Diario de dos papás: “una familia de nacer y una familia de crecer” (página 3)

Cada domingo Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar, escribe este Diario de dos papás. Estamos en la página 3.

Foto: jeff_golden

Ser padre es un complejo ejercicio de egoísmo y generosidad. Egoísmo por que no hay nada más placentero que sentir que un pequeño ser humano te necesita para su evolución, te quiere, te admira, perdona uno a uno todos tus fallos y siempre está dispuesto a recibir y dar amor; egoísmo por que supone la culminación de un deseo y de una necesidad sustancial en tu vida.

Generosidad porque tienes que estar dispuesto y preparado para cambiar tu forma de vida, mover el eje gravitatorio de tu existencia y asumir que por encima de tus necesidades se van a deslizar casi siempre las de esa criatura que entra a forma parte de tu familia. Hay que posibilitar las renuncias, la cesión de tu tiempo de ocio, la modificación horarios y costumbres.

Para un hombre gay, como para cualquier otra persona LGTB, ser padre, además de una realidad egoísta y generosa, no puede ser nunca un hecho sorpresivo. Por razones obvias, el proceso necesita de un dilatado prólogo en el que se sopesan todas las variantes posibles y en el que siempre es necesaria la presencia de personas, empresas, entidades o instituciones ajenas a tu núcleo familiar. Se padre gay es un hecho meditado y premeditado.

Para una persona mayor de 50 años ser padre es un esfuerzo extra que hace que tu cuerpo necesite renovarse para acomodarse a la imparable fuerza de una personita, para la que el único momento de paz y sosiego llega con el sueño. Tienes que medir tus fuerzas para poder llegar entero a la noche, al fin de semana, a las vacaciones.

Pero para un hombre gay de más de 50 años ser padre es la aventura más maravillosa que nunca jamás pueda escribirse y una inyección de vida que te abre los ojos a realidades a las que nunca podrías acceder en solitario.

Hace tres años asistí, después de organizarla, a una mesa redonda en las Jornadas de Familias LGTB de la FELGTB en la que dos compañeros y amigos, Ricardo Vázquez y Fernando Quiroga del Rosal, nos contaron su experiencia como padres. En su caso idearon una maravillosa frase, y con ello una estupenda teoría de vida, para explicarles a sus hijos sus orígenes: hay una familia de nacer y una familia de crecer. Creo que no hay manera más imaginativa y respetuosa que esta frase para explicar a un menor de corta edad su situación como niño en acogida, unas pocas palabras que emanan respeto hacia sus orígenes y esperanza frente al futuro.

Esta serán las palabras que utilizaremos para trasladar a nuestra hija, hijo o hije su realidad, para hacerle llegar la dualidad de su existencia y la necesidad de que reconozca los dos núcleos familiares que definirán su vida.

No hace mucho tiempo consideraba muy valientes a las personas que acogían menores en su hogar, que conformaban su familia con estos niños y niñas. En aquellas jornadas, Fernando y Ricardo me parecieron unos héroes, porque yo, en aquel momento, estaba muy lejos de poder asimilar una realidad como la suya.

Ahora, cuando estamos a la espera de que se nos entregue un menor en acogimiento, no considero a estos amigos como héroes, sino como unos estupendos padres, que ya es mucho como definición. Ser padre de acogida supone asumir la historia de tu hijo sea cual sea, es respetarle, es valorar su pasado e incorporarlo a su presente y a su futuro para que pueda creer en armonía y felicidad.

Hace 13 años que iniciamos un proceso parecido al que hoy vivimos y que tiene como bella consecuencia un estupendo chavalote de 9 años al que no le gustan mucho las matemáticas. Nuestro hijo es tal como es porque en su momento una familia de acogida le brindó el amor y la seguridad que su familia biológica no pudo darle. Ana, aquella mujer que lo acarició en su casa como uno más de sus hijos, sigue siendo una figura presente en nuestros referentes familiares y seguimos sabiendo de ella.

Ahora nos toca a nosotros brindar a un menor un espacio lleno de amor, una familia en la que poder crecer, con dos papás y un hermano mayor que esperan impacientes su llegada.

Existen actualmente tres tipos de acogimiento. El de urgencia está destinado a menores sobre los que hay que intervenir de manera inmediata y su duración máxima es de 6 meses. El temporal se da cuando, existiendo una situación de crisis en la familia del menor, pasa a una familia de acogida hasta que se resuelva su posible solución, permaneciendo un máximo de 2 años con la familia de acogida. El permanente se aplica cuando no existe previsión de reinserción del menor con su familia biológica y pasa a vivir hasta su mayoría de edad con  una nueva familia.

Nosotros hemos elegido el modelo de acogimiento permanente porque creemos que es para el que estamos más capacitados y el que mejor se adapta a las expectativas familiares que tenemos mi marido, nuestro hijo y yo.

Pronto entrará a formar parte de nuestra realidad un niño o una niña con unas vivencias particulares que desconocemos y al que tenemos que integrar en nuestro hogar como uno más, sin matices, sin condicionantes, asumiendo todas y cada una de las peculiaridades que haya aprehendido a lo largo de su vida.

Esta criatura no tendrá nuestros apellidos ya que conservará los de su familia de origen, pero en encontrará en nosotros tres el ingrediente que nos hace permanecer unidos: el amor. El amor y algo más: la responsabilidad, la ayuda mutua, el saber escuchar, el dejar espacios de libertad, el respeto, la comunicación… y una paciencia infinita para que los posibles monstruos de su vida pasada puedan convertirse en hadas y elfos de la infancia.

Y este nuevo hijo, hija o hije tendrá contactos periódicos con su familia biológica. En nuestra mano está hacerle comprender que el amor y la pertenencia no tiene porqué circunscribirse a un solo núcleo, que en la diversidad está lo más bello de la humanidad.

Además, desde mucho antes de iniciar el proceso, sabemos que existe una posibilidad de retorno, que pudiera ser que las circunstancias, sean cuales fueran, de su familia de origen cambian, lo que le obligaría a volver con su familia biológica. Y si ese produjera esta situación, ahí estaremos también apoyándole, con una sonrisa de esperanza en boca, aunque después de su marcha y de que cerremos la puerta nos bañemos en un duelo de lágrimas y añoranza.

En los primeros días de los que deseamos sean los felices años 20 seguimos embarazados y con cierto miedo y aguardamos impacientes a nuestra hija, hijo e hije, que tendrá dos familias: una familia de nacer y una familia de crecer.

(Continuará…)

 

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