Unidad frente a la Vox del pasado

Por Jesús Generelo (@JesusGenerelo) ex-presidente de la FELGTB

Foto: EFE

Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del pasado 26 de mayo han dejado tras de sí una oleada de depresión colectiva en muchos sectores del electorado más progresista. Y, en concreto, en numerosos miembros del colectivo LGTBI. Los motivos son diversos – decepción, corte abrupto de estrategias pro-igualitarias en el inicio de su implementación…- pero la causa fundamental es el riesgo de  que un partido de ultraderecha (algunos de sus miembros son orgullosamente fascistas) con un programa expresamente machista y LGTBIfóbico pueda entrar en gobiernos tan importantes como los de Madrid, CAM, Zaragoza, Aragón, etc.

El miedo, no lo pongo en duda, está justificado. Desde luego por las políticas que puedan realizar, bien sea dentro de esos gobiernos o con el chantaje permanente al depender estos del sustento de los votos de Vox. Pero también -y esto puede ser más perverso- porque la sola presencia en las instituciones y en los medios de esas voces despreciativas de los derechos humanos envalentona a numerosos de sus fanáticos seguidores y parece justificar sus actitudes violentas y atemorizadoras. Unas actitudes, no lo olvidemos, que ya son intolerablemente frecuentes en nuestras calles.

A este escenario se ha llegado, preciso es recordarlo, con la complicidad irresponsable de determinados partidos que han blanqueado la siniestra marca para así justificar sus apoyos, en un nuevo desprecio a las enseñanzas de la Historia. Porque si algo nos ha enseñado la historia de Europa, y de nuestro país, es que permitir que el huevo de la serpiente se desarrolle tiene consecuencias terribles.

Otro de los motivos de esta decepción colectiva, de esta incertidumbre generalizada, es la implosión de un proyecto de izquierda alternativa, de colectivización de la política y de alternativa a un sistema que nos ha traído toneladas de corrupción, desigualdad, abuso del poder y un consiguiente desapego de la población por la cosa pública.

De todo esto es preciso sacar conclusiones. En frío, con la cabeza bien templada y con autocrítica, mucha autocrítica y generosidad. Porque la solución no pasa por la desesperanza o el cansancio, sino por la reconstrucción, por mantener y fortalecer la creencia en que la sociedad española, cuando permanece unida, no debe temer a ese monstruo que se ve crecer tras la membrana del huevo porque acabará con él sin pestañear.

El movimiento LGTBI, puedo afirmarlo alto y claro, no se va a dejar amilanar. Si algo lo caracteriza es su resiliencia. De sus caídas (¿caídas? Más bien histórico maltrato) ha sacado las fuerzas para superarse. Del horror de los campos de concentración se extrajo el triángulo rosa para convertirlo en símbolo de dignidad y lucha; frente a la ridiculización del amaneramiento, mucha más pluma y purpurina; contra la vergüenza, el Orgullo como herramienta política; frente a la invisibilización, la unidad de acción, el muro de la colaboración y el grito colectivo. Si el fantasma del arcoiris les asusta, Gaysper se convierte en el nuevo icono LGTBI.

Por muchas dudas que ofrezca la situación anterior, nada va a ser comparable al pasado del que venimos: leyes que nos prohibían ser y parecer, cárceles, psiquiátricos, lobotomías, terapias “reparativas”, palizas, expulsión de los hogares, exilio, acoso escolar, mobbing, linchamientos mediáticos, ridiculizaciones públicas, ninguneo en las instituciones… ¿Es necesario seguir? No se trata de hacernos las víctimas porque a nadie le gusta serlo. Es que hemos sido víctimas. Pero todo eso nos ha hecho más fuertes. Por eso ahora es momento de reflexionar y de esa reflexión conseguir más unidad y más empuje.

El movimiento LGTBI, desde su pluralidad, su vitalidad y su fabulosa diversidad, debe convertirse en un poderoso dique de contención. Debemos ocupar más que nunca las calles, los espacios públicos, los lugares donde se toman las decisiones, nuestra voz uniforme debe hacer valer unos principios básicos: los principios de las dignidades básicas, de los Derechos Humanos, que no solo deben estar en el papel, sino que han de poder ejercerse en todos y cada uno de los rincones de nuestra geografía. Y esto ha de hacerse frente a los partidos –todos los partidos-, los gobiernos, los pactos, los apaños…

Paradójicamente, al día siguiente del jarro de agua fría de las elecciones se estrenó en La 2 de TVE el primer capítulo de la serie Nosotrxs Somos, que recoge los 40 años ya cumplidos del movimiento LGTBI español. Se trata de un trabajo de orfebrería que nos cuenta, nos explica, nos coloca en la historia desde el rigor y la emoción.

Muestra cómo de un germen de grupúsculos pequeños y dispersos se generó un movimiento que ha dado la vuelta a la sociedad española, que ha cambiado la Historia, la general y la particular de millones de personas. Un movimiento que ha traspasado fronteras y contagiado la energía y sus estrategias a otros países. Un espíritu de libertad que se ha infiltrado por la mayor parte de los resquicios de nuestras familias, pueblos y ciudades.

Sirva esta emisión para inyectarnos el gusanillo del activismo, de la participación y de la conciencia de que hoy, como siempre, la solución no se ha de buscar en los egos y los personalismos, sino que ha de ser colectiva y solidaria. Una solución que ha de venir acompañada de una Ley Estatal de Igualdad LGTBI que permita que la igualdad legal se transforme en igualdad social, real. La revolución de la diversidad frente al odio continúa y para lograrla todas somos necesarias.

Hoy, a las 23.50, podréis ver (como cada lunes), un nuevo capítulo de Nosotrxs Somos

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