¿Quién teme a lo queer? – Hablamos con Rodrigo García Marina

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

Una vez al mes esta columna se dedica a entrevistar a personas o colectivos, que a través de sus creaciones, desarrollos o proyectos, conforman espacios de vida para la disidencia, y generan de alguna manera el tejido de lo queer.

Escuchar cómo recita Rodrigo García Marina es adentrarse en un camino subterráneo, un terreno en el que las palabras se derriten para volver a erigirse en significantes otros. García Marina moldea el lenguaje y amolda la connotación precisa al verso, que por tan íntima se torna de pronto universal. Su escritura corrompe los márgenes formales y quiebra la lógica lingüística desde el profundo conocimiento de la misma; y aborda su contenido desde lugares tan valientes como el humor o la honesta melancolía. Se sitúa en el tránsito permanente de la exploración de posibilidades pero es ajeno al posibilismo, traza laberintos sintácticos llenos de fugas epistémicas, de salidas del propio texto; abre paso a fronteras que, quizá, están aún en tinieblas. Hablamos sobre qué es lo poético, sobre filosofía del lenguaje, herencias e implicaciones políticas. García Marina es una interpelación constante, diría que una invitación. En su perfil biográfico de Twitter, aparece una cita del xenofeminismo de Helen Hester: «Ni manos limpias ni almas bellas, ni virtud ni terror. Queremos formas superiores de corrupción».

Por todo ello, no podía más que preguntarle:

¿Quién teme a lo queer?

Lo queer es temido por aquellos que ganan a cuenta de vivir con lo dado [los mismos que a su vez temen a los que viven con lo puesto]. También quienes encuentran en la normatividad el subterfugio para ejercer su dominación. Los que deciden alejar la construcción de los códigos morales del más acá. Y, por supuesto, habla por la clase con sus consiguientes cuerpos que fracasan. Por ello es absolutamente temido y despreciado por quienes necesitan de la optimización de las fuerzas de trabajo que quedan bajo sus potestades.

¿El lenguaje crea/modifica la realidad? ¿Qué supondría corromperlo?

No sabría responder con precisión. Considero que la realidad está/ha estado y estará sin nosotras, ya no sólo porque nos supere en muchos aspectos sino porque responde a la vivencia perceptiva de realidad de otros seres vivos, desde los chimpancés hasta los protozoos. Por lo tanto no es una entidad reservada al lenguaje humano sino a la capacidad relacional de lo vivo con el mundo. Para mí que el lenguaje habla más sobre la creación de ficción y por las representaciones de la normatividad y sus conflictos. Como apunta Paolo Virno el lenguaje no facilita el contacto humano sino que crea el disenso y los malentendidos. Hay una ruptura a través del mismo con la coherencia de lo captado.

Además que el lenguaje neurotípico ya viene corrompido de fábrica. Por eso entendimientos lingüísticos más puros (si se me permite la expresión), como los del colectivo del espectro autista, no pueden descifrar las características contradictorias intrínsecas del habla (bromas, dobles sentidos, elementos sarcásticos, etc). El lenguaje no sólo se contradice intrínsecamente sino que también tiene características esquizofrénicas pues no se corresponde con la acción ejercida. Las palabras hacen cosas tales como acompañar la ejecución de acciones de las que se escinden, son extrínsecas así mismas en su incoherencia.

Por lo tanto, bajo la posición que sostengo, la verdadera perversión del lenguaje reside en adaptarlo a una normatividad de la inocencia. El acto locutivo, desde el punto donde se produce hasta el espacio que ocupa, ha quedado históricamente bajo el dictado de lo extrañamente universal/izador. A partir de aquí puedo responder la siguiente pregunta:

¿Por qué te interesa trabajar el lenguaje poético?

Precisamente no por corromper lo que necesariamente contiene a la corrupción, sino para explicitar este hecho. En el lenguaje poético las palabras significan otras. Por ello la realidad otra puede ser captada con mayor acierto. Entiendo por realidad otra (aceptando los agentes corruptores del lenguaje pues justo aquí la palabra «realidad» no queda definida tal y como previamente la expuse, precisamente porque ha habido un interés por una construcción del imaginario cultural de la dominación a través de lo considerado «real» que delimitaba los marcos de habitabilidad en los órdenes sociopolíticos por medio de un extraño ostracismo al que remite la mítica de la inverosimilitud= irrealidad= monstruosidad) como a la diversidad contenida en los sótanos de la gente de bien. Pese a que lo queer nace en el seno político de las vindicaciones de la diversidad de expresión sexual y de género, acoge la genealogía no escrita de los locos, las retrasadas mentales, las putas, los panchitos, las pollas diminutas, los café con leche, las obesas, las que no mojan las bragas, los viejos, las sordas y otras tantas hermanas.

Resignificar la mítica a través del deseo para que los sujetos orillados puedan habitar los centros es posible a través del lenguaje poético. También la orientación fenomenológica: el hacia dónde se mira permite una nueva sensibilidad.

Dijo Luna Miguel en el prólogo de Aureus (I Premio de Poesía Irreconciliables, Bandaàparte, 2017) que leerte es algo urgente. Apuntaba además que hablas sin mencionarlo de política, cuidados, amor y necesidad. Recientemente has ganado el Premio de Poesía Tino Barriuso, ¿Qué vamos a encontrar en Edad (Hiperión, 2019)?

Pues curiosamente «Edad» es un libro previo a «Aureus». Ambos parten de una misma pregunta ¿qué es lo poético? Aparentemente el rupturismo resulta menor en «Edad» aunque la premisa con la que inicié el trabajo es a priori bastante más radical. Mi intención era elaborar un texto poético desde la antipoética, por ello está invadido por el lenguaje coloquial, las recetas, los sueños, las órdenes, las bromas o los desencuentros. También empleo la herencia como hilo conductor [existe cierto propósito narrativo] para reconciliarme con ella. El elemento «herencia» queda presente en la vivencia

queer precisamente porque la confrontación con lo dado generalmente es una entidad significativa. Quizá por eso no termine de acordar con la consideración de la diversidad sexual como un componente más —para el culturalismo— de las luchas del reconocimiento. Las vindicaciones contra el capacitismo precisamente se enfrentan con la normatividad cultural. Transitan caminos distintos a los de los propósitos religiosos. Irreconciliables, quizá.

Partículas del todo VI contiene el verso “dime, si sólo soy cuerpo, por qué entonces tengo voz”

¡Y aún así carece de sonido! Poesía–performance: para vencer la cosificación del cuerpo. Más en nuestros ámbitos de sociabilización LGTB donde tan sumamente capitalizados quedan. Mientras transitemos sobre nuestras posibilidades nada nos mercantilizará. Tomemos la voz. La escritura. Alguien debe librar al discurso de su asfixiante pureza. En ese sentido habitamos una situación de privilegio para hacerlo. Qué menos que emplearla.

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