¿Me debería declarar culpable de homonacionalismo?

(Este es un espacio para conversar, debatir e intercambiar ideas y percepciones. El texto que publicamos hoy se enmarca en ese espíritu, es decir, que quienes quieran escribir sobre este tema pueden mandarnos sus aportaciones a 1decada10blog@gmail.com)

 

Por Rafa Robles, politólogo, máster en diversidad cultural y profesor de servicios a la comunidad en el Departamento de Orientación en el Instituto Rusadir de Melilla, donde nació y vive desde hace más de 40 años. Miembro fundador y Presidente de AMLEGA, asociación melillense LGTB que organiza el “Orgullo del Norte de África”

Hace unos meses me encuentro el artículo de una activista con motivo de los diferentes Orgullos celebrados este año y me sorprende leer que el Orgullo en el que llevo participando 15 años es un ejemplo de “homonacionalismo”. Se nos compara con orgullos como el de Tel Aviv y, sencillamente, se desacredita nuestra lucha, convertida en bandera de ideologías más cercanas a los nacionalismos y a los intereses económicos occidentales.

Muy felizmente desde este espacio, en el mismo medio, se nos habían pedido que contáramos nuestra experiencia, nuestra historia como orgullo. Y muy felizmente, digo, porque ingenuamente no creíamos que el relato contado, cada historia y emoción expresados, en último término podría ser utilizado por otra “activista LGTB” para decir que lo nuestro, más que lucha, es vendernos a los poderes establecidos, al establishment, acusándonos de pinkwashing (capitalismo rosa), etnocentrismo y otras tantas cosas que acabo de consultar en la Wikipedia a razón de la teoría que sustenta toda la crítica (“pinkwashing” es un concepto acuñado por la académica Jasbir Puar).

Todavía no he entendido del todo la crítica de la compañera, y no es un problema de entendederas, –créanme-. Conozco bien la teoría y mejor aún la práctica. En mi formación he tenido varias oportunidades de acercarme a las diferentes teorías sobre movimientos sociales. Pero todo lo importante que tuve que aprender, fue con los colectivos a los cuales tengo la responsabilidad y el honor de dar voz a través de la asociación que fundé hace 15 años y represento como presidente desde hace cinco, AMLEGA. En eso, creo que coincido con la autora del artículo, que tuvo su concienciación real sobre el movimiento trabajando en él.

Ahora me toca desmontar cada argumento esgrimido y poner todo el cuidado en no caer en los mismos prejuicios y la misma falta de empatía en pro de nuestra causa compartida. No respondo para debatir, me siento responsable de todo lo que represento y me parece que debo hacer este ejercicio aclaratorio por el bien del propio movimiento en esta ciudad.

Me remito textualmente a cada punto del artículo que nos afecta para no generar más debate innecesario, estéril y dañino para el colectivo LGTBI en Melilla:

Pero el homonacionalismo no se limita a las políticas de Israel y los EEUU. El fin de semana pasado fue el Orgullo de Melilla, llamada “El XV Orgullo del Norte de África” y celebrado como “el único Orgullo en el continente africano” que proponía “darle voz a quienes no la tienen en esta parte del mundo”. Pero esta perspectiva ignora la historia de la presencia violenta y colonizadora de España en África y el miedo al moro que sigue siendo evidente en la prensa melillense.

Hasta el primer punto y seguido todo correcto, excepto en que como el propio título del Orgullo trata de representar, no somos el único Orgullo del continente africano, Canarias y Sudáfrica también tienen orgullos, gracias a una situación política y social favorable, como ocurre en esta ciudad. Lo que para nada garantiza que se tenga que celebrar. Y es en este punto donde primero me detengo. Porque para los organizadores del “Orgullo del Norte de África” cada orgullo es un logro conseguido, una batalla ganada y, por eso, también enumeramos cada edición. Cada año tenemos que negociar con los responsables políticos y ponernos de acuerdo. No sé si eso supone “vender el orgullo” (como se titula el artículo), hacer pinkwashing o lo que podrá significar para muchos otros activistas. Pero lo que si tengo claro es que sin esa negociación, cada año, el orgullo LGTBI de Melilla no hubiera sido posible. En esto creo que no nos diferenciamos demasiado de otros orgullos locales. Todavía no he conocido ninguna otra propuesta en estos lares, algo así como un “Orgullo crítico”, que sí existe en otras ciudades del país. Quizás quien nos acusa de vendernos podría haberlo organizado durante sus años de estancia en Melilla. Pero entiendo que es difícil ir más allá de la comodidad de las palabras.

Por cierto, el único negocio económico del Orgullo del Norte de África es la subvención que ha recibido la asociación este año para organizarlo (12.000€), las cuatro pulseras y banderas vendidas, lo que haya ganado la tienda encargada de las camisetas de la manifestación, el pub con las consumiciones de esa noche y unos pocos gastos más de intendencia. Me gustaría conocer el presupuesto del Orgullo de Tel-Aviv, Nueva York o Madrid, a ver cuánto nos parecemos . Esa ha sido nuestra aportación al capitalismo a cambio de un día de reivindicaciones y varias semanas de visibilización en un sitio tan inhóspito y desigual para la causa LGTBI como es Melilla. En esto último supongo que sí estamos de acuerdo. Seguimos con el artículo:

También esconde el hecho de que para el pueblo amazigh, que vivía en la región antes de las colonizaciones árabe y europeo-católico, las personas homosexuales y trans fueron considerados como una bendición especial. Aunque para las personas que organizan el evento europeizarse parece significar modernizarse, Melilla no puede negar las coincidencias con el caso israelí – también es una frontera ultra desigual y violenta, con devoluciones en caliente y denegaciones de solicitantes de asilo LGBTIQ+. 

