¿Hablamos de neurodivergencias y salud mental?

Por Marcos Ventura Armas (@MarcosVA91) activista de Gamá, Colectivo LGTB de Canarias

Foto: Magdalena Roeseler

Hola. Me llamo Marcos, soy una persona trans no binaria bisexual, y además soy una persona autista y llevo casi una década luchando contra un trastorno ansioso-depresivo en una guerra que, a día de hoy, no sé si algún día tendrá fin. Creo que en un blog sobre diversidad sexual y de género, como este, no puede faltar nunca la perspectiva interseccional, y ese análisis pretendo hacer con este artículo.

Sin embargo, este no es un simple artículo de análisis. Es, probablemente, el artículo más íntimo que he publicado hasta la fecha, y en el que muestro mi máxima vulnerabilidad. Pero, entre todas esas cosas que definen mi identidad en este momento de mi vida, ser activista es una de las más relevantes. Y los activistas sabemos que lo personal es político, que la visibilidad es la única forma de luchar contra el estigma, y que si queremos un futuro mejor para quien venga después de nosotres, no queda otra que enseñar la herida abierta y sangrante y asumir el riesgo que implica.

Empezaré hablando de mi trastorno ansioso-depresivo, pue es uno de los aspectos que más afectan a mi vida. No me cursa con tristeza, como mucha gente presupone que es la depresión, sino con una profunda apatía y bloqueo. Es decir, hace que me falten las fuerzas para hacer casi cualquier cosa, desde levantarme la cama a ducharme, hacerme la comida… las cosas básicas para subsistir. Este estado apático no es permanente, sino que tiene subidas y bajadas que mantienen mi vida en una montaña rusa permanente. Podrán entender que es muy difícil vivir así, especialmente si, como es mi caso, se pretenden asumir compromisos estables y periódicos en el tiempo. Por ejemplo, es muy difícil mantenerse activo en el activismo, acudir a todas las reuniones y actos, cuando hay días que no encuentras fuerzas para salir de la cama. Un ejemplo claro es mi participación en este blog: Yo desearía poder escribir de forma estable cada mes, pero este texto ha salido con dos semanas de retraso a mi previsión.

Y después está el bloqueo, más vinculado con la ansiedad y por tanto mucho más permanente y menos fluctuante. Hay determinadas tareas para las que simplemente me bloqueo, y por más que ponga todo mi empeño en hacerlas, no soy capaz. Estuve opositando durante más de 3 años, y estudiar era para mí una auténtica odisea. No porque le dedicase el tiempo a los videojuegos o a la playa, ni porque me distrajese pensando en las musarañas o yendo a coger un tentempié en la típica rutina procastinadora, sino porque me sentaba delante de los apuntes durante horas a librar una lucha interna en la que intentaba ponerme a estudiar y todo mi ser se resistía a ello. Es una sensación horrible que no le deseo a nadie. Aún no sé cómo conseguí aprobar el primer examen, pero suspendí el segundo, y después de más de tres años de intentar mover un enorme bloque de piedra con mis manos desnudas, ahora soy autónoma y no gano ni para cubrir los gastos.

Pero si ya esto parece complejo, resulta que además soy autista. Un autismo suave, que de hecho no me detectaron hasta los 23 años, pero que me ha dificultado mantener relaciones interpersonales satisfactorias durante toda mi vida. Y esto tiene sus consecuencia a todos los niveles: emocional, académico, laboral… Por ejemplo, nunca en mi vida he ligado. Esto no quiere decir que sea virgen, quiere decir que nunca he sido capaz de entender los juegos de la seducción en espacios públicos como bares o discotecas o simplemente en mi entorno. Mi único contacto con el erotismo ha sido a través de los entornos especialmente diseñados para ello, como las aplicaciones y sobre todo las saunas gays. Me bloqueo en los contextos informales y soy incapaz de entender los códigos sociales que los rigen, pero por el contrario me siento muy cómoda en los entornos formales, y el código de una sauna es tan simple que hasta yo lo puedo entender: si te mantiene la mirada, acércate porque quiere tema.

Y esto tiene varias consecuencias. Por un lado, mi incomodidad en los entornos informales siempre me ha supuesto una barrera para progresar en entornos políticos o activistas, donde, por si no lo saben, la mayor parte de las decisiones se toma en ambientes informales. Y por otro lado, que mi vida sexual dependa en tal medida de la organización que ha hecho la comunidad gay entorno al sexo con desconocidos, me condiciona en muchos aspectos. No solo porque me dificulta generar relaciones afectivas más allá del sexo esporádico, sino que me limita a tener que seguir siendo leído como hombre gay. Soy una persona trans no binaria, y aún no he decidido si quiero o no tomar hormonas, pero una de las cosas que tengo claras es que si las tomo, estoy renunciando a la única forma en la que he conseguido tener contactos eróticos en mis 30 años de vida. Y no estoy nada segura de querer pagar ese peaje.

Para no extenderme mucho, solo quiero apuntar que necesitamos entender a las personas neurodivergentes o con problemas de salud mental para poder generar espacios que sean accesibles y seguros para todes, porque las cosas que creemos más insignificante pueden suponer una barrera o un daño a otras personas que no funcionan como nosotres. Yo creo que tengo mucho que aportar, pero sé que para hacerlo se me tiene que permitir una cierta flexibilidad, porque no podré aportarlo todos los días. Y también quiero sentirme cómoda en unas jornadas, pero la forma de conseguirlo no va a ser participando en dinámicas rompehielos que solo van a violentarme y dificultarme más el integrarme.

Es tremendamente difícil satisfacer las necesidades de todas las personas en todo momento, pero intentarlo es la única forma de crear esa utopía sin sufrimiento innecesario en la que todes les activistas queremos vivir. Espero que este artículo les haya servido para reflexionar sobre ello

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