Por Marta Márquez(@marta_lakme) escritora y presidenta de Galehi, asociación de familias Lgtbi
‘The Hidden Flag’ está comenzando a ser un fenómeno mundial. Miles de personas literalmente comparten, tuitean y publican sus artículos, fotos y comentarios en las redes sociales. Desde personas particulares pasando por activistas hasta periodistas de todas partes del mundo. Pero solo 6 personas estuvieron y vivieron aquello en primera persona y saben el porqué lo hicieron. Y una de esas 6 personas fui yo.
Visto desde la lejanía parece que soy una loca que ha puesto su vida en peligro por un proyecto. Es probable que haya gente que lo vea así. Desde luego, mi punto de vista es otro.
Es posible que también haya muchas personas que crean que soy muy valiente, que me jugué el tipo por generar una acción que demuestre que hay personas en Rusia que viven sin los derechos básicos de respeto a quien eres. Eso se acerca más a la realidad pero eso tampoco es del todo correcto.
Yo solo he estado cuatro días en un país en el que llevar una bandera LGTB por la calle o mostrar tu orientación sexual a menores puede hacer que acabes en la cárcel. Cuatro días y después volví a la confortable España donde me aguardaban mi mujer, mis hijos, mis amigos y familiares con los brazos abiertos esperando una historia increíble sobre un país lejano. Las personas que viven allí son realmente las personas valientes. Esas que deciden quedarse y hacer algo por cambiar la situación.
Con toda seguridad puedo afirmar que aquí, en España, no tenemos todos los derechos que deberíamos tener, ni mucho menos. Y es por eso que mi día a día como activista está enfocado a la consecución de todos esos derechos que, como personas homosexuales y como miembros de familias LGTBI, no tenemos. Pero también aseguro que la posición de privilegio que tenemos en países como este me llevó a plantearme ir más allá, dar un paso adelante y considerar el ayudar a quienes están peor que nosotras, nosotros y nosotres.
Relatar lo que ha pasado en cuatro días parece, a priori, una tarea fácil pues pocas cosas pueden acontecer en un periodo tan corto. Pero realmente no es lo que pasó en Moscú. Allí las horas eran días y las seis personas que fuimos allí tuvimos que aprender en cuestión de minutos a ayudarnos unos a otros, a querernos y a protegernos pues allí solo nos teníamos a nosotros. De un día para otro, esas personas pasaron a ser mi familia, ocuparon un hueco en mi corazón que jamás se borrará.
Mucho se está hablando estos días de esta acción tan sencilla, ocurrente y valiente pero muy poco acerca de qué ha ocurrido con las seis personas que fuimos, cómo ha cambiado nuestras vidas conocernos, vivir esta experiencia juntos o cómo hemos vuelto a nuestros países con las manos llenas de historias y los corazones un poco vacíos porque hemos dejado atrás a nuestros hermanos. He aprendido de cada uno de ellos, me he reído, he llorado de felicidad y de dolor físico, me han soportado y les he soportado en los momentos de fatiga y, sobre todo, me han hecho creer aún más en que el activismo, el hacer cosas por los demás, el querer hacer de éste un mundo mejor es el camino correcto.
Gracias. Poco mas se os puede decir. Las fotos de vuestra aventurilla reivindicativa son puro arte. Arte del bueno, arte con motivo. Repito, GRACIAS.
17 julio 2018 | 17:00