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Alfred López 15 de noviembre de 2021

Durante gran parte de la historia y más concretamente en la Edad Media, la mayoría de las poblaciones de cierta importancia estaban amuralladas y para poder acceder al interior de las mismas era imprescindible ir provisto de algún tipo de documento o salvoconducto que identificaba al individuo y le facultaba a cruzar al otro lado.
Lo mismo ocurría en las lindes y fronteras entre reinos, países e incluso condados (territorios pertenecientes a diferentes condes o miembros de la aristocracia).
Se señala al rey enrique V de Inglaterra como uno de los grandes impulsores en ordenar que se expidiesen en su reino documentos acreditativos a sus súbditos para que estos pudiesen viajar a otros reinos sin problemas.
Con el paso del tiempo esos salvoconductos identificativos fueron unificando criterios y formato y se les fue añadiendo algunos detalles, como la incorporación de la fotografía hacia el primer cuarto del siglo XX.
Este documento, con el tiempo, ha sido conocido como ‘pasaporte’ y la constancia más antigua del término la encontramos en el francés ‘passeport’, a principios del siglo XVI. Éste, a su vez, deriva del latín, estando formado por dos vocablos; la primera parte de ‘passus’ (paso, acceso) pero la segunda no está del todo clara, pues hay diferencias entre los propios etimólogos, ya que unos dicen que procede directamente de ‘portus’ (puerto) y otros indican que viene de ‘porta’ (puerta, lugar de acceso).
Pero hay una tercera opción que es la que señala que podría provenir de una mezcla de ambas, ya que tanto un ‘puerto’ (de mar) como la ‘puerta’ (de una fortificación o ciudad amurallada) eran los lugares de acceso hacia cualquier lugar (ya fuese por vía marítima o terrestre).
El término pasaporte fue recogido por primera vez en el Diccionario de la RAE, en su edición de 1780, con la siguiente acepción: ‘La licencia, o despacho por escrito, que se da para poder pasar libre y seguramente de un reino a otro, o de una a otra parte’.
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Alfred López 22 de febrero de 2021
Conocemos como desayuno a la primera comida del día que se ingiere (normalmente recién levantados por la mañana) y que, tal y como indica el diccionario de la RAE, el término proviene de ‘desayunar’, vocablo compuesto por el prefijo latino ‘des-‘ (quitar, separar, negación) y el verbo ‘ayunar’ (abstenerse de ingerir algún alimento), por lo que su significado literal sería ‘deshacer el ayuno’.

Y es que el acto de desayunar rompe con el ayuno que se ha realizado durante la noche (desde que se tomó la cena o último alimento del día anterior).
Cada época y cultura ha tenido una costumbre diferente respecto a ese primer alimento del día, encontrándonos que muchas eran las civilizaciones en las que no se ingería ninguna comida hasta bien entrada la mañana y otras en las que se hacía nada más despertarse, con el fin de coger energía para la jornada de trabajo.
Curiosamente, durante la Edad Media, en los países con una mayor presencia del catolicismo, no era una costumbre bien vista el hecho de desayunar, debido a que, según la tradición religiosa, no se debía ingerir alimento alguno hasta haber acudido a la primera misa del día.
Incluso podemos encontrar algunos escritos medievales (entre ellos del religioso italiano Tomás de Aquino) en los que se indicaba que el ingerir algún alimento, antes de los oficios diurnos (conocidos como ‘laudes’), era considerado como un pecado (concretamente lo relacionaban con la ‘gula’, el quinto de los denominados ‘Siete pecados capitales’) ya que se estaba comiendo sin haber realizado ninguna actividad importante.
Eso sí, se permitían a ciertos grupos de la sociedad a saltarse el ayuno matinal (o sea, a desayunar) y estos eran las personas enfermas, ancianos, mujeres embarazadas, niños pequeños y aquellos trabajadores que, por su empleo, necesitaban un aporte de energía por las mañanas.
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Alfred López 06 de febrero de 2021
Cientos son los mitos y leyendas falseadas que existen alrededor de la historia de España y que, desde hace siglos, se han compartido como si de verdaderos relatos se trataran.
