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Las historias amordazadas por la Historia

Por Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Foto: Luca Biada

Foto: Luca Biada

Decía Gabo que «la vida no es la que uno (o una) vivió sino la que esa persona recuerda y cómo la recuerda para contarla». La Historia no es muy diferente: no es la que fue sino la que se graba en una cueva, la que se inmortaliza en una escultura, la que se escribe en un papiro, en un registro administrativo, en un diario, en un tomo historiográfico o en los edificios de una ciudad. En consecuencia, la Historia en sí no es más sólida que la vida humana sino que comparte su intrínseca fragilidad: puede ser troceada, quemada, pulverizada, bombardeada. Puede ser borrada para siempre de la memoria, que es lo único que la mantiene viva. Lee el resto de la entrada »

La novela gráfica de Sufragista: la lucha política por la igualdad

La defensa de los derechos de las personas LGBTI es una lucha por la igualdad. A lo largo de la Historia, en su conquista han participado numerosos colectivos cuyo testimonio sirve para recordar que este es un camino que nos toca de una u otra forma a cada persona. Nieves Gascón (@nigasniluznina) nos recomienda este mes una de las historias claves a conocer a fondo, la de las sufragistas. En su relato, las personas LGBTI encontraremos zonas comunes porque la defensa de los derechos humanos no está parcelada, es universal.

 

sufra

Para este mes de octubre en el que da comienzo el curso para Educación Secundaria, bachilleratos, enseñanzas medias en general y universidades, recomendamos una novela gráfica e histórica, Sally Heathcote. Sufragista, de Mary M. Talbot, Kate Chalesworth y Bryan Talbot, editada por primera vez en inglés en 2014 y en castellano en 2015, por Ediciones La Cúpula S.L. Una publicación que debiera tener su espacio no sólo en nuestra biblioteca de diversidad y género, sino en todas las de institutos y centros de enseñanza media y universitaria, por la relevancia de su contenido y la repercusión de la lucha por el voto femenino que forma parte de la estructuración de nuestro actual sistema político, democrático y occidental.

Las mujeres podemos votar en los países democráticos gracias a la persistente lucha de las sufragistas, por lo que no debemos obviar este hecho constitutivo de la esencia de la participación política universal. Queda mucho por cambiar y revisar en democracia para que esta sea realmente un sistema de espacio participativo más allá de las urnas y del conseguido sufragio universal. Pero no olvidemos los logros de este y lo necesario que puede llegar a ser en relación a la vedada participación política en los estados totalitarios y represivos, que prescinden o manipulan la participación popular en las urnas, lo que constituye una violación sistemática de derechos humanos, específicamente políticos y civiles. Lee el resto de la entrada »

Es nuestra ignorancia la que invisibiliza al pueblo gitano

                                Hoy es el Día del Pueblo Gitano, y de la mano de Sita Lorenzo (@sitalorenzo), historiadora y periodista, nos sumamos a la conmemoración de esta fecha, que pone en valor a una parte importante de  nuestra sociedad. 

Foto: ma_ru_yi (vía Flickr)

Foto: ma_ru_yi (vía Flickr)

Confieso que tengo una deuda con el pueblo gitano y que no voy a eximirme (como ciudadana) de la parte de responsabilidad que me toca. Voy a amasar el cerebro e inyectarle la levadura que logre hacer fermentar mi conocimiento por su historia, su cultura y sus gentes. ¡Se lo debo!. Se lo debo como persona, como ciudadana, como vecina y como historiadora.

Con el pueblo gitano nos hemos acomodado a la monovisión de los estereotipos. Miramos con recelo, señalamos con el dedo y proyectamos una única imagen, la de trapaceros. Etiquetamos (como define la RAE) a los 750 mil gitanos que conviven en España, según la Fundación Secretariado GitanoBasta leer en prensa o teclear la palabra gitano en cualquier buscador y conseguir, a golpe de un solo click, cientos de noticias que ofrecen esa única visión malintencionada y torticera de su ser. Lee el resto de la entrada »

¿Que podía ser peor que ser judío en la Alemania nazi?

