#EleccionesMunicipales: el Orgullo importa, los barrios también

Enrique Anarte (@enriqueanarte) se estrena como colaborador (que no como autor) y lo hace entrando de lleno al tema que estos días centra la atención de todas y todos, no es para menos. ¡Bienvenido Enrique!

Fotografía de EFE - Orgullo de Madrid 2012

Fotografía de EFE – Orgullo de Madrid 2012

Las elecciones municipales, a la vuelta de las esquina. Esperanza Aguirre -candidata a la alcaldía de la capital por el partido que ha sudado la gota gorda para institucionalizar el heteropatriarcado, el binarismo y la intolerancia en general en nuestro país- quiere que el Orgullo pase por Gran Vía. Aguirre, máxima exponente quizás del pinkwashing que practican diversos miembros del PP, posa con el empresariado LGTB (permítanme dudar de que sus «amigos» representen la heterogeneidad de este colectivo) para demostrar que las minorías genérico-sexuales tienen un hueco reservado en su proyecto político municipal.

Toca preguntarnos si acaso al resto nos interesa lo que Aguirre tiene que contarnos al respecto. Toca preguntarnos si podemos hacer política LGTBIQ+ en nuestras ciudades.

En efecto, la diversidad sexual y de género no se limita a la política nacional. Nosotros, los que reivindicamos la soberanía sobre nuestros cuerpos, sabemos que la política tiene escalas, que entre el Estado y el cuerpo hay muchos más niveles por los que aún queda luchar. Sabemos que los mismos partidos que perpetúan el limbo legal de la prostitución a nivel estatal luego criminalizan a las trabajadoras sexuales en las ciudades que gobiernan. Una historia distinta, sí, pero que nos recuerda que también en la polis se hace política (valga la redundancia etimológica), a favor o en contra de nuestros derechos.

COGAM y FELGTB, entre otras asociaciones, han propuesto a los partidos que aspiran a formar los gobiernos de nuestros municipios diferentes baterías de medidas para garantizar los derechos de quienes viven fuera de la norma: condena de la intolerancia, educación, sanidad, celebraciones públicas, etc.; todas cuestiones perfectamente abordables desde los consistorios -y no digamos ya desde los gobiernos autonómicos.

¿Qué ocurre, no obstante, cuando nos alejamos del centro de nuestras ciudades?

Pongamos que hablo de Madrid. Pongamos que dejamos atrás Chueca, vástago de la gentrificación con la que coquetea el capitalismo rosa. Pongamos que escapamos de Lavapiés, en pleno proceso de transición: de barrio liberado a barrio gentrificado. Pongamos que salimos de los puntos de acumulación de nuestras comunidades, imprescindibles para articular la movilización social y política, pero evidentemente inaccesibles desde la rutina diaria de las periferias, y reflejo al mismo tiempo de las desigualdades que también separan a los otros, los que a través de sus cuerpos, familias y modos de vida construyen resistencias a la norma que oprime. Porque, si alguien cree Malasaña o Chueca emancipan, más allá de como comunidad de consumo, en vez de comunidad ciudadana y crítica, debería pararse a observar a sus vecinos y transeúntes. ¿Ven diversidad alguna?

Las periferias son los lugares donde las marginalidades derrotan a la hegemonía. Cuando Esperanza Aguirre saca su ‘pañuelo rosa’ y proclama el estruendo de las carrozas del Orgullo está ninguneando las realidades de estas periferias. Allá donde el consumo deja de funcionar como símbolo institucionalizado de identidad, donde esta se define por un entramado de identidades superpuestas -de género, de raza, de clase, de geografía urbana-, las políticas que veníamos practicando sencillamente se tornan inoperantes.

Reivindicar políticas específicas para la periferia pasa por asumir que las ciudades se producen socialmente, que son reflejo de las estructuras sociales en las que nos hemos organizado. Los barrios, como los grupos, tienen necesidades específicas, y hace tiempo que sabemos que la ficción de la igualdad era un cuento chino.

Las declaraciones de Aguirre, que se apresura a arrimarse a la bandera del arcoiris -un símbolo de la libertad y no del negocio, aunque a ella le cueste concebirlo-, nos obligan a recuperar otras periferias. Periferias del poder, de la sexualidad, de los géneros, de lo correcto, de la norma. ¿Qué ha sido de ellas?

Hablar de democracia implica incluir a estas periferias en la política de nuestras ciudades. Implica formular políticas donde los barrios -barrios urbanos y barrios sociales- den su voz y su voto. Implica hacer el ejercicio de intentar entender las realidades de quienes viven a más de media hora en metro del centro, o a años luz de los toscos modelos con que etiquetamos la vida humana.

Aunque ello implique asumir que el recorrido de las carrozas del Orgullo no es lo más importante. Precisamente por eso.

 

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser El_Soberano

    Madre mía que vergüenza de artículo.

    Pero a niveles estratosféricos. Para empezar, lo de «el heteropatriarcado» es un invento de las feminazis, que no solamente odian a los heteros, sino a cualquier ser con pene.

    Tan fácil lo tenéis como que la violencia de pareja (me niego a llamarla de género), solo aplica a hombres heteros, y no a mujeres hetero ni a homosexuales. O sea, que si os pega vuestro novio o novia, os jodéis. Usar ese término es despreciaros a vosotros mismos.

    Luego, para continuar, me alucina que necesitéis el tema de las cabalgatas. ¿Para qué? ¿Para demostrar que os sentís orgullosos de ser homo? ¿Y por qué? Eso hace años, aún.

    A día de hoy, es ridículo. Si sois gays o lesbianas, chachi. Tenéis (o debéis tener) los mismos derechos que los demás, pero no hace falta que hagáis el numerito para demostrar que sois «iguales», cuando en el numerito lo que queda patente es que os sentís orgullosos de ser «distintos».

    Es contradictorio. Quiero ser tratado como uno más (ser normal), pero necesito reafirmarme ante todo el mundo que soy distinto. ¿En serio?

    Pues vale. Pero vamos, relee el artículo, mira la pared un rato, y piensa en ello. Los gays y lesbianas normales (entre los que se encuentran tres amigos míos, dos chicos y una chica), se llevan las manos a la cabeza con estas chorradas.

    ¿Por qué? Joder, pues porque la gente no les toma por personas normales, incluso con buena fe, con preguntas estilo: «¿Pero tú vas a la cabalgata esa, vestido con plumas?» «Señora, que soy gay pero no un payaso» «Pues muy gay no serás si no te pones las plumas».

    A día de hoy NADA hace más daño al colectivo homosexual que artículos como este. Los ultraconservadores se tienen que estar partiendo la caja con este tipo de cosas.

    11 mayo 2015 | 10:44

  2. Dice ser Pablo Getafe

    Cada año tenemos un Orgullo más materialista y consumista. El PP y los empresarios de Chueca agrupados en AEGAL están haciendo que una celebración pensada para reivindicar respeto y nuestros derechos se degrade en un fiestón de borrachera y desfile de marcas comerciales y cuerpos esculturales.

    ¿Qué ha hecho Cristina Cifuentes para frenar la ola de ataques homófobos que sufre la capital desde hace meses? Absolutamente nada! los chavales que se atreven a denunciar encima se topan con el desprecio de la Policía.

    11 mayo 2015 | 10:44

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