Dentro del sexo oral y sus muchas formas de hacerlo hay una variante que es realizada a los hombres y que consiste en centrar toda la atención en los testículos.
El término con el que se conoce esta práctica es ‘teabagging’ y vendría a traducirse como ‘embolsado de té’, debido a que la bolsa escrotal es introducida por completo dentro de la boca, como si de una bolsita de infusión se tratara, con movimientos ascendentes y descendentes.
Mientras entra y sale de la cavidad bucal, con la lengua se va lamiendo y masajeando, incluso succionando, algo que para algunos hombres no es del todo placentero debido a que, dependiendo de la fuerza de succión, puede llegar a ser doloroso (por la gran cantidad de terminaciones nerviosas –nociceptores– que hay en la zona escrotal).
Pero el hecho de que haya tantísimas terminaciones nerviosas también convierte esa estimulación oral en muy placentera, incluso en algunos casos mucho mayor que realizando la felación directamente en el pene.
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A través del perfil de este blog en Instagram (@yaestaellistoquetodolosabe2) Nieves Parral me consulta de dónde proviene el término ‘masaje’ y si éste, en su origen, tenía algo que ver con la acción de ‘amasar’.
La respuesta a la segunda cuestión es afirmativa, debido a que, el vocablo que utilizamos para referirnos a la friega o frotación que se realiza, normalmente, con las manos sobre alguna parte del cuerpo, con intención de aliviar y/o relajar, proviene de la similitud de esos gestos con la acción de amasamiento (por ejemplo para hacer pan).
Al castellano llegó desde el francés ‘massage’, de idéntico significado, y éste provenía también del galo ‘masser’, que era el verbo utilizado para referirse a la acción de mezclar con las manos y dar forma a una masa (ya fuese para hornear un pan, hacer algún tipo de barro para moldear…). El término francés para referirse a esos tipos de masa era ‘masse’, provenía del vocablo latino ‘massa’ y al latín llegó desde el griego ‘mâza’ (μᾶζα) que hacía referencia al resultado de mezclar harina y agua para cocinar algún tipo de pastel.
Como es bien sabido, para la consecución de una buena masa y para que ésta quede homogénea, es imprescindible dedicar un buen rato a manosear y mezclar bien los ingredientes. Los movimientos que se hacen con las manos, por ejemplo sobre la espalda, para dar un masaje recordaban a la acción de amasar y de ahí que recibiera ese mismo nombre.
Se utiliza el término ‘despendolarse’ para referirse a la acción de comportarse alocadamente y/o realizar alguna cosa fuera de lo convencionalmente formal, excediéndose en algunos límites. Algunos de sus sinónimos son ‘desmadrarse’ y ‘desmelenarse’.
Tiene un curioso origen etimológico, debido a que muchas personas suelen relacionar este término con el vocablo ‘pendón’ (en relación a la persona de ‘vida irregular y desordenada’), pero en realidad no proviene de ahí sino de una pieza fundamental para el perfecto funcionamiento de los relojes: la péndola.
La ‘péndola’ es una varilla (normalmente metálica) que cuelga de los relojes de pared o sobremesa y que lleva una placa o adorno (normalmente circular) cuyas oscilaciones regulan el movimiento, haciendo que el reloj marche correctamente (de ahí que se conozca también como ‘reloj de péndulo’).
Pero en algunas ocasiones esa péndola puede desajustarse (o sea, se ‘despendola’), alterando el ritmo del reloj y dando incorrectamente las horas (al adelantarse o retrasarse), causando cierto caos (sobre todo antiguamente cuando ese tipo de relojes se convirtieron en la única referencia que tenían algunas personas para saber qué momento exacto del día era).
De ahí que ese ‘despendole’ del reloj (al estropearse dicha pieza) diese origen al término despendolarse para referirse a lo que alguien hace fuera de los convencionalismos y formalidades.
El antiquísimo refrán ‘Si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!’ ha sido ampliamente utilizado a lo largo de varios siglos para indicarnos que el sentimiento de envidia en los seres humanos (deseo de algo que otra persona posee) está muy extendido entre la sociedad y, en caso de ser un trastorno, el planeta estaría repleto de enfermos por esa dolencia.
Y como ejemplo en el refrán se menciona la tiña, la cual es realmente una afección que consiste en una infección de la piel producida por ciertos parásitos que causa la aparición de unas erupciones cutáneas que llegan a ser altamente molestas (por el picor y escozor que produce) y que al rascarse provoca que queden ulceraciones y costras. También se la considera como altamente contagiosa a través del contacto directo, ya sea entre personas, animales de compañía (que también pueden padecerla) u objetos que hayan estado en contacto con alguien infectado (toallas, sabanas, ropa, peines, brochas de maquillaje…).