Foto del State Museum of Auschwitz-Birkenau, Oświęcim, Poland

Foto del State Museum of Auschwitz-Birkenau, Oświęcim, Poland

Por Violeta Assiego (@vissibles)

¿Ha hecho la Historia suficiente como para ‘no olvidar’ a las personas homosexuales torturadas y perseguidas en el régimen nazi?

Muchos expertos, y los pocos datos, coinciden en que no. Además basta echar un vistazo a la actual legislación que criminaliza las relaciones entre personas del mismo sexo como para comprobar que la huella del nazismo sigue muy vigente y arraigada en este sentido. Al menos 80 países castigan con prisión y castigos físicos la homosexualidad y otros 10 con la pena de muerte.

En 1933, cuando Hitler alcanzó el poder, el artículo 175 del Código Penal alemán apenas se aplicaba y estaba a punto de ser derogado. Aquel precepto -exactamente igual que pasa hoy en las leyes donde la homosexualidad es delito-  hablaba de ésta como «el acto sexual antinatural cometido entre personas del mismo sexo masculino o de humanos con animales». A pesar de invisibilizar a las mujeres y las diferencias de identidad de género, la ley era igualmente aplicada aunque de manera más discrecional (para bien o para mal) con la prisión y hasta con la pérdida de los derechos civiles.

Con el triunfo del Partido Nacionalsocialista, las autoridades nazis cerraron bares y cabarets de ambiente que pasaron a ser vigilados noche y día por la policía. La GESTAPO creó una división especializada en la persecución a los homosexuales y se fijaron las «líneas rosas» a partir de las cuáles se empezaron  a detener y torturar a los que eran, o presuntamente podían ser, gays. Entre 5.000 y 15.000 hombres gays fueron encarcelados en los campos de concentración donde eran obligados a llevar un uniforme distinto donde se podía distinguir un «triángilo rosa» que les exponía a las agresiones de los guardias y los otros presos.

Cuando eran capturados por los nazis, muchos homosexuales preferían decir que eran judíos antes que confesar su homosexualidad puesto que sus condiciones de vida en los campos de concentración eran las peores con diferencia. Los gays fueron salvajemente torturados y hay estudios que afirman que el 60 % de los homosexuales internados en los campos murieron durante su encierro. Un nivel de supervivencia tan bajo como el de los judíos. Sin embargo, los homosexuales estaban solos en los campos como nadie más lo estaba, la falta de solidaridad hacia ellos era absoluta.

Tras la liberación de prisioneros de los campos de concentración muchos fueron enviados nuevamente a prisión, la homosexualidad seguía siendo considerada delito no solo en Alemania -donde se ‘despenalizó’ en 1969- sino también en los «países aliados» como Francia, donde la homosexualidad dejo de ser castigada penalmente en 1981. A pesar de haber sido liberados de los nazis, los homosexuales seguían siendo perseguidos y encarcelados por ser quienes eran.

La asociación que ha hecho el nazismo entre los valores morales y sociales con la verdadera raza aria lamentablemente encuentra demasiadas similitudes en países del Este (como Rusia) cuando se afirma que hay que proteger a los menores de la homosexualidad porque va contra natura y contra los valores tradicionales rusos; o  cuando en casi 40 países del continente africano se persigue a las personas LGBT porque «la homosexualidad no es africana».

Parece impensable que 70 años después del Holocausto nazi, un gobierno pueda volver a repetir la historia de la terrible y horrible persecución que sufrió el pueblo judío. Y si bien es cierto que periódicamente determinadas etnias y clanes son objeto de crímenes calificados contra la Humanidad, sigue sin ser calificado como crímen contra la Humanidad la persecución que a día de hoy sufren millones de personas por ser homosexuales, bisexuales o transexuales en detereminados territorios y por parte de autoridades políticas o instigados por líderes religiosos.