En este punto voy a negar la mayor. Nuestra acción, ni niega la colonización, ni hemos dicho nunca que modernizarse sea sinónimo de europeizarse. Lo que sí hemos dicho –y lo seguiremos diciendo– es que nuestra lucha tiene como referente el movimiento LGTB en Europa y América (con sus escasos 50 años de vida). Huelga decir que esto es una obviedad que no hace falta explicar, pero sí la comparación con el caso israelí. Más allá de que nuestro Orgullo se celebra en Melilla (compartimos lo de frontera ultradesigual y violenta) ¿En qué blanquea nuestra acción esta realidad? Si ya hemos explicado que en nuestro Orgullo participan las personas LGTBI refugiadas que huyen perseguidas por su orientación sexual e identidad de género y las activistas del país vecino que no pueden hacerlo allí. Si somos los organizadores del Orgullo, la misma entidad, la que con nuestros programas dedicamos mayormente nuestros esfuerzos a tratar a usuarios del CETI que son víctimas de delitos de odio LGTBIfóbico y acompañamos a todas las que nos solicitan ayuda en sus procesos de petición de asilo. Y ahora explíqueles usted a estas personas que sus ancestros incluían la diversidad sexual y de género de manera natural y parte de su cultura en antaño era LGTBIfriendly, cuando aquí estamos esforzándonos en situarles en una realidad de acogida que ni les va a resultar fácil, más bien hostil, y ni es como esperaban o se habían imaginado. Y, todo ello, tratando de no romperles el sueño de una vida mejor, -un “sueño europeo” que no es precisamente aquí donde se está alimentando con nuestro “Orgullo del Norte de África”. Por cierto, algún dirigente político nos propuso llamarlo el “Orgullo de la España Africana”, a lo que nos negamos rotundamente. No sé si sabe nuestra compañera articulista lo que en esta ciudad representa vindicar que estamos en África y no en Europa por encima de nuestra españolidad. Seguimos con sus conclusiones:

Este tipo de “celebración” nos da un buen ejemplo del homonacionalismo como herramienta para la construcción de una nación “moderna” y por cierto “europeizada”, donde algunos cuerpos de personas gays son reconocidos por el Estado como válidos, como merecedores de protección y visibilidad, en diferencia de los cuerpos más vulnerados que no lo son. Es imprescindible preguntarnos si queremos este tipo de reconocimiento, y pensar nuestra propia posición dentro del país en que vivimos cómo cómplices en el fomento del homonacionalismo, por ejemplo apoyando el pinkwashing en eventos puntuales.

Entonces somos homonacionalistas porque damos visibilidad a los refugiados LGTBI y a otros grupos vulnerables de nuestro colectivo, además, de a todo el colectivo LGTBI de la Ciudad. Pero, supongo, hemos cometido el error de hacerlo en Melilla. Porque ser de la tierra conlleva que no somos del todo conscientes de lo que aquí pasa. Que tienen que venir mentes más lúcidas, menos contaminadas, a decirnos lo que somos y lo que estamos haciendo. Y encontrar una teoría que sirva para sostener los argumentos sin contrastar demasiado si la teoría se ajusta a la realidad. Pero eso da igual, si pinta bien y encaja.

Si lo que hacemos en Melilla es “homonacionalismo”, me debería declarar culpable de homonacionalismo. Esperemos por el bien de muchos refugiados LGTBI y víctimas de delitos del odio LGTBfóbico que podamos seguir haciéndolo. Solo pido que la crítica sea justa con la realidad, que no oculte ni la esencia y ni la mayor parte del esfuerzo realizado a favor del colectivo. Que no ignore el contexto y se pretenda hacer una reflexión fácil, comparándolo con otros contextos muy diferentes, por mucho que  primera vista se ajuste a la teoría. Las teorías se ponen y contraponen, pero el sufrimiento de las personas solo encuentra consuelo en el trabajo diario, como bien sabe la compañera activista. Y, sobre todo, porque la crítica, depende de cómo se haga y de qué contexto, puede ser más destructiva que constructiva. Melilla, opino como Violeta Assiego, tras vivir la experiencia del orgullo aquí, es un “lugar mínimo”.

Este año he tenido la oportunidad y, por qué no decirlo, el privilegio de viajar a EE.UU. y conocer un poquito como se trabaja allí. De allí parte todo, el movimiento, la crítica al movimiento y todo lo desarrollable en materia de recursos y acciones dirigidas al colectivo LGTBI. Entiendo que venir de un contexto así sirve para hacerse una visión global, y que en el contacto con lo local pueda uno sentirse tentado en extrapolar sin profundizar demasiado en los detalles. Pero, como todas hemos aprendido, el movimiento se hace andando, y no es lo mismo pasear por un parque que subir una montaña, aunque a las dos acciones se les llame caminar.

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