Etiquetas, ¿para qué os quiero?

Por Marta Márquez (@marta_lakme) escritora y presidenta de Galehi, asociación de familias LGTBI

Foto: Dean Hochman

Antes de nada, deberíamos preguntarnos qué son las etiquetas, para qué sirven y, sobre todo, hasta cuándo las vamos a utilizar.

Las etiquetas son esos cajoncitos donde separamos cada cosa o persona para que todo esté ordenado. A veces nos cuesta decidir dónde va cada una porque podría encajar en varias de las cajitas, pero finalmente siempre acaba en una concreta porque así nos es más fácil organizarnos. Al ver a una persona recibimos demasiada información sobre ella y el cerebro humano necesita minimizar su esfuerzo y, por ello, generaliza. Podríamos dar una larga lista de etiquetas que hemos utilizado y utilizamos casi a diario para con las personas: alta, bajita, gorda, rubia, cotilla, zorra, lesbiana, maricón, travelo.

Existen muchísimas, pero con todas sucede algo en nuestro cerebro: nos dan información rápida sobre alguien y estereotipamos en un abrir y cerrar de ojos y eso nos hace la vida más fácil. De esta forma, de un plumazo y a golpe de vista, podemos pasar de un estado de nerviosismo a uno de calma en pocos segundos.

Os pongo un ejemplo. Vamos por la calle y nos cruzamos con alguien y no sabemos identificar si es un hombre o una mujer. Repentinamente, entramos en un estado de curiosidad máxima y comenzamos a escrutar todo lo que podemos acerca de su persona conforme a los estereotipos que tenemos almacenados en nuestro cerebro; buscamos en las cajitas de las etiquetas. Pelo largo, corto, sin barba, ropa neutra, no anda como un hombre, tampoco como una mujer, ¿tiene tetas o no? No lo tengo claro. Le miro la garganta y no soy capaz de saber si tiene nuez o no.

Es posible que ‘acierte’ o no, pero la sensación que nos genera es de ansiedad porque algo de este mundo no encaja en nuestros apartados mentales. Lo mejor de todo es que, probablemente, esa persona vaya así porque no se considera hombre ni mujer, o quizá sí, sin embargo su estilo es neutro porque le gusta y  muy seguramente le importa un pimiento tu opinión.

¿Es reduccionista el uso de etiquetas? Sí, lo es. ¿Nos sirven para mostrar al mundo realidades desconocidas? Desde luego, al colectivo LGTBI nos han ayudado mucho.

No tenemos que remontarnos muy atrás para comprobar cómo términos como bollera, maricón, lesbiana, pluma, desviada o transexual eran términos con unas connotaciones absolutamente peyorativas. Nadie quería ser la lesbiana del grupo y había que luchar para pertenecer a la norma, encajar en un molde que no estaba hecho para ti, aunque sabías que tu vida sería más sencilla si eras capaz de meterte en la cajita correcta. Y, entonces ¿por qué las comenzamos a utilizar? ¿Por qué llamarnos a nosotras mismas algo que la sociedad no acepta? Al ponernos una etiqueta estamos aceptando que la sociedad nos estereotipe. Yo misma, al etiquetarme hace años como lesbiana tuve que soportar comentarios del tipo ¿Cómo vas a ser lesbiana si tienes un hijo? o ¿Cómo vas a ser lesbiana si has tenido novio? o ¿Cómo vas a ser lesbiana si te gustan los vestidos/faldas/maquillarte/tacones/sois todos tontos? (sí, era un poco de ironía).

Pues resulta que cuando nos etiquetamos estamos mostrándonos, dando a conocer la realidad de nuestras vidas, significando lo que somos y rompiendo esas barreras mentales que nos han puesto para creer que si algo es X tiene que ser un montón de cosas que yo creo. Si eres lesbiana eres una camionera, si eres gay afeminado, si eres catalán agarrado y si eres andaluz vago. Pero sabemos que no es cierto. No queremos que nos encasillen, sin embargo, se lo hacemos al resto; y esto tiene que ver con nuestro nivel de auto exigencia, nuestra vaguería mental, la falta de ganas de esforzarnos por conocer a quien tenemos enfrente.

A día de hoy, en 2019, tenemos cada vez más letras y cada vez más etiquetas que nos definen porque las que teníamos (LGTB) se nos han quedado cortas. A las ‘tradicionales’ lesbiana, gay, bisexual y trans les han salido competidoras. Ahora tenemos pansexual, demisexual, sapiosexual, queer, intersexual, polisexual. Algunas definen nuestro sentir hacia nosotras mismas, otras hacia lo que sentimos hacia el resto. Pero también hemos decidido que lo que se espera de nosotras también merece etiquetas que crear para romper: género, identidad, roles, estereotipos, sexualidad…Todo es social, todo es aprendido y, por suerte, lo aprendido se puede desaprender. Sobre todo si nos duele. Y nos duele. Las personas LGTBI hemos aprendido, sobre todo a nivel activista, a que no duela, a utilizar esos sentimientos para luchar, para cambiar las reglas.

¿Qué podemos hacer para desaprender? Cuestionarnos para qué sirve cada cosa, cada norma, cada ley. Y, si no sirve, tratar de cambiarla. Tenemos que ser conscientes de que algo establecido en el tiempo puede (y debe) cambiar para avanzar. Las sociedades han crecido porque han abierto mentes y mirado a las personas a los ojos.

Y si todo esto es así, ¿cuándo vamos a dejar de utilizar esas malditas cajitas? Las nuevas generaciones lo tienen muy claro. Ellas ya no se etiquetan porque no lo necesitan, porque se sienten más libres, pero también porque creen que las leyes les amparan; y no siempre es así. La inconsciencia de la juventud nos hace creer que lo tenemos todo ganado y no, señoras y señores. Nos queda camino por andar. Entonces, quienes ya no somos tan jóvenes ¿debemos usar o no las etiquetas? Mi opinión al respecto de las etiquetas es que cada cual debe usarlas o no a su antojo, porque somos multi-generacionales,  fascinantemente heterogéneos y muy, muy transversales.

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