Hace tres años, en Chechenia se hizo el infierno

Por Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Russian Embassy en Berlin – Foto de Askold Kurov

La noticia llegó como llegan las pesadillas: en forma de susurros que van tomando cuerpo paulatinamente hasta que, de repente, nos encontramos frente a frente con el rostro mismo de nuestros demonios. Digamos que aquel horror empezó el primero de abril de 2017, aunque en realidad para entonces ya muchos habían perdido la esperanza en Chechenia. Fue ese día, hace exactamente tres años, cuando el mundo escuchó por primera vez esa pavorosa historia que recogían las páginas del periódico moscovita Novaya Gazeta.

Campos de concentración para gais en una pequeña república caucásica de la Federación Rusa. Se estima que al menos un centenar de hombres presuntamente homosexuales o bisexuales fueron perseguidos, detenidos y torturados por su orientación sexual. Por las autoridades chechenas. Más adelante se demostró que también la purga también había alcanzado a mujeres lesbianas y bisexuales.

El pasado dos de marzo, el icónico Kino International de Berlín tenía planeado proyectar la película ganadora del Premio Teddy, el galardón para las películas de temática LGBTI que se entrega en el marco del festival de cine de la capital de Alemania, la Berlinale. O, mejor dicho, de la categoría de mejor largometraje de ficción. El público acudió, en concreto, a ver Futur Drei (traducida al inglés como No Hard Feelings), una aclamada historia de amor entre un alemán de iraníes y un refugiado recién llegado de Irán.

Al dar las diez, un responsable de la sesión salió a hablar frente al público. “Sé que habéis venido a ver Futur Drei, pero vamos a poner otra película, porque es más importante”. Un rumor de evidente molestia recorrió la sala, pero ninguno de nosotros se levantó. El hombre se marchó y entonces empezó Welcome to Chechnya (“Bienvenidos a Chechenia”), que había ganado ese mismo fin de semana la primera edición del Premio Teddy Activista.

Aquella noche, una vez más, las personas LGBTI de Chechenia tomaron la palabra. Y lo hicieron en aquel simbólico cine donde durante décadas se celebraron los estrenos de la DEFA, la compañía cinematográfica estatal de la República Democrática Alemana, hasta la caída del muro de Berlín en 1989. Contaron su historia en pleno corazón del poder de Moscú en esta mitad del país. Si allá en Rusia se escucharon los ecos de sus voces, poco importa. Aquí encontraron un altavoz y marcharon para plantar cara al odio que su patria les profesaba.

El director del documental es David France, conocido por otras dos obras maestras de este género cinematográfico en materia de diversidad sexual y de género: How To Survive a Plague (“Cómo sobrevivir a una plaga”, sobre el activismo de grupos como ACT UP y TAG en la crisis del VIH/sida) y The Death and Life of Marsha P. Johnson (“La muerte y vida de Marsha P. Johnson”, un retrato de la histórica activista trans que se convirtió en una de las protagonistas de los disturbios de Stonewall).

Welcome to Chechnya narra la historia en primera persona de algunas de las víctimas de la purga y de la Red LGBT Rusa, el grupo LGBTI moscovita que, en medio de una crisis como esa, se convirtió en el ente coordinador de los esfuerzos de activistas y diplomáticos para sacar de Chechenia a tantas personas LGBTI amenazadas como fuese posible y darles un refugio seguro en diferentes países de Europa o Canadá.

El documental es a ratos desolador y e incluso brutal, aunque a ratos también hermoso, porque hasta en los momentos más oscuros hay algún hueco para que emerjan algunas de las experiencias sociales y emocionales más gratificantes de la condición humana, como la solidaridad, la amistad, el amor o la esperanza. Además, la película es un trozo de historia, un retazo de nuestra memoria colectiva: la de la persecución de las formas de ser y sentir que se escapan de la norma binaria y heterosexual y la lucha, en diferentes momentos históricos y latitudes geográficas, por los derechos humanos de las personas LGBTI.

Pero Welcome to Chechnya también es, quizás ahora por encima de todo, un grito de rabia y la denuncia pública de una injusticia difícil de calificar. Como bien recuerdan France y su equipo, cómo cuentan las valientes personas que se prestaron a contar su historia de duelo y batalla, en Chechenia –y en Rusia– no se ha hecho justicia.

Nadie ha pagado por las detenciones, las torturas o los asesinatos. Ramzán Kadadýrov, el polémico líder homófobo checheno –quien dijo que “si hubiera gente de ese tipo en Chechenia, la policía no tendría que hacer nada con ellos puesto que serían sus familiares los que les mandarían a un lugar del que jamás podrían regresar”–, sigue en el poder, con el beneplácito del presidente ruso, Vladímir Putin.

Solo una de las víctimas, Maxim Lapunov, se atrevió a ir a la Justicia rusa; en vano, porque nunca se llevó a cabo ninguna investigación efectiva. En mayo de 2019, Lapunov llevó al Estado ruso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que todavía no se ha pronunciado. El defensor de los derechos de las minorías sexuales de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa estuvo el año pasado en Rusia para investigar las denuncias de abusos. Previamente, en junio de 2018, ese órgano había adoptado un informe sobre la persecución de personas LGBTI en Chechenia.

Putin –como tampoco cabría esperar de otra forma, habida cuenta de su historial en este y otros ámbitos de los derechos humanos– se ha desentendido del asunto, como si aquello tuviese poco o nada que ver con él, en un claro gesto de respaldo al fiel cacique de Grozni que mantiene ese rincón del Cáucaso ruso, tan problemático para Moscú en el pasado, bajo control. Y, lejos de enmendar su campaña política contra las minorías sexuales en los últimos años, sigue en su estela de intolerancia: la reforma constitucional que potencialmente le permitirá mantenerse en el poder dos mandatos más, hasta 2036, también pretende blindar la definición heterosexual del matrimonio e la Constitución en una formulación de la idea del Estado ruso más conservadora y nacionalista. Irónicamente, solo la crisis del nuevo coronavirus ha aplazado la consulta ciudadana que debía avalar la reforma.

Tres años después de que la escuchásemos por primera vez, la historia de Chechenia, de la barbarie que se cometió allí, sigue siendo una historia de impunidad. La poca información que se ha recibido indica que los crímenes contra personas LGBTI han continuado. Muchos de los que lograron escapar, además, temen que los tentáculos del régimen les alcancen incluso en el extranjero.

Nosotros, mientras tanto, seguimos contando muertos a este lado de la fortaleza europea. Un año más. Sin saber qué hacer cuando allá, a lo lejos, las pesadillas dejan rastros de sangre. Pensando, quizás, que aquí a casa nunca llegaría el infierno.

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