Diario de dos papás: “ni héroes ni villanos” (página 5)

Cada domingo Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar, escribe este Diario de dos papás. Estamos en la página 5.

Foto: Catherine Coden/ SOMOS

Ser padre es un ejercicio complejo que te pone a prueba día a día, en todos los casos. Sin embargo, si eres un hombre, gay, visible y con pareja, la dinámica se complica pues sigues sintiendo en la nuca una mirada inquisitorial que aún pone en duda que dos hombres puedan ofrecer a su hijo aquello que necesita para hacer un tránsito feliz en la infancia y proyectarse con todas la herramientas necesarias para afrontar una madurez responsable. Posiblemente mis compañeras y madres lesbianas me responderán que, en su caso, también hay impedimentos y seguro que tienen razón, pero si expreso en público mi opinión sólo puedo hacerlo desde mi perspectiva como padre; es mi vida, mi circunstancia y no quiero, ni puedo, meterme en corrales ajenos en los que no tengo derecho a transitar.

Si ya es penoso que se ponga en duda tu capacidad parental por tu orientación sexual más aún  es que criminalicen tu vida por el modo que hayas podido elegir para hacer posible esta realidad. Comenzaba yo hace unas semanas este diario jugando deliberadamente a no dejar claro si nuestra futura hija, hijo o hije seria por adopción, acogimiento o gestación subrogada. Quería pulsar la opinión de quien tuviera a bien leer estas páginas.

Las respuestas no tardaron en llegar.

Por una parte recibí (recibimos mi marido y yo, que esta es una carrera dual) felicitaciones sin más, alegrandose de que nuestro hijo tuviera un “hermanito”. Llegaron de personas conocidas y desconocidas y son de agradecer, porque siempre te llena el corazón que alguien reciba con una sonrisa tu paternidad, sea la que sea, ocurra cuando ocurra. Te sientes acompañado en una carrera que sabes que no va a ser fácil, que tendrá tréboles y ortigas, pero que siempre te acabará dejando en la boca un increíble regusto a arroz con leche.

Por otra parte, están quienes leen las palabras gestación subrogada y se les enciende una alarma incandescente en la conciencia y tratan de denigrarte, acusándote de los crímenes más horrendos. Antes ellas y ellos no valen las explicaciones, los razonamientos, la cercanía humana. Directamente te catalogan como explotador de una mujer con necesidades económicas y te sitúan en la caverna del machismo liberal en la que tienes que arder. Ha sido triste e inquietante sentir por unas horas la incomprensión y el rechazo social, y en esos momentos me he acordado de mis compañeros y padres por gestación subrogada que tienen que lidiar diariamente con estas opiniones tan envenenadas. Quiero que sepáis que más que nunca en esos momentos me he sentido a nuestro lado, quiero que sepáis Manuel, José María, Pedro, Antonio, Ricardo, David, Batis, Carles, Javier, Marcos… y tantos otros que cada día me siento más cerca de vuestras familias, de vuestras hijas e hijos y que no hay derecho.

No hay derecho a que no atiendan a la realidad y sólo ofrezcan los elementos negativos que pueda haber en la gestación subrogada. No hay derecho que seáis juzgados y sentenciados. No hay derecho de que os acusen de delitos no tipificados en el código penal. No hay derecho a que no se crean que mantengáis contacto con la mujer gestante de vuestros hijos y que forma parte de vuestro círculo más cercano. Pero, sobre todo, no hay derecho a que vuestras hijas e hijos estén creciendo con estigma.

En este capítulo también están quienes te expulsan directamente y con tarjeta roja del activismo LGTBI por escribir gestación subrogada en vez de vientres de alquiler (por esto y por todo lo que viene detrás). Queridas, queridos, sinceramente, sois muy aburridas. Menos ego y más diversidad.

En todos estos casos, cuando he alumbrado que el procedimiento escogido ha sido el acogimiento, la única respuesta ha sido el silencio. No sé si por producto de una combustión espontánea, de esa que dejan sin palabras, o porque si no hay sangre prefieren no escribir.

