La posibilidad de geografías queer entre idilios rurales y ciudades emancipatorias

Por Abel P. Pazos (elle/a) – IG: @llorarbailando

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Es común en los discursos con respecto a la historia de las relaciones entre la identidad y el espacio encontrarse con la asunción de la ciudad como lugar de emancipación, catalizador y promotor de las capacidades disidentes frente a los espacios tradicionalmente tipificados como rurales, que se instalan en el imaginario colectivo casi como esencialmente topo-(diverso)-fóbicos, es decir, necesariamente hostiles ante las disidencias afectivo-sexuales, corporales y de género.

Esta cuestión, que no es descabellada, encuentra su fundamento en la historia de la conformación y desarrollo de las ciudades, donde con el ojo puesto en las relaciones múltiples que se ejercen entre estos espacios y los cuerpos que los habitan, efectivamente se pueden identificar por un lado, la influencia de los espacios urbanos para la construcción de las identidades colectivas de las disidencias, y por otro, de las resistencias disidentes ante las estructuras cisheteronormativas de regulación moral para la conformación de estos mismos espacios urbanos.

Sabemos que uno de los efectos causados por los procesos de industrialización habría tenido que ver con las estructuras sociales y de parentesco tradicionales que se habrían visto fragmentadas en un proceso que habría permitido el desarrollo de identidades colectivas en torno a las posibilidades que en un momento ofrecían las ciudades frente a los pueblos, subculturas sexuales urbanas específicas posibilitadas por estas transformaciones caracterizadas por la implantación de la electricidad y los nuevos medios de comunicación y transporte, las cuales -motivando los procesos de ensanche primero, y de suburbanización después- habrían impulsado una imparable expansión y crecimiento por parte de las ciudades que las habría hecho convertirse en grandes contenedores demográficos, lo que habría facilitado la articulación de distintas estrategias de passing que las disidencias habrían desarrollado como método de asociación y supervivencia.

Del mismo modo, este aumento demográfico -junto con el surgimiento del sector laboral de los servicios- habría dado pie a una fragmentación de la experiencia cotidiana en las distintas formas que habría ido tomando el espacio urbano; espacio de trabajo, vecindario y centros de ocio como entidades diferenciadas e incluso lejanas unas de las otras, que habrían permitido una emancipación de los espacios más inmediatos y favorecido el debilitamiento del control de las viejas autoridades reguladoras del comportamiento social sexual, así como, posibilitado la aceleración de un proceso de individuación al permitir la posesión de identificaciones, sexuales y no sexuales, múltiples y variables no dependientes de, y en muchos casos no conocidas por, las estructuras de control tradicionales, la familia o la comunidad.

En resumen, podemos decir que en el contexto de la segunda industrialización en España se crea un nuevo escenario «ciudad» con unos espacios de socialización concretos donde, en este juego de sexualidad semipública y semiprivada por parte de los cuerpos disidentes, se habrían ido articulando nuevas geografías de interacción social, dibujadas y desdibujadas progresiva y regresivamente ante la resistencia de la normatividad, y haciendo en parte las veces de los condicionantes de los procesos de transformación y regulación social del espacio que habrían ido modificando internamente las ciudades.

De este modo, se identifican unas necesidades muy concretas que tenían que ver con la supervivencia en un contexto diversófobo fuerte, necesidad cubierta por el debilitamiento o hasta fragmentación de la univincularidad tradicional de las estructuras sociales desde las que se regulaba la sexualidad, que pasaría ahora a ser regulada desde otros dispositivos biopolítcos que actuarían articulandose operativamente desde instituciones más ligadas al estado; y la necesidad de construir identidad individual y colectiva, cubierta en este caso por los nuevos espacios que posibilitaba la incipiente división social del trabajo, y que habrían ido siendo resignificados en el juego dialéctico de las residencias queer ante la normatividad sexual que trataba de regular el espacio desde el prisma de la matriz heterosexual.