Al tratarse la tiña de una enfermedad que era muy común que fuese padecida por las clases más bajas y ante el prejuicio y convicción que existía, de que éstos eran por naturaleza envidiosos de lo que poseían los demás, surgió la analogía entre la enfermedad infecciosa (tiña) y el sentimiento de desear lo del prójimo (envidia).
Cabe señalar que el término tiña también existe como sinónimo de mugre o suciedad (se supone que proviene de quienes parecían la enfermedad, pues iban sucios y desaliñados) e incluso se utiliza como un equivalente a tinte o a algo que está teñido, por lo que son bastantes las personas que emplean el mencionado ‘tiñosos’ del refrán no para referirse a la infección sino al hecho de tener la piel teñida. Otras variantes del refrán son: ‘Si la envidia fuese tiña, ¡cuántos tiñosos habría!’, ‘Si la envidia tiña fuera, ¡qué de tiñosos hubiera!’.
Fue en la década de 1940 cuando el médico de origen alemán Ernst Gräfenberg presentó los resultados de unas investigaciones que llevaba varios años realizando y con las que quería demostrar la existencia de una nueva zona erógena que se encontraba en el interior de la vagina y que, hasta aquel momento, había sido totalmente desconocida para los expertos en sexología y anatomía femenina.
Gräfenberg acababa de llegar a Nueva York huyendo del nazismo, debido a su condición de judío, y fue en la ciudad de los rascacielos donde desarrolló el resto de su vida profesional. En su Alemania natal había inventado un tipo de anillo anticonceptivo (conocido como anillo de Gräfenberg) muy similar al DIU y que había sido prohibido por el Tercer Reich.
El hallazgo de ese nuevo punto erógeno en la mujer, por parte del ginecólogo alemán, estuvo acompañado de cierta polémica debido a que muchos fueron sus colegas que aseguraban que dicha zona de placer no existía y que de ser cierto no estaría presente en el interior de la vagina de todas las mujeres.
No fue hasta cuatro décadas más tarde, en octubre de 1980, cuando se acuñó el término ‘Punto G’ para hacer referencia a esa zona descrita por Gräfenberg (de ahí la G del término) a raíz de un estudio publicado sobre la eyaculación femenina, el cual avalaba la hipótesis del ginecólogo alemán, indicando que la estimulación de dicha zona (que era situada entre tres y cinco centímetros de la pared frontal del interior de la vagina) proporcionaba un mayor placer a la mujer, provocando un orgasmo que venía acompañado de eyaculación.
Pero, a día de hoy, una gran cantidad de expertos en sexología siguen asegurando que dicho Punto G no existe adjuntando conclusiones de diferentes estudios e incluso los resultados de numerosas autopsias practicadas en las que no aparecía presencia alguna de tejido orgánico que pudiese demostrar su existencia.
Cabe destacar que a pesar de la falta de evidencias sobre la presencia real o no del Punto G en el interior de la vagina, el término es ampliamente utilizado en numerosas publicaciones, sobre todo que tratan de dar consejos sobre cómo encontrarlo o estimularlo, incluyendo un nuevo concepto en los últimos años que ha sido bautizado como ‘Punto G masculino’ (también llamado ‘Punto P’), el cual hay quien asegura que se encuentra en el interior del ano en dirección al perineo.
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El término ‘trivial’ es utilizado para referirse a que un asunto es de escasa importancia. Proviene etimológicamente del latín ‘triviālis’, de igual significado, que procedía de ‘trivium’ y cuyo sentido era ‘tres vías’, como clara referencia de aquellos puntos en los que había una encrucijada (o sea, que se cruzaban varios caminos).
Era común que en esos cruces se dispusiesen de algún tipo de establecimiento u hospedaje en el que los viajeros paraban a descansar, comer… A menudo esas encrucijadas se convertían en puntos de encuentro entre diferentes personas (cada una procedente de un lugar).
Esos viajeros entablaban distendidas conversaciones mientras descansaban y era el carácter insustancial e insignificante de esas charlas lo que dio origen a que a aquel punto de encuentro (trívium) se le adjudicase el término ‘triviālis’ para hacer referencia a los asuntos que carecen de importancia.
A raíz del post publicado días atrás con la décimo segunda entrega de la serie ‘Una docena de cosas que quizás no sabías cómo se llamaban’ he recibido un mensaje de Mariajo Soria en el que, a partir del término ‘conculcar’ que allí incluía, me pregunta si éste tiene que ver etimológicamente con ‘inculcar’ al ser tan parecidos.