También hemos recibido respuestas de quienes no conciben el acogimiento como una forma “segura” de ser padre. Alguien clamaba en las redes sociales que con un acogimiento, aunque fuera permanente, no te garantizaban que tu hijo estuviese junto a ti hasta cumplir los 18 años. Este sentido patrimonialista de la paternidad me alarma, porque no son objetos que se poseen hasta la mayoría de edad, son seres humanos a los que ayudas a caminar por la vida. Ningún modo de paternidad te garantiza esa permanencia en el hogar, porque no sólo existe la posibilidad de que la familia biológica pueda ofrecerle lo que en un momento dado no podía, existe también esa otra variante que es la muerte y que a quien limpiabas lo mocos transite a un espacio diferente y permanezca solo inmóvil en fotografías o en la retina de tu memoria.

Y junto ellas, las miradas bien intencionadas que nos trasladan que somos unos héroes por aventurarnos en el camino del acogimiento, cuando nuestro único deseo y nuestro único desvelo es estar a la altura de quienes habitan o habitarán en nuestra casa.

Seamos justas, seamos justos, seamos justes. Dejemos que cada cual ejerza esa parentalidad como pueda, acompañemos a estas familias y sintámonos dichosos ante la alegría de la infancia, sean quien sean sus padres, sus madres o su origen.

Mi marido y yo intentamos criar a nuestro hijo, y así lo continuaremos con su futura hermanita o hermanito, en el más profundo respeto a sus semejantes. Y sufro ante el hecho de que puedan ser adolescentes en una sociedad donde la extrema derecha niegue que son familia, donde la derecha imponga pines parentales que los invisibilicen, donde el feminismo terf mienta sobre sus amigues trans, donde el feminismo surrófobo criminalice a los padres de sus compañeros nacidos por gestación subrogada.

Quisiera para mis hijos un mundo donde la infancia fuese respetada por encima de ideologías, filosofías y partidismos políticos, donde fuera escuchada su voz, donde pudieran expresar sus opiniones y donde estás se tuvieran en cuenta, pues nadie sabe mejor que uno mismo aquello que le puede interesar o convenir en un momento determinado.

Quisiera vivir en un país que no fuese adultocentrista. Porque, al final, todo se reduce a eso, a hombres y mujeres que se sienten con la capacidad de ordenar y dirigir las vidas de niñas, niños, niñes y adolescentes lanzando mensajes incapacitantes a diestro y siniestro sin darse cuenta que esas criaturas tienen oídos y entendimiento, que van a crecer con sus agujas clavadas en el corazón y que van a necesitar muchos años para ir quitándose uno a uno los alfileres de la superioridad y el odio hasta alcanzar una etapa adulta libre de complejos y culpas.

Sería tan sencillo dejar un espacio de expresión a quienes son ciudadanía de pleno derecho. Es terrible que para una mayoría sea una afrenta que niñas, niños, niñes y adolescentes tengan pensamientos propios y sean capaces de trasladarlos al resto de la sociedad. Si estas mentes bien pensantes del despotismo ilustrado infantil les preguntasen y validasen sus respuestas sobre su realidad, su familia y su origen, muchos muros mentales caerían y sonrisas amarillas ocuparían su lugar.

Por eso intentamos educar a nuestro hijo, y así lo haremos con su hermana, hermano o hermane, en los principios básicos de la democracia y la humanidad.  Para que se sientan siempre orgullos de ser quienes son, para que sean capaces de defender su realidad y sus opiniones, pero que siempre lo hagan respetando a quienes tengan enfrente. Queremos que sientan la diversidad como el más bello regalo de humanidad.

Y aquí seguimos, embarazos, yo con miedo, esperando al “hermanito” de nuestro hijo y conscientes, más que nunca, que no somos ni héroes ni villanos. Sólo somos padres.

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