Conocemos como ‘morgue’ al lugar en el que se depositan los cadáveres a la espera de ser identificados o realizarles la autopsia.
El término morgue (que es utilizado internacionalmente para referirse a ese lugar) proviene del francés medieval ‘morguer’ y su significado literal era ‘mirar solemnemente’.
Y es que inicialmente (alrededor del siglo IX) ese término no era usado para referirse al depósito de cadáveres sino al lugar donde se encerraba a los delincuentes que habían sido arrestados por primera vez. Era un tiempo en el que todavía no existían los documentos de identificación ni las fichas policiales y, por tanto, los criminales eran exhibidos en una celda de la prisión a la que acudían algunos voluntariosos ciudadanos para indicar si conocían de algo al reo y de ese modo tenerlos identificados.
Los visitantes miraban solemnemente a los presos y por tal motivo se acuñó el término.
Pero con el tiempo las autoridades parisinas se dieron cuenta que esa fórmula de identificación de criminales también podía ser útil a la hora de descubrir la identidad de muchos de los fallecidos que aparecían en las calles de la ciudad (sobre todo en el fondo del rio Sena).
Así que en los sótanos del Grand Châtelet de París (fortificación que a partir del siglo XIV sirvió de prisión, juzgados, comisaría de policía y depósito de cadáveres) se habilitó un habitáculo donde se exhibían los cuerpos sin vida sin identificar y por el que iban desfilando los ciudadanos que debían ayudar a reconocer los cadáveres.
Como el modo de exhibir los cuerpos sin vida se realizaba de una manera muy similar a como se había estado haciendo con los presos, aquel depósito de cadáveres pasó a ser conocido con el mismo término: ‘morgue’ y de ese modo ha llegado hasta nuestros días.
La Gioconda, también conocida como La Mona Lisa, es uno de los cuadros más famosos de la Historia y que fue realizado por el genio renacentista Leonardo Da Vinci.
La obra ha pasado por distintas manos (o mejor dicho, por distintas paredes) entre ellas las de Napoleón Bonaparte, pero desde principios del siglo XIX está expuesta en Museo del Louvre, de donde no se ha movido excepto en las contadas ocasiones en la que ha viajado para formar parte de exposiciones temporales en otros museos y a un periodo de dos años y ciento once días en el que permaneció en paradero desconocido tras ser robada a primera hora de la mañana del 21 de agosto de 1911.
El autor del robo resultó ser Vincenzo Peruggia, un antiguo empleado del museo, quien con la ayuda de Eduardo Valfierno (auténtico cerebro de la operación) se hicieron con el valiosísimo cuadro, con el fin de venderlo a un coleccionista privado. Pero los primeros sospechosos del robo no fueron los propios autores, sino un grupo de artistas de la época entre los que se encontraba Pablo Picasso.
El pintor malagueño era sospecho porque ya lo habían pillado en alguna que otra ocasión comprando en el mercado negro un par de obras robadas anteriormente en el Louvre. Finalmente se comprobó la inocencia de Picasso, así como la de sus amigos. El cuadro fue finalmente recuperado el 11 de diciembre de 1913.
Aquellos a quienes nos gusta visitar diferentes países hay algo que encontramos en todos nuestros viajes: puentes que pasan por encima de un río local el cual sus barandillas están llenas de candados en los que se encuentra escrito el nombre de dos enamorados y, a veces, un corazón dibujado.
Pero de un tiempo a esta parte ya no solo son los puentes los que sufren esa agresión estética (además de sus consecuentes y graves deterioros) sino que cualquier escultura, ventana, verja, valla o aquello que tenga una rendija en la que colocarle el susodicho candado se ha convertido en objeto de la superstición de turistas deseosos de mantener viva la llama del amor eterno.
Los ayuntamientos de todas esas poblaciones (y no solo tenemos que viajar al extranjero, en cualquier ciudad o localidad, aunque no sea turística, podemos encontrarnos con esos candados) tienen que gastar cuantiosas partidas económicas que se invierten en el trabajo de retirarlos además de arreglar los desperfectos ocasionados por el peso de centenares de cerrojos metálicos que ocasionan innumerables daños y ponen en riesgo la seguridad de quienes por allí pasean.