Explicaba en el mencionado post que el término ‘conculcar’ es la acción de pisar para dejar la huella del pie en alguna superficie (por ejemplo en el fango, cemento fresco, arena de la playa…). Pero esta es una de las diferentes acepciones que se le puede dar a este vocablo, ya que es más común utilizarlo para referirse a la acción de incumplir una ley, obligación, norma o principio. Etimológicamente proviene del latín ‘conculcāre’ compuesto por el prefijo ‘con-‘ (unión, conjuntamente…) y la palabra proveniente de ‘calcis’ (para referirse al ‘talón’). Originalmente conculcāre se refería a la acción de aplastar u oprimir algo fuertemente con el talón del pie y, como analogía, al hecho metafórico de dar una patada para quebrantar una norma o ley.
Con el término ‘inculcar’, utilizado para indicar la acción de ‘influir e infundir una idea o conocimiento a alguien’, ocurre algo parecido que con ‘conculcar’. También proviene del latín, en este caso ‘inculcāre’, compuesto por el prefijo ‘in-‘ (hacia adentro) y el mencionado ‘calcis’ (talón), significando literalmente ‘empujar con el talón’ como referencia a aquello que se introduce o clava (por ejemplo en el suelo) presionando con la parte posterior del pie.
En la antigüedad se tenía la errónea creencia de que el conocimiento y aprendizaje no se conseguían solos y había que presionar y obligar para que alguien asimilase o memorizase algo (de ahí la desacertada idea que dio origen a expresiones como ‘la letra con sangre entra’ tan repetidas por generaciones pasadas).
De ahí que se creó la analogía de que para influir e infundir una idea, dogma o conocimiento a alguien era necesaria la fuerza (como la que se hace cuando se empuja con el talón del pie) y de ahí que originalmente se utilizase el término inculcar, el cual, en la actualidad, ha perdido parte de su significado original y se usa como sinónimo de inspirar, aleccionar e incluso enseñar.
Hace un par de años se hizo viral una noticia en la que se daba a conocer el curioso enfado de un contribuyente estadounidense, llamado Nick Stafford, quien se presentó en la correspondiente oficina de recaudación de impuestos para vehículos a motor y pagó los 2.987 dólares de los los tributos que le correspondía satisfacer de un modo singular: todo en monedas de un centavo de dólar. Se presentó a aquel lugar con cinco carretillas, las cuales contenían un total de 298.700 monedas. El pago fue admitido por los funcionarios debido a que el contribuyente se acogía a una vieja ley de 1965 que señalaba que todas las monedas de curso legal son una forma de pago admisible para cualquier tipo de deuda, impuesto y pago público. Esto provocó que los trabajadores municipales tuviesen que pasar doce horas contándolas una por una. (Lee la noticia completa: https://www.20minutos.es/gonzoo/noticia/hombre-entrega-monedas-centavo-venganza-pagar-dolares-impuestos-3589137/0/)
Pero ¿esto hubiese sido posible hacerlo en España?
La respuesta es NO, pero con matices, debido a que, desde hace dos décadas, desde el Banco Central Europeo (BCE) se legisló para que, una vez entrado en curso el ‘euro’ quedase limitado cualquier pago que se efectuara (ya fuese a un estamento público, una entidad bancaria, comercio e incluso entre particulares) a un máximo de 50 monedas (dando lo mismo el valor que tuvieran éstas), siendo el receptor de las mismas quien decidía si aceptaba el abono de un pago con un número mayor a esa cincuentena de monedas.
Dicha limitación fue recogida en el “Reglamento (CE) Nº 974/98 del Consejo, de 3 de mayo de 1998, sobre la introducción del euro (DOUE de 11)” y concretamente en el artículo 11 y publicada por el Banco de España (http://app.bde.es/clf_www/leyes.jsp?id=41878#41894_13):
“A partir de sus fechas respectivas de introducción del efectivo en euros, los Estados miembros participantes acuñarán monedas denominadas en euros o en cents que se ajusten a las denominaciones y especificaciones técnicas que el Consejo podrá establecer de conformidad con el artículo 106, apartado 2, segunda frase, del Tratado. Sin perjuicio del artículo 15 y de lo dispuesto en los acuerdos monetarios que, en su caso, se celebren en virtud del artículo 111, apartado 3, del Tratado, éstas serán las únicas monedas de curso legal en los Estados miembros participantes. Excepto la autoridad emisora y las personas designadas específicamente por la legislación nacional del Estado miembro emisor, ninguna parte estará obligada a aceptar más de 50 monedas en un único pago.”
Pero ese límite de 50 monedas máximo para un solo pago no es algo aislado en España, ya que dicha ley repercutía en todos los países miembros de la Unión Europea. El mencionado reglamento de 1998 fue modificado en varios de sus puntos siete años después (mediante el Reglamento (CE) Nº 2169/2005 del Consejo, de 21 de diciembre de 2005), pero el artículo 11 se dejó tal y como estaba.
