¿No soy un robot?

Por Abel P. Pazos (elle/a) – IG: @llorarbailando

 

Desde hace años me pasa que cuando me enfrento a un captcha siento una profunda crisis existencial. Sí, con algo tan sencillo como es introducir una breve sucesión de números y letras, o determinar en qué fotos de una pequeña selección aparecen semáforos, algunas de las pruebas desafío por medio de las cuales los sistemas de seguridad de algunas paginas web me sitúan frente a frente con mi misma condición humana, que es puesta en entredicho a través de esta interface, y que debo ahora demostrar para ver un episodio pirata de Embrujadas.

¿No soy un robot?, ¿acaso no?, ¿ni un poco?, bueno, y si es así, ¿de verdad puedo probarlo?

No puedo ser le únique que sienta esa presión cada vez que tiene que pasar este robotizado test de Turing que pretende probar mi sincronía con la especie animal humana enseñándome fotos random de carreteras. Es, como poco, grotesco. Ésta es una prueba que pretende demostrar mi humanidad pidiéndome que señale fotos en que aparecen bicicletas (¿y si me equivoco???); y despliega, por todas estas cuestiones, planteamientos bastante controvertidos a propósito de mi condición como cuerpo que parece ser, debe desmarcarse de la tecnología en una alianza de la materialidad con lo natural y por medio de un juego de distinción de imágenes en que aparecen puentes, de imágenes en las que no.

Una práctica tan cotidiana como es ver una serie mueve una angustia muy grande, pues arrastra una de las preguntas filosóficas más antiguas, esas que aburren solo de escucharlas formularse: la cuestión de la condición humana. Si existe, cuál es, si es universal a toda la especie, y demás movidas. A mí concretamente me lleva a pensar contextos en que veo mi cuerpo, mi deseo, o mi identidad mediados tecnológicamente hasta puntos que de veras me hacen dudar de si voy a pasar o no el test de las dichosas bicicletas.

En los estudios de género es común el uso de la noción de tecnología para hacer referencia a conjuntos de prácticas técnicas y específicas de representación que se ven implicadas en la producción de las subjetividades, concretamente en la producción del género de los cuerpos. Cuando hablo de tecnologías de género yo pienso en todas esas prácticas socioculturales que son capaces de crear género, que vuelven carne a los hombres y a las mujeres a través de una repetición de actos por medio de la que incorporan las disposiciones de un marco opresivo común al que llamamos patriarcado.

Dicho de otra manera, así como para ti y para mí: son todas esas prácticas, discursos, regulaciones de comportamiento; desde rutinas de maquillaje, dietas, gestualidades o maneras saludar y de expresar afectos, hasta cualquier intervención quirúrgica estética, las que yo pienso como tecnologías que hacen descifrable el género, pues tienen como efecto modelar generizadamente la forma de los cuerpos en que penetran. Dicho así un poco pedante: corporifican una normativa que no es arbitraria sino que se extiende de manera sistemática, esto es la matriz cis-heterosexual como marco desde el que se sostiene el binarismo de género, que activa todas esas tecnologías a través de las que contribuye a producir los cuerpos que en su estar en el mundo refuerzan la idea de la naturalidad de este binarismo que dice: dos sexos, dos géneros. Algo que podría resumirse en, el conjunto de instrumentos empleados en los contextos patriarcales para la producción del género y la integración de sus estereotipos como algo supuestamente natural.

Algunos ejemplos sencillos de estas tecnologías de género pueden ser, como ya vengo introduciendo, las rutinas de maquillaje o de afeitado, las sesiones de depilación, las dietas, o las rutinas de gimnasio. Yo este tipo de prácticas no las entiendo como meros agregados al cuerpo, sino como prácticas configuradoras de mi realidad por la forma en que codifican mi corporeidad y permiten que ésta se exprese con significados generizadamente descifrables. Que sea comprendido mi cuerpo y/o las prácticas que yo llevo a cabo. Las pienso, por esto, como condicionantes de mis procesos de autoconcepción del yo como sujeto que habita un cuerpo y que resiste ante un contexto patriarcal que lo quiere estrictamente binario.

