Ser marido, padre y gay en los tiempos de Vox

Otra entrega de #FamiliahayMasQueUna con Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Desde el 16 de agosto de 1996 comparto mi vida con un hombre a quien amo.

Frente a quienes reducen las relaciones homosexuales al sexo y esgrimen la promiscuidad como un arma arrojadiza sólo les propongo una sencilla resta (si es que aún recuerdan cómo se ejecuta la segunda operación matemática que nos enseñan en el colegio).

Desde los primeros momentos de la relación fantaseamos con la idea de ser padres. Una ilusión que se fue forjando minuto a minuto y que pasó a ser una constante en las conversaciones con nuestros amigos y familiares. Aquel anhelo se transformó en ‘la chinita’ (nuestra futura hija) que nos acompañaba allí donde íbamos: a nuestros viajes, a las celebraciones familiares, a las fiestas de nuestros amigos.

Pasados los años, decidimos materializar aquel deseo y comenzamos a indagar las posibilidades de que dos hombres pudiesen ser padres. Solo había dos opciones: la gestación subrogada o la adopción.

El primer caso no confluía con nuestra economía ni con nuestra ética en ese momento (la ética cambió con el paso del tiempo pero la economía no). Por lo tanto, decidimos que si íbamos a ser padres sería por adopción. Pero aquellos eran los tiempos prodemocráticos del colectivo LGTB y dos nombres no tenían derecho a casarse y menos aún a poder filiar a un menor.

La oportunidad se reducía a que solo uno de nosotros iniciase un proceso de adopción, nacional o internacional. Eso suponía que sólo uno documentase su situación personal, que fuera entrevistado por los equipos sociales y que recibiese la idoneidad individual. En consecuencia, sólo uno sería padre legalmente. El otro, mientras, tendría que desaparecer de la vida en común, su nombre seria borrado del buzón, su ropa tendría que desaparecer de los armarios y tendría que invisibilizarse frente la administración, ante quien el otro tendría que mentir.

Consideramos que el precio a pagar para llegar a ser padres era demasiado alto. Que muchas y muchos habían dejado sus carnes en el camino para que el colectivo LGTB fuera adquiriendo derechos y consideración social para que nosotros, con el fin de conseguir una aspiración íntima, personal, profunda y fundamental para nuestras vidas, diéramos un paso atrás en nuestra visibilidad.

Y el proyecto languideció, se fue retirando poco a poco de nuestras vidas, enterramos a nuestra futura hija en un funeral sin nombre ni lápida y acomodamos nuestra afectividad a otras circunstancias de la vida en común. No nos quedaba otra opción para poder seguir siendo felices que renunciar a algo que habíamos alimentado con tantos sueños y tanto amor.

Pero sucedió. Ocurrió que el PSOE ganó las Elecciones Generales con José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza. Todo el trabajo desarrollado por las entidades LGTB del país llegó a Ferraz y la Moncloa y lo hizo para quedarse. Fueron escuchadas las voces y las razones de Pedro Zerolo, Boti García Rodrigo, Beatriz Gimeno, Toni Poveda, Miguel Ángel Fernández…. Su valentía y su determinación hizo posible la aprobación del matrimonio igualitario y con ella la posibilidad de tener una hija o un hijo. La publicación en el BOE de la reforma del Código Civil en materia de matrimonio era nuestra única y última oportunidad, el tiempo corría en nuestra contra y nos acercabamos a la edad en la que no podríamos adoptar.

Tras tres años de dulce espera llegó Tristan, un bombón (es de raza negra) de tan solo seis meses y con necesidades especiales. Nunca un niño con tantos problemas de salud habrá podido sanar de tal modo la vida emocional de sus padres, de sus dos padres, de papi y de papá.

La empatía de todas las profesionales sociales y legales que intervinieron en el proceso y el maravilloso acogimiento de nuestra familia y nuestras amistades hizo posible varios años de plena felicidad, de poco descanso y escaso sueño, pero de gran satisfacción personal. Era un bebé con una sonrisa perpetua y un continuo aleteo de brazos y piernas que hacía que desconocidos nos parasen por la calle y nos felicitasen por lo que habíamos hecho. La empatía social era plena, aunque éramos sabedores de que la LGTBIfobia en aquellos momentos era políticamente mal vista y que quienes no aceptaban nuestra realidad familiar callaban para no ser señalados.