Ahora bien, esta idea, que si bien podría tener un gran potencial explicativo en el contexto español ante fenómenos como pueden ser los sexilios en el momento de la Transición Democrática, en el momento actual habría de verse problematizada por al menos dos cuestiones:

Por un lado, por la incipiente visibilización de las disidencias que habrían ocupado y ocupan  aún hoy los contextos rurales. Desde el punto de vista de las ruralidades se critica esta idea de la ciudad emancipadora por la manera en que llega a invisiblizar las formas en que las residencias queer habrían transformado asimismo las geografías rurales y reisgnificado sus espacios y sus formas tradicionales de sociabilidad; y se señala cómo esta invisibilización remaría a favor de los procesos de globalización por medio de estrategias homocentralistas que llevarían a construir una especie de identidad queer cosmopolita ideal desde la que se llevaría a cabo un fuerte rechazo de las formas culturales de sociabilidad que puedan diferir de las generadas en los modelos de sexualidad asociados a los espacios urbanos tradicionales, lo que podemos llamar ruralofobias queer.

Y por otro lado, tirando del hilo de las transformaciones del espacio en el contexto de la globalización que ya vengo anunciando, se llegaría a problematizar la dicotomía misma que tradicionalmente enfrentaba las ideas de rural y urbano, para sostener que el urbanismo tendría que ver no exclusivamente con el locus de lo urbano, es decir, con la ciudad tradicional, sino también con la atracción que ejerce hacia las poblaciones rurales y viceversa, para llegar a sostener que lo rural y lo urbano se construyen en un continuo dialéctico y de influencias múltiples dependientes entre sí, y en un nivel anterior, dependientes de estructuras de poder de carácter ecológico, como las ciudades globales, ejemplo de entidades supranacionales, nuevas formas espaciales post-industriales de las que dependen económicamente ya no solo los entornos rurales o las ciudades menos cosmopolitas, sino los propios estados nación sobre los que se sustentan por ser el núcleo financiero de gran parte de la economía global.

La cuestión es que con la presión del capitalismo financiero las ciudades habrían entrado en las dinámicas de la globalización desde las que se generan los espacios metropolitanos tal y como los conocemos hoy a raíz de la entrada y la extensión de un sistema económico mucho más voraz que el capitalismo de corte industrial, desarrollando unas características muy distintas a las ciudades que con nostalgia parte de la generación boomer recuerda por una vez haber facilitado el surgimiento de los bares de ambiente, los barrios gais y ciertas zonas de cruising, dinámicas que nos llevan a cuestionarnos cómo contra seguir posibilitando el florecimiento de las capacidades queer, habrían llevado hasta sus límites esas en un momento determinado entendidas como cualidades de lo urbano, a saber: la posibilidad del anonimato, la fragmentación de la vida cotidiana y la resignificación del espacio público, fundiéndose la identidad en la estadística y la distancia de los espacios de socialización, y las nuevas formas de interacción social quedando realmente relegadas a un segundo plano por parte de los espacios online generados con la enterada de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC); para advertir un peligro real de pérdida del eje configurador de los actos de la cotidianidad, así como de descomposición de las relaciones sociales, por la cada vez mayor dependencia de poderes más difícilmente identificables, y que además contribuyen a la expulsión cada vez más agresiva de los espacios públicos por medio de nuevas estrategias urbanísticas como la gentrificación que sube el precio del suelo en las grandes ciudades que ya no pueden extenderse más a lo ancho, en parte por medio de la capitalización de los símbolos culturales una vez generados por las disidencias en torno a estos espacios ahora solamente topofílicos desde un prisma desclasado. Espacios difícilmente habitables para las disidencias.

Es por estas cuestiones momento de plantearse en qué medida las necesidades de las disidencias siguen siendo las que se dice, habrían sido en los inicios de la configuración de la ciudad moderna; si no son éstas en cambio las necesidades de otra generación donde la disidencia se decía desde un puesto de poder que invisiblizaba otros puntos desde los que asimismo se resistía ante la normatividad afectivo-sexual y de género, como así señalamos desde la perspectiva de las ruralidades, y los cuales ahora permiten desplazar el foco de atención a otros debates menos identitarios. De ser así, habremos de pensar el espacio como algo que de ser interrogado, más allá de los tópicos tradicionales desde los que se le preconcibe, por el tipo de conocimiento que puede llegar a producir, presenta una gran oportunidad en la empresa de la búsqueda de la articulación geografías seguras en las que habitar, y desde las que asimismo organizar resistencias colectivas ante los dispositivos opresivos que inciden, mellan y condicionan nuestras capacidades de vivir.

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