Estas reflexiones tienen sentido, claro, únicamente si se piensan los cuerpos, la materialidad en que existimos, no como un estadio previo natural a cualquier modificación de carácter técnico o social, sino precisamente como el efecto de esas tecnologías que no caen sobre nuestras corporalidades como si fueran agentes externos, sino que permiten que éstas sean producidas en los contextos sociales en que van a interactuar. Esto es, que la materia no existe de manera previa a las prácticas discursivas o sociales (a las tecnologías de género), sino que se despliega y se produce a través de ellas; o sin ponernos tan intensas, que nuestro cuerpo se entiende socialmente siempre, y siempre a través de las prácticas del discurso, del discurso que sea, pero discursivamente, y no hay manera siquiera de pensarlo que no sea lingüística y por tanto cargada de esos significados que nos trata de imprimir el sistema sexo/género de manera disciplinaria y a través de estas tecnologías.

Claro, con esto a mí es que ya me empieza a triggerear la movida esta de si soy o no soy un robot; porque asumo que mi cuerpo se produce a través de estas tecnologías, sobre las cuales tengo cierta agencia pudiendo combinarlas y eso, pero que desde luego hacen las veces de la codificación simbólica de mi estar en el mundo. Son mi algoritmo. O al menos uno de ellos.

Por otro lado, en el ámbito de la bioética y las éticas médicas es frecuente encontrarse con el uso del concepto de ‘’tecnologías transexualizantes’’ (aquí voy a usar transgenerizantes porque me parece un término menos medicalizante) desde el que se entienden las prácticas por medio de las que, a través de una lente biomédica binaria y patologizante, se piensa que se -ajustan- los cuerpos trans* del género asignado al género sentido. Estos modelos dependen del binarismo de género en tanto que no admiten la posibilidad de tránsitos no binarios, o bueno, al menos que no vayan enfocados tan directamente a la cirugía o alcanzar esos ideales normativos de feminidad y masculinidad.

Siguiendo este hilo, estas tecnologías evidencian, tal y como expone la autora Anne Fausto-Sterling cuando las compara con los dispositivos biomédicos que se despliegan para las intervenciones en bebés intersex, el no binarismo sexual como verdad fundacional del sexo de nuestra especie. Ella da cuenta cómo la misma tecnología que posibilita los tránsitos dentro del binarismo de género es la que determina la dualidad de los sexos en los contextos de las intervenciones intersex. Es decir, que los usos que se dan a las tecnologías en ambos contextos, en el primero con fines emancipatorios y en el segundo con fines opresivos, evidencian la necesidad del patriarcado de desplegar cada vez baterías más complejas de estas tecnologías para seguir manteniendo esta idea rara que el sexo animal-humano es binario.

Tal y como se usa en estos contextos, las tecnologías transgenerizantes son las herramientas para paliar una incomodidad con respecto al género asignado; en el contexto del tránsito por mi parte como cuerpo no binario y disfórico perdido, y en el contexto intersex por parte de un equipo médico que carga con una disforia social general y que por eso se mete donde nadie le llama. A mí esto me parecen tecnologías contra la disforia; en el primer caso, la mía como sujeto, en el segundo, la disforia social que no es capaz de soportar que existan cuerpos que señalen de manera tan acuciante ese teje-maneje de sexo y género que tienen ahí montado, y que se canaliza a través de las ‘’urgencias psicosociales’’ que activan los equipos médicos en los contextos de intervención intersex.

La cosa es que esto a mí también me dice que si una tecnología transgenerizante es aquella que ajusta mi cuerpo con mi género sentido, una vez sabemos que la masculinidad y la feminidad son esas normas, esos ideales disciplinarios que nos introyecta el poder patriarcal construyéndonos de manera generizada, todas las tecnologías de género, todas esas herramientas de que disponemos para sentirnos cómodes en nuestro género, independientemente de si somos cis o trans*, son tecnologías transgenerizantes; pues acomodan nuestro cuerpo a nuestro género sentido.