Una ‘Leyenda Negra’ que ha llevado a minusvalorar algunas de las grandes gestas logradas por esta nación y, sobre todo, a menospreciar a sus innumerables protagonistas y héroes.
Para acabar con este tipo de propaganda antiespañola (que ha sido utilizada y fomentada a lo largo de los siglos por intereses extranjeros, pero también por foráneos) se está intentando divulgar desde hace unas cuantas décadas, y de un modo lo más objetivo y equidistante posible, con el fin de ofrecer los hechos tal y como sucedieron, sin tergiversación ni utilización política y muchos son los escritores que se han animado a publicar algún libro ofendiéndonos esas otra versión más realista de la verdadera historia.
Uno de los últimos libros que ha salido al mercado editorial es ‘Historia de España sin mitos ni tópicos’, publicado por B de Bolsillo (Penguin Random House) y escrito por César Cervera y Manuel P. Villatoro, escritores y periodistas al cargo de la sección de historia del prestigioso diario ABC.
Se trata de un libro que, a través de sus cerca de 500 páginas, nos trae una recopilación de los mejores artículos (y algunos capítulos inéditos) que estos dos divulgadores históricos han publicado en el mencionado periódico en los últimos años.
Dividido en cinco capítulos que van desde la ‘Hispania Romana’, pasando por la ‘Edad Media’, ‘Tercios y conquista’, el ‘Final del Imperio’ o los relatos ‘Hacia la actual España’, una sesentena de episodios forman parte de este recomendable libro para todas aquellas personas amantes de la historia de España, con el fin de que conozcan el verdadero relato de lo que ocurrido en esta gran nación y que a veces ha quedado emborronado por la Leyenda Negra.
‘Historia de España sin mitos ni tópicos’ de César Cervera y Manuel P. Villatoro
Editorial: B de Bolsillo (Penguin Random House)
ISBN: 9788413142395
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Alfred López 30 de septiembre de 2019
Se conoce como blasfemar a la acción de maldecir, insultar e injuriar a alguien o algo, de carácter sagrado, con intención de ofender, tanto a nivel individual como colectivo, un sentimiento religioso.

El término ‘blasfemia’ proviene del latín tardío ‘blasphemĭa’ y éste a su vez del griego ‘blasphēmía’ cuyo significado es ‘palabra injuriosa’, aunque algunos etimólogos prefieren traducirlo como ‘acción de hablar contra Dios’.
A lo largo de la mayor parte de la Historia, se ha perseguido y castigado duramente la blasfemia, la cual ha sido considerada un grave delito (y todavía lo es en un gran número de países, culturas y religiones).
Desde cortar o perforar la lengua, a condenas de largos periodos de presidio e incluso la pena de muerte (como la lapidación) han sido algunos de los castigos con los que se penaba el acto de blasfemar.
En España la blasfemia estuvo perseguido durante largo tiempo (muy especialmente durante la Edad Media por la Inquisición) y aunque dejó de ser considerada como un delito (contra Dios) a partir de 1988, todavía se castiga, tal y como recoge la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, en su artículo 525:
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Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.
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En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna.
Muchas naciones son los que hace mucho tiempo abolieron sus leyes medievales contra la blasfemia, pero podemos encontrar que en la totalidad de países del Islam todavía está perseguida, siendo el castigo la pena de muerte.
En los últimos años se ha podido ver cómo se ha perseguido a escritores y publicaciones que han mencionado al Islam o a Mahoma (profeta de los musulmanes), produciéndose incluso atentados terroristas llevados a cabo por islamistas radicales.
Este tipo de persecuciones son los que dieron paso a crear, en el año 2009, un ‘Día Internacional por el Derecho a la Blasfemia’, en el que se reivindica el derecho a la libertad de expresión en todos los sentidos, sin tener que ser perseguidos judicialmente ni por fanáticos religiosos.
Se eligió esta fecha como efeméride de la publicación que se realizó, en 2005, en el periódico danés Jyllands-Posten, en el que aparecían una docena de caricaturas satíricas de Mahoma, y que provocó las quejas por parte de un gran número de naciones musulmanes y un grave conflicto diplomático que fue haciéndose cada vez más grande y tensó cada vez más las relaciones entre occidente y el mundo musulmán.
