Por Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Foto: Luca Biada
Decía Gabo que «la vida no es la que uno (o una) vivió sino la que esa persona recuerda y cómo la recuerda para contarla». La Historia no es muy diferente: no es la que fue sino la que se graba en una cueva, la que se inmortaliza en una escultura, la que se escribe en un papiro, en un registro administrativo, en un diario, en un tomo historiográfico o en los edificios de una ciudad. En consecuencia, la Historia en sí no es más sólida que la vida humana sino que comparte su intrínseca fragilidad: puede ser troceada, quemada, pulverizada, bombardeada. Puede ser borrada para siempre de la memoria, que es lo único que la mantiene viva.
Además, por definición, la Historia es de quien la escribe, o al menos un reflejo de su subjetividad. La Historia es una réplica de los ejes de desigualdad que atraviesan el mundo. La Historia es blanca, está escrita en caracteres occidentales y lleva tatuada la impronta del privilegio económico. Pero, además, la memoria de los pueblos está narrada en masculino, con la heterosexualidad y el binarismo de género como normas que organizan la capacidad y las posibilidades de ser y de relacionarse de las personas. Lo que no se nombra, como bien sabemos, no existe. Lo que no se nombre, nunca existirá.
Imaginar un futuro cimentado en la igualdad de todas las personas, independientemente de su género, color de piel, orientación sexual o cualquier otro elemento de la hermosa diversidad humana, es imposible al margen de un ejercicio de memoria histórica. Porque lo que hoy somos no se entiende sin lo que creemos que un día fuimos. Porque hoy somos lo que somos gracias a quienes labraron el camino y a pesar de quienes asesinaron, silenciaron y robaron sus derechos a aquellos y aquellas que bordaron en la libertad el amor más grande de su vida.
Por eso, como ciudadano de este país desmemoriado, como joven víctima de esta desmemoria, les invito a sumergirse en esta pequeña historia, un relato de esos suburbios de la Historia (gracias, Claudio Mazza) en los que habita el olvido que somos, el olvido que quizás algún día dejemos de ser. Un susurro que habita el armario de nuestra amnesia, ese que algún día abriremos para escuchar todas esas historias nunca contadas, amordazadas por la Historia.
Y el día que todos esos susurros hablen al unísono, que los suburbios de la Historia tomen la palabra, su verdad será ensordecedora.
Es una látima que exista la desigualdad, pero hay que luchar para erradicarla!
15 diciembre 2016 | 22:52