¿Entonces una persona cis siente disforia? Desde luego que sí. En el caso cisgénero me parece que cualquiera de estas tecnologías, por ejemplo cuando una mujer cis se depila para sentirse más femenina o un hombre cis se deja barba para sentirse más masculino, lo que están haciendo es lidiar con su propia disforia de género, la disforia que les causa no alcanzar los ideales patriarcales de masculinidad y feminidad (aunque sabemos que esto no funciona siempre tan explícitamente y que nuestro deseo se construye en base a ciertos patrones de masculinidad y feminidad, entre otras categorías, sin que seamos plenamente conscientes de ello),  y que les hace sentirse impostorxs en su propio cuerpo por tener un pelo donde no se supone que deberían tenerlo, o al revés. Por esta razón también puede ser interesante pensar que o nos diagnostican a todes, o que no diagnostiquen a ningune más.

Un ejemplo muy claro de este sentimiento de disforia de género en personas cis, y que se ha estudiado con severidad en el contexto de los estudios feministas, es el caso de la tecno-regla. Me refiero a la función de sangrado que se incorpora a las competencias de píldora anticonceptiva para que cree la apariencia de mantener el ciclo hormonal del cuerpo que la consume y simule una menstruación ‘’natural’’, produciendo en ese sentido, con esa tecno-menstruación programada, la feminidad, o al menos un modelo contemporáneo de ella, de manera biomolecular a través de la socialización de un dispositivo tecnológico tan popular y normalizado, y que expresa de manera tan literal eso a lo que me he referido antes como introyección del poder patriarcal, pues literalmente lo consumes, te lo tragas y te construye como cuerpo generizado: desde dentro y hacia afuera.

Dicho esto, parece que la cuestión del robot se hace cada vez más pesada. Dándonos cuenta cómo nuestra identidad, nuestra autopercepción de nosotres mismes habitando un cuerpo que está en tensión siempre con un sistema que pretende moldearlo, codificarnos en última instancia según sus intereses patriarcales: programarnos binariamente en secuencias de ceros y unos, hombre y mujer, y por medio de tecnologías que están tan presentes de unas formas u otras en nuestras prácticas cotidianas, realmente se va haciendo más plausible la posibilidad de no marcar bien las fotos en que aparecen semáforos. Y es que, una vez integras estas reflexiones, estas críticas a las formas en que se ejerce el poder contemporáneamente en un contexto biocapitalista y tecnocentrado, te das cuenta que tu cuerpo, o mejor dicho, que tú como cuerpo te sitúas en un estadio más próximo a lo cyborg, como hibridación entre carne, política, ciencia, discurso etc., que a una naturaleza o materialidad pura. Es decir, una vez te das cuenta que tu deseo, tu cuerpo y tu identidad se hallan mediados tecnológicamente, te entiendes, independientemente de si eres trans* o si eres cis, en esas hibridaciones.

Así, si todos los cuerpos se hayan mediados tecnológicamente, si todos estos mecha-cuerpos están tecno-generizados, parece que no tiene mucho sentido seguir defendiendo que unos géneros sean más naturales que otros, como se defiende desde algunos discursos transodiantes, pero tampoco que todos los géneros sean naturales, como se defiende desde algunos contextos trans*. Yo pienso que, como todes hacemos uso de esas tecnologías transgenerizantes en mayor o menor medida para lidiar con nuestra disforia, una disforia que es compartida también entre la gente cis; así como todes nos construimos aún involuntariamente de forma tecno-mediada como sujetos por los efectos del poder del capitalismo patriarcal biotecnológico contemporáneo, tiene más sentido pensar en todos los cuerpos y todos los géneros en esas categorías androides de carne, hueso y ciencia ficción; pues estas son cuestiones que nos ponen a todes por lo general bastante robocop.

Entenderéis ahora por qué me da ansiedad demostrarle al captcha si soy o no un robot; y es que aunque de momento voy pasando los tests de las imágenes en que salen bicicletas, siento que cualquier día dejaré de ser capaz de hacerlo, en una forma ontológica de la capacidad: que dejaré de poder hacerlo en el mismo sentido en que no puedo respirar bajo el agua o volar por el cielo de manera autónoma, y eso es: porque habrá dejado de estar en mi ‘’naturaleza’’ tecno-mediada. ¿A vosotres no os pasa algo similar?

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