es, digo yo, la instrucción obligatoria a la que nos someten como ciudadanía. Pero, ¿qué es la nación sino la ficción, la memoria de su construcción política escrita a base de violencia y dolor? ¿Y qué resulta, al final, de toda esta conmemoración, y cómo lo traducimos en experiencia, en cuerpo, en soma, en yo ahí?

Leemos y escuchamos, habitamos incluso cada día, elementos que no existen. Habitamos la ficción política que es el lenguaje. Habitamos una relación con la realidad mediada por el significado cultural, convencional y precario, impuesto y siempre violento. No existe Dios, no existe el género, no existe la Nación. Son sólo parámetros ficticios para ordenar el mundo, imposiciones del texto, y el texto es sinónimo del poder. Son interpretaciones lingüísticas para crear una relación (y no otra) con las cosas. El lenguaje traza fronteras geopolíticas, epistémicas, jerárquicas, históricas. El lenguaje clasifica, ordena el mundo. Eres mujer o varón, joven o vieja, yo y otro, nacional o extranjera. Eres de clase A o B, eres fértil, válida, prometedora o un fracaso, somos semas en tránsito, somos memoria, genealogía del empeño determinista, voluntad de reducción a una cosa. Somos categorías, somos letras, somos elegetebé, somos gregarias, disgregadas, no mixtas. Somos el residuo de un proyecto esencialista. Pero ¿cuánto de ello es del lenguaje en exclusiva, y cuánto de ello es propio, de mi yo mismo, o de mi yo contigo? ¿Podemos ser sin lenguaje? ¿Podemos, en definitiva, fugarnos de una vez a ese fuera del texto? Todo lo que no existe, al final, existe mediante la violencia (lingüística primero, fenoménica después). Todo lo que no existe condiciona la existencia. Y ¿cómo existo yo, que soy cuerpo, en lectura/traducción/interpretación dentro de este mapa obligatorio que es el texto y sus axiomas?

La interseccionalidad nos enseñó que el esencialismo quedaba lejos para poder explicarnos, para poder leernos. Sabemos desde Lorde, desde Rich, desde Anzaldúa, que no somos sino cuerpos atravesados por múltiples aristas, que somos semas en la encrucijada. Sabemos que cada categoría lingüística que existe marca nuestra carne y nos transforma en un mapa de cicatrices en movimiento, en tránsito, hacia la lectura pragmática del cuerpo puesto en texto, en contexto, en el tiempo histórico y su relato. Somos la propia escritura del relato, la máscara atávica y su melancolía, somos la herida que camina, a veces, hacia la esperanza. ¿Cómo leernos en medio de una conmemoración forzosa? No queda otra opción, a nivel ético al menos, que rebelarnos ante la instrucción obligatoria de la memoria, ante la fuerza del poder y sus disciplinas lingüísticas. No podemos comulgar con el relato supremacista y ser cuerpo/parte de su escritura. ¿Qué hacer y cómo sumar fuerza contra un relato de opresión que sigue escribiendo nuestra historia?

Lo queer emergió en el mapa como una posibilidad tremendamente interesante de plantear alianzas otras, es decir, como la posibilidad de generar un tejido de resistencia y combate no basado en esencialismos, categorías o clasificaciones que, según este nuevo esquema, pertenecían a un paradigma anterior, obsoleto. Ya no somos mujeres, no somos homosexuales, putas, o extranjeros. Somos cuerpos atravesados por el lenguaje y sus clasificaciones rancias, y sobre todo, somos capaces de tejer una red de alianzas contra ese poder que pretende clasificarnos. Ese es el mapa inconexo y revulsivo que nos deja lo queer. Esa deslocalización perpetua nos enseña lo interseccional. Por eso, la interseccionalidad nos propone una nueva ruta, lejos de los esquemas decimonónicos y capitalistas de la competición. No se trata de que mi voz sea más válida porque yo tengo siete opresiones y tú tienes cinco, no se trata de que mi relato personal es más válido que el tuyo, se trata de que todas esas aristas que nos han confrontado contra el texto y su deriva pueden unirse como voces contra la injusticia epistémica del poder, del relato histórico oficial y sus vergonzosas conmemoraciones obligatorias.

Reconoce tu herida, pero no banalices la herida de otra persona para legitimar la tuya. Esa no es la manera de tejer la red queer, que propone un espacio de diferencias indiferenciadas, de subjetividades en tránsito posible y experiencias mestizas. El hecho de que estemos atravesadas por intersecciones de opresión distintas debe conformar un locus de fortaleza colectiva, no de competición. Entrar en la lógica competitiva es una trampa, un cepo capitalista que nos condenará a reproducir las trampas de la exclusión.

Únete, escucha, comparte, revisa tu intersección, tus privilegios, tus opresiones, tu historia. Combate a tu enemigo real y no entres en competición dentro de una asamblea de cuerpos precarios, no se trata de eso, se trata de tejer red.

Recuerda que no hay nada que celebrar, hay todo por combatir. Combatir la instrucción colectiva del relato supremacista. No celebramos genocidios, no tomamos partido por la reproducción del relato histórico colonial. Recuerda que lo queer no te quita lo racista, y actúa. Lo queer no es competición de opresiones, es asamblea horizontal y escucha. Es dirección anticapitalista, es cuidado y combate.

Nos vemos el sábado en las calles.

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