Así pues, si te presentas con calderilla para realizar un pago, puede que te encuentres que la persona/entidad receptora, acogiéndose a esa ley, se niegue a aceptarlo si llevas más de una cincuentena de monedas. Como dato curioso queda apuntar que, en base a esta norma, la cantidad mayor que se puede pagar con moneda fraccionaria es de 100 euros (con 50 piezas de 2€) y la menor sería de 50 céntimos de euro (si se realiza con una cincuentena de monedas de 1 cent.). Pero cabe destacar que se ha dado algún caso en España el que alguien se ha presentado para realizar un pago cargado de monedas y estas fuesen admitidas (como el que ocurrió en el Banco Santander de la población gerundense de Palamós en la que, el 3 de septiembre de 2010, el empresario Ricardo Batista se presentó con 40.000 monedas de 1,2 y 5 céntimos para saldar una deuda de 1.995€).
El uso de los diferentes términos derivados de la palabra sexo, como puede ser ‘sexualidad’ (como referencia al contacto o relación carnal), no comenzó a utilizarse hasta finales del siglo XIX, debido a que originalmente el vocablo tan solo se utilizaba para diferenciar el género de las personas, tal y como te explico en el post sobre el origen etimológico del término ‘sexo’.
De ahí que un gran número de palabras que hoy en día utilizamos y que llevan acopladas un prefijo al vocablo sexualidad (bisexualidad, heterosexualidad, homosexualidad, transexualidad…) surgieron ya entrados en el siglo XX.
Según indican un gran número de etimólogos, no fue hasta 1929 cuando a sexualidad se le dio por primera vez, la connotación y significado de ‘relación carnal’ (relación sexual) y se señala al escritor inglés D. H. Lawrence como el primero en hacerlo (de hecho el término aparece citado en varios de sus escritos, los cuales motivaron que fuese señalado con frecuencia como ‘pornógrafo’).
Para encontrar la primera mención en lengua española que se hace en el diccionario al término sexo, como significado de genitales, debemos acudir al Diccionario de la RAE de 1984 en el que lo describían como ‘Órganos sexuales’. En la lengua inglesa ya se hacía referencia a ello medio siglo antes (en 1938).
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Décimo segunda entrega de la serie de post dedicados a traer a este blog un buen número (de docena en docena) de cosas que quizás no sabíais cómo se llamaban en realidad o que, posiblemente, conocías pero con otro nombre distinto.
Espero que la selección de palabras que he hecho en esta ocasión sea de vuestro agrado, al igual que ha ocurrido con las veces anteriores.
Mohíno: Se trata de un estado de melancolía, tristeza o disgusto.
Casmodia: Es la acción de bostezar seguida y repetidamente (incluso acompañado de algún espasmo) y que no se hace por cansancio, sueño o aburrimiento, sino debido a una afección neuronal.
Conculcar: Es la acción de pisar para dejar la huella del pie en alguna superficie (por ejemplo en el fango, cemento fresco, arena de la playa…).
Deliquio: Hace referencia al desmayo o desfallecimiento, pero también al decaimiento o pérdida del ánimo (tras una desgracia, en un momento de duelo…).
Trasunto: Se trata de la copia (exacta) que se hace de un escrito u obra. Es lo que se hacía antiguamente (antes de la invención de la imprenta) con los libros o los textos originales. El realizar copias a mano de estos se denominaba como ‘trasuntar’.
Treno: Es una lamentación tras alguna desgracia o calamidad y también hace referencia a un tipo de canto fúnebre.
Tocón: Un tocón no solo es alguien que toca mucho sino que en este caso hace referencia a la parte de un árbol que, tras ser talado, ha quedado en el suelo unido a las raíces. También es usado para hacer referencia al muñón de un miembro amputado.
Noluntad: Se trata del acto de no querer hacer algo (en contraposición del término ‘voluntad’ que es la buena disposición a sí querer hacerlo).
Pogromo: Hace referencia a la masacre o aniquilación de un grupo de personas indefensas llevada a cabo por una multitud enfurecida (y alentada para hacerlo desde el poder). Proviene del ruso ‘pogrom’, cuyo significado literal es ‘destrucción o devastación’ y hace referencia a la persecución y matanza que padecieron los judíos (aunque hoy en día el término también es utilizado para referirse a otras culturas, religiones o grupos étnicos).
Tirocinio: Este término suena como si se refiriese algún tipo de crimen, pero no, nada tiene que ver. En realidad el tirocinio, que es un término que está prácticamente en desuso, era sinónimo de principiante y/o aprendiz y hacía referencia al aprendizaje o noviciado en algún oficio u arte.
Regolaje: Hace referencia al continuo estado de buen humor que tienen algunas personas (que suelen estar frecuentemente risueñas, dadas a las bromas y buen carácter).
Adamar: Se refiere a acto de enamorarse de alguien, cortejarla y halagarla mediante piropos o palabras que destaquen sus atractivos.