¿Quién teme a lo queer? – Metrología y estándares: sobre/por/contra la tolerancia

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

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Me atrevería a tomarme la libertad de invitar a los que se encuentran al frente del gobierno y a aquellos que están destinados a ocupar puestos elevados a que se dignasen considerar (…) si aquello que ha sucedido en determinadas circunstancias debe suceder en otras; si las épocas, la opinión, las costumbres, son siempre las mismas.

Voltaire

 

¿Qué es la tolerancia? Esta es, en principio, la pregunta que guió a Voltaire en su tratado de denuncia contra el fanatismo religioso. Los seres humanos, con independencia de nuestras creencias y convicciones, estamos llenos de flaquezas y errores, debemos aprender a perdonarnos, debemos convivir. Convivencia que, en Voltaire, pasaba por el filtro social de la tolerancia, destilador moral al que debía someterse todo asunto de la polis con el fin de alejar para siempre las desgracias que acarrea el dogmatismo fanático.

La tolerancia como argumento, como ejercicio individual y social se utiliza regularmente en democracia y se aplica a cuestiones tan dispares como puedan ser las diferencias ideológicas o las identidades no normativas. Y es algo que, no obstante, nos fuerza a un marco algo problemático. ¿Por qué? En ocasiones la tolerancia se dibuja como una suerte de atalaya moral desde la que mirar aquellas prácticas con las que no estamos conformes ni de acuerdo, y que nos pueden parecer en buena medida condenables, pero que permitimos. Una fórmula que encierra contrariedades, ya que parece construirse sobre parámetros desiguales: siempre habrá un modelo tolerante y una pieza tolerada, que quizá sume a su carga cierto rastro de perdón (u obligatoria gratitud) por este permiso concedido de existencia social. La tolerancia, sin embargo, emerge como valor en el corpus político a modo de orgullo nacional, como un pin, una medalla que nos hace de pronto bondadosas. Somos tolerantes.

No pretendo ahondar en los problemas del concepto social de tolerancia, manido hasta el abuso, ecolalia política que carece ya de sentido (¿cuándo lo tuvo, y cuál era entonces?). Lejos de ello, planteo una pregunta que quizá parezca de entrada desconcertante: el concepto de tolerancia que en realidad manejamos como sociedad, ¿no es más bien parecido (sino igual) al que se emplea en el esquema científico metrológico? La metrología es la ciencia que estudia las mediciones de las magnitudes garantizando su normalización. Es decir, la ciencia que se emplea en investigación e industrias para la fabricación en serie de piezas según estándares. Nada lejano (aunque pueda parecerlo) a nuestra cotidianeidad más familiar. Habitamos una sociedad profundamente estandarizada en la que, desde la mañana hasta la noche, comemos, bebemos, vestimos, nos comunicamos, nos transportamos y organizamos agendas en base a estándares. Desde nuestra taza del desayuno hasta nuestros complejos móviles, pasando por la producción de nuestra ropa o la manera de medir y someternos al tiempo, convivimos con los objetos (y las personas) según patrones estandarizados. En base a piezas diseñadas, medidas, reproducidas en serie, encajables, dispuestas para una función (también estandarizada) que articula de este modo nuestra vida. La metrología es, pues, la ciencia que se encarga del estudio de estas mediciones y de garantizar una normalización, es decir, un estándar que sirva como patrón para la reproducción de copias válidas.

Cabría preguntarse, así en voz alta y sin demasiado miedo a la aventura, si la estandarización es un sistema de producción que ha derramado su lógica más allá de lo industrial y si, ya que de facto condiciona tantos aspectos de nuestra vida (de los que no somos siquiera conscientes), no impregna también el desarrollo de valores morales como pueda ser la tolerancia. ¿Qué es la tolerancia en metrología?

La tolerancia dimensional es la definición que aplica la metrología industrial para la fabricación de piezas en serie. A partir de un diseño original (que marca la magnitud nominal) se programa una fabricación seriada de piezas iguales. El margen de tolerancia es el intervalo de valores que cada pieza fabricada no debe sobrepasar, de lo contrario, no encajará y será desechada (no será tolerable en tanto no asumible como parte del estándar).

Me parece tremendamente sugerente plantear si el estudio de estándares (y en este caso particular la metrología) es aplicable a prácticas políticas de relación y subjetivación social, e incluso a fórmulas que manejamos de manera cotidiana como puede ser la idea de identidad. ¿Hasta qué punto la identidad, que dividimos frecuentemente en categorías (o etiquetas) es producto de un proceso similar al de estandarización? ¿Y hasta qué punto la idea de tolerancia que manejamos no se asemeja a la tolerancia dimensional metrológica? Desde luego la producción seriada de piezas encajables tiene todo el sentido a la hora de fabricar mobiliario, vajillas, ropa o relojes, sin embargo puede que haya contaminado prácticas sociales más de lo que pensamos. Las definiciones de identidades, relaciones y expresiones corporales y humanas se envuelven en procesos de interpretación y lectura estandarizados. Procesos que reproducimos de manera sistemática y a los que, quizá, se adhieren las mismas operaciones deshumanizadas de la producción en serie industrial. Si asumimos tal cosa, debemos volver a preguntarnos: ¿qué es la tolerancia? ¿Qué supone la tolerancia como valor social en un contexto que, como ya nos dijo Voltaire, es siempre distinto a otro, y que en nuestro caso advertimos profundamente sometido al estándar?

Si asumimos la tolerancia como tal valor contaminado por la estandarización, sería interesante comenzar a preguntarnos sobre la aplicación a nuestra propia corporalidad, a nuestro ser como cuerpos erróneos, leídos como copias defectuosas, como fracasos del estándar. Y por lo mismo cuestionar si aquello que emerge como pieza/identidad tolerable en sociedad es aquella que funciona como una buena/aceptable copia (performativa) de un modelo original, y que es útil a un sistema que desecha formas o dimensiones arbitrarias, y prácticas o expresiones otras. ¿Somos cuerpos/piezas tolerables en tanto nos asemejamos lo suficiente a un modelo original de sujeto/identidad en nuestras expresiones y prácticas?

Ya sabemos que lo queer, utilizado tradicionalmente (y aún hoy) como marca estigmatizante para las copias/piezas/cuerpos erróneos, supone además una señal de fracaso de la producción de identidades en serie. Y quizá (vuelvo a aventurarme para concluir) la tolerancia y sus márgenes se basan hoy en criterios bien similares a los metrológicos. Se tolera al cuerpo/copia en tanto no se distancie demasiado del modelo original.

En última instancia cabe preguntarse, si es que aún tenemos alguna duda, cómo es ese modelo original del que somos (debemos ser) copias suficientemente logradas. ¿Quién es y cómo se define ese sujeto universal a partir del cual fabricar en serie? ¿Es el sujeto resultante del neoliberalismo y se construye mediante consumo y prácticas institucionalizadas? Si asumimos esta definición de la tolerancia como cierta, ocurriendo y marcando los cuerpos/copia como válidos o desechables, debemos también preguntarnos qué ocurre, pues, con las piezas no toleradas. Con las vidas precarias, los cuerpos otros, las alianzas no reconocibles para la institución, y todo otro fracaso que señale las fisuras del sistema de producción (social)estandarizado.

Modelo: Copia y copia. Copia y copia. Copia y error.

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