Salí del cine agobiada. Creo que era un sentimiento compartido. En el Colectivo Gamá habíamos propuesto una salida para ver en el cine “Una Mujer Fantástica”. Esa película chilena sobre una mujer trans protagonizada por una actriz trans que tan buenas críticas está cosechado. La verdad es que la actividad encajaba muy bien con las que estábamos montando por el Octubre Trans, así que nos animamos a ir y compartirlo.
Lo que no funcionó también fue lo de querer compartir después del cine: no hubo apentencia ni de charlas ni de cervezas ni de risas… Nos fuimos cada cual a su casa con aire pesaroso, con mal sabor de boca, con mal cuerpo. Y es que la película es demasiado real como para no empatizar la protagonista, como para no sufrir con ella.
Así que me fui a casa triste, por Marina, la protagonista de la película, su historia, su piel molida a palos, marcada por las miradas, los silencios y las palabras hasta el punto de no haber espacio para la sonrisa. Marina, tan real como otras chicas, alguna compartiendo cine conmigo, que conocen la transfobia en sus propias carnes, y a las que miraba, cómplice, al finalizar la película, sin poder encontrar palabras que compartirles.
Y mientras volaba en bici de vuelta a casa (ir rauda y serpenteante me sirve de desestresante), de repente supe lo que podía marcar la diferencia entre Marina y otras mujeres, lo que hubiera hecho de su historia menos dolorosa, más esperanzada. Algo a lo que agarrarme para volver a creer que hay se puede estar mejor.
Y es que más allá de la sed de venganza y de justicia con la que me quedé, lo que me rompía el corazón de Marina es que estaba sola, y yo anoche la habría querido abrazar, habría querido cogerla de la mano para acompañarla donde fuera necesario ir, para que se sintiera menor vulnerable, menos a merced de la transfobia.
Y es cierto que quizá Marina no me necesita, es una mujer fantástica, no hay más que verla, fuerte, capaz, resiliente. La necesidad es mía, de no sentirte inútil, de saber que no todas las personas trans pueden ser super heroínas, y que no puedo soportar pensarlas solas. Para ellas, para Marina, hay personas ahí a las que darles la mano, con las que compartir el dolor, combatirlo, con las que morirse de risa.
Marina, querida mujer fantástica, no estás sola.