Cada 30 de septiembre, desde 2009, numerosos son los colectivos se aprovechan esta fecha para reivindicar libertad de expresión en el que ya se ha establecido como el ‘Día Internacional del Derecho a la Blasfemia’.
La persecución de la blasfemia, a lo largo de la Historia, dio pie a que, desde hace varios siglos atrás, se utilicen términos y exclamaciones que han sido transformadas en un eufemismo (forma de aludir a algo sin necesidad de decir una grosería o blasfemar). Bajo estas líneas encontrarás algunos enlaces a unos cuantos posts relacionados.
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Alfred López 28 de diciembre de 2018
A través de Twitter, los amigos de la cuenta @EnsaladaPalabra me consultan sobre la expresión ‘Remover Roma con Santiago’ y si el ‘Santiago’ nombrado hace referencia a una persona o lugar.

Se utiliza la expresión ‘Remover Roma con Santiago’ (o alguna de sus múltiples variantes, que te explico más abajo) para hacer referencia que, en la consecución de un fin determinado, hay que recurrir a todas las instancias y posibilidades.
El ‘Santiago’ al que se refiere la locución es la población coruñesa de Santiago de Compostela, uno de los puntos de peregrinación más importantes del planeta (junto a Roma –el Vaticano-, Jerusalén, Fátima, Lourdes o la Catedral de Colonia).
Y es que en España (y durante muchísimos siglos), el principal lugar de poder eclesiástico fue Santiago de Compostela (sobre todo en la Edad Media, desde la construcción de su famosa catedral, levantada entre los siglos XI y XIII). Cuando una persona necesitaba tramitar/solicitar algún tipo de permiso debía seguir las diferentes instancias.
Por ejemplo, la inicial era al sacerdote de la parroquia a la que se pertenecía y si éste no podía solucionar se dirigía la petición al Obispado de la región, el siguiente paso el Arzobispado y así sucesivamente hasta la instancia superior que, en el caso de España, era en Santiago de Compostela.
Si en la capital gallega no se conseguía lo deseado entonces era cuestión de dirigirse al estamento superior, que se encontraba en Roma. La comparativa de la expresión ‘Remover Roma con Santiago’ venía a expresar que se habían agotado todas las instancias posibles para conseguir un propósito.
La mayoría de historiadores datan el origen de dicha locución hacia el final de la Edad Media (a partir del siglo XV), aunque no se puede precisar un momento o hecho concreto en el que se comenzó a utilizar.
Como te explicaba unos párrafos más arriba, múltiples son las variantes de esta expresión y podemos encontrar que se pronuncia también de los siguientes modos: ‘Mover Roma con Santiago’, ‘Revolver Roma con Santiago’, ‘Remover Roma y Santiago’…
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Alfred López 08 de diciembre de 2018
Posiblemente, de la gran cantidad de vocablos que existen para referirse a una prostituta, el de ‘bordiona’ quizá no lo hayas escuchado nunca. Y es que este antiquísimo término lleva en desuso mucho tiempo pero fue frecuente su uso durante la Edad Media.

La bordiona era la prostituta que ejercía en un burdel y de ahí su etimología. Pero, ojo, si acudes al diccionario de la RAE (dependiendo de la edición) podrás encontrar que los más recientes (a partir de 1992) dan como origen al término bordiona el vocablo ‘borde’.
Pero que ello no te lleve a confusión, ya que esa locución borde a la que se refiere es la misma palabra que nos llegó del occitano y provenía del término latino ‘burdus’ del que nacieron vocablos como burdel (lugar donde se ejerce la prostitución), borde (en referencia a la persona antipática, no al extremo de una cosa) o burdo (algo basto o grosero).
Cabe destacar que el término ‘burdus’ se utilizaba en la Antigua Roma para referirse a los bastardos (hijos nacidos fuera del matrimonio) y a aquellas plantas que brotaban sin haber sido cultivadas o injertadas.