Episodios de homofobia siempre hubo, como el tratar de impedir que yo accediese a la baja de maternidad tras la adopción por parte del responsable de personal de mi trabajo, los compañeros de trabajo que me volvieron la cara cuando me acerque a mi centro laboral para que conociesen a nuestro hijo y que 8 años después aún no me han preguntado por él o la señora que, en la sala de espera de un servicio de urgencia, nos conminó a que le dejáramos que a uno de los dos nos llamase mamá. Ver para creer.

Nuestro hijo fue el ser más feliz del mundo en su primer día de colegio, no lloró, no mostró el deseo de no entrar en aquel patio inmenso. Poco después, tras comprobar que en su centro, no se desarrollaba ninguna actividad sobre diversidad familiar, decidimos aventurarnos en una tarea ingente que aún perdura. Para mantener esa sonrisa decidimos que yo me tiraría de cabeza al activismo LGTBI, mientras delegada cuidados y horas de crianza a mi marido.

Y así fueron transcurriendo los años, con pequeños logros que eran grandes avances para la dignidad de las familias homoparentales, pero siempre creciendo, siempre conquistando, siempre avanzando en los derechos.

De repente, el 2 de diciembre de 2018, una gran bofetada política y social nos sacó a la fuerza del paraíso democrático en el que creíamos estar. Y, aún sin mediar creencia religiosa, el 28 de abril de 2019 recibimos otra en la otra mejilla.

Esa España reaccionaria, LGTBIfóbica, machista y racista había encontrado ya acomodo en una lista electoral. La gran Bestia había tomado forma, colocando a 12 personas en el Parlamento Andaluz y a 24 en el Congreso de los Diputados. La extrema derecha había entrado en las instituciones democráticas. VOX había sido vomitado desde los infiernos de la intolerancia.

Ese 10% del electorado, primero andaluz y luego español que ha validado en nuestro país a la ultraderecha no puede ser considerado como un hecho anecdótico. Las familias no lo sentimos así, sobre todo porque desde su programa electoral y a través de las declaraciones públicas de sus dirigentes se ha evidenciado la fijación con las familias, empecinados en potenciar y favorecer a las familias naturales (una mentira ideológica y semántica que pretende privilegiar a las familias heteroparentales) y en deslegitimizar al matrimonio igualitario y con ello a nuestras hijas e hijos, que no podrían ser filiados al no constar dos progenitores en su libro de familia.

Hemos sentido y sentimos miedo, miedo de que esta oleada de odio sea asimilada por el resto de la sociedad, miedo de perder nuestra libertad, miedo a la intransigencia totalitaria llegada desde el averno.

La reacción no puede ser el odio ni la ira, nuestras hijas, hijos e hijes no pueden alimentarse con violencias de ningún tipo, deben crecer en un mundo donde la razón, la democracia, la libertad y la diversidad sean las únicas monedas de cambio. Por todo esto yo no me rindo, mi familia no se rinde. Por todo ello seguiremos estando en las calles y llenaremos de razones las fobias, de afectividad los odios y de educación la ignorancia.

Pero lo que desconoce la extrema derecha es la capacidad de resiliencia de las personas LGTB. Hemos sido uno de los grupos sociales más dañados en la historia de la humanidad: silenciados, denigrados, expulsados, exilados, encarcelados en gulags y cárceles, asesinados. Estamos en continuo movimiento de supervivencia. Además, desde el 28 de junio de 1968 hemos encontrado la más bella forma de reivindicar nuestros derechos, aunando protesta y festejo, hemos inventado el Pride, el Orgullo de ser y de estar, y lo hacemos como acto revolucionario y a través de la alegría.

Como integrante de la primera generación de personas LGTB de la historia que ha podido crear libremente la familia deseada sólo puedo decirle a las señoras y a los señores de VOX que nos veremos en las calles, en los centros de las ciudades y que le dedicaremos nuestra victoria, la victoria en la defensa de los Derechos Humanos, con la misma furia reivindicativa y festiva que venimos protagonizando desde hace 50 años.

Los comentarios están cerrados.