Y sí, aquel candado que pusiste en tu último romántico viaje, con el deseo de que vuestro amor durase para toda la vida, muy posiblemente ya haya sido retirado. El destino de ese cerrojo junto a las docenas que lo acompañaban van a parar al reciclado, siendo fundidos y dando una segunda vida al metal resultante.
Incluso hay ayuntamientos que tras haber padecido el derrumbamiento de alguna de las barandillas de sus puentes más míticos, a consecuencia del sobrepeso y poniendo en peligro la integridad de quienes por allí pasean, han lanzado campañas pidiendo a los ciudadanos y, sobre todo, turistas que no coloquen candados y que en lugar de hacerlo se tomen un selfie.
Por ejemplo uno de ellos es el ayuntamiento de París quienes han puesto en marcha la campaña ‘love without locks’ (amor sin candados/cerraduras) e invita a fotografiarse en sus puentes sobre el río Sena y colgar las fotos en las redes bajo la etiqueta #lovewithoutlocks ya que de ese modo esa demostración de amor sí que perdurará para siempre. El lema de la campaña es: ‘Nuestros puentes no podrán resistir tanto amor. Liberadlos declarando vuestro amor con #lovewithoutlocks’ y puedes visitar la web que han dispuesto para ello en el siguiente enlace: http://lovewithoutlocks.paris.fr
Y ¿de dónde surge la romántica (aunque perjudicial) moda de colocar un candado en un puente como símbolo de amor eterno?
Pues tal y como lo conocemos hoy en día se inició hace poco más de una década a través del enorme éxito que alcanzó a partir de 2006 el libro (y posteriormente diferentes versiones cinematográficas) ‘Tengo ganas de ti’ del escritor italiano Federico Moccia. Sus novelas se convirtieron en best sellers y cientos de miles los adolescentes deseaban vivir lo mismo que los protagonistas de esa romántica historia, motivo por el que imitaban sus actos, entre ellos el que aparecen colocando un candado en el puente Milvio de Roma.
Pero parece ser que lo de poner un candado como símbolo de amor eterno en un puente no fue algo que surgió de la mente creativa de Federico Moccia, sino que éste se inspiró en un poema de amor escrito a mediados del siglo XX por la poetisa de origen serbio Desanka Maksimović titulado ‘Molitva za ljubav’ (Oración por el amor) quien a su vez parece ser que se inspiró en una vieja historia ocurrida en la población serbia de Vrnjačka Banja durante la Primera Guerra Mundial en la que, supuestamente, una maestra local y un oficial del ejército estaban prometidos (el punto de encuentro de sus citas era un puente local) y él tuvo que ir al frente en Grecia, donde empezó una nueva relación sentimental allí, algo que hizo morir de desamor a la joven. Por tal motivo cuentan las crónicas (que parece tener más de cuento o leyenda urbana que de historia real) las jóvenes serbias de la época empezaron a acudir al mencionado puente y colocaron candados para atrapar a sus enamorados y así no ser abandonadas (como si de un sortilegio supersticioso se tratara).
El propósito no era actuar en salas de teatro, como si de un dúo cómico se tratara, sino que decidieron unir sus talentos intelectuales para escribir guiones cinematográficos y rodar películas surrealistas.
A mediados de la década de 1930 Salvador Dalí quedó maravillado por las películas de los famosos Hermanos Marx, pero sobre todo por los personajes que interpretaba Harpo Marx, a quien tuvo oportunidad de conocer en una fiesta privada celebrada en París, pudiendo quedar fascinado del arte musical y la maestría con que ejecutaba el arpa, motivo por el que el genio ampurdanés quiso tener un encuentro personal con el actor y pintarle un retrato.
La agenda de Harpo hacía imposible un encuentro entre ambos (en aquellos momentos los Hermanos Marx eran los artistas más solicitados en cine y teatros), por lo que Dalí tuvo que esperar varios meses para poder encontrarse con Harpo en Estados Unidos, tras contactar a inicios de 1937 con Jo Forrestal (amigo en común de ambos) y éste le hizo llegar al actor sus deseos de tener el esperado encuentro.