No se trata ni muchísimo menos de decir ahora quién fue más víctima del horror nazi. Solo se trata -y más en un blog como este y en una fecha de conmemoración como la que nos ronda- de seguir recordando a esos otros colectivos que, como el homosexual, fueron perseguidos, discriminados y criminalizados por el nazismo. De lo contrario repetiremos esa parte de horror de la Historia. De hecho y respecto a la comunidad LGBT ya se está repitiendo en demasiados países.

Las historias con que nos nombramos

Por Ramón Martínez

Era 1999 y yo sólo tenía 17 años cuando entré por primera vez en Berkana, la librería madrileña de temática LGTB. Corriendo desde el metro de Chueca, para evitar ser visto -entonces las cosas no eran como ahora-, y casi sin saber cómo nombrarme, escogí La Homosexualidad, de Michael Ruse, con la excusa de un trabajo sobre García Lorca, que un año antes había celebrado su centenario y que era entonces, al menos para mí, el único referente posible.

"Marinero", Iván Pineros
«Marinero», Iván Pineros

Algunos libros más tarde empecé a estudiar Filología Hispánica, y quise buscar más historias que hablaran de quién era yo, por qué, y en quién podría convertirme. En segundo curso recuerdo tener que afrontar un trabajo sobre Literatura Española del siglo XVI y empeñarme en buscar referencias a la homosexualidad en los textos de aquella época. La profesora me advirtió de que no encontraría demasiado, pero ambos nos sorprendimos al descubrir las referencias veladas en el Lazarillo, la traducción que hizo Fray Luis de la segunda bucólica de Virgilio, e incluso reinterpretando los juegos con el género que hace Juan de la Cruz en su poesía presuntamente mística -¿por qué no amorosa y trans?-. La desconfianza primera se convirtió en no poco entusiasmo y una recomendación: seguir buscando.

Siguió el siglo XVII, con ese Lope ambiguo que en ocasiones parece activista, con ese Cervantes atrevido, con Villamediana insinuando cosas que son casi impensables; vino el escaso XVIII, el más o menos aburrido XIX… Y nuevamente la explosión del siglo XX. Por fin a mi Lorca primero se sumaban más y más camaradas: Benavente el premio Nobel, Aleixandre el incomprensible, Gil de Biedma el cómplice, Terenci Moix, casi como un confidente, Villena el dandy, el maestro Mendicutti, y Cernuda, siempre Cernuda, la piedra angular de ese amor que, por fin, se atrevía a decir su nombre.

Mi doctorado estaba claro: organizar todo aquello, pero era un trabajo demasiado atrevido para una España que aún no había aprobado el Matrimonio Igualitario. Así que seguí con mi búsqueda en paralelo -hoy lo habría hecho de otra manera-, y continué recopilando historias. Pronto llegó la gran duda del método: ¿existe o no una Cultura LGTB? Cultura, subcultura… con nuestra etiqueta, de manera esencial, o simplemente hablando de cultura cuya temática trata la diversidad sexual y de género -mucho más adecuado decirlo así-, todas las historias empezaban a enlazarse. Algunos motivos eran recurrentes, algunos temas se repetían, algunos autores recuperaban las ideas de otros anteriores… Estaba todo listo, sólo había que contarlo.

Y así aparecí en Cogam, en Fundación Triángulo, en Arcópoli, mis queridxs compañerxs, en las Jornadas de la FELGTB… Y en el Partido Socialista de Madrid, que es mi hogar para el activismo. Y en todas partes necesitaba contar las historias que me ayudaron a conocerme, porque están ahí esperando a ayudar a mucha más gente. «Predicar la palabra», suelo llamarlo haciendo bromas, pero nuestra palabra, nuestras historias, las que hemos ido contándonos unos a otros a lo largo de los siglos, más o menos perseguidos, más o menos libres… Las historias que nos han convertido en lo que hoy somos, que nos hacen pensar en lo que queremos ser, que nos recuerdan quiénes fuimos. Todas las historias que forman esa madeja enredada a la que llamamos Cultura, sea LGTB, de temática sobre la diversidad, subcultura o no, pero que es nuestro pequeño pedazo de realidad compartida. Nuestro único referente posible, el único país que podemos llamar nuestro: nuestras historias, que existen y conservamos para darnos nombre.