Históricas LTB – Victoria Kent

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#Mujereslesbianas

 

«Lo humano, que es tan grande como el universo y

 tan pequeño como sus componentes».

 

Victoria Kent, abogada, política y activista, nació en Málaga en 1892, en el seno de una familia de clase media. Su padre, José Kent Román y dos de sus hermanos fueron sastres. Aprendió las primeras letras con su madre, María Siano González:

No quería ir a la escuela. Mi madre me enseñó a leer y a escribir; luego tuve profesores particulares (…) pero el intento fracasó. Volvía yo de la escuela triste y sin ganas de comer.

Tozuda y con una gran determinación, Victoria evitó el destino de las niñas escolarizadas de la época, cuyo objetivo era prepararse para ser buenas madres y esposas.

Kent fue una niña moderna e inteligente que supo organizarse para vivir la vida que quería. Tras estudiar magisterio en la Escuela Normal Superior de Málaga y bachillerato en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros, se empeñó en estudiar derecho en la Universidad Central de Madrid. Con el apoyo de su madre, convenció a su padre, al que la opción elegida por Victoria no le parecía adecuada teniendo en cuenta cual era la dedicación de las mujeres de la época.

Recaló en la  Residencia de Señoritas de Madrid. Allí conoció a María de Maeztu, directora de la Residencia,  que sería una de sus mejores amigas durante aquellos años. Trabajó en la biblioteca del centro para sufragar los gastos de su estancia y manutención. Mujer resuelta y trabajadora, Victoria daría clases en la sección de secundaria del Instituto Escuela.

En 1920 comienza sus estudios universitarios. En segundo de Derecho, Victoria fue elegida por el ministro Tomás Montejo para representar a los estudiantes españoles en el Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en Praga en los meses de marzo y abril de 1921.

En 1925, Victoria Kent se convirtió en la primera mujer que solicitó inscribirse en el Colegio de Abogados de Madrid.

Yo fui al Colegio de Abogados con mi título (…) había que pagar una cuota cuando me avisó yo fui y me dijo que la junta estaba allí para recibirme y que la junta había pagado la cuota. Fue un hermoso acto de los hombres.

Empezó como pasante con Álvaro de Albornoz y después sería la primera mujer en abrir su propio bufete en la calle Riscal nº 5. Estaba especializada en derecho laboral. También ejercería como asesora jurídica del Sindicato Nacional Ferroviario y de la Confederación Nacional de Pósitos Marítimos.

Junto con su actividad profesional, comenzó su compromiso político y sus actividades encaminadas a mejorar la vida de las mujeres españolas. Mientras tanto, en la Residencia de Señoritas donde se alojaba conoció a mujeres latinoamericanas, estadounidenses y españolas, residentes o conferenciantes invitadas que serían imprescindibles para su futuro. Conoció el amor y la amistad femenina. Durante años asistió a clases en el Instute for Girls para aprender inglés, pero nunca llegaría a dominar bien el idioma, aunque si hablaba bien francés.

Ya en 1931 se haría un nombre al defender ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina a Álvaro de Albornoz, miembro del Comité Revolucionario Republicano. Se había visto detenido y procesado -junto a muchos de los que más tarde formarían el Gobierno provisional de la República- debido al fracaso de la Sublevación de Jaca, sucedido en diciembre de 1930. Sería la primera mujer en intervenir ante un tribunal de guerra logrando, además, la libertad del detenido. En 1931 fue elegida miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y, en 1933, de la Asociación Internacional de Leyes Penales de Ginebra.

Afiliada al Partido Radical Republicano Socialista, en 1931 fue elegida diputada de la conjunción republicana- socialista de las Cortes republicanas constituyentes por Madrid y en 1936 paso a ser diputada por Jaén en las listas de Izquierda Republicana que formaba parte del Frente Popular. Participó en el debate sobre el sufragio femenino en 1931. Para ella, la educación era fundamental para decidir en libertad, y las mujeres españolas, al tener escasa o nula educación formal, eran maleables, por lo que no era conveniente concederles el derecho al voto. Se enfrentó a Clara Campoamor, que sí era partidaria del sufragio femenino y perdió el debate. Su postura le pasaría factura política, no saliendo elegida en las elecciones de 1933. Nunca se arrepintió de su postura, pero, ya en su vejez, no quería que se insistiera mucho en esa faceta de su biografía.

