A las calles, a las urnas

Por Jesús Generelo (@JesusGenerelo) ex-presidente de la FELGTB

Fotos de Marina Liotta para FELGTB y COGAM

El impactante e indiscutible éxito de las movilizaciones de los pasados 8 de Marzo ha vuelto a poner de relieve la importancia de la batalla librada en las calles por activismos individuales que juntos suman millones de voces que unidas se transforman en clamor. Se trata de una revuelta radical, es decir, promovida desde la raíz, desde las mujeres que toman el protagonismo y el espacio público para nunca más perderlo. Una revuelta que ya habían iniciado, mucho tiempo atrás, sus abuelas sufragistas.

Lo mismo sucedió con la lucha por la igualdad racial en EEUU, con esa Rosa Parks negándose a ceder el sitio que su dignidad requería en un autobús cualquiera. Millones de personas la siguieron, siguen y seguirán en las calles hasta conseguir que el sueño de igualdad de Martin Luther King se convierta en realidad.

El movimiento LGTBI también sabe de esto. Nadie nos ha regalado nada. Una revuelta callejera en el Nueva York de 1969 dio el pistoletazo de salida. La manifestación del Orgullo es la celebración de esta revuelta y en España se ha convertido en toque de atención a la clase política, que al ver el volumen que cobraba ese acto político anual se dio cuenta de que de nada valía enfrentarse a una marea humana que marca la marcha de la historia.

Sin el Orgullo, sin todos los orgullos diarios que las personas LGTBI hemos ido construyendo en nuestros espacios públicos o privados, en nuestros activismos cotidianos, no estaríamos donde estamos. Sin nuestras militancias en un movimiento político que ha dado ejemplo de combatividad, de sentido común –el límite, el cielo- y de vocación de unión, solidaridad y lealtad a unos principios, no se habrían obtenido los niveles de igualdad legal y social que ahora disfrutamos en España.

La Historia nos demuestra que los movimientos ciudadanos son fundamentales (podríamos hablar también, cómo no, de las luchas obreras, del movimiento actual de pensionistas o del floreciente movimiento ecologista, entre otros). Imprescindibles, sin ellos no hay progreso. Los partidos políticos y las instituciones son quienes a la postre gestionan las demandas de la ciudadanía, pero no nos engañemos, sus maquinarias y sus circunstancias los han hecho siempre ir por detrás. Sin el empuje ciudadano, esas maquinarias se oxidan y carecen del combustible necesario para seguir avanzando.

Son precisos, por lo tanto, uno movimientos civiles absolutamente libres e independientes. Es necesario el empoderamiento de los movimientos ciudadanos. Incluido, claro, y siempre en la vanguardia, el LGTBI. Debe seguir convencido de su potencial para cambiar las cosas, de continuar empujando a los partidos políticos, exigiendoles que lleguen hasta donde deben llegar, que cumplan las promesas dadas en años anteriores y que no se han visto materializadas en la pasada legislatura. También debe creer con firmeza en su potencial para detener partidos que amenazan –de manera más o menos explícita- con la parálisis, con la ambigüedad o incluso con la involución.

Si cuando éramos unos pocos de miles en las calles no nos callaron, no nos detuvieron, y materializamos sueños que apenas nos atrevíamos a soñar, ¿qué no conseguiremos ahora que somos millones quienes gritamos en las calles, quienes creemos firmemente que sin igualdad no se puede vivir, que los derechos humanos son la auténtica línea roja?

Ahora toca movilizarse frente a unas elecciones en las que nos jugamos mucho. Los partidos deben escucharnos y contemplarnos en sus programas, en sus promesas. Promesas que luego habrá que recordarles y exigirles. Y después toca votar masivamente. Ni una sola ausencia en las urnas debe  validar esos tambores del pasado que suenan amenazadores al pie de nuestras murallas. Ni un solo voto desenfocado debe pensar que se puede construir una sociedad con una auténtica convivencia si no se cree y se trabaja firmemente por la igualdad.

Porque nos jugamos mucho, tal vez todo.

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