Miedo a no ser suficiente

Por Marcos Ventura Armas (@MarcosVA91) activista de Gamá, Colectivo LGTB de Canarias

 

El fin de semana del 31 de octubre al 3 de noviembre se celebraron, un año más, las Jornadas Jóvenes sin Armarios de la FELGTB, el espacio más seguro que conozco para aprender, compartir y gestar la revolución entre iguales que se cuidan unes a otres y se empoderan para lograr el objetivo de la igualdad real.

Como siempre que estoy en un espacio activista que considero seguro, me visibilicé con todas mis realidades interseccionales: como persona trans no binaria que tiene nombre y expresión masculina y no tiene pensado transitar pero usa pronombres femeninos, como bisexual, autista, persona con problemas de salud mental, gorda, pero también blanca, con estudios superiores, de clase media -alta (actualmente trabajadora precaria pero con apoyo económico familiar) y lectura como hombre (en su doble intersección, en mi caso particular, como privilegio y opresión simultánea)

Como ya he hecho en otras entradas de este blog, mi convencimiento radical de que lo personal es político me llevó a exponerme desnuda (metafóricamente hablando) y con todas las heridas abiertas a la vista. Esto te pone en una situación de especial vulnerabilidad, porque cualquiera que quiera hacerte daño sabrá donde hacerlo para que duela mucho más. Pero también te permite, al visibilizar realidades que muchas escondemos para evitar la vulnerabilidad, convertirte en el apoyo de mucha gente que no tiene el privilegio de poder visibilizarse como lo haces tú.

Esto es, para mí, una de las cosas más bonitas del activismo. Cuando miras a los ojos a la persona que sabes que estas ayudando. Pero también es muy duro, porque acabas entablando una relación personal con gente que lo está pasando muy mal, por lo mismo que tú lo pasaste mal en su momento (o lo pasas mal ahora).

Dejando para otra entrada las neurodivergencias y los problemas de salud mental, cuya discriminación está muy extendida incluso en el activismo, quiero centrarme aquí en varias personas que se acercaron a decirme que se sabían personas no binarias y/o bisexuales, pero que no iban a dejar de nombrarse y visilizarse como hombres cisgays o mujeres cislesbianas. Y el motivo de esta armarización era siempre el mismo: tenían miedo de que les acusaran de estar ocupando espacios que no les correspondían, porque no daban la imagen adecuada.

Es decir, mujeres que también sentían atracción por hombres, pero solo habían tenido relaciones con mujeres, no se atrevían a visibilizarse como bisexuales. Esto no solo es la interiorización de uno de los mitos de la bisexualidad (el famoso 50/50, es decir, que tienen que gustarte por igual hombres y mujeres y haber tenido sexo con ambos para poder considerarte bisexual) sino una muestra de que los espacios LGTB no son seguros para las personas bisexuales, porque reproducen una normatividad bisexual, basada en estereotipos, que nos dificulta vivir nuestras identidades libremente.

Más preocupante si cabe (por mi posición como activista trans no binaria) me parecieron las personas que se me acercaron a decirme que eran personas no binarias, pero que no querían visibilizarse como tales para que no les acusaran de ocupar ilegítimamente espacios trans. Esta idea tiene su base en la transnormatividad imperante, la idea de que solo eres una persona trans válida si sientes disforia y realizas tránsitos sociales, de expresión, hormonales y quirúrgicos. Pero las personas que nos identificamos como no binarias, o incluso con alguno de los géneros binarios que no fue el que nos asignaron al nacer, y no queremos transitar, somos igual de válidas e igual de trans que las demás.

Solo les quiero decir dos cosas: la primera, que esos espacios son nuestros, de las personas no normativas. Nos pertenecen por derecho, y si no los ocupamos (con todo el esfuerzo personal que eso supone) seguirán siendo espacios normativos de los que se expulse a gente que tiene derecho a estar ahí. Y lo segundo, que como nos transmitió la psicóloga María José Hinojosa en su intervención de las Jornadas, el armario hace daño, y aunque salir del armario sea un privilegio al que no todo el mundo puede acceder de momento, es el camino que nos lleva a la felicidad. Y ahí tendrán tendida mi mano y la de gran parte del activismo, para hacer que ese camino hacia la felicidad sea accesible y transitable para todes y deje de ser un privilegio.

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