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Alfred López 03 de septiembre de 2018
Los artistas de cada nacionalidad tienen superstición a un color concreto y lo curioso es que en la mayoría de ocasiones no coincide con el color que les da mal fario a los del país vecino.

Por ejemplo en Francia el color del infortunio para los actores (y población en general) es el verde, en Inglaterra el azul y en España el color al que más personas le tienen tirria (sean artistas o no) es el amarillo (y no, no proviene del hecho de que Moliere murió sobre un escenario vestido de ese color –en realidad iba de verde-, se trata de una leyenda urbana y el motivo es otro, tal y como os expliqué en un anterior post).
El color morado (o púrpura) es el que causa pavor a la mayoría de actores y actrices italianos y el origen sobre el porqué lo encontramos en la Edad Media. Por aquel entonces, y tras la toma de casi todos los poderes por parte del catolicismo, cuando llegaban los periodos de Adviento y Cuaresma los religiosos vestían las casullas de color púrpura.
Durante todo el tiempo que duraba tanto la Cuaresma (todo el periodo de Pascua hasta la finalización de la Semana Santa) como el Adviento (que incluía la Navidad y abarcaba desde finales de noviembre hasta principios de febrero) se prohibía todo tipo de representaciones (ya fuese en teatros o callejero). Por tal razón los actores asociaron el color morado de los motivos religiosos con el periodo en el que se les impedía trabajar (cuya suma se alargaba a alrededor de cuatro meses anuales) y, por tanto, dejaban de ganar dinero. Toda una desgracia para este colectivo ya que solían vivir al día y se mantenían de lo recaudado noche tras noche en las funciones.
Esto es lo que originó que entre los comediantes se le cogiera una peculiar animadversión al color morado y todo lo que representaba que, con el paso de los siglos, quedó en la cultura popular como si de una superstición se tratara.
Fue tal la inquina que se cogió a ese color por parte de los artistas que incluso, ya en la época contemporánea, se han dado casos de actores que han interrumpido una función teatral a medias porque han divisado entre el público a alguien que vestía de morado e incluso hay quien ha renunciado a actuar en el Teatro Regio de Turín porque el techo de este coliseo es de color púrpura.
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Alfred López 13 de agosto de 2018

Conocemos como ‘pabellón’ a la edificación (generalmente aislada) que forma parte de un conjunto de edificios (pabellón contiguo, pabellón de deportes, pabellón psiquiátrico…).
El término llegó al castellano desde el francés medieval ‘paveillon’ (cuyo significado era ‘tienda de campaña’) y este provenía del latín ‘papilio’, vocablo utilizado en la Antigua Roma para referirse a las mariposas y que con el tiempo se utilizó como referencia a cierto tipo de carpas utilizadas por las legiones romanas que era el lugar donde se realizaban las reuniones de los mandos militares (generales).
Esas tiendas de campaña no eran las típicas cerradas que servían para dormir o descansar sino que consistían en una estructura central de la que salían la tela (hacia cada lado) que hacía de techo las cuales recordaban por su forma las alas de una mariposa.
De ahí que a ese tipo de tienda comenzara a designarse como ‘papilio’ (mariposa) quedando el término, con el paso de los siglos con dicha definición.
Con el transcurrir del tiempo esos papilios (pabellones en castellano) en los que se trataban los asuntos de la guerra se iban realizando con estructuras cada vez más sofisticadas (guerras de la Edad Media, las Cruzadas…) por lo que acabaron siendo, en muchas ocasiones, auténticas obras arquitectónicas.
De ahí que el término pabellón acabase siendo utilizado para referirse a edificaciones tan diferentes destinadas a diversos servicios (deportivo, médico, almacenaje…)
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Fuentes de las imágenes: Wikimedia commons (1) / Wikimedia commons (2)
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Alfred López 25 de julio de 2018
A simple vista, si tomamos palabras tan distintas en su significado como ‘torneo’, ‘atornillar’ o ‘torniquete’, no caeremos en la cuenta que estos tres vocablos tienen algo en común: su procedencia etimológica y que provienen de un mismo término de raíz latina: ‘tornus’, cuyo significado es ‘dar vueltas’.

