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La importancia de reforzar la alianza estratégica entre lesbianas y gais en el seno del activismo LGTBIQ

Pablo Morterero (@pabloMorterero)

 

Históricamente, el homoerotismo de gais y lesbianas, su representación simbólica y su represión pública, no han ido de la mano. En las orientaciones disidentes del patriarcado heteronormativo, mujeres y hombres también ocupaban espacios diferentes y por ello las vivencias de dichas disidencias han evolucionado en planos igualmente diferentes.

Remontándonos tan solo cincuenta años, en la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social la mención al peligro de homosexualidad solo fue entendido política, policial y judicialmente en relación a los hombres que sentían atracción erótica y sexual hacia otros hombres, por lo que prácticamente solo los hombres homosexuales y las mujeres trans (entonces consideradas tan solo travestis) sufrieron sus efectos punitivos. Mientras, la represión de las mujeres que sentían atracción erótica y sexual hacia otras mujeres sufrieron una persecución igualmente terrible pero en los márgenes legales, con su ingresos en conventos y psiquiátricos.

En la Francia posterior al Mayo del 68, las mujeres lesbianas percibieron la misoginia del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y pronto formaron sus propias organizaciones no mixtas y se vincularon al movimiento feminista como lesbianas feministas.

Pero en la España de finales del franquismo, las mujeres lesbianas encontraron pronto acomodo en el seno del movimiento feminista, en el que se diluyeron como feministas lesbianas. Esto no evitó la existencia de lesbianas feministas agrupadas en el LSD madrileño, pero de forma muy minoritaria.

En países como España e Italia, como nos recuerda la activista lesbiana feminista Barbara Ramajo, se puede rastrear los discursos lesbofóbicos en la producción intelectual feminista. Porque las mujeres que sentía atracción erótica y sexual hacia otras mujeres fueron toleradas siempre que renunciaran a su papel político como lesbianas. Esta exigencia subyacente dentro del movimiento feminista no encontró demasiado obstáculos por parte de la gran mayoría de mujeres que sentían atracción erótica y sexual hacia otras mujeres, al punto que Ramajo afirma que “estábamos super cómodas dentro del armario del feminismo […] para las lesbianas feministas ha sido un espacio de habitabilidad tan sorprendente y tan maravilloso como han sido los bares de ambiente” pero, añade, “teniendo vidas lesbianas, que no conciencia lesbiana”.

Cuando las lesbianas del movimiento feminista se reivindicaban como sujeto político, como en Francia en 1981, se producían fracturas en el movimiento feminista.

En España, esa tolerancia a las vidas lesbianas (que no a las conciencias lesbianas) dentro del movimiento feminista, llevó a algunas lesbianas feministas a rechazar el tutelaje “maternalista”, organizarse primero en estructura no mixta, y posteriormente a tejer alianzas con el movimiento gai.

En este sentido, la Federación Estatal de Gais y Lesbianas (FEGL) fundada en 1992 por el lesbofeminista Comité Reivindicativo y Cultural de Lesbianas (Crecul), el Colectivo Gai de Madrid (COGAM) y la Agrupación Gay de Madrid (AGAMA), contemplaban en sus estatutos fundacionales dos presidencias, una para cada sexo, responsabilidades para las cuales fueron elegidas Elena de León Criado, presidenta de Crecul, y Miguel Ángel Sánchez Rodríguez, portavoz de COGAM.

Desde entonces, las mujeres lesbianas han tenido un protagonismo importante en el devenir de la Federación Estatal como lesbianas feministas, con Mili Hernández, Beatriz Gimeno, Boti García y Uge Sangil.

Esto ha producido un cierto abismo entre las lesbianas feministas por un lado y el movimiento feminista, por otro, especialmente en relación a las feministas lesbianas.

No es extraño que la investigación del Grupo “Igualdad y Género” de la Universidad de La Rioja, basada en entrevistas a 41 lesbianas entre 2014 y 2018, recogiese el reproche del lesbianismo feminista al detectarse que “la mayoría de lesbianas han defendido las reivindicaciones feministas, pero no siempre sus reivindicaciones han sido prioritarias para el movimiento feminista.”

Podríamos hipotetizar el por qué las feministas lesbianas han renunciado a ser sujetos políticos lésbicos en el seno del movimiento feminista a cambio de poder tener vidas lesbianas (¿tal vez debido a procesos de lesbofobia interiorizada?) pero ello escapa de nuestro objetivo.