Harpo envió el siguiente mensaje a Dalí:
«Estimado Salvador Dalí: he recibido un telegrama de Jo Forrestal diciendo que usted está interesado en mí como víctima. Emocionado ante la idea. El rodaje actual acabará dentro de seis semanas. Si viene al Oeste, estaré encantado de ser pintarrajeado por usted. Tengo una contrapropuesta: ¿Posaría para mí mientras yo poso para usted? Feliz año nuevo de un gran admirador de La persistencia de la memoria»
Ese mismo año, mientras Harpo Marx estaba rodando junto a sus hermanos la película ‘Un día en las carreras’ Dalí se trasladó hasta Los Ángeles y pudo finalmente encontrarse con el actor. Llevaba con él un original arpa realizado con cucharillas y cuerdas de alambre de espino que regaló a Harpo.
El flechazo entre ambos fue inmediato y tras unas horas conversando se dieron cuenta que ambos tenían una visión muy similar sobre el arte y el surrealismo, motivo por el que decidieron reunirse durante los descansos en los rodajes de la película que estaba filmando para escribir conjuntamente un guion que titularon ‘Jirafas en ensalada de lomos de caballo’.
Presentaron el guion del mediometraje de media hora de duración (al que posteriormente le cambiaron el título por ‘La mujer surrealista’) pero no consiguieron convencer a ningún productor de la compañía Metro-Goldwyn-Mayer para la que trabajaba en exclusiva Harpo Marx.
Finalmente, al no encontrar el soporte económico que necesitaban para ponerla en marcha, Salvador Dalí y Harpo Marx decidieron dejar en el olvido este proyecto y seguir con sus respectivas carreras. Pero de aquellos encuentros quedó no solo el fallido proyecto cinematográfico (que acabo guardado en un cajón durante medio siglo) sino un buen puñado de fotografías de ambos artistas, dibujos y bocetos.
La sintonía del Festival de Eurovisión es una de esas melodías que todos hemos escuchado alguna vez y que lleva acompañándonos desde 1956, año en el que tuvo lugar el primer certamen musical de la Unión Europea de Radiodifusión (UER). En realidad esta composición no es la sintonía del festival sino de la UER (más comúnmente conocida como Eurovisión) y es utilizado para indicar el momento de la conexión entre las diferentes cadenas de televisión asociadas.
La pieza musical a la que me refiero, titulada Te Deum, no fue compuesta para tal ocasión sino que se trata de una antigua obra que data de finales del siglo XVII y cuyo autor fue el compositor francés de música sacra Marc-Antoine Charpentier, quien escribió la partitura y dirigió la composición, en la iglesia de Saint-Louis en París, con motivo de la celebración del triunfo, el 3 de agosto de 1692, del ejército del Reino de Francia en la batalla de Steinkerque.
No hay constancia de que la pieza Te Deum fuese interpretada en más ocasiones y tras el fallecimiento del compositor en 1704, todo su legado musical (compuesto por una cincuentena de obras, tanto de música sacra como barroca e incluso algunas óperas) fue a parar a manos de sus sobrinos quienes en 1724 las donaron al fondo de archivo de la Biblioteca Nacional de Francia.
Pero a pesar de estar a buen recaudo todas las obras de Marc-Antoine Charpentier, estas quedaron en el olvido y no fue hasta 1953 que volvieron a ver la luz todas estas composiciones gracias al hallazgo que hizo el musicólogo y sacerdote belga Carl de Nys quien, buscando partituras antiguas de música sacra, dio casualmente con la obra de Charpentier.
Carl de Nys colaboraba con la radio y televisión francesa por lo que pudo dar a conocer su descubrimiento. Un año después, en 1954, el preludio de la composición Te Deum fue escogida por la Unión Europea de Radiodifusión para ser utilizado como sintonía de las conexiones entre las diferentes cadenas de televisión asociadas y a partir de 1956 se hizo inmensamente popular a raíz del certamen anual de música que todos como ‘Festival de Eurovisión’.
