Por Ramón Martínez (@ramonnmartz), doctor en Filología, (trans)feminista y vocal de Formación en Arcopolí
No es casual que uno de los debates más persistentes sobre la Diversidad Sexual y de Género sea precisar si existe o no una “cultura” propia de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Aunque la controversia lleve años aparcada sucede que una visión u otra de cómo entender esto que hacemos o esto que somos las personas no heterosexuales genera dos filosofías de partida para el activismo según se afirme -comunitarismo- o niegue -asimilacionismo- la existencia de una diferencia intrínseca, de algo propio de todos nosotros. Por eso, resulta interesante recurrir a un concepto antropológico de la “cultura”, más allá de una interpretación reduccionista de la “cultura” como un conjunto de artes donde pueden aparecer o no nuestras realidades como temáticas, para poder responder a la gran pregunta: ¿Existe la cultura LGTB?
Tylor definió en 1871 la “cultura” como “aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre”. Según ésta a las personas LGTB nos falta el “todo complejo” y compartimos con las personas heterosexuales la práctica totalidad de esos contenidos de la “cultura”, luego nuestras particularidades forman una “subcultura” dentro de una gran “Cultura Heterosexual” donde nos integramos, queramos o no. Pero Ángel Díaz de Rada, en su recomendable Cultura, antropología y otras tonterías, define la “cultura” como una característica de la acción, es decir, la cultura está lo que hacemos, cuando tiene especial valor convencional, ritual y simbólico. Partiendo de esta concepción es posible reflexionar sobre la hipotética “Cultura LGTB” observando una de estas acciones: nuestra forma de saludarnos.
Uno de los primeros rituales que deben aprenderse al empezar a frecuentar círculos de personas no heterosexuales, centrándonos en España, es que el saludo habitual entre dos hombres que comparten su deseo hacia otros hombres no es el mismo que el indicado para un contexto heterosexual. En otra situación, dos varones recurren al apretón de manos o al abrazo, en caso de que exista un vínculo importante, y se reserva el beso en la mejilla -indicado para que un hombre salude a una mujer- para los familiares cercanos. Pero cuando son dos varones, gais o bisexuales, los que se saludan recurren, de igual manera, al beso en la cara.
A Pedro Zerolo le gustaba emplear esta forma nuestra de saludar cuando podía resultar más inapropiada, porque desvirtúa la rigidez que imponen los patrones de la cultura heterosexual y, de paso, desarma al saludado, a quien se demuestra que la proximidad física entre dos hombres es posible y en absoluto censurable. Y fue el propio Pedro el que, en su momento, reafirmó mi hipótesis de que existe otra “cultura” además de la posible “Cultura LGTB”: la “cultura” del activismo LGTB.
Durante los años en que colaboramos Zerolo y yo nos saludábamos con el ritual beso en la mejilla, pero en la gala de entrega de premios de FELGTB de 2014, a su llegada al local donde iba a recibir el galardón, decidió que me saludaría con un beso en los labios. Esta forma de recibimiento resulta ser la más frecuente entre la generación de activistas que consiguieron el gran hito del Matrimonio Igualitario y, entre los jóvenes que conformamos la siguiente generación del activismo empieza a ser habitual.
Descubrimos así que, si bien de forma general el beso en la mejilla se reserva a familiares y mujeres y el beso en los labios a las parejas, dentro de la supuesta “cultura LGTB” se incorpora el beso en la cara entre varones y, además, las personas involucradas en nuestro movimiento reivindicativo añadimos el beso en los labios para saludar a otras personas que reconocemos iguales a nosotras en el compromiso activista. Y ésas son las claves de este uso de los besos: igualdad y compromiso.
Dos hombres heterosexuales no se permiten un beso en la mejilla, porque según el patrón heterosexual deben actuar como rivales. Dos hombres gais o bisexuales pueden celebrar su reconocimiento mutuo, la igualdad de su deseo hacia otros varones, con ese beso en la mejilla. Y dos activistas tienen la posibilidad de reconocer el compromiso del otro con un símbolo de compromiso: el beso en los labios.
Queda considerar si este uso particular de los besos es exclusivo o no de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. No lo es: en otra de mis militancias, la socialista, es frecuente también el beso en la mejilla entre varones, sean o no heterosexuales. No es posible emplear esta particularidad del beso como hecho constitutivo de una diferencia cultural de las personas LGTB. Se trata de un uso general empleado entre individuos con cierta proximidad vivencial o ideológica. Si atendemos únicamente al modo en que se practica el saludo, la generalidad de las personas no heterosexuales no emplea sino una regla alternativa que comparte con otras subculturas recogidas también bajo la misma “Cultura Heterosexual” de Occidente. Sólo el beso activista, el saludo en los labios, permite aislar un comportamiento específico diferenciado, un rasgo cultural que podríamos considerar propio.
Pero los activistas somos una inmensa minoría de la población LGTB. Hemos sido capaces de hacer cosas increíbles como modificar una acción simbólica de compromiso afectivo para convertirla en una acción simbólica de compromiso político. Y aunque no es suficiente para proclamar la existencia de una “cultura” propia, basta para asegurar que si la “cultura” la vamos creando y destruyendo todos y todas con cada una de nuestras acciones será posible generar nuevos comportamientos acordes con nuestras reivindicaciones si actuamos a conciencia, a sabiendas de lo que significa escoger una u otra forma de acción.
La “Cultura LGTB” no es un punto de partida, es el horizonte de respeto e igualdad hacia el que caminamos y vamos construyendo con acciones conscientes. La “Cultura LGTB” no existe, de momento. Pero puede empezar a existir si empezamos a dar besos llenos de compromiso ideológico, como aquellos besos de nuestro Pedro Zerolo.
Uys que espesito… me ha encantado la ilustración de Ivan Pineros que acompaña el artículo, pero esté en si mismo no se donde quiere llegar…
04 noviembre 2015 | 10:52
La coltura es buena venga de donde venga, aunque sea LGTB, mientras no extraiga la pasta de mis impuestos.
Que se os ve venir desde lejos, estáis acechando las cosechas públicas.
04 noviembre 2015 | 19:13
Soy mujer bisexual, en ese orden. Como mujer soy, ante todo, feminista, luchó por la igualdad. Y lo que tu llamas cultura heterosexual, es, pienso,cultura machista. Ni en mi época en que vivía felizmente una relación hetero tuve dudas que no quería esa cultura, pero no por hetero, si no por machista. El saludo igualitario entre hombres y mujeres llevo predicandolo desde siempre, hasta el extremo de darle la mano a un hombre que me acaban de presentar, porque me niego a que me trate de distinta manera que al hombre a quien va a saludar a continuación.
Con todo esto, lo que quiero decir es que no creo que haya dos culturas según las tendencias sexual, si no según la sensación de poder que aporta a cada uno sentirse superior o no a mujeres y hombres homo.
20 noviembre 2015 | 22:30