En todo caso, sorprende ahora que en el seno del movimiento feminista, las feministas lesbianas se vean impelidas a reivindicarse como lesbianas, aunque de forma tan extemporánea como forzada.

Una muestra la tenemos en el artículo de Victoria Sendón de León, una de las lideresas feministas españolas y encarnación de la feminista lesbiana, titulado “Ser Lesbianas” y publicado en la web Tribuna Feminista. En el mismo, Sendón de León comienza con el siguiente párrafo:

Después de tantos años de militancia feminista sin haber reparado en la necesidad de reivindicar el lesbianismo dentro del Movimiento para darle la importancia que requiere, hoy se me ha metido entre ceja y ceja que es el momento de traerlo como presencia.

¿Acaso nos encontramos ante la reivindicación del sujeto político lésbico de una feminista lesbiana que ha podido tener una vida lesbiana dentro del movimiento feminista, pero que públicamente vivía en el armario lésbico?

No. Todo lo contrario. El su artículo Sendón de León trata de mantener el discurso transfóbico surgido en España durante la tramitación de la Ley Trans, atacando a Witing y Butler, para terminar de una forma realmente chusca, impropia del nivel académico e intelectual que se le presupone, al afirmar

…se me ocurre que las feministas deberíamos declararnos todas lesbianas, como mujeres que aman a las mujeres, y mataríamos varios pájaros de un tiro…

Lo único bueno de este artículo es que reconoce explícitamente algo que una parte del feminismo y muchas de las feministas lesbianas se han negado hasta ahora: que la teoría Queer es hija, deseada o no, del feminismo, y no una estrategia de gais y mujeres trans, en alianza perversa con el neoliberalismo, para ocupar el liderazgo del movimiento feminista, y borrar a las mujeres.

Si no es para reconocer la necesidad de un sujeto político lésbico en el seno del movimiento feminista, ¿cual es el objetivo de Seldón de León con este artículo?

En su feroz ataque a los hombres homosexuales y bisexuales, y a las mujeres trans, (tan feroz que ha terminado por orillar dialécticamente como enemigo al patriarcado) el feminismo transexcluyente se ha encontrado con un obstáculo que no había pensado: la alianza de las lesbianas feministas con los hombres gais y las mujeres trans.

Por eso, la parte del feminismo que articula el discurso transexcluyente, se ha visto en la necesidad de “exigir” a sus feministas lesbianas a que salgan del armario lésbico, pero no para que las feministas lesbianas se reivindiquen como sujetos políticos lésbicos y asuman un papel de lesbianas feministas, sino para intentar cuestionar primero, y quebrar después, la alianza histórica en España entre las lesbianas feministas con el movimiento homosexual masculino y el movimiento trans.

En la misma estrategia se encuentran las declaraciones de Amelia Valcárcel, otra de las lideresas del feminismo patrio, en la tristemente famosa Escuela Feminista de Gijón de 2022, cuando afirmó en relación a la Ley Trans:

«La T se está comiendo a la L, a la G y a todo lo que lleva alrededor y no creo que sea eso lo que se pretende»

Sorprende su preocupación por los gais, cuando un año antes consideraba que los homosexuales varones de Afganistán no estaba en peligro porque está normalizada como “en la Grecia clásica”, obviando datos objetivos de Amnistía Internacional que denunciaba que

En Afganistán, la población LGBTI siguió sufriendo violaciones graves de derechos humanos perpetradas por los talibanes, incluidas amenazas, ataques selectivos, agresiones sexuales, detenciones arbitrarias y otras. Muchas personas LGBTI seguían temiendo la vuelta de prácticas discriminatorias aplicadas por los talibanes en el pasado, entre las que figuraba históricamente la pena de muerte para las personas sospechosas de mantener relaciones homosexuales, y permanecían ocultas, temiendo por su vida.

Una opinión, la de Valcárcel, impregnada de un tufillo de violenta indiferencia patriarcal hacia los excluidos, que indignó a la mayor parte del activismo LGTBIQ.

Que el artículo de Sendón de León y las declaraciones de Valcárcel es parte de una estrategia más amplia, lo encontramos en el ataque que sufrió el pasado 26 de abril la sede de la asociación andaluza DeFrente LGTBI, una entidad mixta donde las mujeres lesbianas feministas tienen un protagonismo absoluto.

En ese ataque se empapeló la fachada con carteles anónimos, uno de los cuales decía:

Día de la Visibilidad Lésbica
¿Quiénes son los protagonistas en el movimiento LGBTQ+?
Los hombres.
Amiga, tu sitio no está aquí.
Está en el feminismo.