A continuación podéis visionar un vídeo sobre esta curiosidad que he subido a mi canal de YouTube https://www.youtube.com/c/AlfredLopez
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Esta es, muy posiblemente, una más de las muchas leyendas urbanas que las redes sociales y blogs se han encargado de expandir en los últimos años y que cada cierto tiempo va apareciendo de nuevo. Si escribes en cualquier buscador de internet las palabras Eiffel y Barcelona aparecerán cientos de miles de resultados, en los que, en su gran mayoría, explican cómo el Ayuntamiento de Barcelona rechazó el proyecto de Gustave Eiffel de construir en la Ciudad Condal la famosa torre metálica de cara a la Exposición Universal que se celebraría allí el año 1888. La inmensa mayoría de esas entradas no dejan de ser simples ‘copia y pega’, pero que no aportan ni una sola fuente o enlace fiable que demuestre la veracidad de tal historia. Afortunadamente, cada vez son más las páginas que lo desmienten.
Pero, aparte de que no hay publicado ni un solo documento oficial que verifique ese dato (o al menos que se haya hecho público), la casi totalidad de enlaces que hablan sobre la historia y construcción de la Torre Eiffel en París señalan que los representantes de la Ciudad de la Luz y el ingeniero francés llegaron a un acuerdo para construirla el 30 de marzo de 1885, mientras que las autoridades municipales de la ciudad de Barcelona no tuvieron constancia de que la población acogería la sede de la Exposición Universal hasta el 18 de junio de ese mismo año (dos meses y medio después).
A todo esto hemos de sumarle que, con los años que han pasado y la era digitalizada en la que nos encontramos, si fuera cierta la hipótesis de que Gustave Eiffel (o algún representante de su equipo de arquitectos) presentó el proyecto de construcción de su famosa torre en Barcelona ya se habría hecho público dicho documento o, al menos, existiría constancia de ello en las hemerotecas de los diarios de la época ¿no creéis?
Lo que sí realmente consta son los proyectos presentados por el también ingeniero francés J. Lapierre y el arquitecto catalán Pere Falqués para levantar unas torres (Torre Lapierre y Torre Condal), pero ambos fueron rechazados debido a la falta de presupuesto y en favor del Arc del Triomf diseñado por Josep Vilaseca i Casanovas.
Cabe destacar que parte de la confusión sobre el hipotético proyecto de Eiffel en la Barcelona de la Exposición Universal pueda deberse al hecho de que en 1929, durante la Exposición Internacional que se celebró en la Ciudad Condal, se levantó la conocida como ‘Torre Jorba’ (financiada por los grandes almacenes Jorba) en la entrada a la montaña de Montjuïc frente al parque de atracciones de la Foixarda y que representaba una réplica de la torre Eiffel, de 50 metros de altura, pero realizada con las letras que componían el nombre del mencionado comercio, tal y como puede observarse en la imagen inferior. Fue desmantelada a principios de la década de 1930, una vez clausurada la exposición.
El origen del alumbrado público de las calles y plazas viene de lejos y muchas son las civilizaciones que ya hace muchos siglos colocaban algún tipo de antorcha para facilitar a los viandantes el poder transitar en las noches más oscuras sin tropezar ni tener ningún percance. Esa iluminación callejera era colocada por los propios ciudadanos, quienes las ponían en una ventana o puerta de sus propias casas.
Según consta, fue el 2 de septiembre de 1667, bajo el reinado de Luis XIV, el Rey Sol, cuando se inauguró en París el primer alumbrado público que estaba gestionado por las autoridades locales y que no dependía de los propios vecinos, ya que había un servicio municipal que se encargaba de encenderlas al anochecer y apagarlas al amanecer.
Este sistema era un tramado de luces que recorrían las principales vías de la capital francesa y que cambió por completo la estética de la ciudad al llegar la noche al estar iluminada por completo. Fue a partir de entonces que París comenzase a ser llamada ‘la ciudad de la luz‘.
La década de 1880 fue muy prolífica para el químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur, quien se encontraba inmerso en su trabajo de laboratorio tratando de buscar diferentes vacunas que pudiesen salvar la vida a miles de ciudadanos que morían a diario a causa de múltiples infecciones y enfermedades.
El 6 de julio de 1885 se presentaron, en el pequeño laboratorio que tenía Pasteur en la parisina calle de Ulm, tres personas a las que un perro rabioso había mordido. Entre ellos se encontraba Josef Meister, un niño de nueve años de edad que parecía ser el que se había llevado la peor parte.
