Por María Jesús López (@Lopeziniestamj), experta en Políticas Públicas de Igualdad

Foto de EFE
Mucho se ha hablado de la eliminación de la transexualidad como patología, la despatologización está en la esencia tanto de las manifestaciones de las asociaciones y colectivos como de las leyes. Sin embargo, tanto en el imaginario colectivo como en las propias asociaciones el tema médico está presente y muy presente.
Algunas asociaciones defienden la necesidad de que existan Unidades de Género multidisciplinares para tratar lo que ya no es una patología, con mensajes demasiado parecidos a los que justificaban la existencia de las famosas UTIG. Otras, por el contrario, piden que se desmantelen las unidades, pero exigen una atención especializada, asumiendo esta como imprescindible para el libre desarrollo de la personalidad.
Aquí es importante remarcar cómo funciona el reconocimiento de la identidad en lo que podríamos llamar el común de los mortales.
Antes de que un niño o niña nazca, su entorno más próximo y por ente la sociedad ya le han reconocido ya saben que es un niño o una niña y ya le han asignado un nombre, posteriormente se le registra y obtiene el reconocimiento legal. Esta persona que tiene ya un reconocimiento social y legal a lo largo de su vida, puede necesitar ayuda sanitaria por muy diversas circunstancias, incluso aquellas relacionadas con su identidad.
En las personas transexuales adultas el proceso que se realizaba era inverso, necesitando un apoyo médico para conseguir un reconocimiento legal para, si había suerte, conseguir el reconocimiento social. Así del “reconocimiento social -> reconocimiento legal -> soporte medico” pasamos a un proceso totalmente opuesto “soporte médico -> reconocimiento legal -> reconocimiento social”.
Sin embargo, en los niños y niñas transexuales se da el proceso genérico de reconocimiento. Primero son reconocidos por su entorno social, no solo el familiar sino también el educativo. Luego se reconoce legalmente a través del cambio de nombre en el registro civil. Y finalmente se termina con algún soporte médico para garantizar la salud, asegurándose en este caso que los caracteres sexuales secundarios se desarrollen de acuerdo a su identidad.
Si bien esto se sabe que es así, en el imaginario colectivo todavía se sigue pensando que el soporte médico es lo primero. Cuando vemos que a un menor se le ha reconocido su nombre sentido, lo que aparece en los medios es que se le ha sometido a un cambio de sexo, ligado siempre a algún tipo intervención médica. Por esa razón, el tema de los menores transexuales aparece siempre en los seminarios sobre bioética.
La identidad no es un problema, todas las personas tenemos una. La negación de la identidad es la acción más cruel que se puede ejercer sobre un ser humano.
Entendiendo que los problemas relacionados con la transexualidad son consecuencia de la negación persistente y forzada de una realidad, debemos hacer el enfoque ético de manera distinta. Nuestro esfuerzo ha de ir siempre orientado al reconocimiento tanto social como legal de la identidad, dejando los temas médicos y asistenciales como un hecho consecuente de una realidad y no la construcción de la realidad en si misma.
A día de hoy, hay niños y niñas a los que se les ha reconocido de manera temprana su identidad, que han vivido desde los 4 o 5 años con una identidad sexual que sienten como propia. Esos niños y niñas necesitarán el soporte médico a partir de los 12 años, o incluso antes en función de su desarrollo puberal, para garantizar que su cuerpo no se desarrolla en sentido distinto a su identidad sexual.
Creo que si consideramos los tratamientos médicos como un soporte para garantizar la salud de estos niños y niñas y no como un acto médico para «cambiar» algo la aproximación desde el punto de vista de la bioética ha de ser distinta.