Esa misma mañana, aparecieron unos carteles similares en la Alameda de Hércules, entre ellos uno que afirmaba:

Día de la Visibilidad Lésbica
¿Que hace el movimiento LGTBQ+ por las lesbianas?
Invisibilizarlas.
Amiga, tu sitio no está aquí.
Está en el feminismo.

Un discurso que rezuma “maternalismo” y dirigismo (ni siquiera se les ocurrió cambar ese “tu sitio” por “nuestro sitio”) desde una heterosexualidad supremacista realmente carca.

Pero esta estrategia de cierto feminismo de utilizar a las feministas lesbianas como ariete contra las personas trans y los hombres homosexuales no es nueva, ni siquiera propia del movimiento feminista transexcluyente español. Debemos recordar que en diciembre de 2018, siete mujeres de medios de comunicación lésbicos, como las editoras de DIVA, Linta Riley y Carrie Lyell; Riese Bernard, jefa de redacción de AUTOESTRADDLE; la editora de CURVE, Merryn Johsn; Silke Bader, editora de CURVE y LOTL; la editora en jefe de la revista TAGG, Eboné F. Bell; y Florence Gagnon, fundadora de LEZ SPREAD THE WORD, se vieron obligadas a publicar una carta de condena de los ataques a las personas trans por parte de otros medios de comunicación que se presentaban como lésbicos:

“Condenamos enérgicamente a los escritores y editores que buscan fomentar la división y el odio dentro de la comunidad LGBTQI con contenido trans-misógino, y que creen que ‘lesbiana’ es una identidad que solo ellos deben definir. Condenamos a las empresas de medios de propiedad masculina que se benefician del tráfico generado por estas controversias. También condenamos enérgicamente la narrativa actual de algunas feministas, que pintan a las personas trans como agresoras y agresores, una que refuerza la transfobia y que debe ser desafiada para que el feminismo pueda avanzar. Estamos realmente preocupados por el mensaje que estas llamadas publicaciones lesbianas están enviando a las mujeres trans. Cuanto antes dejemos de centrarnos en lo que nos divide y, en cambio, nos centremos en nuestros puntos en común, seremos más fuertes para enfrentarnos a las otras injusticias que se nos imponen. No estaremos divididas».

Reforzar la alianza estrategia entre lesbianas y gais.

Lejos de ir a menos, considero que una parte del feminismo, cómoda con los postulados transexcluyentes, integrado por un número significativo de feministas lesbianas entre sus máximas responsables (pero que siguen en el armario lésbico), van a redoblar sus esfuerzo por sembrar la cizaña entre lesbianas y gais, fundamentalmente, como estrategia para debilitar la fortaleza mostrada hasta ahora por el activismo LGTBIQ en defensa de las personas trans, sus demandas históricas, y sus exigencias legales.

Por ello, defiendo que es fundamental que desde el activismo lésbico y gai sigamos reforzando nuestra alianza, no contra nadie, sino en defensa del sujeto político homosexual (gai y lésbico) que es compatible con el programa histórico del feminismo.

Pero esa alianza no debe sustentarse desde posiciones bien intencionadas, sino que requiere un debate honesto entre iguales, que analice las preocupaciones de ambos activismo que coinciden en muchos temas de la agenda LGTBIQ, pero que también incluye divergencias que deben abordarse antes que sirvan de caballo de troya del feminismo transexcluyente e incluso del movimiento ultraconservador.

Además, desde el activismo gai debemos, lejos de cualquier “paternalismo”, favorecer los liderazgos lésbicos, promover la reflexión feminista dentro de los distintos planos gais, e incorporar e interiorizar las demandas lésbicas como parte consustancial de nuestro proyecto emancipatorio.

En este sentido, coincido con Beatriz Gimeno, cuando afirmaba en 1999 que “los gays (sic) tienen que hacerse conscientes de que las lesbianas tenemos nuestros propios asuntos internos que debatir, nuestras propias reivindicaciones que hacer; todavía tenemos que plantearnos qué imagen es la que queremos ofrecer al exterior y cómo manejarla y en qué condiciones; tenemos que trabajar para superar la tan mentada invisibilidad, tenemos que aprender a movernos por los vericuetos administrativos que nos son generalmente tan hostiles; tenemos que discutir entre nosotras qué temas son prioritarios para nosotras y cuáles son secundarios. Pero sobre todo, para poder ser lesbianas en igualdad, tenemos que combatir las desigualdades que como mujeres, condicionan nuestra vida entera y que como lesbianas inciden especialmente sobre nosotras”.