Durante la Segunda República, bajo el mandato de Alcalá Zamora, la nombraron Directora General de Prisiones. Intentó seguir los pasos  de su admirada Concepción Arenal y en ese afán, quiso humanizar el sistema penitenciario. Llevó a cabo una serie de reformas como la mejora de la alimentación de los reclusos, la supresión de la asistencia obligatoria a misa, sustituir los camastros inmundos  por nuevos jergones, la ampliación de permisos por razones familiares, la creación de un cuerpo femenino de funcionarias de prisiones y la retirada de grilletes y cadenas a los penados. Mandó construir la Cárcel de Mujeres de Ventas  y el Instituto de Estudios Penales.  En su vejez neoyorkina recordaría:

Uno de los grandes disgustos que yo he tenido (…) esa cárcel (la de Ventas) fue vendido el solar durante el franquismo a precio fabuloso. Se derribó la cárcel que tenía solo seis años… ¡Destruir aquella obra! 

Victoria entendía la prisión como un mecanismo de reeducación y no de venganza ni de castigo:

Yo conocí como los presos dormían con cadenas en los pies

Recogí las cadenas y grilletes instalados en las prisiones de los hombres. Pues bien, esos hierros los mandé llevar a Madrid y fueron fundidos con otros metales en un busto de Concepción Arenal.

Victoria Kent sería invitada a dimitir de su cargo al oponerse el Gobierno a su proyecto de reformar el cuerpo de prisiones (el masculino).

En la Guerra Civil española, Victoria se ocupó de un sinfín de asuntos sociales. Dedicó todos sus esfuerzos a ayudar a las víctimas más jóvenes de la guerra. En noviembre de 1936, marchó con el gobierno republicano a Valencia y en 1937 creó las Colonias Infantiles, dependientes del Ministerio de Instrucción Pública. En julio de 1937 fue nombrada delegada del Consejo de la Infancia Evacuada. Por ese motivo, marchó a París. Allí trabajó incansablemente para organizar la evacuación de los hijos e hijas de combatientes republicanos. En 1940, Victoria pasó a la clandestinidad, ya que su nombre aparecía en la “lista negra” entregada por el gobierno franquista al gobierno de “Vichy”. Tras la liberación de París tuvo diversas ocupaciones, entre ellas la de editora.

Marchó a México en el año 1948. Allí trabajó en la creación de la  Escuela de Capacitación para el Personal de Prisiones. Fue directora de esa institución, también impartió clases de derecho penal en la universidad.

Atendiendo la llamada de la ONU, se fue a Nueva York en 1956, donde colaboró en la Sección de Defensa Social. Abandonaría ese cargo por ser excesivamente burocrático.

Kent fue ministra sin cartera del Gobierno de la Segunda República desde el exilio. Fue la segunda mujer en ocupar ese cargo tras Federica Montseny.

En Nueva York conoce a la filántropa Louis Crane, quien se convertiría en su pareja sentimental desde principios de los cincuenta hasta su muerte. Aunque no vivieron juntas durante la mayor parte de los muchos años que compartieron, su relación era conocida por su entorno más cercano. Victoria no se planteó vivir en el piso millonario de Crane hasta la muerte de la madre de ésta en 1972. En sus salones se celebraban reuniones cuya lista elaboraba el Departamento de Estado.  Gracias a la financiación de Crane, Victoria  fundó la revista Ibérica, dirigida a todos los exiliados alejados de la patria como ella. En 2016, se publica el libro Victoria y Louis en Nueva York. Un exilio compartido en el que la profesora Carmen de la Guardia analiza por primera vez la relación intelectual y sentimental entre ambas mujeres basándose en documentación privada.

Victoria Kent falleció en Nueva York el 26 de septiembre de 1987. En 1986 le fue concedida la Orden de San Raimundo de Peñafort, pero debido a su avanzada edad no pudo ir a recogerla.

 

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