El científico, en colaboración con Émile Roux, llevaba tiempo trabajando en el desarrollo de una vacuna contra la rabia pero ésta, hasta el momento, solo había sido probada en algunos animales (sobre todo perros y conejos) por lo que, al no tener la titulación de médico y la vacuna no estar reconocida por el organismo oficial correspondiente, se arriesgaba a tener serios problemas si los trataba y vacunaba con lo que de momento tenía elaborado. Tras consultarlo, y aconsejado por su colega, Pasteur se animó a hacerlo.
De los tres pacientes a los que atendió el único que logró sobrevivir fue el pequeño Josef, a quien estuvo suministrando el compuesto antirrábico durante los siguientes diez días. Pasado este tiempo el investigador vio con satisfacción que había hecho efecto y que el niño estaba totalmente curado y fuera de peligro. Había nacido la vacuna contra la rabia con la que, debido a su éxito, en los siguientes años Pasteur trataría y salvaría la vida a cerca de tres mil personas que habían sido víctimas de mordeduras de perros rabiosos.
Como nota anecdótica cabe destacar que, años más tarde y siendo ya adulto, Josef Meister entró a trabajar en el Instituto Pasteur que se crearía unos años después y allí ejerció de vigilante hasta el día de su muerte, el 16 de junio de 1940, fecha en la que se suicidó tras la entrada en París de los nazis y tras haber intentado impedir que miembros de la Wehrmacht (fuerzas armadas del Tercer Reich) accediesen a la cripta en la que reposaban los restos mortales de Louis Pasteur, fallecido en 1895.
Lo que no queda muy claro en las crónicas de la época, ya que hay mucha información contradictoria, es el motivo real por el que Josef decidió suicidarse. Algunas fuentes señalan que fue tras la impotencia de ver que no había podido impedir el paso a los nazis y otras que indican que fue por la pena de haber enviado a su familia lejos de París, imaginando que éstos acabarían muriendo a manos de los alemanes.
Una de las cosas más típicas que cualquier turista realiza en su viaje a Madrid es visitar la Puerta del Sol y allí tomarse dos fotografías imprescindibles: bajo el monumento de ‘el Oso y el Madroño’ y junto a la placa situada en el suelo (frente al edificio de la Presidencia de la Comunidad Autónoma, donde está colocado el famoso reloj desde donde se despide cada 31 de diciembre el año) que marca el ‘Kilómetro Cero’ o lugar en el que parte toda la red de carreteras radiales de España.
Pero este ‘Km. 0’ no es el único que hay en nuestro planeta y a lo largo y ancho del mismo hay infinidad de países que tienen su propia capital con la correspondiente placa, monolito o monumento que lo representa. Cabe destacar que, curiosamente, muchos de esos kilómetros cero no están ubicados en el punto exacto donde tendrían que estar pero, si lo estuvieron algún día, en cierto momento fue cambiado de lugar (ya sea por unas obras, trasladarlo a un punto más turístico de la ciudad…) y que no todos esos lugares representan el punto de salida de la red de carreteras sino que también puede ser de la red ferroviaria del país e incluso de la red de oficinas postales.
Estos son unos cuantos ejemplos de otras capitales del mundo donde también tienen su correspondiente Kilómetro Cero.
En Francia podemos encontrarnos hasta cinco poblaciones en los que hay una placa señalando el ‘Point zéro’: en la capital, París, se encuentra frente a la entrada de la famosa catedral de Notre Dame; en la plaza Gambetta de Burdeos; en la plaza Bellecour de Lyon; en la confluencia de las avenidas Canebière y Belsunce de Marsella; y en el puente Marius Gontard de Grenoble.
En Roma (Italia) podremos encontrar el ‘Chilometro zero’ en la cima del ‘Campidoglio’, más conocida como Colina Capitolina.
En Suiza el Km. 0 no está en su capital (Berna) sino en la estación de tren de Olten, en el norte del país, el punto desde donde partía la red ferroviaria.
En Londres el Kilómetro Cero del país se encuentra frente a la estación de tren de Charing Cross, una de las más importantes del Reino Unido. Concretamente la placa está colocada en la estatua ecuestre del rey Carlos I de Inglaterra. Pero esta no ha sido la ubicación inicial, ya que a lo largo de la Historia otros puntos de la ciudad también han sido considerados como Km. 0 (el Puente de Londres –en su extremo sur-, iglesia de San Leonardo en Shoreditch, extremo sur del Puente de Westminster, Hyde Park Corner o la iglesia de St Mary Matfelon entre otros lugares).