De ahí también proviene ‘torno’ (como el que usan, por ejemplo, los alfareros), ‘tornillo’, ‘tornado’…
El término latino ‘tornus’ a su vez provenía del griego ‘τόρνος’ (tórnos) que significaba literalmente ‘girar’.
Supongo que rápidamente habréis encontrado la relación directa entre atornillar (introducir un tornillo haciéndolo girar alrededor de su eje) y torniquete (dispositivo para evitar o contener una hemorragia a base de hacerlo girar y comprimir la herida) pero os preguntaréis por qué he indicado que el término ‘torneo’ proviene del mismo origen etimológico.
Pues bien, hoy en día conocemos como torneo a ciertas competiciones deportivas, pero para encontrar la procedencia del término hemos de ir hacia la Edad Media en la que se le llamaba de este modo a los combates que se realizaban hombre contra hombre, donde los contrincantes iban montados sobre un caballo, vestían una armadura y portaban una lanza.
El lugar en dónde se llevaba a cabo estos desafíos estaban delimitados por unas estacas (de ahí la expresión ‘dejar en la estacada’) y una vez que se llegaba hasta el final el caballo debía girar para volver a acometer al contrario y lanzarlo contra el suelo y ganar (‘hacerle morder el polvo’).
Esas continuas idas y venidas (giros) del jinete es lo que dio origen a que dichos combates recibieran el nombre de torneo y, por tanto, tengan la relación directa con los otros términos comentados.
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Fuentes de las imágenes: Nina Hale (Flickr) / wapster (Flickr) / Wikimedia commons
Tags: atornillar, dar vueltas, dejar en la estacada, destornillador, edad media, estacada, etimología, girar, hacer morder el polvo, morder el polvo, tornado, torneo, Torneo atornillar y torniquete, Torneo atornillar y torniquete tres palabras con un mismo origen etimológico: ‘dar vueltas’, torneo de ajedrez, torneo de verano, torneo deportivo, torneo medieval, torneos, tornillo, torniquete, torno, tornus, tres palabras con un mismo origen etimológico: ‘dar vueltas’, τόρνος | Almacenado en: Curiosidades Históricas, El origen de..., Miscelanea de Curiosidades, Preguntas con respuesta
Alfred López 20 de abril de 2018
A través de la página en Facebook de este blog, Cecilia Guasch me consulta sobre el origen del asterisco y su uso.
Conocemos como asterisco al símbolo en forma de estrellita que se coloca junto, al margen o sobre algún texto (suele ser entre paréntesis aunque en muchas ocasiones está puesta directamente) y que está algo más elevada de lo escrito (en la parte superior del renglón). Suele utilizarse para indicar que dicho texto/párrafo tiene una explicación o nota adicional (que suele situarse el píe de página).
Ya en la antigüedad los escribanos solían utilizar algún tipo de signo para advertir que se había agregado un texto o explicación en los márgenes o pie del escrito, pero incluso mucho antes ya se había usado para añadir correcciones en los ‘poemas homéricos’ por Aristarco de Samotracia (filólogo que trabajó en la célebre biblioteca de Alejandría).
El asterisco se ha usado de diversos modos: en forma de estrella (cada autor o época le ha puesto más o menos puntas), con un punto del que salían unas puntas e incluso una curiosa forma que recordaba la salpicadura de una gota de tinta, por lo que durante un tiempo se le conoció también como ‘splat’ (salpicadura).
Se podría decir que la popularización y uso del asterisco se extendió a partir de la Edad Media, una época en la que se escribieron importantes libros sobre insignes sagas familiares en los que, para hacer entendible quién era quién, había que añadir mediante ese signo una nota al margen que explicaba de quién se trataba o qué relación tenía ese personaje con otros nombrados en el libro.
El asterisco fue evolucionando y con el tiempo ya no solo se utilizó para las notas al margen sino también para colocar ese signo como sustitución de una letra o palabra concreta (sobre todo en términos considerados como soeces o blasfemos).
Etimológicamente el término ‘asterisco’ proviene del latín ‘asteriscus’ y éste a su vez del griego ‘asterískos’ (ἀστερίσκος) cuyo significado literal es ‘estrellita’ (debido a su singular forma).
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