En Moscú lo podremos encontrar en uno de los puntos más turísticos de la capital de Rusia: frente a la capilla Ibérica, a escasos metros de la plaza Roja.
Si damos un salto al continente americano, podemos encontrarnos con el Kilómetro Cero en la Plaza del Congreso de Buenos Aires (Argentina); en la Plaza de Armas de Santiago de Chile; bajo la cúpula del Capitolio Nacional de La Habana (Cuba); en el puente Martín Sosa de la ciudad de Panamá (capital del país homónimo); en un extremo de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México; en Lima (Perú) lo encontrarás en el cruce de las avenidas Javier Prado con Circunvalación; en la Plaza de Cagancha de Montevideo (Uruguay); curiosamente en Canadá podemos encontrar el Km. 0 o ‘Milla 0’ como allí se llama, en la pequeña ciudad de Dawson Creek, al Oeste del país (en la provincia de la Columbia Británica), concretamente en el punto de donde parte la carretera de Alaska.
En Estados Unidos podemos encontrar un Kilómetro Cero (oficial) en la ciudad de Nueva York, concretamente en la esquina suroeste del Central Park con la avenida de Broadway (en Columbus Circle). Al sur de la Casa Blanca en Washington DC podemos encontrar un pequeño monolito conocido como ‘Zero Milestone’.
Cambiando de continente y trasladándonos a Asia, también podemos encontrar algunos Km. 0. En Tokio (Japón) ese lugar está situado en el famoso barrio de negocios de Nihonbashi punto desde donde partían antiguamente las cinco rutas comerciales más importantes del país; en China se puede encontrar el Kilómetro Cero en la famosísima plaza de Tiananmen de Pekín; en Jerusalén (Israel) está situado en la Puerta de Jaffa (este punto se escogió durante la década de 1920, en el periodo en el que los británicos controlaron la zona. Hasta entonces -y desde tiempos del Imperio Romano- el Km. 0 de Israel se encontraba en un plaza interior de lo que hoy se conoce como Puerta de Damasco); en Bangkok (Tailandia) está en un monumento de la histórica avenida de Ratchadamnoen.
En el continente africano: en El Cairo (capital de Egipto) el Kilómetro Cero está en la oficina de Correos de la plaza Al-Ataba; frente a la catedral ortodoxa de San Jorge en la plaza Menelik de Adís Abeba se encuentra el Km. 0 de Etiopia; en Madagascar lo podremos encontrar frente a la estación de tren de Soarano en Antananarivo.
Y para terminar este post con unos cuantos lugares del planeta en los que se encuentra el Kilómetro Cero vamos a viajar hasta Oceanía, concretamente a Sídney (la ciudad más importante y poblada de Australia) donde en un obelisco en la Macquarie Place nos indica que aquel punto es el Km. 0 del país.
Desde la antigüedad una gran cantidad de científicos e investigadores estaban convencidos de que la mayoría de las enfermedades, así como muchos de los organismos (como moscas, mosquitos, plantas…) surgían espontáneamente a partir de la materia orgánica (conocido como teoría de la generación espontánea).
El 7 de abril de 1864 Louis Pasteur se presentó ante los académicos de la Universidad de la Sorbona de París y les ofreció una conferencia en la que pudo exponer, argumentar y demostrar, lo muy equivocados que habían estado hasta aquel momento en cuanto al conocimiento de cómo se originaban los microbios y microorganismos.
Utilizó novedosas técnicas para realizar la exposición que dejaron boquiabiertos a la inmensa mayoría de los presentes y les convenció de cómo estaban rodeados de todo tipo de bacterias, instándolos a ser lo más higiénicos posible en sus operaciones y tratamientos con los pacientes con el fin de conseguir quirófanos y consultorios lo más asépticos posibles.
Buena parte de los estudios y pruebas presentadas por Pasteur se basaban en el trabajo realizado durante varias décadas por el médico húngaro Ignác Semmelweis, uno de los primeros en demostrar la necesidad de lavarse las manos y mantener limpios los lugares en los que se realizaban intervenciones quirúrgicas y/o se asistían los partos. A pesar de sus advertencias sus consejos fueron desoídos por la mayoría de sus colegas.